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Carta de presentación: María Gómez Cabanillas

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Me llamo María Gómez Cabanillas y tengo quince años. Comencé a tocar el piano y a bailar danza clásica y española cuando tan solo tenía seis, en la Escuela Municipal de Valdemoro. Muy pronto descubrí que mi verdadera afición era el ballet. Mis profesoras, dos grandes profesionales de la danza, fueron, durante un año, Elisa Bermejo, y los tres años siguientes Marta Gómez. Ellas me enseñaron a disfrutar bailando y a expresarme a través del movimiento.

Cuando llegó la covid-19, hice un parón que me ayudó a tener aún más claro que quería retomarlo. Bailé entonces un año más con Marta en la Escuela Municipal de Valdemoro, y tuve la gran suerte de hacer el personaje de Cenicienta en el festival de fin de curso, en el Teatro Municipal Juan Prado.

Marta Gómez, con quien tuve una conexión especial desde el principio, vio algo en mí y me ayudó a buscar una escuela profesional de ballet en Madrid. Fue entonces cuando hice una prueba para entrar en l´École Française de Danse, una escuela de prestigio de ballet, que sigue las pautas de la Escuela de la Ópera de París, quizás la escuela de esta disciplina mejor reconocida en el mundo, basándose en la limpieza de los movimientos y en la perfección de la técnica. Tenía entonces 12 años. Allí conocí a la directora artística de la escuela, Gwenevere Pennegues, bailarina que recibió su formación en la Ópera de París, y a otra gran maestra, Andrea Pumar, ex primera bailarina del Teatro Colón de Argentina, entre otros grandes profesionales. Y por supuesto, conocí a mis compañeras bailarinas con las que comparto muchas horas de clases y ensayos y que se han convertido en amigas para toda la vida.

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En mi segundo año en l´École, me ofrecieron protagonizar su festival, La Bella Durmiente. Para mí fue un sueño que se hizo realidad, porque era la primera vez que bailaba con mis compañeras y con Niccolò Balossini, bailarín profesional de la Compañía Nacional de Danza y gran maestro.

El año pasado fue también muy especial porque empecé a concursar a nivel nacional e internacional. En el primer certamen que participé, Dance Open America, gané mi primera medalla de oro, clasificándome para la final internacional. Volamos a Miami, y allí conseguí una medalla de bronce en danza clásica y un quinto puesto en contemporáneo. Esto supuso para mí un logro muy importante y, cogí carrerilla… concursé en Global Dance Open en Mérida, ganando mi segunda medalla de oro, lo que me llevó a la fase final internacional en Holanda, consiguiendo una beca de un año académico en el Centro de Formazione Aida de Milán.

Este año he concursado en Matsuri, un certamen que se celebra en Ávila y en el que obtuve una beca para participar este verano en Prix d´Europe en Melun, muy cerquita de París. En este gran premio bailé Esmeralda, una variación muy especial para mí y con la que traje a casa una medalla de plata.

En abril regresé a Mérida para competir en Global Dance Open, donde conseguí con la variación Paquita, otra medalla de plata y una beca de verano en Nueva York, en la Escuela Joffrey Ballet. Este certamen, también me ha seleccionado para viajar este verano a Birmingham, donde he bailado y disfrutado con grandes profesionales.

Por otro lado, uno de los mejores premios para mí en los concursos es recibir clases magistrales de grandes maestros, artistas consagrados del ballet a nivel internacional, como Laura Alonso, Joaquín de Luz, Carlos López, Stéphane Phavorin, Deborah Hess, Philippe Vivenot… Estos momentos quedarán grabados en mí para siempre. Otro gran lujo es compartir con mis compañeras risas y nervios, una mezcla explosiva que nos llena de experiencias imborrables.

Todo lo referente a Becas es muy complicado, porque no cubren todo lo que se supone. En la mayoría de los casos son becas parciales: los viajes y el resto de los gastos en las ciudades corren por nuestra cuenta y esto nos limita porque todo es muy caro y difícil de costear. A mí me encanta representar a España en concursos internacionales, a pesar de que el ballet no obtiene ayudas de la Administración.

Compaginar ballet y estudios es todo un reto, porque paso tres horas todos los días en l´Ecole bailando, y es en los trayectos en coche donde estudio. Mis profesores de instituto lo saben y hacen también un esfuerzo por entenderme. Llego a casa muy tarde cada día, bastante cansada, la verdad, pero el hecho de saber que al día siguiente voy a bailar de nuevo me motiva a mantener este ritmo.

El obstáculo más grande que existe para mí son las lesiones. Las lesiones son lecciones y he aprendido que, para superarlas, tengo que escuchar lo que dice mi cuerpo y si me hago daño, tengo que parar y darle tiempo para curar.

Hay otros profesionales detrás que me ayudan mucho, como Ana, mi nutricionista que cuida de mi alimentación, o como César, mi fisioterapeuta que procura estar cuando le necesito. Pero es mi familia el pilar más importante para mí. Ellos me cuidan y apoyan en todo, a todos los niveles. El ballet es disciplina, perseverancia y pasión, no podría mantener este ritmo sin mi familia.

¿Mi sueño? Tengo la idea de estudiar algo relativo a ciencias, tal vez dentro de la rama sanitaria. Pero, hoy por hoy, quiero y necesito seguir bailando. Ojalá pueda dedicarme a la danza profesionalmente y formar parte de una compañía de prestigio a nivel internacional. Interpretar, expresar y sentir la danza es algo único, que solo se siente sobre un escenario con un tutú y unas puntas.

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