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Entrevista con Juan Carlos Rodríguez Búrdalo

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Muchas búsquedas de la vida se originan y comienzan con un encuentro. En el año 2012, después de haber estado viviendo cinco años en Nuevo México y a punto de volverme para España, conocí al profesor universitario Alfredo Rodríguez. Ya jubilado, me recibió en su casa de Albuquerque junto a su esposa, Lita Rodríguez. El motivo de mi visita era entrevistarlo para un artículo sobre el poeta Ángel González. Alfredo y Ángel habían sido grandísimos amigos. Fue un encuentro delicioso. Me enteré de que Alfredo había publicado también varias novelas. Supe que había nacido en Brooklyn, de padres españoles. Me contó que, a lo largo de su vida, había conocido a tres grandes poetas: trabajó junto al aragonés Ildefonso Manuel Gil en la Universidad de Rutgers, en Nueva Jersey, y llegaron a ser vecinos, comprándose, a la vez, una casa al lado de la otra; fue compañero de departamento del asturiano Ángel González, en la Universidad de Nuevo México, y fueron grandes amigos durante muchísimos años; y, por último, cuando le pregunté por sus propias novelas (una inédita, sobre Ramón J. Sender), Alfredo me dijo que el verdadero escritor en la familia Rodríguez era su primo hermano Juan Carlos Rodríguez Búrdalo, poeta y guardia civil, residente en Valdemoro. «A ese Rodríguez tienes que entrevistar y no a mí», me soltó Alfredo mientras me despedía de su esposa antes de salir de la casa.

Por eso, hoy, mientras Juan Carlos Rodríguez Búrdalo me regala su tiempo generosamente, mientras disfruto de su articulada conversación, yo me recreo en el final de mi búsqueda, en la búsqueda que comenzó el día que me encontré a Alfredo Rodríguez y me hizo saber de la existencia de su primo hermano. Frente a un café, hablamos de la obra poética y de la carrera profesional de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo.

Durante toda tu vida laboral has compaginado la poesía con tu trabajo como general de la Guardia Civil. ¿Dónde han confluido las dos actividades? ¿Se han enriquecido ambas al encontrarse dentro de la misma persona?

Antes de intentar una respuesta, creo necesaria una precisión. La poesía ha sido, es siempre compañera de vida, no solo en los últimos años como general de la Guardia Civil; por lo que he procurado, desde muy joven, compaginar lo mejor posible la profesión militar con la pasión por la poesía, tanto a nivel de lector como de escritor —guardo mis primeros versos de adolescente, y mi último libro es de hace dos años—. Así es que, conmigo, profesión y poesía han sido compañeras de piso. He procurado que se lleven bien, aunque la exigencia de dedicación extraordinaria propias del ejercicio de la profesión de guardia civil no le ha permitido a la poesía el tiempo que demandaba. Pese a que cada una de ellas, profesión y poesía, han tenido su propio discurrir, es cierto que ha existido un enriquecimiento mutuo. Y la confluencia más visible me parece que se produce en el libro De un oficio infinito, publicado en 1986, al obtener el Premio Adalid de Literatura Militar.

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No es el único premio que ha recibido tu poesía. Muchos de tus libros han sido publicados gracias a ganar prestigiosos galardones en Madrid, en Jaén, en Salamanca, en Castellón, en Dos Hermanas (Sevilla), en Torrevieja (Alicante) y en Alcalá de Henares. Se te Todos estos reconocimientos sitúan tu obra, sin lugar a duda, en un buen lugar dentro de la poesía contemporánea. ¿Qué intentas transmitir con tus poemas? ¿Cuáles son tus temas más recurrentes? ¿A quién van dirigidos?

¿Qué intento transmitir con mis versos? Pues verás, permíteme que preceda a mi respuesta un pensamiento de alto vuelo, escrito por el poeta Adolfo Alonso, al publicar, hace unos años, su libro Poemas del claustro. Dice Alonso: «El Hombre no concibe el universo, pues cuando mira el cielo de las noches, cuando las ve quebradas por luz incontenible en el espejo opaco de los dedos, no sabe qué decir, solo suspira y camina despacio; después cuenta sus cosas, reconoce la tierra que lo labra». La escritura de Adolfo Alonso, que tanto me impresionó, me viene al pelo para decir que entiendo mi poesía como búsqueda para explicar lo inexplicable de este ser transitivo que es el hombre, criatura para pasar, ser temporal que busca en la belleza redención de ese destino inexorable. En el camino, heridos por la luz que deslumbró momentos memorables, el equipaje que nos acompaña durante el viaje: los olvidos perdonados y rescatados en el poema.

Y ¿a través de qué temas? No me parece descubrir nada nuevo si digo que en la obra de todos los poetas suelen aparecer la infancia y juventud o su recuerdo; el amor y el desamor; la soledad; el paso del tiempo; en fin, la muerte. Lo que diferencia a los poetas en su escritura es la personalidad de cada uno en la manera de abordar estos temas, en la forma de acercarse a ellos y expresarlos. Por lo que a mí respecta, desde la conciencia del misterio que el hecho poético encierra, solo se me alcanza que determinados estados de ánimo, sensaciones, situaciones, recuerdos… me provocan la necesidad de la escritura poética. En 1999, ya publicados mis primeros siete libros de versos, aparece en la editorial Calambur, de Madrid, En el dócil fulgor de las palabras, una antología de mi obra hasta ese momento. El profesor y crítico literario Lama Hernández escribe para encabezarla un extenso estudio con este título: «La poesía de Juan Carlos Rodríguez Búrdalo: Razón de vida», texto con el que no puedo estar más de acuerdo.

Y, si mi poesía es razón de vida, la contemplación sobre el mundo y sus elementos, la infancia y juventud rememoradas, el amor y el desamor, y la reflexión sobre el tiempo y la muerte son algunos de los lugares sobre los que mi poesía vuelve una y otra vez en las diferentes muestras poéticas. Hoy, al cabo de veinte libros de versos, quienes tienen la amabilidad de ocuparse y escribir sobre ellos coinciden en señalarme poeta elegíaco, metido en soledad y con piso de alquiler en la memoria. El profesor Lama Hernández finalizaba el estudio sobre mi poesía con estas palabras: «Pero cualquier recuento de los temas frecuentados por el poeta a lo largo de sus libros acabará en la constatación de la insistencia en uno de ellos, bajo cuyo prisma se observan todos los demás: el tiempo. Poéticamente, podríamos añadir, el tiempo machadiano».

Y ¿a quién van dirigidos mis poemas? Creo poder afirmar que hago poesía a través de mi experiencia, de la memoria de mi experiencia y de la imaginación de lo que pudo ser experiencia. Las razones son casi siempre oscuras respuestas al hermoso accidente que es vivir. Obviamente, material y herramienta es la palabra. Con otros coincido en estimar la escritura poética como ejercicio de salvación personal, con uno mismo como destinatario primero, y creación de tránsito y comunicación a los demás.

En poesía, todo lo que no es autobiografía es plagio, nos dejó advertido el clásico. La Editora Regional Extremeña publicó hace pocos años una antología del poeta portugués Fernando Pinto do Amaral con el título Exactamente mi vida; nuestro José Hierro tituló uno de sus libros más importantes Cuanto sé de mí; con el poeta mallorquín José Carlos Llop, debo abundar en el asunto advirtiendo que no entiendo la poesía sin biografía, de manera que mis poemas no son sino fragmentos de vida y mis libros sucesivas entregas autobiográficas. Como él, pretendo con mis poemas decir mi vida y que sea verdad.

La poesía como íntima bitácora del viaje que es la vida. La poesía como última tabla de salvación. Pero, además del obvio intimismo, muchos poetas deciden también compartir y difundir la poesía contemporánea con el resto de la comunidad. Así, a finales del siglo pasado, durante ocho años dirigiste las aulas de poesía «José Luis Sampedro», del Ayuntamiento de Aranjuez, y «Pedro Antonio de Alarcón», del Ayuntamiento de Valdemoro. Me consta que invitaste a poetas de primera línea, que se acercaron a la localidad y los valdemoreños pudieron conocerlos en persona. Háblanos un poco de esa experiencia y cuéntanos tus impresiones al respecto.

Ciertamente, el 16 de noviembre de 1999, ante los entonces alcalde y concejala de Cultura de Valdemoro, echaba a andar el Aula Pedro Antonio de Alarcón, acto y proyecto del que alguna prensa nacional se hizo eco. De las diferentes modalidades para difundir la poesía elegí la de aula porque me pareció la más completa. Precedida de suficiente información sobre la bibliografía del poeta invitado —los colegios de Enseñanza Secundaria, entre los destinatarios—, cada sesión se desarrollaba a través de tres espacios o secuencias: en el primero, el director del aula presentaba a los asistentes las claves de la obra del poeta visitante, siempre con más de cinco libros publicados y personalidad reconocida en el mundo de las letras. A continuación, el poeta visitante leía una selección de su obra y, finalmente, se abría un coloquio entre poeta y asistentes.

Bajo esta fórmula, leyeron sus versos en Valdemoro, entre otros, poetas como Luis López Anglada, Ángel García López, Rafael Morales, Rafael Guillén… todos ellos galardonados con el Premio Nacional de Poesía. Cito aparte a Leopoldo de Luis, que además de Premio Nacional había sido reconocido con el Premio de Las Letras Españolas. Si miramos cuántas ciudades con la población de Valdemoro contaban o cuentan con un aula de poesía de ámbito nacional, creo que se cuentan con los dedos de una mano; si repasamos la calidad de la nómina de poetas que intervinieron en ella, tal vez nos sorprenda comprobar que Valdemoro es caso singular.

Pero el tiempo no perdona y hoy, de aquellos grandes poetas de la segunda mitad del siglo XX, solo vive Ángel García López. También falleció nuestro gran pintor Juan Prado, asistente incondicional y activo participante en los coloquios de las sesiones del Aula.

Fue aquella una experiencia hermosa dirigida a todos los valdemoreños, muy especialmente a los que aman la literatura; a quienes un rato de lectura supone un regalo para el espíritu; a los jóvenes estudiantes que empiezan a sentir pasión por la escritura, la turbación del verso; a esos maestros y profesores que saben encender en sus alumnos el fuego del arte, la siembra más provechosa para el crecimiento enriquecido de su personalidad.

Escribió el poeta Wordsworth: «Aunque pase la época de gloria y el esplendor en la hierba se marchite, no te aflijas, porque la belleza subsiste en el recuerdo».

¿Crees que la poesía tiene la suficiente presencia en nuestra sociedad? ¿Crees que debería estar más presente? ¿Crees que la poesía puede mejorar la vida de la mayoría de las personas? ¿Crees que la poesía podría mejorar el mundo en el que vivimos?

Se ha dicho y escrito muchas veces que la poesía es un género minoritario, pese a estar muy ligado al sentimiento (de hecho, una corriente de la célebre «poesía de la experiencia» es conocida como «la otra sentimentalidad»), muy valorado en cuanto género literario por excelencia, sublimación de la palabra, etc. etc., pero con pocos lectores si la comparamos con la novela, el ensayo, la narrativa en general, ¿por qué? Quizás por un exceso de hermetismo en la poesía de casi todo el siglo XX (dadaísmo, surrealismo…) Pero a mi juicio, ciertamente hoy su presencia e influencia es escasa en la sociedad lectora. Y sí, pienso que debiera estar más presente. Son muchas las personas que, tras asistir a una lectura de buena poesía, se confiesan complacidas, incluso hablan de descubrimiento y deseos de leer o escuchar poesía. En otro tiempo se escribió que la voz de los poetas movía el mundo, es claro que hoy no. Ojalá se cumpla el pronóstico de Gabriel Celaya acerca de la poesía como arma cargada de futuro. Tal vez hoy, en nuestros modos de vida, Celaya lo diría de otra forma: «La poesía es un magnífico vehículo para llegar al futuro».

Siento curiosidad sobre tu método de trabajo. ¿Cómo escribe sus poemas el poeta Juan Carlos Rodríguez Búrdalo? ¿Cómo nacen las ideas para tus poemas? ¿Con qué frecuencia trabajas sobre ellos? ¿Cuándo decides que un poema está listo para ser publicado?

Como testigo interesado en cuanto me rodea, trato de llevar al poema lo que sucede en mi cercanía y me pide expresión poética, ya sea en el momento ya sea, más tarde, recuperado a través de la memoria. Determinados estados de ánimo, una palabra escuchada en el metro que me aviva sensaciones, un recuerdo de infancia o juventud, una lluvia inesperada… Creo poder afirmar que hago poesía a través de mi experiencia, de la memoria de mi experiencia y de la imaginación de lo que pudo ser experiencia.

En ocasiones he pretendido indagar nuevas formas expresivas y estróficas, moverme entre la filosofía y la poesía mediante textos de intensa concentración conceptual: poemas breves en el decir y largos en el meditar. En otras, mi poesía se ha manifestado de manera más hímnica, expresión gozosa o jubilar de algo, gozo de sentir, de experimentar sensaciones de la belleza o el arte.

No soy escritor metódico, más bien intuitivo. No acostumbro a dedicar un tiempo diario a la escritura, aunque debiera. Solo cuando escribo para un libro de unidad temática (De un oficio infinito, por ejemplo) he sido disciplinado en este sentido. En cambio, sí que soy muy exigente con el visto bueno final del poema, mucho más de un libro; leo, releo, corrijo, tacho, rompo… antes de guardar el poema en la carpeta de definitivos. Y, a pesar de ello, cuando he retomado algunos textos luego de unos años, para una antología, por ejemplo, vuelvo a corregir puntuaciones sobre todo y, en ocasiones, pocas, algún adjetivo o adverbio. Sí, me reconozco perfeccionista.

¿Consideras que estás en un buen momento poético? Háblanos de tus próximos proyectos.

Desde el punto de vista creativo, no es el mejor momento; hace algún tiempo que repaso mis dos libros inéditos, corrijo, pulo versos que me parece que lo requieren, etc. Eso no quita que, si aparece un motivo inspirador, escriba algunos versos que guardo para poemas futuros. Según lo anterior, el proyecto a corto plazo sería la publicación de mis dos libros inéditos, Nieve cautiva (Poemas en Nueva York) y Señales en la luz. Mientras llega, leo bastante; ahora estoy con la Poesía Completa de Antonio Colinas y repaso nuevamente a Claudio Rodríguez.

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Juan Carlos me cuenta que, el año pasado, estuvo una semana en Albuquerque, Nuevo México, visitando a su primo hermano. Debido a su delicada salud, Alfredo lleva cuatro años sin venir a España en el verano. A él y a Lita, su esposa, les gustaba venir a Tabernas, en Almería, todos los años. Esta entrevista, que cierra el círculo, va para ellos.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres