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Entrevista con Luis Cruz

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Me encanta cuando los actores consagrados deciden dirigir una película. No porque quieran dedicarse a la dirección, sino porque necesitan contar algo. Esas películas suelen ser proyectos muy personales, mimadas por esos actores, y ofrecen, con frecuencia, detalles cinematográficos poco convencionales. Sin embargo, en el mundo de la música ese tipo de proyectos individuales aparecen, por lo general, por otros motivos. Son más bien fruto de un desencuentro, de la separación de una banda.

Tengo delante de mí a Luis Cruz. Músico profesional con muchos acordes, arpegios, riffs y punteos en las yemas de sus dedos. Después de más de treinta años de carrera musical, Luis acaba de publicar su primer disco en solitario, Rocker, y, en mi opinión, se asemeja más a una película dirigida por un actor consagrado que a un disco en solitario. Para empezar, no se trata de la ruptura de una banda, sino de todo lo contrario. Este es, posiblemente, el disco en solitario más colectivo que conozco. Para su elaboración, Luis Cruz ha intentado reunir a todos los músicos con los que ha tenido una relación de trabajo y amistad a lo largo de su carrera.

Nacido en Malagón, Ciudad Real, su familia se mudó a Getafe cuando él era un niño. Lleva diez años viviendo en Valdemoro donde, dice, siempre le han tratado muy bien. De hecho, recuerda la primera vez que vino a tocar en nuestra localidad a finales de los años ochenta. Lo hizo como guitarrista de Topo y aquel día actuaron en la plaza de la Piña junto a Medina Azahara. Recuerda que la plaza estaba llena. Recuerda cómo, en aquella época, todas las fiestas de los pueblos incluían en su programa uno o dos conciertos de rock.

A sus cincuenta años, Luis se aleja de todo cinismo. Es consciente de que, en el rock, hay que ser auténtico, pero también sabe que es importante librarse de prejuicios que puedan llegar a esclavizar al músico o a su audiencia. Salvando las diferencias lingüísticas (y de esto me he dado cuenta, en mayor medida, mientras escuchaba de nuevo la entrevista grabada durante nuestra conversación), Luis tiene un timbre de voz, unas cadencias discursivas y una risa muy similares a los de Keith Richards.

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Las colaboraciones de Luis Cruz en discos de otros artistas son numerosas. Ha sido, también, una pieza fundamental en las giras de, entre otros, Manolo Tena, Los Limones y Sherpa (exbajista de Barón Rojo), a quien ayudó con su guitarra en el álbum El rock me mata.

Me gusta comenzar por el principio. ¿Cuándo empezaste a tocar la guitarra?

Yo tendría ocho años. Estábamos celebrando la Nochevieja y mi padre reía contento en compañía de amigos y familia. Y, de repente, oigo que dice que voz alta: «Niño, te voy a comprar una guitarra». A mí se me quedó eso grabado en la cabeza y pensé: «Ya sé lo que me van a traer los Reyes Magos este año». Llegó el día 6 de enero y allí no había una guitarra. Yo me había ya hecho ilusiones y la lie parda. Me puse de tal forma que mi padre accedió a comprarme la guitarra con la condición de que estudiara. «Debes estudiar lo uno y lo otro», me dijo. La guitarra y el cole. A los tres meses de estar aprendiendo a tocar la guitarra, ya no concebía mi vida sin una guitarra. Ya pasaba de bajar a jugar al fútbol. Me iba al pueblo con mis padres y la guitarra iba conmigo. Me metieron en una escuela de música, me enseñaron a leer solfeo y a tocar la guitarra española, la guitarra clásica. Era una escuela un tanto especial porque nos presentaban a certámenes de niños. Así que, a los once años, ya estaba subiéndome a los escenarios. Para mí, era un juego, una cosa divertida. Y reconozco que me gustaba tocar delante de un público y que me aplaudieran. Cuando tenía unos doce años, nos juntaron a unos cuantos y crearon una orquesta de niños. Recuerdo que nos llevaron un mes de gira a Valencia. Recuerdo que lo disfruté, pero también recuerdo que eché mucho de menos a mis padres.

Estuve en esa escuela hasta los trece o catorce años y entonces comencé a juntarme con los primeros hippies melenudos de Getafe. Tocaban temas de Pink Floyd, temas de Bob Dylan, de Deep Purple. Yo aluciné con aquello. Me dije: «Esta música me gusta. Pero esto tiene otra cosa. Esto es diferente a lo que he aprendido hasta ahora». Pasé a formar parte de un grupo de rock, éramos todos adolescentes, y nos pusimos a hacer versiones de los grupos que nos gustaban. No lo hacíamos muy bien. Por mucho solfeo que yo tuviera, lo que ofrecían los grupos que nos gustaban era una escuela diferente. Era gente que venía de formarse en locales de ensayo. Muchos de ellos no tenían formación musical, pero sí que entendían de lo que era la esencia, de lo que es el feeling, de lo que es el corazón. De lo que es el rock and roll.

Cada vez se me daba un poco mejor, me fui a vivir a Parla y allí pasé a formar parte, primero, de un grupo que se llamaba Tarot, que era también un grupo de chavales, y, luego, de un grupo que ya era un poco más conocido porque habían grabado un single, que se llamaba Estribo. Con este grupo, ya empezamos a hacer cosas más serias y yo me sentía como un profesional. En una de nuestras actuaciones en la plaza de toros de Parla, vino a vernos José Luis Jiménez, bajista de Topo y fundador de Asfalto. Y, a través de Julio Castejón, que era el productor del disco de Estribo, me localizaron con el propósito de que hiciera una prueba para tocar con Topo. Me preguntaron: «¿Tú quieres hacer una prueba con Topo?». Y yo dije: « ¡Cómo! Ya mismo».

Fui a su local de ensayo y, yo, alucinado, me decía: «¡José Luis Jiménez! ¡Me va a escuchar José Luis Jiménez! No sé si lo haré bien o mal, pero va escucharme José Luis Jiménez…». Le gustó como tocaba. Yo había estudiado, me lo había currado y era guitarrista. Pero, claro, yo era muy joven, tenía solo 17 años. José Luis me doblaba la edad. Él decía: «Tocar, toca, pero ¡a ver cómo se comporta este tío en una gira!». Y, desde ese día hasta ahora, he colaborado con Topo. Estamos hablando de que yo entré en Topo después de su tercer álbum, Marea negra, y ya formaba parte de la banda cuando publicaron Ciudad de músicos en 1986.

Y sigues con Topo desde entonces. De hecho, me consta que el grupo no ha perdido su vitalidad original.

El grupo sigue muy vivo. Recientemente, en 2015, publicamos El ritmo de la calle. Ahora mismo vamos a sacar un disco que se llama Milenio, que es una recopilación de todos los grandes éxitos de la carrera musical de Topo, más dos temas nuevos. Últimamente, hemos estado tocando en Las Ventas. Para mí, tocar ahí tiene magia. Es un icono. Solamente pensar que ahí ha estado tocando Angus Young, que ha estado en el mismo camerino que yo… Este verano tenemos previstas unas cuantas actuaciones. José Luis tiene una energía y unas ganas de subirse al escenario que alucinas.

Vender discos hoy en día es muy complicado para todo artista.

Es curioso porque grupos como Topo o Asfalto han pasado a ser grupos de culto y la gente que los sigue compra los discos. Hay grupos más populares que sí venden discos, pero que también sufren incluso más descargas ilegales de sus álbumes. Pero lo de Topo es una cosa más romántica. Y la gente compra el disco. Haciéndolo saben que están apoyando a unos músicos.

Topo siempre ha sido una constante en tu vida profesional. Háblanos de otros momentos trascendentales de tu carrera musical.

Uno de los trabajos más interesantes que he tenido fue dentro del musical de Queen, We Will Rock You, que se estrenó en el teatro Calderón. El casting lo hizo el mismísimo Brian May. Cuando me enteré que él iba a estar en las pruebas, no dudé en presentarme. De alguna forma, era algo similar a mi prueba con los Topo. Ya solo con que me oyera, yo me daba con un canto en los dientes.

El día del casting fue un día muy raro. Nos llevaron a un estudio primero, pero no reunía las condiciones necesarias para la prueba. Nos llevaron a otro estudio y tampoco era el adecuado. Así que el manager de Queen se cabrea y dice: «Volved al primer estudio y alquilad todo lo necesario para que se pueda hacer un casting correctamente». Estábamos ya cansados de todo el día yendo de un lado para el otro con el equipo, así que me senté en un rincón, enchufé la guitarra a mi amplificador y me puse a tocar para relajarme. Transcurre un buen rato y me llega un técnico de sonido y me dice: «Brian May lleva diez minutos escuchándote tocar, tío». Y yo me doy la vuelta y ahí estaba él. Yo le podía ver solo la silueta, como si estuviera saliendo de la portada del Bohemian Rhapsody.

Poco después, empieza el casting en cuestión, entra Brian May a la cabina y me dice «You are the best!» (¡Eres el mejor!). Y yo digo: «¿Eso significa que me dan el trabajo?». Y me dice: «Bueno, tengo que escuchar a los demás, pero ¿te importaría tocar con mi equipo?». Al final, efectivamente, me contrataron y estuve trabajando con ellos durante cuatro años. Primero en Madrid y, luego, de gira por toda España.

Cuando terminó el musical, ¿volviste con Topo?

Sí, llamé a Jose y le dije: «Vamos a hacer rock and roll, ¿no?». Y fue entonces cuando coincidí con Lele Laina, el cofundador de Topo, que se había marchado temporalmente cuando yo me había incorporado a la banda por primera vez. Me hizo mucha ilusión tocar con él. Llevamos tocando juntos desde 2008.

Hay veces que a los roqueros les da vergüenza confesar que, en algún momento de su vida, han tocado en orquestas para ganarse la vida.

En el mundo del rock, hay mucho prejuicio con este tema. Si estás en orquesta, estás haciendo versiones. No eres original. Cuando haces baile, cuando tocas en una orquesta, aunque hayas sido un original y luego vuelvas a ser un original, en ese momento, parece que dejes de ser genuino. Yo estuve muy contento trabajando en una orquesta. Acepté el trabajo porque tengo la mala costumbre de querer comer todos los días. Se llamaba Orquesta Santiago y La Central de la Música. Tocábamos en muchos programas de televisión, como Noches de gala o en Ay Lola, Lolita, Lola. Ahí pude conocer a Lola Flores, que me pareció un pedazo de artista descomunal. Ya por entonces estaba enferma, no se encontraba bien. La veías ahí, encogida, con cara de no encontrarse bien físicamente. Pero se encendía la luz roja de grabación de la cámara de vídeo y, como si se le metiera un bicho dentro, ella se crecía, se venía arriba como la artista que era, genio y figura.

Como comentabas al comienzo. Un artista se siente bien en el escenario. Es como, si por un momento, fuera una persona mejor.

Sí. Es una pequeña fantasía porque dura lo que dura la actuación. Luego hay que volver a la cruda realidad. A que tenemos que pagar las facturas. Pero en ese momento, es como si no fueras tú.

Y, ahora, después de tantos años en el mundo de la música, decides sacar un disco en solitario.

Yo tenía muchos temas compuestos, pero no entraban en la onda que tiene Topo. Tenía un buen montón de temas y quería darles salida. Compuse unas cuantas letras. Lo grabamos. Hemos tardado como un año en hacerlo. Lo hemos hecho muy despacito y contando con todos nuestros amigos. En el disco colabora, por lo tanto, Topo. El sello discográfico es Fish Factory, que es el sello que produce los discos de Topo. Colaboran, también, Rafa Vegas, el bajista de Rosendo; colabora Cacho Casal; colaboran Sergio Cisneros y Fernando Ponce de León, teclista y flautista de Mago de Oz respectivamente; colabora Judith Mateo. Hay varios baterías. Está Luis García y Anye Bao, que, cuando lo llamé, vino a grabar directamente después de un concierto. Fue todo un detalle. Y no me quiero olvidar de Ángel Crespo, Javi Sáiz, David Sánchez, Nacho García, Alberto Carrero, Alfredo de la Fuente, Raúl Rico, Javi Burguillo, Héctor López y Miguel Bullido, que han enriquecido el disco con mucha ilusión y su saber hacer.

El disco tiene doce temas, dos de ellos instrumentales. Un guitarrista tiene que tener algún tema instrumental (Luis sonríe). He escrito la letra y la música de todos los temas con la excepción de la letra de la canción Soy animal, que escribió mi gran amigo Daniel Toledano Sanguino. Toco la guitarra y canto. El tema de la voz no lo tenía claro al principio. Yo no he querido cantar nunca porque mi voz no tiene muchos registros. Los cantantes con los que he trabajado tenían muchos más. Podía haber encontrado un cantante para el disco. Pero, al final, cuando uno tiene algo que decir, el que mejor puede hacerlo es uno mismo. Así que, he hecho las melodías basándome en cómo es mi voz.

¿Qué tienes que contar en un disco en solitario después de tantos años en el mundo del rock?

Pues que aún creo en el amor. Que aún creo en el rock and roll. Que agradezco mucho la amistad de la gente. Y que aún me duele la falta de amor, y la falta de amistad, y la falta de empatía hacia los demás. El disco se titula Rocker. Es lo que mejor define el disco. Aunque, aquí en España, la palabra rocker se asoció con tupés, para mí un rocker es sencillamente un roquero. Yo he escuchado a muchos artistas a lo largo de todos estos años. He escuchado a Elvis Presley, a Deep Purple, a Pink Floyd. Para mí, son gente que me produce sensaciones. Yo lo englobo todo bajo la palabra rock. No sé si adecuadamente o no.

¿Dónde te gustaría llegar con Rocker? ¿Estás preparando presentarlo en directo?

Un disco se sabe cómo empieza, pero no cómo termina. Estamos preparando el concierto presentación. Queremos sacar el disco ahora, darle un poco de recorrido y hacer la presentación en septiembre. Estamos pensando en presentarlo en una sala de Madrid. Y, por supuesto, me encantaría presentarlo en Valdemoro en las fiestas de septiembre.

El disco lo va a defender en directo Luis Cruz y la Furgo Band. La Furgo Band son Luis Rodrigo, compañero, amigo y productor del disco; Francis García, que es el bajista; y David Sánchez, que es el batería. Parece posible que se junte también Pablo Salinas, que es un Mozart de este siglo. Empezamos en Topo juntos con diecisiete años. Éramos los dos trastos del grupo.

Disco y gira con Topo, disco en solitario y, además, formas parte del proyecto de Sinfonity.

Sinfonity es la primera orquesta sinfónica de guitarras eléctricas del mundo. Es una locura maravillosa. Hemos llegado a tener varias formaciones, una de ellas de hasta de treinta guitarristas. También hemos estado solamente nueve guitarras. La formación de treinta músicos es más impresionante, pero, a mí me encanta también cuando somos menos porque puedes escuchar el feeling de cada guitarrista. Hay que dejar claro que no hacemos versiones de las composiciones musicales de los grandes maestros. No. Interpretamos las partituras al pie de la letra. Normalmente hay tres bajos, que harían de contrabajo, y varias guitarras barítono, que harían de violonchelo. Imitamos los diferentes instrumentos de una orquesta, pero sin trucos. Jugando con el volumen y la distorsión nos acercamos a otros instrumentos, como el violín, el oboe…

Con Sinfonity, hemos estado en Holanda, en Portugal, en Cuba… Ahora vamos a ir cinco días a Helsinki. Pronto tenemos también un bolo en la Provenza francesa, una gira por Suecia y varios conciertos en Rusia. Para los que quieran vernos en España, en julio, tocaremos en Segovia. Da un poco de tristeza decirlo, pero este proyecto es más fácil moverlo fuera que aquí en España. En Europa, aparte de que los sueldos son más altos, los espectáculos son muy baratos. En Holanda, por ejemplo, en el último teatro que tocamos, estuvimos viendo la programación y, en un solo teatro, había más programación que en todo Madrid. Y luego, los precios. Ver a Sinfonity costaba diez euros. Aquí ver a Sinfonity cuando estuvimos tocando en el Nuevo Alcalá eran cuarenta euros.

¿De quién ha sido la iniciativa?

De Pablo Salinas, que también fue compañero mío en Topo. Lo llamé para que colaborara en mi disco y me dijo: «Sí, sí, yo colaboro en tu disco, pero tú vas a colaborar en otra locura que estoy haciendo». Yo me uní a ellos hace cinco años, pero el proyecto debe de llevar ya casi ocho. Es un proyecto de corredores de fondo.

No todo el mundo puede vivir de la música como tú lo has hecho hasta ahora.

A pesar de que la idea de la guitarra fue suya, mi padre quería que yo fuera médico. Vivir de esto es duro. La música es una vida muy dura. Al principio, yo pensaba: «No sé qué dureza le ven a esta vida. Vas a tocar. Te aplauden todos. Al final cobras… no le veo yo la dureza». Con los años, he aprendido el precio que hay que pagar para ser músico. Para dedicarte a lo que te gusta. Vas a ganar menos dinero que en muchos otros trabajos. Es muy difícil conciliarlo con una vida familiar, aunque yo lo he conseguido. Me han ofrecido giras, pero yo prefiero dormir en casa. De joven hacía más sacrificios. Lo pasábamos bien en las giras, pero yo tenía una sensación de soledad, de desarraigo, de no tener casa, que me incomodaba.

En estos momentos de mi vida, prefiero hacer la música que me gusta, por eso hago mi disco; colaborar con los músicos que me gustan, que suelen ser mis amigos de muchos años; y dormir todos los días con mi mujer.

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El concepto de roquero nació a comienzos de la segunda mitad del siglo XX y ha ido evolucionando desde entonces. Luis Cruz, un roquero español de arriba abajo, revisa este concepto con su primer disco en solitario y con el tema que da nombre al disco, Rocker: «Canto al amor, aunque me llamen blando; al albañil, que el pobre muere currando; al político que está robando; canto a mi primo que me está escuchando. Soy un rocker, yo soy un rockerman. Canto a las meigas porque haberlas haylas; canto a las brujas y a las “lolailas”. Soy español de la misma España, me va el flamenco, “ojú” qué caña. Soy un rocker, yo soy un rockerman. Canto a la vida que se vive despacio, porque sin prisa me sabe mejor; canto a los lloros, canto a las risas; canto a la madre que me parió. Soy un rocker. Canto al bosque que lo están quemando; canto a los mares y a los animales; canto a la Luna y a la aceituna; le canto al Sol que nos está achicharrando. Soy un rocker, yo soy un rockerman».

 

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres