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Entrevista con Guillermo Ortiz

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Hablemos de los que hablan de deporte. Escribamos sobre los que escriben sobre deporte. No cabe duda de que los futbolistas que se convierten en periodistas deportivos pueden regalarnos valiosas aportaciones durante la retransmisión en directo de un partido de fútbol. Después de todo, han estado ahí, sobre el césped. No hace tanto tiempo han formado parte de un equipo y han pasado por experiencias similares a las de los jugadores del encuentro. También son de agradecer los comentarios que podemos recibir de un periodista que ha sido entrenador. En este caso, conoceremos las estrategias de los equipos, las razones de ciertas alineaciones o los motivos de los cambios de ciertos jugadores por otros. Hoy en día, en un momento en el que las estadísticas se han incorporado a las crónicas y a las retransmisiones de todos los deportes, un buen analista de esos datos puede contribuir también con comentarios interesantes.

Guillermo Ortiz (Madrid, 1977) ha colaborado con distintos medios de comunicación como periodista deportivo. Autor de Ganar es de horteras (Ediciones JC, 2012) o Compendio deportivo (Editorial Debate, 2014), ha hecho de la nostalgia de los ochenta y los noventa un género propio tanto en literatura como en redes sociales. Su último libro al respecto es El chico que soñaba con ser Gianni Bugno (Contra, 2020). Además de ser un gran narrador, muchas de las aportaciones personales de Guillermo Ortiz a su crónica deportiva están impregnadas de estupendas cargas filosóficas. Habla con pasión de sus héroes, los deportistas, que son, para él, como dioses del Olimpo, con magníficos superpoderes y con hermosas debilidades humanas.

Guillermo ha trabajado, durante dos cursos académicos, como profesor de inglés en la Escuela Oficial de Idiomas de Valdemoro. Por eso, cuando nos pusimos en contacto con él para esta entrevista, nos recibió encantado.

Acabas de publicar El chico que soñaba con ser Gianni Bugno. Háblanos de tu nueva novela.

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Aún no tengo claro que sea una novela porque, aun habiendo partes ligeramente ficcionadas, su atractivo es la veracidad de la primera persona. Es un libro nostálgico pero en absoluto triste, el relato generacional de un adolescente que se encuentra de golpe con los noventa, que pasa del nido de protección y optimismo delirante de los ochenta a una especie de indeterminación que no le permite ubicarse del todo. Y así, el chico se refugia en la belleza, en la estética, para ser feliz. Como le gusta el ciclismo, esa belleza la encarna Gianni Bugno, el corredor más elegante que se haya visto nunca… Y la ubicación en el mundo le llega a través de esos Giros y esos Tours en los que todo el país se juntaba para ver a Induráin ganarle al propio Bugno una y otra vez. Lo curioso es que cada uno desempeñaba tan bien su papel que yo acabé cogiéndole cariño a ambos.

Supongo que podríamos hablar de «autoficción», puesto que, como mencionas, se trata de un cruce entre un relato real de la vida del autor y el relato de una experiencia ficticia vivida por éste. Como aquí estamos hablando de El chico que soñaba con ser Gianni Bugno, nos gustaría que hicieras un poco de «cicloficción». Por culpa de la pandemia, este año nos hemos quedado huérfanos de Giro, de Tour y de Vuelta. ¿Podrías ficcionarnos qué habría pasado en cada una de las tres grandes carreras europeas?

Bueno, esperemos que entre septiembre y octubre aún se pueda salvar al menos el Tour. Creo que nos estamos perdiendo una combinación formidable de generaciones. Tienes a un gran campeón como Egan Bernal con 23 años y a dos chicos como Evenepoel o Pogacar con 20-21 años que están ya para ganar cualquier cosa. Pero a la vez, Van Aert y Van der Poel son un espectáculo en carreras de un día, los Dumoulin, Roglic, Thomas, Quintana… siguen dando guerra y tienes incluso corredores en los 35 y más, como Nibali, Froome o Valverde, a los que no hay que retirar antes de tiempo. En serio, el nivel es altísimo, de los más altos que recuerdo.

Vuelvo al final de tu primera respuesta. Hay una película de Woody Allen, Acordes y desacuerdos (Sweet and Lowdown, 1999), en la que el protagonista va presumiendo durante toda la cinta de ser el segundo mejor guitarrista del mundo. El deporte, en general, y las clasificaciones del ciclismo en particular nos invitan a disfrutar y a hacer literatura de cada uno de los participantes de una gran vuelta. Obviamente, el primero, el maillot amarillo, es el que se lleva la mayor gloria, pero el decimocuarto clasificado puede tener una historia con mayor épica. Hasta el clasificado en el puesto 145, a 1 hora, 54 minutos y 27 segundos del líder tiene una razón de ser en el Tour. Es la misma literatura que podemos encontrar en la cabeza de nuestra hija de ocho años cuando llega a casa y dice, con toda su candidez, que es la octava estudiante más inteligente de su clase.

Claro, es que la estética del ganador es muy poderosa, pero al final solo gana uno y, normalmente, porque ha sido el mejor, el más fuerte, y punto. Hay historias de campeones interesantísimas, pero, insisto, gana uno y en un Tour pierden 188, cada uno a su manera. Si nos ponemos estupendos, en cada etapa pierden 188… Y eso son 188 historias que contar. Creo que la narrativa del campeón que supera sus límites y se esfuerza y tal llega hasta donde llega. Hay en la derrota una condición más humana, con la que nos es más fácil empatizar, porque todos somos los octavos de algo y eso en nuestros días buenos; normalmente, ni eso (risas).

En los capítulos finales de tu libro, el protagonista se refiere a todo esto con la frase «ganar es de horteras». Una frase que, curiosamente, dio título al libro que publicaste hace ocho años. En este caso, la historia giraba en torno al baloncesto. Háblanos de Ganar es de horteras (Ediciones JC, 2012).

Parte de una idea de la vida y del deporte muy similar a la del nuevo libro, pero en aquella ocasión giraba en torno al Estudiantes, que es el equipo de mi corazón. El Estudiantes es un equipo que ha ganado muy poco… y, a veces, ha dado la sensación de que tampoco lo ha intentado con muchas ganas, como si se sintiera cómodo en un perfil bajo, compitiendo pero sin obsesión por el triunfo. Los recuerdos de aquel libro son otros recuerdos, pero el protagonista es el mismo. Otra cosa es el escritor. Ese libro lo escribí en 2012, cuando mi padre aún no había muerto, cuando mi esposa era aún mi novia y vivíamos en un estudio de Malasaña, cuando aún no teníamos dos hijos… Creo que El chico que soñaba con ser Gianni Bugno es un libro más honesto, con más vida. Ganar es de horteras era una celebración sin matices, sin mirar nunca el marcador, ni necesitarlo. Con el tiempo, eso cambia.

El protagonista de tu libro se dio cuenta de que le gustaba escribir y decidió ser escritor a los diecisiete años aproximadamente, en un momento de su vida en el que escribía muchas cartas. A partir de ahí, has publicado unos cuantos libros, un buen número de artículos en revistas y escribes con relativa frecuencia en tu blog. Perteneces a una de las últimas generaciones (tal vez la última) que se iniciaron en la escritura a través del género epistolar se apoyaron en este para atravesar la adolescencia. La realidad, hoy en día, es bien distinta.

Es curioso porque yo empecé a leer tarde, pero la necesidad de escribir sí que estaba incluso de niño. Escribía cuentos de detectives con 7-8 años. Del detective Luis Luisote (risas). Y luego, las cartas, sí. Recuerdo la necesidad de expresarme por carta, y la conciencia de que eso no era como hablar por teléfono, que era distinto, que era especial. Desde las cartas a mis padres en los campamentos a las cartas en la universidad a los amores postadolescentes. Esa necesidad de «sacar» siempre ha estado ahí. Quizá por eso se me den mejor las emociones que las tramas como tales.

El género deportivo (tanto en la línea de ficción como en la de no ficción) nos ha regalado siempre grandes obras, tanto en libro como en el formato de película o documental. Me vienen a la cabeza tres películas relativamente recientes que combinaban ficción, realidad y excelente guion: Moneyball: rompiendo las reglas (2011), Rush (2013) y LeMans ’66 (2019). Como periodista deportivo y narrador, ¿qué libros y películas deportivos has disfrutado más? ¿Crees que se podría hacer una película sobre el mundo del ciclismo que pudiera triunfar en la taquilla? Si estuviera en tu mano, ¿te gustaría escribir el guion de una película en esta línea? ¿Sobre qué deporte o deportista te gustaría hacerlo?

Me gustan las tres películas que dices, pero no creo que sea fácil ficcionar el deporte. En absoluto. Incluso obras que se pueden mover muy en la órbita de lo que hago yo, como Fiebre en las gradas, de Nick Hornby, al final tienen su atractivo en el relato personal y no tanto en la acción deportiva como tal. No recuerdo ninguna película sobre ciclismo que merezca la pena y desde luego no me atrevería a intentarlo. Creo que en deporte funcionan mejor historias anónimas, algo del estilo, por ejemplo, de Tin Cup (1996), historias de superación o de fracaso pero que vayan mucho más allá de la competición como tal. En Rush tienes dos personajes muy fuertes, pero incluso la narración de las carreras falla. Me gusta también Hoosiers: más que ídolos (1986), como a todos, pero las escenas de baloncesto son muy cutres. Es muy complicado interpretar a alguien compitiendo, muy complicado.

En la universidad, te licenciaste en Filosofía. A lo largo de todo El chico que soñaba con ser Gianni Bugno, giras en torno al concepto de la estética. Sin embargo, en el último capítulo, te atreves a dedicar algo más de una página a Kant.

Kant es muy conocido por sus conceptos metafísicos y la potencia de su ontología y sus tratados sobre la moral, pero a mí me gusta mucho el Kant esteta, el Kant de la «Crítica del juicio» o el del ensayo acerca de «Lo bello y lo sublime». Me gusta porque, además, Kant no deja de ser moralista nunca y ahí es donde se permite dejar la razón un poco (un poco) a un lado y meterse en los sentimientos. Piensa que Kant comparte época con todo el Romanticismo alemán, con el Sturm und Drang (en español, «tormenta e ímpetu», fue el movimiento literario precursor del Romanticismo alemán) de Goethe, Schiller y compañía… y sospecho que hay una parte de él que dice: «Bueno, cuidado, todo esto está muy bien… pero primero la razón» y otra parte que quiere participar de la fiesta y solo lo puede hacer con la estética. Kant construye todo su edificio filosófico sobre tres preguntas: «¿Qué puedo conocer?», que contesta en la famosa Crítica de la razón pura, «¿qué debo hacer?», que contesta en la Crítica de la razón práctica (y sobre todo en la bellísima Fundamentación de una metafísica de las costumbres) y «¿qué me cabe esperar?», que tiene un punto casi trágico y que trata tanto en la Crítica de la razón práctica (el subterfugio del Dios que recompensa y castiga) y en la Crítica del Juicio (la belleza). Bueno, todo eso estaba ahí y me apetecía vincularlo al ciclismo. Es un poco locura, pero es lo que hay (risas).

Cuando se mezcla literatura, pop y ciclismo, como tú has hecho en El chico que soñaba con ser Gianni Bugno, me parece inevitable preguntar sobre el espinoso tema del dopaje. ¿Consideras ético el uso de las drogas a la hora de escribir una obra literaria o una canción? ¿Deberían los escritores y los músicos someterse a tests de alcoholemia mientras escriben y componen? ¿Deberíamos quitarle un premio literario a un escritor si se descubre que escribió su obra bajo los efectos de estupefacientes? ¿Deberíamos retirarle un disco de oro a un músico por las mismas razones?

Establecemos reglas para entendernos entre nosotros. Las establecemos para todo y por supuesto para las competiciones. En este caso, el deporte tiene una serie de reglas sobre las sustancias que mejoran artificialmente el rendimiento. Es un debate complejo porque puede haber mil cosas «legales» que mejoren «artificialmente» tu rendimiento. Pero, en fin, hay un código y convendría seguirlo. Si no lo sigues, te quitan lo que has ganado. En la literatura o la música, lo que te piden básicamente es que lo que hagas sea tuyo. Si consigues un disco de platino plagiando a alguien o ganas el Planeta copiando el manuscrito de otra persona, no me escandalizaría que se retirase a posteriori.

¿Cuáles son tus próximos proyectos como escritor?

El verano pasado me fui dos semanas yo solo a Corralejo, en Fuerteventura, para escribir una novela sobre chicos que desaparecen y nadie sabe muy bien qué pasa con ellos. En principio, es una novela de misterio, pero supongo que en realidad es una novela sobre mí (risas). No sé si se publicará en algún momento, porque tengo otras dos novelas inéditas, así que vete a saber. También he dejado colgado durante esta pandemia un proyecto precioso con Manolo Rodríguez, guitarrista en los 80 con Joaquín Sabina, Antonio Vega, Luz Casal, incluso Emilio Aragón… y que tiene una vida como para contarla, desde luego.

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En el año en el que celebramos el vigesimoquinto aniversario del último Tour de Francia ganado por Induráin, es interesante sumergirnos en el último libro de Guillermo Ortiz. El autor nos recuerda las proezas del ciclista navarro con admiración. Después de todo, Induráin fue el primero de una serie de deportistas españoles que nos demostraron que nuestro país también puede ganar. Ser el número uno del mundo. Y todo esto, a pesar de que Guillermo Ortiz fue el chico que soñaba con ser Gianni Bugno, el ciclista italiano que quedó eclipsado por Miguel Induráin.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres