Inicio Entrevistas Entrevista a Celestino Amorós Arévalo

Entrevista a Celestino Amorós Arévalo

5313
0
patrocinado

Kárate: deporte y filosofía de vida 

Siempre he sentido especial admiración por aquellas personas que hacen de su pasión su modo de vida. Para Celestino Amorós Arévalo, el karate, aparte de ser su gran pasión desde la infancia, ha pasado a formar parte de su día a día haciendo de ello su forma de vida.

Para mí, es muy gratificante conocer de la mano de un cinturón negro sexto dan una dimensión más profunda del karate y cómo Celestino aplica la filosofía oriental ligada a este deporte, en la rutina diaria occidental.

Hijo de padres trabajadores, nació en un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real, Castellar de Santiago. Muy pronto llegó a la capital para vivir hasta los tres años, cuando su familia regresó a Castilla, en concreto al municipio de Valdepeñas. Allí desarrolló su infancia y parte de la adolescencia y dio sus primeros pasos en el mundo del deporte, en especial en el fútbol y las artes marciales. Con tan solo quince años llegó a Parla para ganarse la vida trabajando junto con su familia. Hoy hablamos con un deportista, karateca y maestro de muy alto nivel, que tiene su particular templo del karate en nuestro municipio: Gimnasio Valdemoro.

El deporte ha estado muy presente en tu vida desde pequeño, ¿qué recuerdo tienes de tus primeras tomas de contacto con una disciplina deportiva?

Contenido Patrocinado
Publicidad LRDV

Cuando empecé a motivarme por las artes marciales tenía ocho años. En España se emitía por televisión el boxeo en blanco y negro y yo lo veía con mi padre. Él siempre me transmitió esa pasión por este deporte y despertó en mí esa inquietud y voluntad de querer aprender a practicarlo. Mi padre me colgó un petate de trabajo lleno de arena en el patio de casa y, aunque él no lo practicaba, empecé a dar golpes siguiendo sus indicaciones. Yo vivía en Valdepeñas y detrás de la habitación que compartía con mi hermano estaba la despensa donde se guardaba la comida, ese sitio lo convertí en un gimnasio. Pesaba los troncos de oliva y con una tiza anotaba los kilos y así hice mis primeras pesas. También hice un saco y mi cuerda de trepar. Con once años ya me monté un gimnasio muy rudimentario. Allí iba con mis amigos y mis hermanos a practicar deporte.

¿Cómo llegas a conocer el karate?

A través de las películas y las series. Había una serie, Kung Fu, que me gustaba mucho. Lo que más me atraía era la filosofía y los valores que tenían sobre el karate. Es cierto que salían peleas y la forma de trabajar y enseñar de los maestros hacia los alumnos, pero a mí me llamaba la atención la otra parte. Cuando vine a vivir a Parla, compaginaba el trabajo, el fútbol y el karate. Y fue jugando al fútbol, cuando estaba debajo de la portería, cuando decidí dedicarme por entero al karate. Los ojeadores me decían que tenía futuro y que se me daba bien, pero el karate me llenaba de otra manera. Tomé la decisión con quince años. Tener un maestro, seguirle y que me orientara en el camino de esta arte marcial era algo que me motivaba mucho de este deporte. Para mí nunca fue dar patadas y puñetazos, siempre tuve claro que el karate era otra cosa.

Llegas a Madrid muy joven, ¿cómo influenció tu llegada a la capital en tu relación con este arte marcial?

Venir a Madrid me supuso sentimientos enfrentados porque, por un lado, dejaba atrás a todos mis amigos; pero, por otro lado, estaba muy ilusionado porque en Madrid tenía más posibilidades de practicar karate y fútbol. Un verano, un amigo que tenía en Valdepeñas con el que practicaba judo, me comentó antes de llegar a Parla que conocía a un profesor segundo dan de taekwondo, que veraneaba en el pueblo y vivía en Madrid. Yo no tenía intención de hacer taekwondo, pero fuimos a su casa para que me orientara sobre dónde podía practicar karate. Él me recomendó ir al gimnasio del maestro Antonio Oliva, que era sexto dan de karate. Cuando vine a Parla, empecé a trabajar en Getafe y me apunté a un gimnasio en donde conocí a mi primer maestro, Antonio Estévez. Con él he estado entrenando durante veintitantos años, hasta que conseguí el cinturón negro cuarto dan. Durante estos años, tuve la oportunidad de entrenar también con Antonio Oliva y gracias a él fui seleccionado para ir a competir internacionalmente en Montenegro y Yugoslavia.

Parece que desde muy temprano el karate te sedujo por completo, ¿qué encontraste en esta arte marcial que te hizo descartar el resto de deportes?

La diferencia estaba en los movimientos. Para una persona que no conoce bien estas artes marciales pueden parecer similares, pero lo cierto es que el karate tiene movimientos muy estéticos y precisos. También se trabaja mucho la lateralidad. Yo practiqué judo, taekwondo, aikido y kick boxing porque he querido conocer distintas artes marciales, pero nunca he dejado de practicar karate. En el karate hay katas, movimientos preestablecidos, que tienen diferentes y variadas aplicaciones a la defensa personal. Pero lo más importante es la filosofía que me une al karate. Con el tiempo lo he analizado y desde pequeño he sabido lo que quería y he luchado por conseguir esos objetivos. No hay ningún arte marcial mejor que otro, es algo que atañe a la persona, cómo lo practica y cómo lo siente. El mejor arte marcial es el que te genera motivaciones y fomenta tu desarrollo interior. El arte marcial está ahí y la persona lo absorbe para hacerlo suyo e incluirlo en todos los ámbitos de su vida.

¿Cómo llega a invadir todos los ámbitos de tu vida?

Creo que tuvo mucho que ver el grupo con el que empecé a practicar karate. Era un grupo en el que respirábamos todos la misma energía. El karate era algo novedoso porque apenas llevaba diez años practicándose en España, ya que antes estaba prohibido. Había mucha gente joven que se apuntaba. Teníamos muchas ganas de aprender. Esa pasión por entrenar la teníamos todos. Y esa pasión fue creciendo conmigo durante todos estos años. Al hacer del karate mi trabajo, y disfrutarlo, disfruto de mi trabajo. Para mí, dar clase de lo que me apasiona es una gratificación muy grande.

¿Cómo te ha enriquecido la competición en este camino de vida que es el karate?

Empecé a competir a los quince años. Ahora hay muchas competiciones oficiales organizadas por la federación, pero antes eran extraoficiales y organizadas por los gimnasios. De esos campeonatos nos nutríamos todos los karatecas para dar luego el salto a competiciones más importantes. Estas experiencias me brindaron la motivación que necesitaba a esa edad. Me permitía medir mi nivel respecto al resto de los competidores, y me brindaba la oportunidad de superarme. Tengo que decir que me era indiferente ganar o perder. Para mí, la competición siempre fue un aprendizaje y lo que quería siempre era aprender. En esa época forjé muchos lazos con otros compañeros, clubes y gimnasios. Más tarde nos hemos vuelto a encontrar en competiciones oficiales, en cursos de formación que imparte la federación, etc. Estuve más de veinticuatro años compitiendo a nivel nacional e internacional, y esto me ha servido para adquirir experiencia y transmitirla a los alumnos.

¿Qué valores le dan tanta riqueza al karate?

Hoy en día, en una sociedad donde los valores están despistados, precisamente lo que te aporta son esos valores. En primer lugar, el respeto a uno mismo. Y ese respeto trasladarlo a todos los ámbitos de la vida, como familia, compañeros, profesores, personas mayores, etc. Cosas tan básicas como pedir permiso, dar las gracias, pedir perdón y conceder el perdón son valores que el karate tiene. Para entrar al dojo, el tatami, tiene que estar el maestro y pedirle permiso para acceder. El karate también requiere de una meditación, de centrarse en el aquí y ahora. Es una forma de vida milenaria que empezó en Okinawa (Japón). Los valores del karate tradicional son universales y se pueden aplicar en cualquier lugar. El karate tiene la capacidad de poder cambiar la conducta y la manera de pensar de muchos jóvenes.

Desde los dieciocho años te inclinas por la vocación docente, ¿qué has encontrado en la formación para dedicarte a ella desde tan temprano?

Yo ya jugaba a dar clases en Valdepeñas cuando venían mis amigos y hermanos al gimnasio que me monté en mi casa. Esa vocación la he tenido siempre, incluso con mi timidez a la hora de hablar. Siempre he expresado más con el físico, por eso he desarrollado más esta capacidad. La voluntad de querer dar clases y enseñar también está muy ligada a la filosofía del karate. Quería aprender e impartir clase como los monjes shaolin. La transmisión del conocimiento y el vínculo que se establece entre el maestro y el aprendiz es muy gratificante. Además, siempre he pensado que si para mí era bueno también lo podía ser para otras personas.

Como maestro, ¿qué se debe transmitir a los alumnos y de qué manera?

Creo que con la máxima naturalidad y honestidad posible, si eres tú, todo fluye. También es importante transmitir que uno puede conseguir lo que se proponga. En muchas ocasiones, cuando haces una demostración los alumnos no se ven con la capacidad de llegar a hacer tal ejecución. En esos momentos hay que transmitirles que con paciencia y tesón se puede llegar a donde quieras. Siempre motivando en positivo.

¿Cómo concibes tú esta figura tan importante del karate?

Yo he tenido maestros que son maestros de otros alumnos también. La figura del maestro tal y como ya la concibo nunca la he tenido. Es uno de los aspectos en los que he tenido, por decirlo así, un desequilibrio conmigo mismo. Quizás he sido muy exigente en otras facetas del karate que tienen que ver con la mentalidad y las formas de vida, y es por eso que he tenido que buscar esta respuesta por otras corrientes. Con esto no quiero decir que mis maestros no lo sean, por supuesto lo son y les tengo respeto y admiración. La figura del maestro para mí no solo es la persona que te enseña la técnica y la ejecución, sino también la que te enseña esa visión del mundo en la que aprendes a gestionar las cosas que te van aconteciendo. Eso es lo que desde pequeñito siempre he buscado y lo que hoy intento transmitir a mis alumnos.

Documentándome para la entrevista, uno de los aspectos que más me destacaron de ti es tu metodología al impartir clases, ¿en qué se diferencia de las clases convencionales de karate?

Cuando tenemos cursos de formación siempre hacen especial énfasis en que debemos marcarnos objetivos. Creo que estos objetivos están bien para un enfoque deportivo en el que un atleta tiene que prepararse para competir en momentos puntuales. El karate deportivo es una rama que está limitada por un reglamento, pero el karate tradicional no tiene límites, es la vida. Cuando llegan los alumnos siempre veo cómo se encuentran y analizo sus necesidades y en función de eso hago la clase que tenía preparada, solo una parte o, directamente, la improviso por completo. Lo más importante es que los alumnos conecten contigo y para eso es necesario ver qué necesitan, para que la clase sea emocional. Llegar a nivel emocional a todos los alumnos en un día es una tarea complicada, pero debe haber una intención para que todo le llegue a todos. Si es necesario tener una clase de diálogo o meditación, se tiene, y si hay que practicar técnica, se practica.

Decías que el karate engloba conceptos universales que se pueden aplicar en todo el mundo. ¿Qué le puede aportar el karate a edades tan diferentes como niños y adultos?

Casi todas las personas adultas, además de aprender un deporte, acuden al karate para aprender a defenderse. Con el tiempo adquieren unas habilidades y destrezas que les sirven para la defensa personal. Pero el camino real es que a través de esas destrezas y habilidades toman conciencia de ellos mismos, aumentan su autoconfianza y conocen sus límites. A los más pequeños y jóvenes les ayuda a desarrollarse tanto física como psicológicamente. Al ser personas jóvenes, quizás no encuentran un cambio, sino que generan un camino, una forma de pensar y afrontar la vida.

Desde hace ya tiempo te asentaste en Valdemoro y creaste Gimnasio Valdemoro, ¿cómo concibes este espacio y la formación que impartes en él atendiendo a la filosofía del karate?

Como dice mi mujer, esta es mi casa. Mi proyecto para este centro es crear un dojo, un espacio donde vivir el karate como lo vivían los maestros. Para mí es un centro educativo a nivel personal, físico y emocional, canalizado a través del karate. Todos los días vengo muy motivado porque disfruto plenamente dando clases.

¿En qué momento se cruza Valdemoro en tu camino?

A los pocos días de licenciarme de la mili, mi entrenador, Estévez, me dijo que un compañero que daba clases de karate en Valdemoro se marchaba a la India. Se llama Portillo. Me ofrecieron sustituirle en el gimnasio donde impartía las clases. Hablé con Muñoz (fundador del gimnasio), y me quedé dos meses dando clase hasta que regresó Portillo de la India. Llegó enfermo y tenía su trabajo, por lo que me ofreció quedarme. Tenía unos veintidós años cuando vine para dos meses y este año ya cumplo cincuenta y seis. Treinta y cuatro años de vínculo con este municipio. El gimnasio se llamaba Judo Club Valdemoro, a día a de hoy es el actual Gimnasio Valdemoro. Los alumnos me acogieron muy bien y el antiguo dueño y fundador, que falleció hace unos años, me hizo sentir uno más de la familia e incluso terminó vendiéndome el gimnasio. A partir de ese momento me centré en mi actividad aquí en Valdemoro. Por supuesto, estoy muy agradecido a este municipio, a Carlos Muñoz y su familia. Son muchos los alumnos y amigos que han pasado por aquí, y Valdemoro ha sido mi casa durante siete años. Es indudable el vínculo que tengo con esta ciudad a la que estoy tan agradecido.

¿Cómo ha calado esta arte marcial en Valdemoro?

Valdemoro no se caracteriza por ser un municipio con muchos karatekas que hayan enfocado el karate hacia la vertiente competitiva. A pesar de ello, aquí ha habido varios campeones de Madrid, atletas en tecnificación y actualmente tenemos una joven, Laura Blas, que está dentro del grupo de tecnificación de la Federación Madrileña de Karate. También tuvimos un equipo que compitió durante tres años y llegó a quedar Campeón de Madrid y ascendió a segunda división. Hay diversos alumnos que también han participado en campeonatos nacionales e internacionales.

¿Qué proyección ves en el karate con su entrada en los juegos olímpicos de 2020?

La calificación de deporte olímpico va a ser un impulso porque se va a dar a conocer el karate, eso sí, el deportivo. El karate deportivo es una vertiente muy buena de este arte marcial, pero creo que hay que intentar llevar la disciplina deportiva muy unida a la esencia del karate. Cuando un deporte entra en la categoría de olímpico los intereses varios que hay en torno al mismo aumentan y pueden llegar a desvirtuarse algunos valores. Creo que hay mucha gente de mi época que vivimos el karate tradicional luchando para que no se pierda esa esencia, pero para las generaciones futuras no sabemos qué harán. En la actualidad tenemos dos españoles en el número uno del ranking mundial, en la categoría femenina y masculina y el presidente de la Federación Mundial del Karate también es español, por lo que España en este deporte tiene mucho que aportar. Creo que se puede practicar esta arte tanto en lo deportivo como en lo no deportivo. La unión de ambos es una mezcla muy interesante, siempre y cuando se mantenga la filosofía y esencia de este arte milenario.

Para terminar me gustaría que me contaras cómo afronta Celes Amorós Arévalo el futuro.

Siempre había pensado en llegar a un centenar de años y seguir dando clase, aunque fuera una la semana, lo que el cuerpo me permitiera. Pero al final ves que hay muchas cosas que no te da tiempo a hacer porque estás dentro del dojo. El futuro está ahí y yo lo que hago es disfrutar el momento, el aquí y ahora. Mi objetivo es hacer cosas que quiero hacer, sin dejar, por supuesto, mi forma de vida: el karate.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres