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Entrevista a Nuria Ferrero

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«La vida me ha dado una segunda oportunidad y no pienso desaprovecharla»

 Resulta gratificante reencontrarme con una antigua compañera de equipo de fútbol, sobre todo si es para sentarme en la mesa de su negocio y charlar sobre todo lo que le ha acontecido durante este tiempo. Con veinticuatro años Nuria ha ganado la batalla a la anorexia —un trastorno de alimentación—, ha rehecho su carrera deportiva como una destacada promesa del fisicoculturismo y compagina sus estudios universitarios con el desarrollo de su propio negocio, el Nufitness Center. Cargada de optimismo, hoy hablamos con una profesional de la actividad física y el deporte que, en su centro de entrenamiento personal, ayuda otras personas a sentirse bien consigo mismas, aunando la psicología, el entrenamiento, la nutrición y el establecimiento de hábitos de vida saludables.

Si hay algo que define a Nuria Ferrero es el deporte, ¿de dónde nace esta pasión que tanto te caracteriza?

Desde pequeña he practicado diferentes deportes (gimnasia artística, judo, hípica y atletismo), pero aunque se me daban bastante bien, no me llenaban lo suficiente. Coincidiendo con mi llegada a Valdemoro se abrió la Escuela de Fútbol (EFV), lugar en el que comenzó mi carrera como futbolista. Quizás algo más tarde de lo que me hubiera gustado.

Comenzaste relativamente tarde, pero conseguiste completar una buena trayectoria.

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Al principio no fue nada fácil. Hace unos años no estaba bien visto que una chica jugara al fútbol y siempre tuve que demostrar que realmente reunía las características y aptitudes necesarias para destacar. Con el paso de los meses me hice un sitio en la EFV, pasé por varios equipos y en uno de ellos fui la capitana durante dos años. En esa época la EFV todavía no tenía equipo femenino y siempre competía junto con los chicos. Me subieron de categoría y jugué hasta infantil, última categoría que permitía equipos mixtos. Para entonces, el Atlético de Madrid y el Rayo Vallecano, que tenían equipos femeninos, se habían fijado en mí y me ofrecieron la oportunidad de incorporarme a su plantilla. Finalmente, me decanté por el Atlético de Madrid. En definitiva, fue una época muy buena porque dentro del equipo empezaba a destacar y había sido convocada varias veces por la selección madrileña. Respecto a mi formación académica, obtenía excelentes resultados, pero, al pasar a tercero de la ESO —y de forma paralela— la anorexia se fue apoderando de mi mente sin que fuera consciente de ello.

¿Cómo se introduce la enfermedad en ti sin que seas consciente?

Muchas veces he reflexionado sobre cuál fue el origen y lo cierto es que no hay una única razón. Se debe a un conjunto de factores. Normalmente las personas que tienen un trastorno de alimentación, en especial anorexia, son personas muy metódicas, perfeccionistas y estudiosas. Buscan ser perfectas y obtener el éxito en todos los ámbitos de sus vidas, lo que supone una autoexigencia y presión extremas sobre sí mismas. Esa obsesión por lograr la perfección se traslada también al físico, a tener un cuerpo perfecto, influenciado en parte por lo que nos marca la moda y la sociedad. Empiezas a cambiar tus hábitos alimenticios y a dejar de comer. Al principio, cuando pierdes dos o tres kilos la gente te ve estupenda y no pasa nada. Cuando empiezas a perder más peso, la cosa se complica y es entonces cuando te adentras en una compleja enfermedad sin darte cuenta. Los síntomas se manifiestan progresivamente. Al comer menos, tu rendimiento académico, profesional y deportivo disminuye; otros síntomas son la obsesión por la báscula, las manías al comer, el mirar incansablemente las etiquetas de los alimentos o el comer cada vez menos carbohidratos y grasas. Todo estos síntomas son indicadores de que algo no va bien, de que la preocupación por tener un buen físico se ha convertido en una obsesión.

Entiendo que el proceso de asimilación de la enfermedad no es sencillo. ¿Cuándo consigues ser consciente de que estás enferma?

Hay que hacer una distinción en este sentido. Una cosa es cuando los demás ven que hay un problema serio que se ha ido de las manos y otra muy diferente cuando uno mismo es consciente de que está enfermo. Los padres, en el mejor de los casos son los primeros en darse cuenta. Empiezan a observar como el comportamiento de sus hijos a la hora de comer ha cambiado y que incluso se enfadan si se les habla de algo relacionado con la comida, la imagen o el peso corporal. Desde que empecé a desarrollar la enfermedad hasta que mis padres fueron conscientes del problema pasaron unos cinco o seis meses. En mi caso tuve que ingresar por primera vez en un hospital para darme cuenta de que estaba desarrollando un trastorno de alimentación denominado anorexia. Hasta entonces no era consciente, me autoengañaba para ver todos mis comportamientos y manías en torno a la comida como «normales».

La primera vez que llegaste al hospital me comentas que fuiste consciente de la enfermedad, pero eso no supuso que pudieras salir de ella con facilidad.

Tuve dos ingresos hospitalarios. En el primero de ellos fui consciente de lo que me pasaba pero, nada más salir, la enfermedad fue a peor y tuve una terrible recaída. Me ingresaron con personas que padecían al igual que yo un TCA, pero no estaban en la misma fase de la enfermedad: la mayoría de esas personas estaban muy mal psicológicamente. Mi enfermedad se estaba desarrollando cada vez más deprisa y el gran problema de estar en ese entorno fue que adopté hábitos y comportamientos de los pacientes que veía a mí alrededor. Cuando salí del hospital, tras haber estado ingresada más de treinta días, tenía muchos más síntomas psicológicos que antes de entrar y la enfermedad se había apoderado por completo de mi mente. Físicamente sí me había recuperado, pero no me cansaré nunca de decir que si esa recuperación física no se acompaña paralelamente de una recuperación psicológica ese tedioso proceso cargado de sufrimiento no sirve absolutamente para nada. 

¿Cuáles son los motivos que hacen que tu enfermedad avance a pesar de estar bajo un exhaustivo control médico?

Durante los ingresos hospitalarios cada paciente obtiene privilegios de forma progresiva por buena conducta. Durante semanas no puedes salir a la calle y estás solo ante la enfermedad, encerrado en una habitación. Son pasillos y habitaciones oscuras, sin ningún tipo de decoración. No puedes tener móvil, ordenador ni televisión. No hay ni siquiera espejos y los baños están vigilados en todo momento. En definitiva, no tienes ningún tipo de intimidad y estas aislado del mundo. Únicamente puedes ver tus padres media hora o tres cuartos al día. Imaginad lo humillante que resulta para un adolescente la ausencia total de intimidad. Hay que llevar un control, eso no lo pongo en duda, pero los protocolos actuales deben ser modificados por el bien de los pacientes. No estoy a favor del aislamiento. Si la persona que padece la enfermedad está aislada y psicológicamente no tiene la fortaleza suficiente para imponerse a ella, el «genio maligno» que habita su mente estará constantemente pensado como hacer de las suyas. Estoy cansada de intentar hacer ver a los profesionales que esa metodología no es la más indicada. Hay que potenciar los momentos alegres, positivos y felices. Si el entorno de recuperación está impregnado de tristeza y soledad, la enfermedad se retroalimenta y de ahí las frecuentes recaídas.

¿Qué ayuda o tratamiento psicológico te ofrecieron durante el ingreso?

La «ayuda psicológica» consistía en terapias de grupo dirigidas por un psicólogo o psiquiatra en las que cada paciente debía contribuir con su aportación. Estando en esa situación es muy difícil que la persona pueda abrirse y exprese sus sentimientos. La realidad es que no te apetece hablar con nadie y además tienes la sensación de que no es el lugar idóneo para hacerlo porque estás rodeado de personas que, en muchos casos, presentan síntomas de la enfermedad muy arraigados. Para que os hagáis una idea de la gravedad de estas enfermedades, son personas que se encierran en las habitaciones y se esconden de las cámaras para correr, hacer abdominales y flexiones. La única forma que allí encontré para recuperarme fue trabajar conmigo misma en la búsqueda incansable por recuperar mi identidad perdida. Me hacía muchas preguntas y recordaba una y otra vez que era una alumna brillante a la que se le daban bien los deportes, que tenía una familia que me quería, que quería seguir estudiando y labrarme un futuro profesional. Intentaba recordar todas estas cosas porque cuando la enfermedad se apoderaba de mí, me olvidaba absolutamente de todo, incluso de quién era realmente.

¿Cómo ha sido tu proceso de lucha contra la enfermedad?

Ha sido un camino muy largo y complejo. Tenía trece años cuando caí enferma y la lucha por salir adelante y sobreponerme a la enfermedad se prolongó durante cinco o seis años. Los trastornos de la conducta alimentaria cuando se instauran con fuerza en el interior más profundo de las personas pueden prolongarse durante años. El problema es que durante ese periodo tan largo, la enfermedad atraviesa diferentes fases llenas de altibajos emocionales. Hay momentos de estabilidad y recuperación, pero también de recaídas. En mi caso tuve que tocar fondo para despertar y encontrar el verdadero camino de la recuperación. La primera vez que ingresé en un hospital había perdido mucho peso, pero mi vida no corría peligro. En el periodo del primer al segundo ingreso la enfermedad avanzó a pasos agigantados y, literalmente, dejé de comer. Toda mi vida era una mentira constante porque mi objetivo era hacer ver a mis padres que me comía todo lo que me ponían, pero lo cierto es que escondía y tiraba absolutamente toda la comida que podía. Perdí tanto peso que llegó un momento en el que no podía apenas caminar ni levantarme de la cama. Mi índice de masa muscular era de 13-14 cuando lo normal dentro de un índice bajo es 18. Nunca se me olvidará el momento en el que mi corazón apenas latía y cómo una presión permanente se apoderó de mi pecho. En ese momento el profundo abrazo que di a mi madre junto al río de lágrimas que inundaba mi rostro gritaban, más que nunca, «¡ayuda por favor!».

¿Cómo consigues crear esas herramientas necesarias para afrontar el proceso de recuperación?

A veces siento que fue una especie de milagro. Esas herramientas las empecé a desarrollar cuando estaba en la cama del hospital. La primera fue al escuchar un comentario de los médicos. Fue durante el segundo ingreso, cuando estaba en la cama de la habitación y mis padres y dos de los médicos, los que casualmente no me escucharon nunca, hablaban en el pasillo. Recuerdo perfectamente como estos dos médicos dijeron a mis padres que era un caso perdido, uno de esos en los que prácticamente nada podrían hacer por mí. Cuando escuché aquello, y más de esos dos médicos, me prometí a mí misma que como fuera iba a salir de aquel pozo en el que me había metido. En ese momento no sabía cómo lo haría, pero lo que tenía claro es que yo sería la ganadora de aquella batalla de vida o muerte. Aquello me hizo reaccionar y me dio una fuerza tremenda para empezar a poner orden a la situación tan compleja en la que me encontraba. Empecé a recordar mi feliz infancia, el cariño y afecto de mis seres queridos, mi querida casa de la playa y los objetivos que tenía en mi vida. Quería volver a estudiar viajar, jugar al fútbol, sentirme fuerte… en definitiva, quería vivir y cumplir todos los sueños pendientes. Todo aquello fue alimentando mi interior y, a partir de ese momento, empecé a creer en mi recuperación como antes nunca lo había hecho. El proceso no fue fácil, pero poco a poco fui sobreponiéndome a todas las órdenes del «genio maligno» que durante tanto tiempo se había apoderado de mi mente.

¿Qué importancia tiene la ayuda profesional en el proceso de recuperación?

La ayuda profesional es muy importante, el problema es encontrar al profesional adecuado que realmente logre ayudarte. Yo estuve en el mejor hospital para niños y adolescentes de la Comunidad de Madrid en TCA, porque cuentan con una unidad específica para este tipo de enfermedades, cosa que no ocurre en otros centros y hospitales donde se mezcla a pacientes con TCA con otros que padecen serias enfermedades mentales, lo que es una locura. Después del segundo ingreso, y tras pasar por los médicos más importantes del hospital en trastornos de alimentación, tuve la suerte de encontrarme con una doctora que de verdad me escuchó y supo llegar a mí. Hasta entonces el proceso fue muy frustrante porque, cuando intentaba comunicarme y expresar mis sentimientos, los médicos pensaban que no decía la verdad y que lo hacía para engañarles. Quiero recalcar que no todas las personas que padecen un trastorno de alimentación presentan exactamente los mismos síntomas. Uno de los más conocidos de la anorexia es la distorsión de la imagen corporal, es decir, la persona se ve gruesa u obesa cuando en realidad presenta una extrema delgadez. Sin embargo, no fue mi caso. Yo me veía tal y como estaba, en los huesos. Era consciente de que no estaba bien y quería ponerme buena, pero lo que dominaba mi mente no me dejaba. Siempre se lo dije a los médicos y nunca me creyeron. Es por ello que creo firmemente en la necesidad de individualizar cada caso. De la misma manera que no se trata por igual a todos los deportistas, pese a practicar el mismo deporte, no se puede generalizar entre los pacientes. Cada persona es diferente y por ello la psicología a aplicar y la forma de llegar a cada uno de ellos debe ser diferente.

¿Cómo se puede trabajar en materia de prevención?

Hay que hacerlo desde muy temprano, desde los once o doce años. He colaborado con diferentes profesionales de la psiquiatría y la psicología, además de ayudar en la recuperación de diferentes personas y, aunque parece muy pronto, la realidad nos muestra como la enfermedad se manifiesta cada vez más temprano. Ya no solo afecta a chicas en la etapa de la adolescencia, cada vez afecta a más chicos y la edad se adelanta. De la misma forma que se imparten charlas sobre los hábitos alimenticios, prevención de la obesidad, educación sexual o seguridad vial, se debería informar en las aulas sobre los trastornos de alimentación para que los jóvenes tomen conciencia. Es una herramienta muy importante para dar a conocer estas enfermedades y, sobre todo, para romper con la distorsionada visión de la realidad que ofrecen los medios de comunicación acerca de los TCA.

El deporte formó parte de tu proceso de recuperación, ¿cómo llegas a adentrarte en el mundo del fisicoculturismo?

Cuando salí del segundo ingreso y pasaron unos meses de recuperación logré retomar el fútbol y volví al Atlético de Madrid. Lo hice con mucha ilusión, pero jamás me trataron como antes de la enfermedad, ni me dieron la oportunidad de volver a disfrutar de minutos de juego. Entonces, hice balance de mi situación y al igual que la enfermedad había supuesto un antes y un después en mi vida, el fútbol también pasó a ser una etapa del pasado. Fue entonces cuando me interesé por la musculación. Me apunté a un gimnasio y empecé a hacer clases de body pump tras seguir las recomendaciones de la doctora de empezar con una actividad en grupo. Eso me llevó a querer saber más sobre fitness, entrenamiento con pesas y musculación. Un día fui a un quiosco buscando un revista de fitness y encontré un número de Muscle and fitness. En la revista vi mujeres musculadas preciosas, con cuerpos trabajados y femeninos que competían con tacones y bikinis espectaculares. A partir de ese momento sentí la llamada de los hierros. Sabía que había encontrado mi verdadera pasión y me adentré en el fisicoculturismo.

¿Cuál es la filosofía de este deporte?

Es un deporte de gran exigencia física y mental que se practica las veinticuatro horas del día. Para conseguir los físicos que se presentan en la tarima es importante el entrenamiento, la dieta y el descanso. Es diferente a la mayoría de deportes que se practican unas determinadas horas al día. En el fisicoculturismo la dieta es muy importante para afrontar las diferentes fases: desarrollo muscular, definición y descanso.

¿En qué consiste la competición?

La competición femenina se compone de tres categorías: bikini, bodyfitness y women physique. Se premia la proporción, la estética y la feminidad. Las características más importantes de cara a la competición son la cintura estrecha, la amplitud dorsal, la redondez de los hombros y el bombeo de piernas y glúteos. En mi categoría se exige una gran calidad muscular, lo que implica presentar niveles muy bajos de grasa corporal. Ese físico lo logramos exclusivamente para la competición, ya que cualquier evento de este tipo implica llevar el cuerpo al límite y por ello no podemos mantener un nivel de grasa tan bajo y una dieta tan sumamente estricta durante todo el año.

¿Este deporte no puede llegar a ser peligroso para la salud y que, además en tu caso, suponer un riesgo de recaer otra vez un trastorno alimentario?

Alguien que no lo conozca puede pensar así, pero lo cierto es que este deporte te ofrece aún más herramientas para que eso no ocurra. De hecho, tengo que decir que conozco a varias competidoras que también han pasado un TCA antes de iniciarse en el fisicoculturismo. El fisicoculturismo te hace sentir fuerte, te ayuda a sobreponerte a las adversidades y te hace adoptar unos hábitos nutricionales saludables. Como en cualquier otro deporte de alto nivel competitivo, se lleva al cuerpo al límite, lo que indudablemente no es saludable. Por eso mismo, es puntual y las competiciones se organizan en temporadas.

En muy poco tiempo has conseguido varios reconocimientos tanto a nivel nacional como internacional. ¿Cómo se ha desarrollado tu carrera de competición?

Por mi corta edad, siempre he tenido que competir con mujeres mayores que yo. En bodyfitness, que es mi categoría, casi nunca hay categoría júnior en las competiciones. Comencé a competir en 2014 y desde entonces siempre lo he hecho con mujeres que rondan los treinta y los cuarenta años. Muchas de ellas llevan años de entrenamiento a sus espaldas. A veces se me olvida que en mi caso he tenido que crear un cuerpo de la nada, en donde prácticamente solo había hueso he tenido que construir una sólida musculatura. En cuanto a resultados, siempre he conseguido entrar en las finales. En los campeonatos de España he quedado en tercera y sexta posición, y a nivel internacional, en la única competición que he hecho, en el Arnold Classic, quedé en sexta posición. En los campeonatos más importantes de Madrid, en talla alta, siempre he conseguido el segundo y tercer puesto. 

El deporte también se ha convertido en tu salida profesional. ¿Qué es el Nufitness Center y qué le diferencia del resto de centros deportivos de Valdemoro?

Es muy complicado diferenciarse de la competencia dentro de un sector con tanta oferta de entrenadores personales y gimnasios. La forma de establecer el vínculo con mis alumnos es uno de los principales factores diferenciadores. A raíz de la enfermedad he desarrollado una capacidad inusual para empatizar con los demás. Mis estudios sobre diferentes ramas de la psicología, la nutrición, la actividad física y el deporte me proporcionan constantemente nuevas herramientas para llegar cada vez a más personas. No hago distinción entre deportistas y atletas o personas que simplemente quieren tener un buen físico, sentirse bien consigo mismas y mantener una alimentación saludable. A todos les intento motivar, indicar el camino correcto, y transmitir una serie de valores para que el progreso sea constante, logren vencer sus miedos y afronten sus inquietudes e inseguridades. Lo más importante para mí es inculcarles unos hábitos de vida saludables que perduren en el tiempo. Que aprendan a disfrutar del proceso sin que la preocupación por su físico, la nutrición y el hecho de cuidarse se convierta en una obsesión. 

Recientemente has publicado Mi carrera de fondo, el libro donde hablas de tu experiencia con la anorexia. ¿Qué te motivó a escribirlo?

Principalmente, ayudar a la gente. Cuando me recuperé de la enfermedad, monté mi negocio y empecé a ver que todo volvía a funcionar, sentí la necesidad de ayudar a los demás. Desde pequeña he expresado mis sentimientos y mi forma de pensar a través de la escritura con gran madurez. Empecé escribiendo todo lo que pasaba por mi mente a modo de diario para liberarme de todas las emociones contenidas en mi interior durante tanto tiempo. Al principio escribía todo lo que pasaba por mi mente, sin ningún orden ni estructura. Posteriormente, me di cuenta de que todo lo que estaba escribiendo podría llegar a ayudar a todo aquel que lo leyera. Entonces, escribí el prólogo y se lo mostré a las personas más cercanas de mi entorno, quienes me animaron a seguir hacia delante. Sinceramente, nunca pensé que todos aquellos textos constituirían mi primer libro: Mi carrera de fondo. La batalla más importante de mi vida. Estoy muy contenta con el resultado y la aceptación que está teniendo. Muchos profesionales que lo han leído señalan que es algo totalmente diferente a lo que se ha escrito hasta ahora sobre TCA, al entremezclarse la experiencia personal con conocimientos, herramientas y nuevas formas de tratamiento. Dentro del ámbito de la actividad física y el deporte, el fitness y el culturismo, también está teniendo muy buena acogida, al tratarse de la historia de cómo una deportista ha conseguido ganar la batalla más dura de su vida. El libro también ofrece un punto de vista optimista y esperanzador que motiva, anima y empuja a las personas a luchar y sobreponerse a las adversidades.

 

A pesar de su juventud, Nuria ha vivido mucho y eso se refleja en su forma de afrontar la vida. La anorexia le arrebató su adolescencia y le hizo pasar momentos francamente complicados durante varios años. Sin embargo, esta gran luchadora ha sabido sacar una lectura y vivencia positiva de todo ello, convirtiéndose en un ejemplo a seguir para muchas personas.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres

Fotografía_Shine photography