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Entrevista con Robertti Gamarra

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Cada uno de nosotros lleva una novela dentro. Cada ser humano lleva una historia tatuada en su bajo vientre. Una historia cuya suciedad se acumula en nuestro apéndice hasta que lo inflama y estalla. No hay vida anodina si el narrador sabe contarla. Y aquí es donde el asunto se vuelve borgiano: hay 7 745 933 494 habitantes en el mundo. 7 745 933 495. 7 745 933 496. 7 745 933 497… La población no deja de crecer. En la actualidad, la población mundial aumenta a un ritmo de 225 000 habitantes por día. Lo equivalente a tres Valdemoros. No solo hay 7 745 934 455 novelas en el mundo (7 745 934 456, 7 745 934 457, 7 745 934 458…), sino que, diariamente, aumenta el número de novelas en unas 225 000.

Cada uno de nosotros lleva una novela dentro. Los narradores hábiles saben trocear en cómodos fascículos su propia historia, la que tienen marcada en la piel a hierro y fuego, para que sus lectores puedan digerirla con más facilidad. A cada uno de esos fascículos le ponen un título diferente, pero no dejan de ser parte de la misma novela. Y esa novela que todos llevamos dentro se forja desde nuestro nacimiento con nuestras vivencias, con nuestras heridas, con nuestras cicatrices. Por eso no es lo mismo haber nacido rico que pobre. Alto que bajo. Gordo que flaco. No es lo mismo haber nacido en España que en Vietnam. Todo eso marca la novela que todos llevamos dentro.

Robertti Gamarra nació en Tavai, en Paraguay, cerquita del Parque Nacional Iguazú y, por lo tanto, vecino a la frontera con Argentina y Brasil. Paraguay es el único país de América del Sur que nunca ha tenido mar. Me pregunto si eso enriquece la novela personal de un ser humano. Desde niño, Robertti desarrolló tres estómagos (metafóricamente hablando, claro) para comenzar a rumiar sus historias. Para ordenar sus experiencias, sus lecturas, sus obsesiones. Vivió en Asunción, la capital, estuvo una temporada en Uruguay y, luego, se vino para España hace ya treinta años. Cuando llegó a Madrid, con apenas cincuenta dólares en los bolsillos. Él quería ser escritor y, nada más llegar, lo contrataron para escribir guiones para una línea erótica de teléfono. Recién llegado, conoció a la que ahora es su mujer y madre de sus tres hijos. Lleno de iniciativas, desarrolló varias empresas privadas a menudo alrededor de la cultura y los libros, creando bibliotecas y colaborando con la administración. La crisis económica los trajo a Valdemoro donde viven desde hace nueve años. Robertti reflexiona y se da cuenta de que es la primera vez en muchos años que no tiene su propia empresa. La primera vez en muchos años que trabaja para alguien.

Me recibe amablemente en su casa. Allí, tranquilos, nos entrevistamos.

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¿Cuándo nace esa inquietud literaria que te empuja a escribir?

Nosotros somos del campo. Me crié con mi madre. Éramos dos hermanos y dos hermanas. Allí no había una conexión posible con el mundo de la literatura. Sin embargo, a mí me gustó, desde siempre, coleccionar libros y tener mi pequeña biblioteca. Leía lo que podía. Empecé leyendo cómics. Luego pasé a esos libritos pequeños de cowboys. Era lo que había. Comencé a trabajar cuando tenía seis años. Y no trabajaba para cubrir mis necesidades, sino para mantener a los mayores. Yo escribo por la niñez que tuve. Nací en una sociedad en la que el niño no pinta nada. Y esa fue mi suerte. Allí el niño no tenía ni voz ni voto. Eso no impide que uno piense y sienta cosas. Las piensas y las sientes, pero no las puedes compartir. Todo eso me ayudó a crear una red de historias personales en mi interior. En mi opinión, esta habilidad se convirtió en una virtud. Es una habilidad que se va desarrollando desde que eres niño y que mejora con cada año que pasa. Y, a partir de ahí, tengo la necesidad de contar esas historias. En mi caso, me resulta más fácil hacerlo por escrito que de forma oral.

Os mudasteis a Asunción, la capital de tu país, y allí estudiaste en la universidad.

Estudié la carrera de periodismo. Mientras estaba en la universidad, me puse a trabajar en la radio, más tarde en la televisión, me uní a un grupo de teatro callejero… En esos años, leía mucho. Me puse a leer obras clásicas. Leía mucho teatro. Teatro clásico. Siglo de Oro y teatro grecorromano: Calderón de la Barca, Shakespeare, Sófocles, Eurípides…

¿Cómo fue tu experiencia con el teatro?

Estamos hablando de la época de la dictadura. Teníamos un grupo de teatro callejero que se llamaba El Chacal. Éramos muy reivindicativos. Eran siempre obras muy sociales. En contra de la dictadura de Stroessner, que duró hasta 1989, pero que, en esos últimos años, era ya más permisiva. Aun así, ya sabes, éramos teatro callejero y, por lo tanto, nos movíamos con rapidez. Montas la obra acá y la desmontas rápidamente siempre que sea necesario.

Y trabajaste en la radio y la televisión.

Sí, siempre dentro de mi conciencia y activismos sociales. Para nosotros, la radio y la televisión resultaban medios muy revolucionarios. Para la radio, elaboramos materiales didácticos para los campesinos. Se trataba de obras teatrales radiofónicas. Más que de entretenimiento, eran de concienciación. A través de esas obras, les enseñábamos sobre los derechos del campesinado, sobre los derechos de la mujer… Con la televisión, pude trabajar como productor de documentales. Recuerdo, por ejemplo, un programa que realizamos en Brasil sobre los sem terra, los sin tierra, un fenómeno muy frecuente en muchos países de Latinoamérica, pero que es masivo en Brasil con cerca de cinco millones de desplazados. En Paraguay, como en Brasil, hasta hace no tanto tiempo, uno podía adentrarse en la naturaleza, cultivar un terreno y hacerlo suyo al cultivarlo. Tienes que entender que estamos hablando de países grandísimos. Paraguay apenas tiene ocho millones de habitantes y una superficie equivalente a cuatro quintos de la superficie de España. De alguna manera, la gente hacía suya una tierra que no era de nadie. Stroessner, como muchos otros dictadores americanos, se dio cuenta de que eso era una riqueza. Así, se vendieron grandes parcelas de terreno a empresas extranjeras. Tras la venta de esas ingentes cantidades de hectáreas, se mandaba al ejército y se expulsaba a esos colonos que se habían ido a trabajar esas tierras porque, en principio, no pertenecían a nadie. De eso trata el fenómeno de los sin tierra. Y no se les expulsaba de forma pacífica. A menudo, se usaban los fusiles. Se cuentan barbaridades sobre el tema. Dicen que subían a algunos de esos campesinos en un avión y les decían que les iban a dar nuevas tierras. En pleno vuelo, les preguntaban dónde querían los terrenos. «¿Dónde quieres? ¿Ahí?», decían. Y, en ese momento, los empujaban y los tiraban del avión.

¿Por qué viniste a España?

Si me lo llegas a preguntar cuando llegué aquí hace treinta años, te habría respondido que vine a España porque quería ser escritor. Traje en la maleta un montón de libros que había escrito y que, ahora, no tengo ni idea de dónde están. Mi mujer me lo reprocha. Yo tenía obras enteras escritas y ahora no sé dónde están. Desaparecieron porque yo no les di importancia.

Pronto comenzaste tus negocios en España.

Yo tenía pensado no quedarme en España, pero conocí a mi mujer y decidí quedarme. Hay gente que dice que he tenido mucha suerte. Yo no creo en la suerte. A uno no le visita la suerte si no tiene algo que ofrecer. A finales de los noventa, mi mujer y yo teníamos un negocio cerca de Plaza de España, en Madrid. Vendíamos productos artesanales de China, Indonesia, Latinoamérica… Luego comenzamos a trabajar para la Administración, para la Agencia de Cooperación Internacional. Llevamos a cabo la iniciativa de Libros Solidarios, gracias a la cual creamos bibliotecas públicas en Brasil, Paraguay, Colombia, Ecuador, Centroamérica, Guinea Ecuatorial… Luego, uno lo piensa y no sabe si hicimos bien o no, porque inundando toda esa zona con libros gratuitos eliminamos todos los pequeños brotes editoriales que había en la región… Más adelante creamos la empresa Lecturedes, luego otra llamada Madrilonia, que pretendía ser una agenda cultural de la ciudad de Madrid en internet. Con Lecturedes,  participamos en el proyecto de Bibliometro y también creamos un proyecto que se llamaba Telebiblioteca, que era un servicio de préstamo de libros a domicilio para personas mayores.

Y, entre tanto trabajo, a ti te da tiempo de escribir libros. Tu primera novela se titula Las botas del rey.

Mientras trabajaba en todos esos proyectos empresariales, tenía poco tiempo para escribir. Cuando cerramos todas las empresas, me puse a escribir en serio. Las botas del rey es una historia sobre la guerrilla colombiana de las FARC. Transcurre en las montañas de Colombia. Muchas de las historias están basadas en hechos reales y han sido recopiladas por personas que las vivieron de primera mano. Sería el año 2014 cuando estábamos pensando en mudarnos, como familia, a otro país. Un día me llamó un señor de Salamanca por teléfono y me dijo que estaba interesado en publicar mi novela. Se llamaba Ricardo González y era el dueño de Ediciones Novelnobel.

Tu segunda novela se titula El abrevadero de las bestias.

Ese libro lo escribí bien rápido. Gira en torno a los atentados terroristas del 11-M. Escribí y publiqué esta novela mientras esperaba que Ricardo González publicara mi primer libro. El abrevadero de las bestias la publiqué con Libros.com, que es una editorial que se rige por un sistema de preventa, de crowdfunding. La gente te compra el libro antes de que salga. Es un sistema que no es muy popular en España, pero en Estados Unidos se han llegado a producir y filmar películas a través del crowdfunding. Basé este libro en los famosos atentados de Atocha porque mi hijo mediano iba a una guardería que fue arrasada por una de las bombas. Afortunadamente, esto ocurrió media hora antes de que llegaran los niños a la escuela.

Poco después publicas Cruzar la montaña partida.

Esta vez, con la editorial Seleer. No es una historia autobiográfica, pero casi. Sucede en Paraguay, en la época de la dictadura. Son cosas que viví de cerca, que conocí de primera mano. Algunos de mis lectores dicen que es mi mejor obra y es posible que sea la historia más redonda. Y, tras esta novela, apareció Interés productivo, un libro que me debía a mí mismo, tras todos mis años como empresario. Es un ensayo en el que intento explicar que es muy importante aprovechar todo el conocimiento adquirido con los años. Hay que aprovechar todo ese conocimiento. El libro habla del éxito, del fracaso. Es un libro mitad filosófico mitad experiencia personal.

Y recientemente, en 2019, has publicado tu cuarta novela, El destino no tiene puerta de salida.

Esta novela iba a ser publicada por otra editorial, pero la empresa quebró antes de sacar el libro. Así que volví a publicar con Libros.com. Estoy muy contento porque mis libros cada vez atraen a más lectores. Parece que se va corriendo la voz y estoy muy contento con la respuesta que ha recibido el libro. Y los comentarios que recibo del libro son muy buenos. El libro cuenta dos historias paralelas que confluyen al final. Por un lado, está una chica, aquí en Madrid. Su marido la atropella accidentalmente y está en coma durante veinticinco años. La segunda historia sucede en Uganda, Sudán del Sur y en la República Centroafricana. Seguro que has oído hablar de Joseph Kony, el señor de la guerra. Uganda tiene una tradición de personajes deleznables. Joseph Kony secuestra a niños y niñas y los convierte en soldados. Habla de liberar al país, pero el caso es que lleva así muchos años y se calcula que ha secuestrado a más de 250 000 niños para su causa. He viajado muy poco a esos países de África, pero he conocido muchas historias relacionadas con este tema a través de conversaciones con personas que las han vivido de cerca. Comencé a escribir esta historia en 2011-2012, un poco de forma accidental. En esos años, en Estados Unidos, se llevó a cabo una campaña mediática en torno a Joseph Kony. El objetivo era recaudar fondos para dar caza a Joseph Kony. Por entonces, el presidente Obama envió allí al servicio secreto para cazar a Kony. El tema me interesó y empecé a leer sobre todo el asunto. El noventa por ciento de los nombres y de los hechos que aparecen en la novela son reales. Y, como digo, toda esta historia se entremezcla con la chica que despierta de su coma veinticinco años después, descubre que su marido ya no está, su hermana es una impresentable y se entera de que tiene un hijo. Como he dicho antes, no creo en la suerte y no creo en el destino, pero sí creo que hay situaciones que nos pueden atrapar y es difícil salir de ellas.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Me gustaría dedicarme a la literatura un poco más en serio. No sé si podría lograr hacerlo de forma profesional, pero sería estupendo. No he creído lo suficiente en lo que hacía y ahora veo que lo que hago gusta a la gente. En estos momentos, he vuelto a mis inicios. Estoy escribiendo una obra de teatro sobre una francotiradora rusa durante la Segunda Guerra Mundial. Raramente se habla de ellas, pero las francotiradoras soviéticas fueron una clave importantísima para defender a su nación de la invasión alemana. Conozco un grupo de teatro en Madrid que puede estar interesado en representar la obra. De hecho, María Eugenia Oviedo, la persona que vino a presentar mi última novela a Valdemoro, es directora de un grupo de teatro. Y nunca se sabe. En la presentación del libro en Madrid, una lectora me preguntó si me había planteado pasar mi historia al cine. Yo le dije que no conocía a ningún director de cine. Casualmente ella conocía a un productor de Televisión Española y me dijo que le daría a conocer mi novela. Así que nunca se sabe. Tengo otra novela acabada que se titula El huerto de Dios, que será publicada tarde o temprano.

¿De dónde sacas el tiempo para escribir?

Me lo pregunta mucha gente. Y te sorprenderá saber que, además de El huerto de Dios, tengo otra novela medio escrita. Yo soy un recopilador de historias. Mi cabeza va recopilando y ordenando todo lo que se me ocurre. Por eso, cuando me pongo a escribir, la novela ya está prácticamente terminada. Solo debo transcribirla, pasarla de mi mente al papel. Leo mucho, diariamente, y los fines de semana más. Mis lecturas me ayudan a escribir luego mis novelas. También soy un gran observador. Todo eso me permite que la escritura sea más fácil, más fluida. Y, por supuesto, encuentro tiempo para escribir gracias a la comprensión y el apoyo de mi mujer y mis hijos.

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Prestando un poquito de atención, conforme escucho a Robertti, voy descubriendo algunas de las claves de la novela que lleva dentro. Ya apenas viaja a Paraguay, pero habla con su madre, que todavía vive allí, todas las semanas. Tiene siempre presente la muerte de su hermano, dos años mayor que él, al que admiraba muchísimo, del que aprendió muchísimas cosas y que se fue de este mundo demasiado pronto. Robertti recuerda que, de no haber sido por la vida, porque tuvo que trabajar para sacar adelante a la familia, podría haber llegado lejos como jugador de fútbol. Y, si algún día alguno de ustedes se sienta a charlar con Robertti y tiene tiempo, tal vez este les pueda contar cómo acabó jugando para la selección nacional de fútbol sala del Japón en un torneo internacional que se jugó en Encarnación, Paraguay. Como cada uno de los habitantes de este mundo (7 747 660  295 seres humanos; 7 747 660 296, 7 747 660 297…), Robertti lleva una novela dentro. Robertti la ha estado escribiendo siempre. Primero en su cabeza, luego en el papel.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres