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Entrevista con Manolo Bretón

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Nacido en 1946, Manolo Bretón reconoce que ha tenido mucha suerte en la vida. Primero, pudo ser militar, como su padre, y, cuando se jubiló, decidió seguir trabajando al servicio de la sociedad y se incorporó a Cáritas. Ha sido el presidente de Cáritas Española durante los últimos nueve años. Su carrera militar lo ha llevado a trabajar por todo el mundo: el Sáhara, Estados Unidos, Europa… Y siempre junto a su familia. Conoce medio mundo, pero no ha dejado de tener a Valdemoro en su corazón. Su madre era valdemoreña y, por eso, Manolo pasó los veranos de su infancia en nuestra localidad. El padre de Manolo Bretón era riojano, descendiente directo de Manuel Bretón de los Herreros, el dramaturgo y periodista del siglo XIX procedente de La Rioja que también acabó viviendo y veraneando en Valdemoro durante largas temporadas.

Manolo presume de tener muy buenos amigos en Valdemoro y de haber dejado grandes amigos en todos los lugares donde ha trabajado. Cuando uno lleva un rato hablando con él, lo entiende perfectamente: Manolo es amable y cariñoso, no abandona su sonrisa y es un gran conversador. Tuvimos la suerte de que nos recibiera en su despacho en la sede de Cáritas Española en Madrid.

¿Qué te viene a la mente si te pido que me hables de Valdemoro?

Toda mi vida ha estado marcada por mi pueblo: mi madre es de Valdemoro, mis suegros son de Valdemoro, allí íbamos prácticamente todos los veranos de mi infancia,  allí íbamos de vacaciones, allí he vivido… En Valdemoro, he tenido los mejores momentos de mi juventud; he jugado al fútbol en las eras, he corrido por la plaza de la Piña, he disfrutado de mis primeros guateques… Allí tengo grandes amigos… Y he intentado transmitir ese amor por Valdemoro a mis cinco hijos: Manuel, Esperanza, Maite, Nacho y Bárbara. Todos estupendos. A pesar de que no hemos parado de recorrer mundo, los cinco han vivido en Valdemoro y los cinco han tenido sus amigos allí y han disfrutado de Valdemoro. Y ahora intentamos transmitir ese cariño por la localidad a mis once nietos: los veranos procuramos tener ratitos allí con todos, las navidades las solemos pasar también en Valdemoro, porque la casa es grande y cabemos todos. Cuando llegamos a nuestra casa en Valdemoro, nos tranquilizamos, nos paseamos por la calle grande, vemos y saludamos a la gente que conocemos, vamos a misa a la parroquia…

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¿Fuiste a la universidad?

Mi referencia ha sido siempre mi padre. Yo quería ser como él. Era militar de carrera y me impregnó todos esos valores del ejército. En cuanto acabé el bachillerato con los Agustinos en Madrid, ingresé en la Academia General de Zaragoza, en el Ejército de Tierra. Allí pasé mis dos primeros años. Fueron duros, pero muy formativos, como te puedes imaginar. Luego recibí el resto de la formación en la Academia de Artillería de Segovia. Salí de teniente de Artillería, joven, bien situado… ni el número uno de la promoción, ni el último. Pero es verdad que salí de Segovia con muchas amistades, con una formación preciosa, con una pretensión de futuro también maravillosa porque, en ese momento, se abrían espacios muy bonitos para nuestra profesión: empezábamos a salir fuera, al exterior… Salí de la Academia y me casé. Nos casamos, precisamente, en Valdemoro. Fue una boda muy popular, porque, en aquel momento, era un pueblo pequeñito y los dos éramos muy conocidos en Valdemoro. Se casaban el hijo de Carmina, que era yo, y la hija de Eloy, que era mi mujer. Nos casamos en 1969. Lo mejor que pudo pasar en mi vida, pues me casé con una mujer excepcional. Empezamos ahí una vida muy intensa. Hemos vivido y hemos hecho todo juntos. En aquel momento, solos; después, empezaron a llegar los hijos y empezamos a dar tumbos por el mundo.

Háblanos de algunos de tus destinos.

Para empezar, me hice piloto de helicóptero y nos fuimos al Sáhara. Fue un destino precioso. Entonces ya teníamos nuestros dos hijos mayores con nosotros. Más tarde, estuvimos en Estados Unidos un par de veces: la primera en Virginia y la segunda en Oklahoma. En Oklahoma vivimos casi con todos nuestros hijos, en aquel momento eran cuatro, y fue una época que ellos recuerdan como un sueño. Luego, estuvimos tres años nada menos que en Hamburgo. Ahí sí que estábamos toda la familia. Posteriormente hemos estado dos veces en Estrasburgo; también en Bonn, en la embajada… en fin, salidas y estancias en el extranjero ha habido muchas, y siempre con todos, con toda la familia. Las hemos pasado duras y blandas también, pero eso ha unido mucho a la familia.

¿Cómo ibas consiguiendo esos destinos?

Prácticamente no he pedido nunca un destino. Siempre me los han asignado por mis condiciones, por los cursos que había hecho… Durante mis primeros años de teniente y capitán,  mi vida estuvo dedicada a los helicópteros, mi vida activa tuvo lugar entre el Sáhara y Colmenar. Luego hice un curso de piloto de pruebas en Estados Unidos; después, otro en Hamburgo y, cuando volvimos de Alemania, me dieron un destino en el Ministerio de Defensa para seguir trabajando en las relaciones de España con Alemania. Y, de repente, en 1990, al poco tiempo de estar aquí, recibo una llamada del rey, entonces Juan Carlos I, de Zarzuela, para pedirme que me fuera a trabajar con él. Ahí pasé cinco años maravillosos también. Aprendí muchísimo. Esa convivencia que tuve con él me enseñó muchísimo. Cinco años más tarde, se ve la posibilidad de que España ingrese en el Eurocuerpo que se estaba constituyendo en Estrasburgo. El Eurocuerpo estaba formado por Alemania, Francia, Bélgica, Luxemburgo, y querían que España fuera la siguiente incorporación. Me ofrecieron ir a Estrasburgo y yo pensé que iba a ser duro, porque, como te puedes imaginar, formábamos un buen equipo y tenía una confianza magnífica con el rey. Pasé unas cuantas noches sin dormir hasta que le comenté a don Juan Carlos la oferta que me hacía el Ejército para irme a Estrasburgo e integrarme en el Eurocuerpo. El rey me miró y me dijo: «¡Qué maravilla, qué oportunidad tan bonita! ¿A ti te gustaría?». «¡Claro, señor!», le dije yo. Y el rey me apoyó a condición de que le ayudara a buscar a alguien que pudiera relevarme.

Eso dio paso a unos cuantos años en Europa.

Nos fuimos a Estrasburgo, luego Bonn, Austria y Suiza… fueron años maravillosos también y, después, volví otra vez a Estrasburgo sin pasar por España. Fueron en total seis o siete años. Teníamos vivienda en Estrasburgo y parecía que nos íbamos a quedar unos años más por allí. Todo cambió el 11 de septiembre de 2001. Por la mañana, antes de que tuvieran lugar los atentados Nueva York, recibí una llamada de Federico Trillo, entonces ministro de Defensa. Me comunicó que ese mismo día iba a llegar a Estrasburgo una persona de su confianza y me pidió que lo recibiera. A las tres de la tarde, hora española, pudimos ver en los telediarios cómo los dos aviones se estrellaban con las Torres Gemelas. Imaginé que, debido a los ataques terroristas, no vendría nadie. Intenté contactar con el Ministerio sin éxito. Así que fui al aeropuerto por si acaso. Efectivamente, llegó el enviado del ministro y venía con una propuesta que cambiaría, de nuevo, el rumbo de mi vida: Federico Trillo quería que me volviera a España a dirigir su gabinete. Yo creí que tendría unos días para pensarlo y buscar a un general que pudiera sustituirme en Estrasburgo, pero, al día siguiente, volvió a llamarme Trillo para decirme que mi nombramiento iba a tratarse en el próximo Consejo de Ministros, y el 14 o 15 de septiembre ya estaba trabajando para él. Mi mujer y mi hija se quedaron para recoger la casa. En total, estuve como jefe de gabinete unos cuantos años, primero con Trillo y, luego, con Bono. Como te puedes imaginar, dos ministros muy distintos, cada uno con su perfil. A priori, era un puesto tranquilo; sin embargo, mientras estuve allí, pasó de todo: el Prestige, el Yak-42, el islote Perejil, las guerras de Irak y de Afganistán… Fue una época rodeada de gente magnífica. Tenía un equipo con el que podía ir a cualquier sitio. Fueron años complicados e intensos, pero muy enriquecedores.

Como broche de oro, tu último destino fue Granada.

Fui siendo ya teniente general. Granada fue un destino maravilloso. Coincidió con el momento en el que se habían suprimido las capitanías generales, parte de una reestructuración muy ejecutiva. Las sedes de capitanías se convirtieron en mandos funcionales del Ejército, y a Granada le tocó el mando de adiestramiento y doctrina (MADOC), el responsable de la formación de nuestra gente, de la organización del Ejército, de un futuro Ejército. No podía haber soñado nunca con ir ahí, pero ascendí en el momento clave y ¡pum!, me tocó Granada. Allí pasé los años más bonitos de mi vida profesional, porque fui el general responsable de los programas de formación, de todas las academias militares, de los centros de formación del Ejército… No había estado destinado nunca en el sur de España, y Granada, para mí, fue un descubrimiento en todos los sentidos. Una de mis labores más importantes fue informar al pueblo granadino de la suerte que había tenido al hospedar la sede del MADOC. Porque Granada se mostró muy reticente cuando se le quitó la capitanía general. Algunos pensaban que el Ejército los había abandonado y les habían asignado una unidad secundaria. Cuando se creó este mando en Granada, había que informar. Y disfruté de una relación maravillosa con las administraciones, con la universidad, una relación que se mantiene.

Y tras ese destino, te jubilas muy joven en 2008-2009.

Hay una normativa dentro del Ejército que impide que un general pueda estar más de diez años en la suma de sus funciones como general de Brigada, general de División y teniente general. Como yo ascendí pronto a general de Brigada por los destinos que había tenido, me tuve que ir a casa con 62 o 63 años. Me volví a Madrid, encantado de la vida, pero con muchas ganas de hacer cosas y de seguir dedicándome a los demás. Porque así sentía mi trabajo en el Ejército. En esos últimos años en Granada, tuve la suerte de conocer al entonces arzobispo castrense, don Juan del Río, que murió durante la covid-19. Era un hombre jerezano, muy salado, muy simpático y tenía una cabeza fantástica. Lo conocí porque yo quería hacer cambios en la formación de los sacerdotes castrenses. En un momento dado, compartió conmigo su idea de crear una Cáritas diocesana castrense. En cuanto me jubilé, se puso en contacto conmigo, nos pusimos a trabajar en el tema y creamos lo que hoy es una institución fantástica, la número setenta de las Cáritas diocesanas. La Cáritas diocesana castrense se ocupa, obviamente, del cuidado de las Fuerzas Armadas, pero también va de la mano con las Fuerzas Armadas en las misiones que se hacen en el exterior: cuando va una unidad a Irak, por ejemplo, enseguida se crea un orfanato, un colegio, una pequeña institución que pueda ayudar a la población civil. Es decir, es una labor de cooperación internacional muy importante. Así que me ocupé de esta Cáritas durante cuatro o cinco años.

Así trabaste amistad con Rafael del Río, el anterior presidente de Cáritas, tu antecesor, que había sido director general de la Policía.

Un hombre magnífico con el que sigo teniendo una gran amistad. Le tocó ser director general de la Policía en unos momentos muy complicados. En él tenían mucha confianza los obispos y, por ello, fue presidente de Cáritas durante tres mandatos de cuatro años. Al final de su tercer mandato, decidió que había llegado al final de su época y ahí es cuando me nombraron presidente de Cáritas. Llevo en el cargo nueve años. El año pasado me prologaron otros cuatro años, pero estoy intentando convencer a los obispos, a los más próximos, de que ha llegado el momento de mi relevo. La idea es que en la Asamblea de la Confederación del año que viene, que es en junio, me despida ya definitivamente. O sea que me quedan unos meses para seguir disfrutando de esta casa.

Ha llegado el momento de que nos hables de Cáritas.

Para mí, Cáritas es la herramienta que tiene la Iglesia para cuidar a los más vulnerables, a los más pobres. Se creó después de la Guerra Civil, con idea de atender a los más pobres de nuestra sociedad, con una idea muy asistencial, de dar de comer, de dar ropas… acuérdate de los roperos en las parroquias, se iba a las parroquias a recoger un abrigo o a que te dieran una bolsa de comida. Todo eso, lógicamente, ha ido cambiando, las necesidades son completamente distintas y ha habido que ir renovándose. Debes entender que son setenta Cáritas diocesanas en España: no tiene nada que ver la Cáritas de Guadix, una diócesis muy pequeñita, pero con unas necesidades muy reducidas, con la Cáritas de Madrid, de Barcelona o de Sevilla, que son enormes, que tienen proyectos de todo tipo y tienen programas que asumen muchas de las necesidades de nuestra población. Y no hay que olvidar que Cáritas es una confederación: son setenta Cáritas autónomas presididas por su propio obispo y con su equipo directivo distinto y con sus proyectos y programas. Y a mí me toca coordinar e intentar crear programas confederales en los que estemos todos. Por ejemplo, no sé si has oído hablar de Moda Re-. Es un proyecto que pusimos en marcha hace unos años con la idea de ir haciendo confederación. Se recoge la ropa de los contenedores rojos de Cáritas, se lleva a las grandes plantas que tenemos en distintos sitios de España, se recicla toda esa ropa y se pone a la venta en nuestras tiendas. Hay una red de ciento cuarenta y tantas tiendas ya por toda España. Aquí, en Embajadores, hay una tienda de Moda Re-, en la que al que viene con un vale de la parroquia, se le da la ropa y luego hay ropa de todo tipo, barata, para el público en general. Es un proyecto que funciona muy bien, en el que está involucrada ya prácticamente toda la confederación. Trabajamos mucho, además, con grandes entidades textiles, sobre todo de Inditex, El Corte Inglés, Alcampo… Tenemos puntos de venta con ellos y trabajamos mucho con ellos. Además, en Cáritas Española coordinamos la formación, la cooperación internacional, la administración en general, los grandes números, la memoria anual, todo eso se lleva aquí, en los servicios generales. Es como un pequeño Estado Mayor con cinco direcciones donde se coordina toda la labor de las setenta Cáritas diocesanas, más la cooperación internacional. Cuando te hablo de cooperar, cooperamos siempre o coordinamos nuestro trabajo con Cáritas de todo el mundo.

Cáritas es, evidentemente, internacional.

Hay 169 Cáritas en el mundo; 169 países que tienen Cáritas, prácticamente todos. Nació originalmente en Colonia, en Alemania, después de la guerra, cuando todas las necesidades se acumulan en el pueblo alemán. En España, nació pocos años después.

¿Y cómo se financia Cáritas?

Los presupuestos de Cáritas han crecido de forma vertiginosa en los últimos treinta años. Este año hemos invertido del orden de 500 millones de euros. Normalmente, entre un 25 % y un 30 % aproximadamente, la financiación es pública, es dinero que viene del Gobierno central, de las autonomías, de Europa… Y, prácticamente, el 70 % o el 72 % es privado: de empresas, de donantes, de socios, de organismos o instituciones privados. Nuestro objetivo es mantener esa relación público-privada. A esto, hay que añadir los recursos humanos, la fuerza humana del voluntariado, que es la mayor riqueza de Cáritas. Estamos hablando del orden de 70 000 voluntarios en toda España y más de 5 000 trabajadores. Las tres grandes instituciones de este tipo son Cáritas, Cruz Roja y la ONCE, y creo que estamos muy bien coordinadas.

Entiendo que esa financiación mayoritariamente privada os permite, si es necesario, ser más críticos con los gobiernos.

Nuestra actividad tiene tres pilares fundamentales: el conocimiento de la situación, la acción social y la sensibilización de la sociedad. Para saber cómo están las cosas, tenemos la capilaridad de nuestras parroquias, sabemos perfectamente lo que pasa en Orense o en cualquier otra parroquia. Cuando hablamos de acción social, tenemos los proyectos con los mayores, con los jóvenes, con los inmigrantes. Hacemos especial hincapié en los programas de formación. Por último, el tercer pilar es el de la sensibilización, es decirle a la sociedad que los problemas son estos, que tenemos que hacer algo para solucionarlo. Una de nuestras herramientas es el Informe de la Fundación Foessa (Fomento de Estudios Sociales y Sociología Aplicada). Es una fundación, que también presido yo, adscrita a Cáritas. Cada cinco años lleva a cabo un informe de la situación social del país. Cada año realizamos informes más específicos o particulares y, cada cinco años, se hace un informe general. Precisamente, estos próximos días, haremos la presentación oficial. El informe Foessa suele poner el dedo en la llaga, habla de los temas sociales más acuciantes y a las administraciones, a los responsables del país o de un territorio no les hace mucha gracia. Recuerdo que hace unos años hablamos de la cantidad de pobres que había en el país y algunos representantes políticos preguntaban que dónde estaban esos pobres… Señalamos los lugares donde hay un enorme problema de vivienda, dónde hay mayor exclusión social… Antes lo hacíamos a nivel nacional; ahora, a petición de las entidades, hacemos uno por cada autonomía. Además, hacemos uno sobre Ceuta, otro sobre Melilla, Ibiza también lo hace por separado… En total son 22 informes. Cuando los vayamos presentando, a partir del mes que viene, habrá administradores que querrán negarlo todo, a los que les sentará mal que hablemos de tal debilidad social o tal otra…

¿Cómo trabajáis la sensibilización?

A varios niveles. Al estar tan cerca de las administraciones, procuramos hacer propuestas que puedan ser incluidas en programas electorales,   que puedan formar parte de una acción de gobierno o ser debatidas en las Cortes. Un asunto apremiante es el de la regularización de los inmigrantes. En la actualidad hay más de 70 000 inmigrantes en nuestro país que están trabajando, pero que no tienen los papeles en regla. La única forma de que esa gente se integre de verdad es regularizar su situación. No sé si has oído hablar de una iniciativa legislativa popular en la que se volcaron diversas entidades católicas, incluida Cáritas, una iniciativa apoyada con la firma de 780 000 españoles. Como ves, es una medida que tiene un gran apoyo social. Cuando fui a defender esta iniciativa al Congreso, todos los partidos políticos menos uno, me dijeron que estaban de acuerdo. Sin embargo, al final, no salió. Pero, en Cáritas, seguimos trabajando para esto se consiga.

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Mientras Manolo se despide de nosotros, nos hace un comentario que refleja su vitalidad. Manolo Bretón es consciente de que debe dar el relevo en la presidencia de Cáritas Española. Pero aclara que no es por cansancio o por la edad. Es importante que entren caras nuevas con una visión diferente de las cosas que les permita abordar el liderazgo de otra forma. Él, sin embargo, está listo para un nuevo reto. El brillo en sus ojos nos explica que queda Manolo Bretón para rato.

 

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