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Entrevista con Ignacio Burgos

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Bajar a Madrid desde Valdemoro de noche y entre semana siempre lleva consigo ciertos tintes épicos. Si, además, la cita tiene lugar en el emblemático barrio de Malasaña, la paleta se carga de tonalidades pop. Ignacio Burgos nos recibe en su casa pero tarda poco en proponernos salir a cenar. Es martes y hay poca gente en la calle. El cuadro ya está completo. Nos sumergimos de lleno en el mundo de la bohemia, tal vez inconscientes, como Alicia cayó por el agujero cuando seguía, curiosa, al conejo blanco que llegaba tarde a su cita. Épico. Pop. Bohemia. Inconscientes. Curiosos. Hemos penetrado en el mundo de Ignacio Burgos.

Ignacio Burgos nació en Madrid en 1968 pero pronto se mudó a Valdemoro. Allí pasó gran parte de su infancia, toda su adolescencia y los primeros años de su juventud. En Valdemoro comenzó su carrera como pintor y aquí tuvo uno de sus primeros estudios. Ignacio Burgos ha vivido en Berlín, en Nueva York, en París, en Casablanca y en El Cairo. Ha viajado por numerosos países y sus cuadros se han expuesto y vendido en galerías y museos de todo el mundo.

Han clasificado gran parte de su obra dentro del expresionismo figurativo. Admira a Velázquez, a Goya, a Ribera; le encantan los clásicos italianos, como Tiziano y Tintoretto; también Rubens y Rembrandt; también Leonardo. Dentro de las corrientes actuales, le gusta mucho la tendencia alemana. Siempre le han dicho que su obra parece alemana. En Alemania, sin embargo, le dicen que parece muy español.

En cuanto empezamos a cenar y hablar, Ignacio nos advierte que no le gusta hablar de sí mismo. Con su conversación, demuestra que el universo Burgos es enorme, que su bagaje artístico y vital es tremendo. Aunque haga falta interrumpirle para pedir aclaraciones o requerir alguna explicación más, se nota que todo, absolutamente todo, por inconexo que parezca, todo lo que dice está perfectamente conectado. A lo largo de su discurso, quedan muchísimos hilos sueltos, nombres de personas que ha conocido, atisbos de anécdotas divertidas. Me da la sensación de que, tirando de cualquiera de esos hilos, entraríamos en un país nuevo, en otro túnel más. Ahora me toca ser trivial y comenzar con la primera pregunta.

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¿Cómo empezaste a dedicarte al mundo de la pintura?

Desde pequeño yo me ponía a pintar. Me relajaba. Siempre se me dio bien. Desde bien joven diseñaba carteles y pósteres que me encargaban en el instituto. Los hacía con mi hermano mayor, Carlos, que también se le daba bien. De hecho, sigue dibujando. En aquella época, yo también pintaba cuadros para las amigas de mi madre… Cuando acabé la secundaria, yo no lo tenía tan claro. Estudiar Bellas Artes no me parecía serio. Me parecía muy fácil. Pensaba estudiar Veterinaria. Mi familia y mis amigos me convencieron para que me dedicara a la pintura. Durante la facultad, en los últimos años, apenas iba a clase. Me aburría. Mis profesores me decían que lo que yo tenía que hacer era pintar. Yo no paraba de pintar. Cuando se me acababan los materiales, me los regalaban. Ejercicios que mis compañeros tardaban en realizar yo los terminaba con facilidad…

El otro día me invitó a su casa un cliente de aquella época. Tenía como cuarenta cosas mías de cuando era joven. Increíble. Me emocioné mucho. Firmaba como Nacho Rodríguez Burgos, como Nacho… Eran cuadros verdaderamente hiperrealistas. Eran, más que nada, cuadros con zapatillas de deporte, con deportistas, casi como fotografías.

Al terminar la carrera te fuiste a Alemania.

En 1991 obtuve una beca para continuar mis estudios en la Hochschule der Künste (Escuela Superior de Arte) de Berlín, con Klaus Fussman. Era una escuela muy cara y me dieron una beca que pagaba la matrícula. Tuve mucha suerte. Justo antes de irme, gané dos premios de pintura, el de Arganda y el de Navales. Con ese dinero, ya podía irme. En el avión que me llevaba a Berlín por primera vez, me encontré con Manolo Escobar, al que ya conocía porque me había comprado varios cuadros. Iba a visitar a su suegro porque su mujer, Anita, era alemana. Me preguntó dónde iba y si conocía a alguien en Alemania, dentro del mundo del arte. Le conté que sí, que ya tenía algún contacto. En el avión, una conversación de Manolo Escobar no podía pasar inadvertida. En el mismo vuelo, viajaba una chica española que estaba casada con un alemán. Ella era periodista. Nos hicimos amigos de inmediato. Esa misma noche, le dijo a su madre que había conocido a un chico que iba a cambiar su vida. Nos cambió a los dos. Su marido me compró un cuadro. Se dio cuenta de que gustaba, así que me pidió más para ponerlos en su casa y venderlos a los amigos. Pronto pudimos abrir una galería. Fue una época muy buena. Su marido era la mano derecha de Leo Kirch, un magnate de la prensa. La verdad es que tengo suerte. Siempre caigo de pie. Me pasan muchas cosas como esta. En esos años, tenía galería en Berlín, en Munich, en Hamburgo.

Después de Alemania, comenzaste tu periplo por toda la geografía mundial.

Sí, pero, de alguna forma, creo que fue un error. Me tenía que haber quedado en Alemania. Allí ya me conocían. Tenía mi círculo y mis contactos. Había gente interesada en potenciar mi obra. Me pasó lo mismo cuando me fui de Nueva York. Mientras estaba allí, no paraba de vender cuadros. Pero, cuando te vas, la gente se olvida un poco de ti. Hay que estar. Cuando vuelvo a Alemania o a Estados Unidos no empiezo de cero pero mucha gente que me conocía y me compraba obra ya se ha retirado… Creo que fue un error irme tan pronto de los sitios. No se te presentan tantas oportunidades en las que un galerista de los buenos se interese por ti y te potencie. Eso sube mucho el precio de tus cuadros.

Supongo que yo he sido demasiado salvaje para tener un galerista que me lleve. Los buenos te exigen una serie de cosas que también tienen sus inconvenientes. Pero ahora que soy un poco más mayor y me he calmado un poco, me apetece que me lleven. Que hagan esa parte del trabajo que a veces es tan dura.

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Cuéntanos tu experiencia en París.

Me dieron otra beca. El Ministerio de Cultura francés me concedió una beca en la Cité Internationale des Arts (la Ciudad Internacional de las Artes en París). Es maravilloso. Está en pleno centro de París, a las orillas del Sena, un edificio moderno. Allí ofrecen residencia a artistas de todo el mundo durante dos años. La Ciudad Internacional de las Artes funciona gracias a que países de todo el mundo pagan estudios allí para sus artistas. España no participa en ese programa, así que fue el Gobierno francés el que me otorgó la beca.

Era un lugar muy especial en el que me querían mucho. Había pintores, actores, bailarines, todo tipo de artistas. Cuando vuelvo a París para alguna exposición, siempre me buscan un sitio en la residencia.

En Estados Unidos también pasaste una buena temporada.

Allí vivía muy bien. Tenía un estudio precioso. Ganaba mucho dinero. Aprendí mucho. Se aprende mucho con la gente. Con los viajes. En Estados Unidos, una vez más, tuve mucha suerte. Entré con buen pie. Me introdujo un amigo que llevaba una de las galerías con más solera de los Estados Unidos. La que había llevado a los grandes, a Picasso, por ejemplo. Tenía una de las bibliotecas privadas de arte más extensas que te puedas imaginar. Pude estudiar mucho allí porque, hasta que encontré casa, viví allí. Allí conocí a Frank Stella, a Rauschenberg…

Me fue bien y me fui a vivir a un apartamento en Manhattan y tuve un estudio en el barrio de Queens. Lo mejor de mi vida, Nueva York. Y Berlín. Nueva York y Berlín. Volví a Nueva York este verano y estaba todo muy caro. La ciudad ha cambiado mucho. El mundo ha cambiado mucho en los últimos veinte años. Todo.

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Has tenido muchos estudios en muchos lugares del mundo. Al lado de una granja en Casablanca, en Marruecos. En una casa mediterránea en Menorca. En un espacio diáfano en El Cairo. En una fábrica abandonada en Madrid.

Una vez más, he tenido mucha suerte. Ha habido mucha gente que me ha ayudado y me ha cedido lugares magníficos. He tenido como ochenta estudios y habré vivido en unas cien casas en toda mi vida. Me encantaría que se pudiera publicar un libro recopilando fotografías y textos sobre todos los estudios que he tenido y sobre todas las casas en las que he vivido. El que tengo ahora en Madrid es muy industrial. También se podría hacer un libro con fotos de las casas donde están mis cuadros. Hay cuadros míos en casas al lado de Picassos.

Hace poco estuve trabajando en Lubeck. Una ciudad medieval pequeña. Me alquilaron una casa medieval con horno de pan y todo. Pero no tenía internet. ¿Para qué quería yo un horno de pan medieval? Lo que yo quería era tener acceso a Facebook y a Google —reímos todos en la mesa—. Tuve que salir por todo el pueblo en busca de wifi. Un día me olvidé las llaves y se enteró toda la ciudad…

¿Dónde va a estar próximamente Ignacio Burgos? ¿Es un buen momento para el mundo del arte?

Llevo ya un tiempo aquí en Madrid y estoy muy a gusto. Tal vez porque casi no estoy —sonríe—. Este año he estado dos meses en total. No paro de viajar. Ahora tengo un par de exposiciones colectivas en Londres y otra individual. Además, debo ir a un acto benéfico en París, para conseguir fondos para montar escuelas en Camboya. Luego otra gala benéfica en Londres. Después, viene otra exposición en Miami y la que se puede ver ahora en Lubeck, en Alemania, que termina en enero.

Este año también he estado en Abu Dabi. En la isla privada del jeque, el primo del presidente de los Emiratos Árabes. Es amigo mío y me hizo un encargo para que pintara en la isla y en la casa del desierto. Es también una experiencia. El trabajo es estupendo aunque las medidas de seguridad son tremendas. Allí puedes encontrarte con personalidades de la historia reciente, que son invitados por los jeques.

De todas formas, no es un buen momento para vender arte. Ni en España ni fuera de España. Había una clase media que, en países como Alemania o Estados Unidos, era mucho más pudiente que aquí y que está desapareciendo. Era gente cultivada que compraba arte contemporáneo porque se interesaban y desarrollaban un gusto artístico. Ahora los ricos son más ricos, los pobres son más pobres. Hay ricos nuevos que tienen tanto dinero que pueden aspirar a comprar Goyas o Picassos en las subastas internacionales. Quieren una obra que sea como una marca, que tenga prestigio. El artista contemporáneo sale perjudicado con el cambio social.

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Eres muy joven y ya has logrado muchas cosas ¿Qué más te gustaría conseguir?

Prefiero no desear nada. Porque si deseas algo, luego te frustras. Prefiero vivir el día a día. Seguir pintando. Disfruto mucho pintando. A veces también lo paso mal, no creas. Cuando pintas y no te salen las cosas bien. Me gustaría tener más tiempo para pintar. Ya he hecho mucho. Siento que ya no tengo que demostrar nada. He pintado mucho. Puede que haya pintado dos mil cuadros. Creo que Picasso pintó unos cuatro mil.

La mayoría de los artistas, de los científicos, de los músicos, consiguen su apogeo intelectual a los 22 o 23 años. Esa es la obra de la que me siento más orgulloso. La que realicé cuando tenía esa edad. Recuerdo mi actividad febril de esos años. Ahora me gustaría volver a ese ritmo de trabajo. Pero es más difícil encontrar el tiempo. Lo mejor lo producimos cuando somos jóvenes. Yo he tenido etapas muy buenas en mi carrera. También he tenido horas bajas que reflejaban, normalmente, momentos complicados en mi vida. La gente que compra arte estudia mucho antes de comprar. He conocido a coleccionistas que han observado y me han comentado que han visto claramente mis etapas artísticas.

He estado pintando mucho últimamente y me gusta lo que está saliendo. Me gustaría mucho hacer escultura. En Inglaterra hice cosas muy bonitas en vidrio. He hecho fotografía. He publicado un libro de fotografía sobre la India. Me gusta mucho la fotografía pero hay fotógrafos muy buenos. Una vez me pagaron por hacer fotos para una boda. Era una boda de alto copete y me pusieron unas restricciones tremendas. No podía salir tal y cual persona. Al final, me pidieron que les devolviera el dinero y yo ya me lo había gastado. Pero esa es otra historia…

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Texto: Fernando Martín Pescador

Fotografía: Ncuadres