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Entrevista con María Curros Ferro y Rodolfo Gutiérrez Simón

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Necesitamos doctoras y enfermeros. Pilotas y asistentes de vuelo. Arquitectas e ingenieros. Zapateras y carpinteros. Necesitamos transportistas, maestros y profesoras. Necesitamos albañiles, jueces y abogadas. Necesitamos mecánicas, técnicos informáticos e investigadoras científicas. No necesitamos ni delincuentes ni criminales, ni políticos corruptos, pero sí necesitamos policías. Necesitamos bomberas y guardabosques. Necesitamos señores de la limpieza y amos de casa. Necesitamos electricistas, fontaneras y agricultores. A partir de aquí, ya no sé si todo el mundo estará de acuerdo conmigo, pero, en mi opinión, necesitamos también artistas, músicos y humoristas. El mundo vertiginoso del siglo xxi necesita de todas estas profesiones y reclama que nos movamos todos a gran velocidad por nuestras vidas. Arriba, en la montaña, queda el Coyote, sentado, pensando, esperando, junto a su último artilugio ACME, a que pase el Correcaminos. Lejos queda el tiempo en el que se paseaba, en túnica blanca, junto a sus alumnos, alrededor de un estanque en Atenas, y todos se dirigían a él como maestro.

Junto a mí tengo a Rodolfo Gutiérrez y a María Curros, valdemoreños —él de toda la vida, ella de reciente adquisición—. Ambos han elegido dedicar sus vidas a la filosofía, a ser coyotes, a pararse a pensar en medio de nuestras ajetreadas vidas. ¿Necesitamos filósofos en los albores del siglo xxi? Yo estoy convencido de que sí.

¿Por qué decidisteis estudiar la carrera de Filosofía?

Rodolfo. Como en muchas cosas importantes de la vida, la casualidad fue un motivo principal. Empecé la carrera de Filología Inglesa en la Complutense (UCM), pero no me motivaba demasiado —con una excepción, la asignatura «Literatura inglesa del siglo xx», que era impresionante—. La casualidad entra en juego porque, en la UCM, la Facultad de Filología comparte edificio con la de Filosofía y, oyendo conversaciones en los pasillos, la cafetería, etc., pensé que quizá mi sitio estaba más en ese lado de la Facultad. Aunque la literatura me interesaba —y me interesa, porque es prima hermana de la Filosofía—, empecé a verme como alguien más preocupado por comprender cómo funciona el mundo a todos los niveles (político, social, físico, estético), incluso qué puede hacerse para cambiarlo, y no tanto como un investigador de historia de la lengua ni como un profesor de inglés. Y en ello sigo.

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María. En realidad yo no soy filósofa. Llegué a la Facultad de Filosofía por casualidad. Estudié Filología Hispánica y Filología Gallega en la Universidad de Santiago de Compostela, ciudad en la que nací. Después de haber trabajado en diferentes empresas, siempre precariamente —estuve en una editorial haciendo labores de traducción y corrección de libros de texto, di clases particulares en academias privadas…—, me empezó a rondar la idea de venirme a Madrid —esto fue a finales de 2012—. Una amiga mía vivía en Madrid y me animó diciendo que, en esta comunidad, había más trabajo que en Galicia. Hice las maletas y llegué a Madrid a comienzos de 2013 con la idea de buscar un trabajo y, aprovechando que aquí hay universidades tan punteras, barajé la posibilidad de continuar formándome. Lo hablé con mis padres y en febrero de aquel año me preinscribí en varios másteres. Finalmente, en septiembre de 2013, me decidí a cursar el Máster en Pensamiento Español e Iberoamericano, en la Universidad Complutense de Madrid. Me animó el hecho de que se trataba de un máster interdisciplinar que combinaba asignaturas sobre literatura (española e hispanoamericana), filosofía e historia. Así llegué a la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid en donde, tras finalizar este máster, comencé estudios de Doctorado en Filosofía, que estoy realizando en la actualidad.

¿Os gustaría dedicar vuestra carrera profesional a la filosofía? ¿Cómo? ¿Qué posibilidades laborales tiene un licenciado o un doctorado en estos estudios?

María. Me encanta la enseñanza, pero no me veo dando clase de Filosofía, fundamentalmente porque me falta formación sobre el tema. Me apasionan las humanidades; creo que sin una buena base de historia y de filosofía no podemos comprender el mundo. Además, ambas disciplinas nos hacen pensar, ayudándonos a ser más críticos con los acontecimientos sociales que estamos viviendo en la actualidad. Pero, a pesar de lo necesarias que son las letras, en España ni se valora esta rama de estudios ni se invierte lo necesario en su investigación —a diferencia de países como Estados Unidos—. Si has cursado Filosofía, las salidas profesionales más habituales son la docencia, tanto en centros de enseñanza secundaria y bachillerato, como en la universidad.

Rodolfo. Mi intención es seguir trabajando en este ámbito. Actualmente tengo un contrato predoctoral en la universidad —imparto algunas asignaturas y pertenezco a un grupo de investigación mientras realizo mi tesis doctoral—, y mi intención es seguir luego la carrera docente universitaria. Esto supone unos cuantos pasos, pero muy resumidamente consiste en acreditarse y lograr una plaza. «Acreditarse» significa que, una vez obtenido el doctorado, un organismo llamado ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) examina tu currículum y determina a qué categoría puedes presentarte: catedrático, titular, contratado doctor, ayudante contratado doctor… Es un proceso burocrático muy farragoso, pero por el que hay que pasar. En esa evaluación, se tiene en cuenta si has tenido o no un contrato predoctoral, si has logrado becas posdoctorales, si has hecho estancias en otras universidades nacionales o extranjeras, si has publicado artículos en revistas de investigación o libros, las conferencias que has dado, la docencia que has impartido… Cuando consigues acreditarte en cualquier categoría, puedes presentarte ante la convocatoria de una plaza y competir con los demás candidatos. Aunque la docencia universitaria es lo que a mí me gusta y en lo que intentaré quedarme, hay muchas otras salidas laborales para los que estudian o se doctoran en Filosofía —en contra de lo que se suele decir—. Además de la docencia en Educación Secundaria o la investigación —el CSIC tiene un potente centro de estudios históricos y filosóficos—, hay filósofos encargados de trabajar en comités de bioética —por ejemplo, cuando hay que decidir a quién se da prioridad en una lista de trasplantes—, en recursos humanos por la formación crítica que se nos da, en el mundo de la política organizando ideológicamente partidos o trabajando sobre cuestiones de Filosofía del Derecho o, en los últimos tiempos, en cuestiones relacionadas con la informática y la programación. Aquellas tablas lógicas que nos enseñaban en el instituto muy a nuestro pesar «si p implica q, y p es verdadera, q es verdadera» y cosas así) no dejan de ser la manera en que los ordenadores «hablan» y el medio empleado para desarrollar la inteligencia artificial que hay tras cualquier videojuego o cualquier herramienta de cálculo de un laboratorio. Incluso hay filósofos que se han dedicado a la crítica de arte o a la literatura, aunque para eso hace falta talento además de formación.

Habladme brevemente de la tesis doctoral en la que estáis trabajando.

Rodolfo. Mi tesis consiste en investigar hasta qué punto la filosofía de Ortega y Gasset se puede relacionar con la de autores ingleses y norteamericanos de los siglos xix y xx (J. S. Mill, W. James, J. Dewey, R. Rorty…). Lo interesante es que los temas en los que unos y otros se parecen nos afectan a nosotros en el siglo xxi. De lo que me encargo es de ver hasta qué punto nuestro pensamiento individual está afectado por el colectivo (la sociedad) y por la época a la que pertenecemos. La mejor manera de verlo es pensar en tres ejemplos. El primero tiene que ver con la belleza: ¿hasta qué punto los rasgos que nos parecen atractivos en un hombre o en una mujer vienen condicionados por el medio? El segundo ejemplo, el del arte, va en la misma línea: para una persona corriente del siglo xix el arte consistía en representar la realidad tan bien como fuera posible e, incluso, un poco perfeccionada; frente a eso, las vanguardias de comienzos del siglo xx suponen una ruptura difícil de explicar, pero que hoy consideramos arte —aunque sea un arte «diferente» porque nos hace pensar más que sentir; piensa, por ejemplo, en el cubismo—. El tercer ejemplo es el más complicado: la verdad, la ciencia y la política funcionan exactamente igual que los ejemplos anteriores. Hace mil años era verdad que los objetos caían hacia abajo porque estaba en su «esencia» hacerlo mientras buscaban su lugar natural (por debajo del aire, más ligero), y no porque hubiera unas «fuerzas de atracción», invisibles y difíciles de comprender, que es como hoy nos explicamos las cosas. Y subrayo lo de que era verdad, y no que lo pareciera, porque la gente vivía como si fuese así… y fueron capaces de crear barcos que llegaron a América y tantas otras cosas increíbles. La ciencia y la verdad, por lo tanto, modifican aquello que consideran parte de su ámbito de aplicación dependiendo de lo que la época considera «científico». El primer médico que se lavó las manos antes de operar lo hizo quizá por casualidad, y pasó mucho tiempo hasta que alguien reparó en la importancia «científica» de eso para evitar muertes y se consideró la higiene como parte crucial de los cuidados médicos. En el caso político es quizá en el que más nos centramos hoy. Hace trescientos años, las mujeres y los hombres eran físicamente igual que ahora, tenían las mismas capacidades intelectuales, etc.; sin embargo, era «indiscutible» que el lugar de las mujeres estaba por debajo del de los hombres. Al igual que ocurre con las leyes de gravitación, los derechos —no solo los de las mujeres, sino los de todos— son algo invisible que se descubre solo si cambiamos la forma de mirar al mundo y hacemos importante lo que no lo era: pasamos a incorporar a personas que eran «otros» al grupo al que denominamos «nosotros», que siempre es al que consideramos con más derechos. Cómo se producen esos cambios es lo que yo estudio, pero centrándome en los autores que he dicho antes.

María. Yo estoy realizando una biografía intelectual sobre la educadora y pensadora vasca María de Maeztu Whitney. Esta mujer, una desconocida en la actualidad, luchó y defendió los intereses de la mujer a principios del siglo xx, involucrándose en la mejora de la educación femenina. Recordemos que, en el año 1900, la tasa de analfabetismo femenino era de un 71 %. Aunque María de Maeztu perteneció a una familia con posibles, cosmopolita y moderna —sus padres nunca llegaron a casarse—, siempre fue consciente de la lamentable situación de sus congéneres. Su padre, Manuel de Maeztu, era un indiano de origen navarro que murió en 1894 arruinado, muy joven por tanto, en la isla de Cuba; con lo cual María experimentó la pérdida de poder adquisitivo en la familia siendo una adolescente. Su madre, Jane Whitney, era francesa, pero de familia inglesa por lo que era políglota; hablaba inglés y francés además de español. Gracias a esta situación, pudo crear una escuela anglo-francesa en Bilbao, que le permitió sacar adelante a sus cinco hijos. En su escuela estudiaron, entre otros, el poeta Blas de Otero, el pintor Ángel Larroque o los hijos del político socialista Indalecio Prieto. María de Maeztu Whitney había nacido en la localidad vasca de Vitoria en 1881, en donde estudió Magisterio; mientras ejercía de maestra en un colegio de Bilbao, comenzó, a distancia, estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca, titulación que finalizó en 1915 en la Universidad Central de Madrid —entonces se denominaba así a la actual Universidad Complutense—. A la capital del estado se había trasladado en 1909, pues quería cursar estudios en la recién inaugurada Escuela Superior del Magisterio, lo que hoy sería el grado en Pedagogía. Se la considera la primera pedagoga española. Siempre interesada en mejorar la educación de las mujeres y de los niños, salió al extranjero —a diversas ciudades y países—, a veces incluso representando al gobierno español, en busca de nuevas teorías educativas y modernos métodos de enseñanza para actualizar y renovar las escuelas españolas. Estuvo al frente de la Residencia de Señoritas —el equivalente femenino de la Residencia de Estudiantes— y de la sección primaria del Instituto-Escuela, donde puso en práctica buena parte de los conocimientos adquiridos en sus viajes. Hasta 1936, cuando empezó la Guerra Civil, vivió en Madrid; luego se exilió a Argentina, donde murió en enero de 1948. Hoy nadie recuerda su inmensa labor social y educativa de la que podríamos hablar durante horas.

Habéis elegido a dos personajes coetáneos. Prácticamente nacieron y murieron en las mismas fechas. Me da la sensación de que pertenecen a la última generación de pensadores que intentaron ofrecer una orientación de pensamiento y de comportamiento. Tras la Segunda Guerra Mundial vino el nihilismo y, tras esto, la economía de mercado. Europa está llena de ciudadanos descreídos, de escépticos. ¿Creéis que la filosofía, que los filósofos de comienzos del siglo xxi, tienen soluciones que ofrecernos? ¿Creéis que hay mentes lúcidas ahí fuera que nos puedan ayudar a entender el mundo en el que vivimos? ¿Hay algo más allá de los libros de autoayuda?

María. Sí, tal como indicas tanto María de Maeztu Whitney como José Ortega y Gasset pertenecieron a la misma época, a la llamada generación del 14, la de los intelectuales que lucharon por europeizar España. Ella, de hecho, fue su amiga y también su alumna —a pesar de que era dos años mayor que él— en la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio. Ya en el año 1938 María de Maeztu abordó en uno de sus libros, El problema de la ética. La enseñanza de la moral, la crisis del mundo y la crisis espiritual del hombre, y eso que todavía no había empezado la Segunda Guerra Mundial. Sinceramente, buena parte de las dificultades que atraviesa el mundo son cuestiones que vienen del pasado y que nunca se llegaron a resolver por falta de firmeza; además, la mayoría se podrían solucionar con una mejora en la educación. Esta es también la opinión de María de Maeztu y de buena parte de los pensadores y educadores de su época como María Sánchez Arbós o de Luis de Zulueta, entre otros muchos. Estas son, para mí, las mentes lúcidas que me ayudan a entender el mundo. Creo verdaderamente que habría que volver a ellos, a su pensamiento y a su obra porque, conscientes de la situación de crisis que atravesaba su tiempo, explicaron cuál era la solución; pero, por causa de la guerra civil española, no pudieron terminar el proyecto que habían comenzado. Abordaron la pérdida de valores, la inmadurez y la falta de disciplina del ciudadano; cuestiones todas ellas que han empeorado. Fijémonos en que cada vez hay más fracaso escolar, hay más padres hastiados de sus hijos y, por consiguiente, más niños maleducados, perezosos y rebeldes. El ser humano se encuentra más perdido que nunca, y, como consecuencia, lee libros de autoayuda buscando así sanar su alma.

Rodolfo. Mentes lúcidas hoy en día, desde luego, las hay; el problema es que puedan acceder al altavoz oportuno para tratar de orientar la acción pública, identificando problemas y ofreciendo soluciones que habrá que probar. Sin embargo, la tarea del filósofo o la filósofa del siglo xxi se enfrenta a los problemas de siempre y a algunos nuevos: por primera vez estamos en un mundo claramente secularizado —al margen de que algunos o muchos individuos tengan creencias religiosas—, en el que se ha perdido todo apoyo trascendente: nos hemos quedado solos en el mundo y nos las tenemos que arreglar sin que valga apelar a Dios, etc. Asimismo, el pensamiento crítico se ha ido disolviendo —para empezar, con la minimización en los institutos de disciplinas críticas: filosofía, pero también relacionadas con la cultura clásica, con el arte, la música…—, y ahora se hace pasar por pensamiento riguroso lo que antiguamente hubiera quedado claramente separado de la filosofía. La alusión a los libros de autoayuda, por su parte, merece un comentario. En general, parece que desde la universidad se ven como un hermano pequeño y engañado, y no me parece justo: hay gente a la que le viene bien para superar sus problemas. Lo importante, sin embargo, es no confundir la autoayuda con la filosofía, porque son cosas muy diferentes. La autoayuda pretende ofrecer consuelo y soluciones individuales para salir de una situación complicada; la filosofía, en cambio, supone una reflexión sobre la realidad, la verdad o la belleza, de la que pueden extraerse enseñanzas individuales y colectivas para la vida cotidiana, como que, a veces, las cosas salen mal. Y creo que ese es uno de los aspectos más reivindicables de lo que nosotros hacemos: el reconocimiento de que la realidad no responde siempre a nuestros deseos —y querer que cambie no basta, mal que pese a Paulo Coelho: al universo le da igual lo que yo quiera; lo que hay que hacer es desarrollar herramientas transformadoras que aumenten la justicia, la igualdad, etc.—. Esto nos humaniza al enfrentarnos con situaciones tan auténticamente humanas como la frustración, el dolor, la pena; pero también con el valor, el esfuerzo, la perseverancia. Permíteme otro ejemplo: según el planteamiento de cierta autoayuda, si verdaderamente deseo formar parte de la selección nacional de gimnasia rítmica, el universo entero conspirará para que así sea; pero tengo la sensación de que si levanto mi pierna hasta la altura de mi cabeza puede ser lo último que haga. Sin embargo, si me empeño en pensar cómo mejorar el mundo, es posible que acabe teniendo una buena idea al respecto y logre arreglar algo. La autoayuda colabora para que la vida de algunas personas mejore; la filosofía intenta explicar la realidad y transformarla, lo que no va en beneficio de algunos, sino de todos. Por ejemplo, un libro de autoayuda no puede hablar de problemas colectivos como la discriminación de la mujer, la adecuada manera de elegir a los gobernantes, la ordenación de la educación, el funcionamiento de la ciencia…

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En septiembre de este año, Rodolfo y María se irán a estudiar a la Universidad de Padua, en Italia, como parte de su programa de estudios para conseguir el doctorado internacional. Mientras tanto, compaginando sus estudios, María hace sus pinitos como actriz en un grupo de teatro local y planea cómo publicar su tesis para poder divulgar la vida y obra de María de Maeztu. Rodolfo da clases en la facultad, es miembro del Consejo de Redacción de la Revista de Hispanismo Filosófico y procura mantenerse activo tanto en la comunidad académica como en nuestra localidad de Valdemoro.