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Entrevista con Julián Villar

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Puedo distinguir una fuerza creativa a una legua de distancia. La huelo mejor que los lobos huelen el miedo. He seguido las huellas de esos semidioses, de las personas que se dedican a crear, durante muchos años. He leído sus libros, he visto sus cuadros, he escuchado sus canciones, he disfrutado sus películas. Me he dejado seducir por ellos. Me han hecho sentir. Emocionarme. Llorar. Reír. Estar triste.

Los que me conocen saben, también, que me fascina el mundo de la educación. Esa faceta del hombre en la que nos dedicamos a pasar el control y el secreto del fuego a la siguiente generación. Nos diferenciamos del resto de los animales no porque sepamos aprender. Todos los animales aprenden. Nos diferenciamos del resto de los animales porque sabemos enseñar. Traspasar conocimientos y habilidades. Un chimpancé logrará ir en bicicleta para su número de circo, pero nunca sabría enseñar a otro chimpancé a subirse siquiera a un triciclo.

A lo largo de los últimos quince años, me he ido encontrando con mucha gente en Valdemoro que había sido tocada por la sabiduría y la simpatía de un profesor de fotografía. Un tal Julián. Se apuntaban a sus cursos de fotografía y ya no eran los mismos. Que los helenófilos me perdonen el juego de palabras, pero, en Valdemoro, cuando se hablaba de «fotos», Julián era la luz.

Hace tres años, Julián y yo comenzamos a trabajar juntos para La revista de Valdemoro. No era el primer proyecto en el que lo hacíamos. Pero era el primer proyecto serio en el que trabajábamos juntos. Durante este tiempo, mientras yo divagaba en la introducción de mis entrevistas para intentar captar la esencia del entrevistado, Julián llegaba con su cámara y hacía un trabajo mucho mejor con dos o tres imágenes del protagonista bien capturadas. No solo nos regalaba con fotografías estupendas para la revista. Además, yo iba descubriendo, con cada una de las entrevistas, que los tentáculos de Julián llegaban mucho más lejos. La mayoría de los entrevistados conocían a Julián porque él mismo o alguno de sus alumnos de fotografía habían hecho, por poner un ejemplo, las fotos para la portada del disco recién publicado.

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La cosa empeora: Julián no es solo un pedazo de artista. No solo es un profesor que ha inspirado a muchos valdemoreños. Es un gran compañero. Busca siempre el lado positivo de las cosas y, hasta después de soltar tu idea más insensata, te muestra una sonrisa aprobatoria, como diciéndote: «¿Te sientes bien después de haber dicho tamaña tontería? Pues me alegro por ti».

Durante nuestra entrevista, una llamada en su teléfono interrumpirá nuestra conversación. Habrá algunos que puedan decir: «Ahí lo tienes, Fernando. Julián no es perfecto. No ha apagado el teléfono durante la entrevista y eso es una falta de educación». Nada más lejos. Cuando suena su móvil, descubro que Julián tiene como melodía de llamada Blister in the Sun, la canción que comenzaba el primer disco de mi grupo de música favorito, los Violent Femmes. En estos momentos, Julián es, para mí, una fuerza creativa imparable. Un tren del lejano oeste atravesando el desierto de Nuevo México a toda máquina.

Háblanos de tu infancia.

Nací en Madrid, en la Carretera de la Playa, para aquellos que dicen que en Madrid no hay mar. Yo me acuerdo muy poco, pero, hasta los diez años, fuimos una familia muy nómada. Mis padres tenían un piso que habían alquilado, pero, cuando quisieron mudarse allí, no pudieron hacerlo. No había manera de echar a los inquilinos. Eran una especie de okupas de la época. Bueno, eran, más bien, como una secta. Cuando conseguimos recuperar el piso, tenían todas las ventanas apuntaladas con clavos y habían hecho hogueras en el centro de las habitaciones. Una cosa muy rara. Mientras, mis padres tuvieron que vivir de alquiler por varios lugares de Madrid. Viví en un montón de sitios, pero yo era muy pequeño. Sí me acuerdo de que pasaba mucho tiempo con mis abuelos, que vivían muy cerca de El Retiro. Recuerdo muchos paseos con mi abuelo por El Retiro, que, a lo mejor no fueron tantos, pero a mí me parecían muchos. Que luego, cuando hablo con mi madre, me dice que no eran tantas temporadas las que pasé con mis abuelos. Pero la memoria tiene ángulos extraños. A mí, esos paseos me llenaban.

¿Cómo llegasteis a Valdemoro?

Mi padre trabajaba en la Talbot, en Villaverde. En esos momentos, vivíamos en Moratalaz. Y el barrio se estaba volviendo un tanto peligroso. Ya me habían pegado algún perdigonazo y me habían robado un par de veces. Mis padres nos querían cambiar de ambiente. Un día, a mis padres se les antojó ir a comerse unas fresas a Aranjuez. A la vuelta, pasando por Valdemoro, vieron los pisos al lado de la carretera de Andalucía y mi padre pensó que estaban más cerca del trabajo que desde donde vivíamos en Moratalaz. Y les pareció bien Valdemoro. Se bajaron a ver los pisos que se veían desde la carretera y ese mismo día dejaron diez mil pesetas como señal para la compra de dos pisos. Éramos familia numerosa y en uno no cabíamos.

El primer día que vine a ver el piso con mis padres, vinimos con mi primo. Salimos mi hermano, mi primo y yo a dar un paseo por Valdemoro. En nuestro paseo, nos topamos con dos chavales de aquí. Pronto descubrimos que estaban muy asilvestrados. Nosotros íbamos por una acera. Ellos por otra. Hace cuarenta años, en Valdemoro había muy poca gente, con lo que, en cuanto venía un foráneo, lo provocaban. Entonces nos preguntaron desde la otra acera: «Oye, ¿de dónde sois?». «Somos de Madrid», les dijimos. «¡Ah, de Madrid!», respondieron. Cruzaron la acera y empezaron a darnos de sopapos por todos los lados. Cuando empezó el colegio, me encontré en clase con uno de esos dos chicos y nos hicimos muy buenos amigos. Hoy en día, seguimos siendo buenos amigos. De hecho, es el director y, sobre todo, compañero de esta aventura mediática que se llama La revista de Valdemoro. José Manuel se convirtió en mi primera anécdota, en mi primer conocido y en mi primer amigo de Valdemoro. No fue un caso aislado. En clase, también me zurró otro chico y luego también se convirtió en un gran amigo. Luego, cuando ya estaba asentado en Valdemoro, me pasó a mí. Los que venían de fuera llamaban muchísimo la atención y decíamos: «Este no es de Valdemoro. Vamos a por él». Aquí los chavales eran un poco brutos, pero no eran peligrosos como era el caso del campo de juego que los chicos de Moratalaz compartíamos con los de Vallecas. En Valdemoro, las peleas eran un juego. En Moratalaz había más mala uva.

Ahora lo puedo entender mejor porque, tras unos años en Valdemoro, me hice tan bruto como todos los demás (Julián sonríe). En Madrid me daban bastante libertad, otra me la tomaba yo. Recuerdo que una de las primeras broncas que me cayó de mis padres fue porque me pillaron yendo hasta la Puerta del Sol en bicicleta desde Moratalaz. Y, aún así, nunca había tenido la libertad que tuve en Valdemoro. Aquí, para un niño había toda la libertad del mundo. Ibas, venías, hacías tu vida y tus padres no se preocupaban.

¿Cuándo comenzaste a interesarte por la fotografía?

Yo empecé muy tarde con la fotografía. No terminé bachillerato. Primero me puse a trabajar en el polígono, en Miles Martin, que luego fue comprada por la Bayern. Trabajaba como manipulador. Más tarde, mi padre montó una granja de conejos y aquello me gustó. Y me dediqué a los conejos. Lo que pasa es que vino una enfermedad y se llevó a todos los conejos al otro barrio. Y ahora ¿qué hago?, me dije. Fue en ese momento cuando me apunté a fotografía en la UPV. Entonces no era como ahora. Mirar cosas de fotografía era irte a la biblioteca y buscar allí libros. No había Internet. Costaba un montón. Yo tenía esa motivación. Me gustaba un montón la fotografía y me informaba. Y yo veía que había cosas que no me habían explicado en las clases.

Me fui a Madrid a estudiar fotografía en una academia privada. Allí estuve otros dos años. Me costaba la vida porque trabajaba hasta las nueve o las diez y me iba corriendo a la academia a estudiar en periodo nocturno. Tras año y medio en la academia, tuve la suerte de conocer al que considero mi maestro, Carlos Molyneaux. Él me enseñó todo lo que sé de fotografía. Vino a dar un taller de cómo iluminar metales y cristales. Éramos tres amiguetes que en aquella época nos juntábamos más, estábamos más interesados en la fotografía dentro del grupo de la escuela y, tras el taller que dio, le pedimos que se viniera a tomar una cerveza con nosotros. Lo embaucamos para que nos diera clases particulares. Era un apasionado de la fotografía, con lo cual no era el dinero lo que le movía. Generalmente a los artistas no los mueve el dinero. Los mueven otras cosas. Vio nuestro interés y aceptó darnos esas clases particulares a un precio más que módico. Nos preparó unos cursos en los que incluyó iluminación, cámara de gran formato, flujo del trabajo… Eran unos cursitos muy especializados donde nos explicaba específicamente los trucos de la fotografía. Fueron tres o cuarto cursos con él y ahí es donde aprendí fotografía. Mi amistad con Carlos Molyneaux no se ha interrumpido desde entonces. Así que, siempre lo he tenido como punto de referencia, siempre ha estado ahí para opinar sobre mi obra. Luego, él dejó la fotografía, se compró un molino perdido de la mano de Dios, en Ávila, y allí vive. Creo que él fue el primero que me dijo que el dinero viene y va. Y que lo importante es saber vivir con el dinero que uno tiene. Los que nos conocen a los dos dicen que nos parecemos mucho, que tenemos muchas cosas en común.

Una vez acabo los cursos con Moly me doy cuenta de que es más interesante apuntarme a cursos específicos con fotógrafos reconocidos en lugar de estar en una academia. He hecho cursos con fotógrafos españoles de prestigio como Juan Aldabaldetrecu, Luis Malibrán, Ouka Leele y, gracias a PHotoESPAÑA, con fotógrafos internacionales como Miles Aldridge, Paolo Roversi, Jamie Isaia, Eugenio Recuenco… Me queda pendiente Javier Vallhonrat. Me encantaría acudir a uno de sus talleres, pero aún no he tenido la oportunidad.

¿Cómo comenzaste a trabajar como fotógrafo?

Empecé llamando a muchas puertas. Empecé con una cartera en la mano. Iba a los pueblos, pedía listados de empresas en los ayuntamientos, entonces no había Internet, examinaba esos listados y hacía una selección de empresas que yo creía necesitarían a un fotógrafo. Pronto aprendí que vivir de la fotografía era dificilísimo, pero que ganarte unos dinerillos, un extra, con la fotografía era facilísimo. Tú vas a un polígono, llamas a la puerta de una empresa y sabes seguro que necesitan fotografías. No sabes si ya se las ha hecho alguien. No sabes si te las podrán pagar. Pero estás seguro de que las necesitan.

Cuando comencé, no tenía un sector industrial concreto. Empecé a ir por los pueblos de alrededor: Fuenlabrada, Aranjuez, Leganés, Getafe… Hacía de todo, pero, poco a poco, me fui especializando un poco más en la moda. No es que la moda me interese en especial, pero la moda te da una libertad en la fotografía que no te dan otros sectores. En publicidad, tú estás muy encasillado y dependes de una agencia. En la moda estás un poco más libre. Y me gustaba esa libertad. Otra cosa que tenía clara es que me gustaba estar con gente. He hecho muchos catálogos de productos yo solo en el estudio, pero me encanta estar en contacto con la gente. Y me encanta fotografiar gente. Y, un poco más adelante, me encasillé en ese mundo de la moda. Pero he hecho de todo: herramientas de trabajo, comida de animales, comida mexicana… Es gracioso ir a un supermercado y ver las fotos de algunos productos y saber que son tus fotos. Yo tenía un perro y, cuando iba al veterinario, me encontraba con los pósters de comida de perros que había fotografiado el mes anterior…

En Madrid, empecé a ir a empresas de moda pequeñitas. Llamas a la puerta y te ofreces de fotógrafo. Enseñas tu porfolio. Hay veces que están contentos con el fotógrafo que tienen. Otras veces quieren probar a uno nuevo. Y así conocí al que considero fue, hasta ahora, mi mejor cliente. No por el dinero, que gané dinero, sino por la libertad que me dio. Me encantaba porque estaba tan emocionado con el proyecto como yo. Hasta tal punto que decidió hacer una campaña en el metro. Y eso sí que mola. Ver tu foto de seis por cuatro en el metro al lado de los anuncios de las grandes multinacionales. Eso sí que mola. La empresa se llamaba Artenovia y hacía trajes de novia. Era una empresa de Carabanchel de toda la vida, que ya cerró. El dueño se jubiló y se cerró el negocio. Estuvimos haciendo catálogos durante cuatro años.

Hay que entender que una campaña publicitaria en el metro solo se la pueden permitir las grandes multinacionales. Pero a él se le antojó. Solamente la impresión de la foto costaba mil doscientos euros. Y el metro tiene una política: si se rompe el cartel, lo quitan y ponen otra foto. Pero, si no hay más fotos, pasan a la siguiente campaña. Y pierdes tu dinero. Así que te piden cuatro fotos para que, si se van rompiendo, las puedan ir cambiando. Cuando queda una, te avisan para que lleves más, porque, si no, te quedas sin campaña. Nosotros solo hicimos dos copias de la foto. ¿Y qué hacíamos? Yo iba todos los días al andén donde habían puesto la foto para ver si estaba bien. Si se había despegado un poco, intentaba pegarla de nuevo… Yo estaba encantado. En navidades, venían mis primos de Madrid a cenar y me decían que habían visto algunas de mis fotos por las calles. Me hacía ilusión. Además, a mí me gusta la foto en todos los momentos del proceso. Desde que se toma, hasta que se imprime y, luego, se instala.

¿Cómo conseguiste trabajar para el Ayuntamiento de Valdemoro?

A través de un amigo, me enteré de que en El Semanal habían anunciado que el Ayuntamiento buscaba a alguien para dar las clases de fotografía en la Universidad Popular. Yo pensé que no valía para dar clases. Pero, casualidades de la vida, ese mismo día o al día siguiente, me encontré a Molyneaux. Y me dijo: «Tío, te va a llenar. Te va a llenar muchísimo dar clases. Te va a encantar. Es más, vas a aprender muchísimo porque vas a estar al día. La fotografía, como muchos otros oficios, tiene muchas cosas que, si no las utilizas, se te olvidan. Pero, al estar contándolo en las clases, lo vas a tener siempre ahí». Y le hice caso. Me presenté en el Ayuntamiento y, curiosamente, nada más llegar, me dicen que les dé un currículum. Yo ya llevaba un tiempo trabajando como fotógrafo, pero jamás había hecho un currículum. Claro, el currículum de un fotógrafo es su obra. Resultó ser el primer currículum y el único que he usado en mi vida. Estábamos cuatro o cinco candidatos para el puesto de trabajo y me consta que me ayudó el ser de Valdemoro. Creo que mi currículum era bueno pero, sobre todo, les gustó que fuera de Valdemoro.

Conseguí el trabajo y entré en un aula muy pequeñita donde estaba todo muy desestructurado. Los alumnos me dijeron: «Hasta ahora, nosotros veníamos aquí. Si había luz arriba, subíamos. De lo contrario, nos volvíamos para casa». Yo entré con muchísimas ganas y me puse a dar clases. Tenía muy pocos grupos y muy poca gente. Pero, en muy poco tiempo, me vi desbordado. A los tres años, ya andaba por los cien alumnos y todos los grupos cubiertos. La fotografía es una afición que gusta a mucha gente. Y ahora, con la digital, más.

Llegó la crisis y me dijeron que tenía que reducir grupos. Cada vez tenía más alumnos y me pedían que redujera grupos. Tenía cien alumnos en las clases, otros cien en lista de espera y querían que redujéramos las clases de prácticas y pusiéramos más clases de teoría, porque así cabían más sillas. Para mí, aquello era inviable y, al final, decidí irme por mi cuenta. Todos los alumnos se vinieron conmigo porque aquello lo cerraban. Y así nació la Asociación Ncuadres. Creo que fue lo mejor para todos. Para el Ayuntamiento, para los alumnos y para mí. De hecho, estoy muy agradecido al Ayuntamiento por los diez años que estuve allí. Conocí a mucha gente e hice grandes amigos, que aún conservo. Siempre que necesito alguna cuestión relacionada con el Ayuntamiento a la hora de hacer fotos para La revista de Valdemoro, siempre me tratan muy bien.

¿Qué tal tu experiencia como autónomo? ¿Cómo funcionó la escuela de fotografía que creaste?

Me ha ido muy bien. Estoy contento. Al principio, monté una escuela, tal vez con demasiada ambición. Con muchos espacios. Un local grande. Empezaba a venir gente de fuera de Valdemoro. Venían de Madrid, de Leganés, Fuenlabrada, de la zona de Rivas… Pero ¿qué pasó? Primero, que no soy empresario, ni quiero serlo.  Yo lo que quiero es ser fotógrafo. Eso es lo que me encanta. La gestión podía conmigo. Por eso, decidí venirme a este nuevo local. Es otro concepto. Es un lugar más pequeño. Con menos gastos y más cómodo. Este espacio tiene más luz y me sirve tanto para dar clases como de estudio. Incluso se puede alquilar para rodajes. Casualmente, en este estudio, antes de que yo lo alquilara, se filmó uno de los primeros vídeos de Melendi. Javier Vallhonrat, uno de nuestros fotógrafos más internacionales, también hizo un catálogo en este estudio.

Te has creado una gran reputación como profesor de fotografía.

Me encanta la fotografía y me gusta mucho enseñar. Aprendo yo más de mis alumnos que ellos de mí. Estoy todo el día hablando de fotografía. Cuando trabajaba de fotógrafo, quería compartir con mis amigos o mi familia lo que había conseguido con tal o cual encargo y era consciente de que no podía hablar mucho del tema con ellos. No quería aburrirlos. Me temía que no iban a entender de lo que hablaba. Ahora puedo estar hablando todo el día de fotografía y sé que lo hago con gente que comparte mi pasión y sabe de lo que estoy hablando. Me encanta compartir los entresijos de un trabajo que he podido hacer y saber que los alumnos lo entienden y lo valoran. La fotografía, aunque yo no me considere un artista, es una de las artes peor valoradas. Cualquiera hace una foto. Coges una cámara y haces clic. Pero detrás de un clic, detrás de una foto, hay muchísimo más. Una buena foto puede llevarte más tiempo que pintar un cuadro. Y eso no lo valora la gente.

Cuando enseño fotografía, intento enseñarles a hacer fotos. Pero, sobre todo, lucho para que tengan una cultura visual. Les enseño a valorar una buena fotografía. Se aprende antes a manejar una cámara que a aprender a ver. Aprender a ver te lleva una vida. Yo me sigo sorprendiendo por lo que hace la luz en determinados momentos.

Decías que no te consideras un artista.

Creo que muchos fotógrafos, mucho mejores que yo, son artistas. Pero lo mío ha sido pico y pala. Yo me considero un currante de la fotografía. Un trabajador de la imagen. Ha habido gente, aquí en Valdemoro, que me ha dicho que siempre me había considerado un artista. Pero yo nunca he tenido esa percepción de mí mismo.

Has vivido de lleno la transición de la fotografía analógica a la fotografía digital.

En la otra escuela, tenía colgadas en la pared unas fotos de Kaulak, fotógrafo de aquí de Valdemoro a comienzos del siglo XX, y eran mejores de las que conseguimos ahora. La fotografía ha ido un poco en declive. Hoy en día se hace muchísima cantidad de fotografía, pero la calidad no es tan buena. En la actualidad es más barato porque no tienes que pagar cada vez que compras un carrete de fotos o lo llevas a revelar.

Mi fotografía es más analógica. Las nuevas tecnologías pueden ayudar, pero, muchas veces, estropean la foto. Una imagen debe ser buena de por sí. Sin meterle efectos o filtros. Apenas uso el PhotoShop.

Has fotografiado a gente famosa.

Antes era muy complicado. Ahora es mucho más fácil. Gracias a Internet, puedes acceder a páginas web donde fotógrafos, maquilladores y artistas se encuentran para colaborar. Antes, tenías que enterarte dónde había un casting y acudir allí. En la fila, te acercabas a gente con tu porfolio y les proponías colaboraciones. Intercambiabas allí mismo el teléfono. En estas colas, conocí a bastante gente que, luego, se ha hecho famosa.

De todas esas personas, llevé a trabar muy buena amistad con el futbolista Fernando Morientes. Empecé a trabajar primero con su familia. Luego, lo conocí a él y, curiosamente, su contrato con el Real Madrid no incluía derechos de imagen. Así que, les hice muchas fotos a él y a su mujer. Pasábamos tanto tiempo juntos por el tema de las fotos que nos hicimos muy amigos. Ahora viven en Valencia y cuando voy a visitarlos me tratan como si fuera de la familia. Tuvo su gracia porque el primer día que fui a hacerles fotos a su casa en Mirasierra me recibieron con un catering. Ahí estaba yo, que, cuando me pongo a trabajar, me pongo a trabajar. Y ahí estaban los camareros del catering que cada tres minutos se acercaban a mi equipo y a mí con la bandeja para ofrecernos comida. Yo pidiéndoles que no me molestaran y ellos diciendo que tenían que ofrecerme comida porque los habían contratado para ello.

Visitaste la casa de Gran Hermano.

Sí. Aquí en el polígono hay una fábrica de colchones, Polival, y compraron allí los colchones para Gran Hermano. Yo creo que ese año habían pensado incluso vender esos colchones. Tuve que ir allí y hacer las fotos de los colchones dentro de la casa de Gran Hermano. Era impresionante. Allí está todo cubierto con cristales opacos para poder filmar todo lo que ocurre en la casa.

Luego, cuando volví a Valdemoro, fui contando que iba a entrar en la casa de Gran Hermano. Me inventé una película y luego enseñaba alguna de las fotos que había hecho para hacer creer que era verdad.

También has hecho fotos para campañas políticas.

Sí, pero siempre para la política local de Valdemoro. Empecé hace años haciendo fotos para la campaña del PSOE. En las últimas municipales hice la campaña de Ciudadanos y la del Proyecto TUD.

Me gustaría que nos hablaras de tu trabajo en La revista de Valdemoro.

Como he dicho, José Manuel López el director de la revista, era uno de mis mejores amigos.  Cuando dejamos el colegio, nos veíamos menos. José Manuel tuvo un pub en Valdemoro, pero yo era muy punki y Valdemoro era muy «guardia civil». Entonces yo hacía más vida en Pinto o en Madrid. Igual estuvimos quince o veinte años sin vernos. Nos veíamos muy de tanto en cuanto. Un día nos encontramos por la calle. Y él me dice: «Julián, quiero hablar contigo porque tengo un proyecto». Y yo soy un pisacharcos. A mí me enseñan un charco y yo tengo que pisarlo. Me proponen algo y me lanzo. Me junto con Jose, me cuenta el proyecto y me encanta. Y no pensaba tanto en mí como en mis alumnos. Mis alumnos van a tener la oportunidad de ver todo el trabajo, desde que surge la idea hasta que se ve impresa. Les va a encantar, pensé. Luego, lo que pasa es que es eso: lleva mucho tiempo. Mis alumnos tienen sus trabajos, sus familias, con lo que no tienen todo el tiempo para hacer ese seguimiento. Hay que estar disponible el día y a la hora que te dicen los entrevistados. Y eso mis alumnos no pueden hacerlo con tanta facilidad. Al final, caen sobre mis espaldas casi todos los reportajes. Pero, también, porque me gusta. Le dedico una o dos semanas al mes y lo puedo compaginar.

Cuando José Manuel y yo nos juntamos, me propuso hacer la portada y el reportaje principal. Pero me gustó tanto el proyecto que le dije que me ocuparía de toda la revista. Y me ha dado muchísimas satisfacciones. He conocido a gente muy interesante. Me encanta que haya tanta gente que vive en Valdemoro y hace cosas apasionantes. La línea de la revista es mi línea de fotografía. La revista me da mucha libertad.

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Julián me confiesa que cuando no está haciendo fotos de trabajo, se dedica a hacer fotos para él. Me dice que le encantaría que volviéramos al trueque, que la gente pudiera intercambiar servicios en vez de pensar solamente en el dinero. Me cuenta que sueña en color, pero que tarda mucho en hacerlo cada noche porque, antes de soñar, tiene que preparar bien el lugar donde va a soñar: tiene que colocar los focos, asegurarse de que la  iluminación será la correcta, de que los decorados estarán en su sitio…

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía: Ncuadres