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Cazadores de Sueños: el poder de los jóvenes a través del baile urbano

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La asociación cuenta con más de 10 años de trayectoria y una implicación total en la actividad local

En Valdemoro, cuando uno rebusca un poco por debajo del ruido del día a día, sigue encontrando ese pulso casi escondido del movimiento asociativo. Esa ha sido una de las tareas que en La Revista de Valdemoro hemos querido asumir, la de poner en valor el gran esfuerzo que hacen estas pequeñas piezas que sostienen la vida cultural del municipio incluso cuando parece que todo se ha ido apagando. Entre ellas hay un proyecto que lleva más de una década de actividad a base de constancia, mucho cariño y fuerza juvenil: Cazadores de Sueños.

A veces da la impresión de que las asociaciones juveniles —esas que llenaban la Casa de la Juventud hace quince o veinte años— se han ido deshilachando. «Antes había cuatro o cinco asociaciones funcionando muy fuerte», recuerdan en el grupo. Ahora, apenas quedan dos utilizando de forma estable las salas de la Casa: AMIVAL y ellos. Pero algo de ese espíritu temprano, el de los jóvenes que decidían hacer cosas «porque sí», sigue latiendo en este colectivo que nació, casi sin pretenderlo, en 2011.

Y lo curioso es que todo empezó con unas clases municipales de street dance y un grupo de adolescentes que simplemente se llevaban bien.

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De una clase de baile a representantes de la danza urbana local

En 2010 la Casa de la Juventud ofrecía talleres de todo tipo: socorrismo, monitoraje, baile urbano… «Nos enteramos de que había clases de street y dijimos: «venga, vamos a apuntarnos», cuentan entre risas María, Alba y Fernando, que se uniría más tarde. El monitor se llamaba Alberto y aquel grupo de chicos y chicas de entre 15 y 18 años pronto formó una pequeña comunidad a la que no le bastaban las clases y se quedaban horas practicando, aprendiendo pasos nuevos de YouTube y creando sus primeras coreografías.

El ambiente fue tan potente que, cuando llegó el final de curso de 2011, casi toda la clase decidió juntarse y preparar bailes propios. Inma y Rafa, monitores de la Casa de la Juventud, los animaron a dar un paso más: «Chicos, haced la asociación. Podéis usar las salas y darle visibilidad a la danza». Y lo hicieron. Entre junio y septiembre montaron la asociación y, casi sin darse cuenta, el Ayuntamiento les invitó a bailar en el pregón. «Tuvimos tres meses para montar un pregón de casi una hora. Y lo hicimos», recuerdan con una mezcla de vértigo y orgullo.

Eran once. Once chavales que no sabían muy bien qué significaba tener una asociación, pero sí sabían lo que querían: bailar. Y hacerlo juntos.

«Nos encantaba actuar», cuentan. «Nos caíamos bien, estábamos a gusto… y de repente teníamos un sitio donde estar todo el día bailando. Era un espacio seguro, de esos que te hacen sentir que ahí puedes ser tú». Ese primer valor —el de encontrar un lugar donde expresarse y crecer— sigue siendo hoy uno de los pilares de la asociación. Aunque entonces nadie podía imaginar lo que vendría después.

Formación: donde todo empezó

Con la marcha del primer profesor municipal, en Juventud les preguntaron si querían coger el relevo. Y, casi sin pensarlo, se encontraron dando clases. «Al principio no teníamos formación como profesores… aprendíamos de YouTube», cuentan sonriendo. Pero la cosa creció tan rápido que aquella improvisación inicial dejó paso a una profesionalización real.

Crearon el taller «Aprende a bailar con Cazadores de Sueños», y la acogida fue inmediata. En el primer año ya tenían un grupo de pequeños (9 a 12 años) con más de una docena de niños, y otro de mayores (14 a 24), más reducido, pero igual de entusiasta. A partir de ahí, los grupos se multiplicaron. Hubo años con 30 alumnos por clase y la Casa de la Juventud estaba llena de niños bailando en cada sala. Martes y jueves eran días de movimiento constante, y hasta tuvieron que abrir un grupo los viernes para absorber la demanda.

«Había chavales que llegaban a las cinco y se iban a las nueve de la noche», explican. «Estudiaban aquí, merendaban aquí, y si no tenían clase, se quedaban igualmente. Era su casa, Fernando era uno de ellos, que junto con otros que llegaron más tarde, siguen estando involucrados en la asociación», explican.

Pero no solo ha sido hogar, también ha sido escuela de algunos chavales cuya inquietud les llevaba más lejos de la asociación. Algunos alumnos de Cazadores han continuado su formación con una perspectiva más profesional tanto desde la Formación Profesional privada como desde conservatorios, llegando a competir a nivel internacional o a protagonizar espectáculos en Madrid, como Iván Amigo, anteriormente entrevistado en La Revista de Valdemoro.

«Estamos muy orgullosas de haber creado una formación que ha permitido a quien ha querido seguir avanzando en la profesión del baile, una gran mayoría de nuestros chicos han conseguido pasar todos los castings que han querido al salir de Cazadores, ya sean para conservatorios o para grupos de competición más profesionales, llegando a protagonizar musicales en Gran Vía o viajando a Arizona a competir los mundiales de hip-hop. La mayoría vuelven agradecidos y nos ponen al día de sus logros, es todo un orgullo», concluyen Alba y María.

La asociación ha sido también un refugio para muchos niños con dificultades. «Hemos tenido peques con TDAH (trastorno por déficit de atención e hiperactividad), otros que tenían problemas para relacionarse, incluso niños con discapacidad», cuentan. «Y a todos les ha venido bien. Aquí no se le niega bailar a nadie».

Pero quizá lo más valioso no ha sido enseñar pasos, sino crear comunidad. «Hay niñas que ya son amigas de toda la vida gracias a esto. Madres y padres que se ayudan entre sí. Gente que se siente cuidada. Eso es lo más bonito».

Competición: el salto hacia afuera

La rama competitiva llegó casi por accidente. Un día, hablando después de una clase, los mayores preguntaron por las competiciones. Habían oído que antes el grupo original había participado en alguna. «Pues venga, probamos», dijeron. Así, sin más.

Los primeros en competir fueron los pequeños. Crearon el grupo Dream Hunters, que después evolucionaría a Bloody Caps cuando crecieron. Los mayores, conocidos después como Vipers Crew, no tardaron en sumarse. Y, para sorpresa de muchos, el debut fue un éxito: ganaron su primera competición.

A partir de ahí, las giras por la Comunidad de Madrid o Valencia fueron habituales, ganando varias docenas de trofeos, tanto de competiciones amateur, como otras más grandes. Para ellos, la competición ha sido una escuela de valores tanto como de danza. «Les enseña responsabilidad, trabajo en equipo, a enfrentarse a la tensión…», explican. «Si tienen notas malas, no pueden competir. Y ellos solos se ponen las pilas».

En estas competiciones también han vivido algunos de sus hitos más sonados, como la participación en Pasión por la Danza en Benidorm, donde consiguieron varios premios y, sobre todo, esa sensación de que el nombre de Valdemoro empezaba a sonar fuera del municipio y de Madrid. «Cuando en una competición te dicen: «Ah, vosotros sois Vipers»… eso emociona muchísimo».

En plena pandemia, decidieron mandar un vídeo al casting de Got Talent. «Total, estábamos encerrados en casa», recuerdan riendo. Grabaron a los pequeños y a los mayores, lo enviaron y, a las dos semanas, llegó el correo: habían pasado a la última fase de selección. El casting final, por Zoom, fue una experiencia peculiar. Los cogieron para hacer promoción, grabaron en Madrid, y al año siguiente volvieron a ser invitados. No llegaron a la televisión, pero el proceso fue emocionante y les dio una sensación de reconocimiento que aún recuerdan.

Exhibiciones: su lado más comprometido con Valdemoro

La otra gran pata del proyecto es la exhibición. Y aquí no hablan solo de festivales o actuaciones puntuales. Hablan de musicales completos creados desde cero, con guion, vestuario, decorados y más de una hora de espectáculo.

Entre los montajes que recuerdan con más cariño están Revolution y su spin-off, Un Paseo por Broadway, o los pasacalles temáticos de carnaval, que llenan las calles de Valdemoro de pequeños bailarines vestidos de personajes de películas o series. «Para los niños, estos espectáculos son una forma de aprender a soltarse, a quitarse la vergüenza, a recibir aplausos por primera vez».

Las exhibiciones también les han permitido conocer muy de cerca a los vecinos de Valdemoro. Actuaciones en residencias de mayores, pregones, galas municipales, colaboraciones con asociaciones, entre otros, les ayudan a que la gente del pueblo sepa que Cazadores de Sueños es un movimiento de jóvenes muy potente y comprometido con su pueblo.

Una de las historias más entrañables del proyecto es su relación con AMIVAL, la asociación de personas con discapacidad de Valdemoro. Todo empezó con la participación en su calendario solidario, y desde ahí se forjó un vínculo que no ha dejado de crecer. «Los niños se mezclan, bailan juntos, se abrazan… lo viven con una naturalidad increíble», cuentan. «Es de esas cosas que te recuerdan que el baile sirve para mucho más que aprender pasos, aprenden humanidad». El problema, cuentan, es que en los últimos años se hacen menos eventos culturales públicos. Y eso ha reducido mucho su visibilidad. «Hay gente que piensa que ya no existimos», reconocen.

Aun así, siguen generando proyectos, todos los años continúan saliendo en todos los pasacalles, bailando en las fiestas municipales, y sacando algún que otro evento de gran formato. En 2024, con su espectáculo benéfico, llegaron a recaudar más de 3 000 euros para los afectados por la dana de Valencia. Su trabajo ha traspasado incluso al ámbito profesional: María, su coreógrafa, ha colaborado con artistas como Lorena Gómez o Renata, involucrando a los alumnos en algunos videoclips.

Presente y futuro del colectivo

Hoy, la foto de aquellos años con la Casa de la Juventud repleta de jóvenes es cosa del pasado, pero eso no significa que el proyecto esté en horas bajas. Más bien atraviesa una etapa de transición, un cambio de ciclo que ellos mismos están aprovechando para mirar hacia delante. «Hemos llegado a tener más de 100 alumnos; ahora estamos en torno a 30», comentan sin dramatismo, como quien constata un dato antes de ponerse manos a la obra. Y lo cierto es que esa disminución no ha frenado la energía del grupo; la ha concentrado.

El parón de la pandemia, la irrupción de academias privadas y la caída general de la actividad de las asociaciones han obligado a Cazadores de Sueños a repensarse, pero no a rendirse. Al contrario, el proyecto sale reforzado en profesionalización, en madurez y en claridad de metas. «Ahora el nivel es más alto que nunca», afirman. También se percibe algo que antes no estaba tan presente: una generación joven que apunta maneras para coger el relevo el día de mañana. «Nos gustaría dejar un legado», dicen.

A corto plazo tienen un calendario claro y ambicioso: aumentar las clases y recuperar los shows. Y, a medio plazo, sueñan con algo que va mucho más allá de su propia asociación: una competición anual de referencia, capaz de atraer a grupos de toda la Comunidad. «Un evento que la gente marque en el calendario», dicen, con la naturalidad de quien lo ve posible.

Cazadores de Sueños nació en 2011 por algo tan simple, y a la vez con mucha fuerza, como once chavales que querían bailar. Y, de alguna manera, sigue siendo ese mismo impulso el que sostiene la asociación. No son una academia, no son un negocio, no tienen la presión de las cuotas ni la obsesión por los títulos. Son, ante todo, un lugar donde los jóvenes —y no tan jóvenes— pueden encontrarse, crecer y descubrir quiénes son cuando les das un espacio seguro para expresarse.

En un Valdemoro que a veces parece lleno de prisas, de rotondas y de rutinas, proyectos así recuerdan que el tejido cultural no lo sostienen los edificios ni los presupuestos, sino las personas. Y quizá sea el momento de volver a apostar por eso: por los espacios donde los jóvenes puedan crear sin miedo; por asociaciones que mantengan vivo el pulso del pueblo; por iniciativas que den oportunidades a quienes empiezan. Ellos lo resumen mejor: «Lo que queremos es que esto siga. Que haya relevo. Que la juventud se mueva».

Tal vez toque escucharlos. Y, sobre todo, apoyarlos. Volver a levantar entre todos el movimiento asociativo que durante años fue el corazón cultural de Valdemoro. Porque si algo han demostrado estos trece años de Cazadores de Sueños es que, cuando se camina juntos, los sueños no solo se cumplen: se contagian.

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