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Entrevista con la doctora Sari Arponen

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Sari Arponen nació en Ruokolahti, un municipio del sureste de Finlandia, muy cerquita de la frontera con Rusia; a 274 kilómetros de Helsinki y a 211 kilómetros de San Petersburgo. Cuando Sari tenía 10-11 años, sus padres decidieron mudarse a la costa murciana. Tras acabar sus estudios de Secundaria en España, Sari estudió Medicina en la Universidad de Murcia. Después de terminar la carrera, decidió venir a Madrid para cursar la especialidad en Medicina Interna en el Hospital Universitario de La Princesa. Aunque hoy en día, en España, no existe una especialidad con ese nombre, se ha dedicado profesionalmente a la infectología, al estudio y tratamiento de enfermedades infecciosas. Su tesis doctoral versó sobre la coinfección por el VIH y la hepatitis C.

Estuvo viviendo bastantes años en el centro de Madrid, en la calle del Pez. Ha trabajado en muchos hospitales de la Comunidad de Madrid (La Princesa, Carlos III, Fuenlabrada, Gregorio Marañón, Santa Cristina, Vallecas, Torrejón de Ardoz, Virgen de la Torre…). En 2010, cuando estaba trabajando en el Hospital de Vallecas, buscando un lugar donde compartir proyecto vital con su pareja, llegaron a Valdemoro. Aquí, afirma Sari, han encontrado una buena calidad de vida frente a la vorágine que suponía el centro de Madrid. Sari disfruta el hecho de que Valdemoro no tenga semáforos. Dice que ahora le costaría moverse de aquí.

A pesar de llevar gran parte de su vida en España, Sari ha mantenido su nacionalidad finlandesa, lo cual, dice, le permite, por fortuna, no tener que votar en nuestras elecciones generales. Se siente finlandesa, madrileña y valdemoreña a la vez.

En los últimos años, Sari se ha interesado en la microbiota humana. El estudio de nuestra microbiota intestinal se remonta a principios del siglo XX. Pero es a partir de 2006, gracias a los avances de la ciencia y la técnica de secuenciación de alto rendimiento, cuando los científicos se ponen a descodificar el genoma bacteriano de nuestra microbiota intestinal. Desde entonces, los artículos científicos relacionados con este tema se multiplican cada año. Una búsqueda en Pubmed, el portal que incluye el mayor número de publicaciones dentro del ámbito biomédico, nos muestra que cada año crece el interés en el estudio del microbioma de forma exponencial: en 2016, se publicaron unos ocho mil artículos sobre este tema; en 2019, el número subió hasta más de dieciséis mil.

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La pandemia obliga y, aunque, conocí a Sari en persona hace unos meses y tuve la suerte de asistir a la conferencia que dio en la Escuela Oficial de Idiomas de Valdemoro sobre la microbiota, nuestro encuentro se convierte en mi primera entrevista a través de videoconferencia.

Te voy a pedir que empieces nuestra entrevista explicándonos qué es la microbiota humana.

La microbiota es lo que mucha gente todavía llama flora. Cuando hablamos de la microbiota estamos hablando de todos los microorganismos que están dentro de los seres humanos y, también, encima de los seres humanos. Son bacterias, son virus, son hongos, son todos los microorganismos que se encuentran en nuestro intestino, en nuestra boca, en los pulmones, en la piel, en el tracto urogenital… Se sabe que esta microbiota es una parte fundamental de nuestro organismo, que, en realidad, el cuerpo humano es un superorganismo (un conjunto de ecosistemas interrelacionados) y se sabe, también, que esta microbiota cumple una serie de funciones importantísimas. Por ejemplo, la microbiota intestinal crea vitaminas, permite que el intestino se mantenga saludable, que tenga una capa de moco que facilite el buen funcionamiento intestinal, participa en la tarea de hacer digeribles ciertos alimentos para que puedan absorberse mejor por nuestro cuerpo… La microbiota también participa en la programación del sistema inmunitario. Nos protege de muchas infecciones. Por lo tanto, si tenemos una microbiota saludable, cuando entra un patógeno en nuestro cuerpo, una bacteria o un virus que puedan infectarnos, los microorganismos que componen nuestra microbiota pueden ayudarnos a combatir ese patógeno.

Has hablado de esa microbiota interna y sobre nuestra piel. Pero entiendo que esa microbiota, esa fauna, vive también a nuestro alrededor. Como un aura.

Efectivamente, además de esta microbiota, podemos hablar del microbioma. El microbioma incluye tanto los microorganismos como sus genes, como las sustancias que producen. Realmente, aunque no lo veamos, alrededor nuestro tenemos flotando una nube invisible compuesta por todas las sustancias que crean estos organismos que llevamos encima.

Entiendo, entonces, que una microbiota saludable puede ayudar a mantenernos sanos. ¿Se puede hacer algo para que nuestra microbiota goce de buena salud?

Todo lo que hacemos, todo lo que nos hacemos a nosotros mismos, se lo estamos haciendo a nuestra microbiota. Hoy en día, la mayoría de las personas tienen un estilo de vida que no es especialmente saludable. Hay una serie de factores que determinan la salud de esa microbiota. Empieza incluso antes de nacer, luego con el nacimiento y, después, durante toda nuestra vida. Hay cosas que sabemos que modulan positivamente la microbiota. Por ejemplo, es importante que la madre esté sana durante el embarazo. Es preferible tener un parto vaginal. Obviamente, esto no siempre es posible y, por eso, ya hay lugares donde, en caso de cesárea, empapan gasas con líquido vaginal y luego se las pasan al bebé por la piel. La lactancia materna es el alimento humano por excelencia y es ideal que el bebé se alimente exclusivamente con la leche materna durante los primeros meses de vida y continúe después de forma prolongada. Antropológicamente, la lactancia materna debería durar hasta que se caigan los dientes de leche, los cinco o seis años. Y, finalmente, todo lo que rodea a nuestra vida diaria afecta a la microbiota de forma favorable o desfavorable: la alimentación, la falta de descanso, el estrés excesivo, estar conectado constantemente a una pantalla, los tóxicos ambientales, el tabaco, el alcohol, el ejercicio físico. Es decir, para cuidarnos y para cuidar de nuestra microbiota, debemos tener una alimentación antiinflamatoria, una alimentación prebiótica, debemos hacer ejercicio con frecuencia, debemos controlar el tiempo que pasamos delante de una pantalla, debemos aprender mecanismos para enfrentarnos al estrés y debemos estar mucho más en contacto con la naturaleza. Y, desde luego, debemos evitar la toma de fármacos indiscriminada, especialmente la automedicación. Hay que recordar que muchos fármacos, aunque no sean antibióticos, afectan a nuestra microbiota.

Me interesa el tema de la naturaleza. Los habitantes de las ciudades estamos cada vez más alejados de la naturaleza y esto puede debilitar nuestra microbiota.

El ser humano ha evolucionado siempre en espacios verdes y en espacios azules. Es decir, en espacios naturales con mucha vegetación, con un suelo donde hay lombrices, donde hay bichos que lo remueven, y, también, en espacios acuáticos. Ahí también hay microbiota. Son los ambientes verdes y azules los que nos han permitido tener una dieta saludable. Sin embargo, en las últimas décadas, hay mucha gente que nace, se desarrolla y se reproduce en ambientes grises, en ambientes urbanos, donde es muy difícil encontrar un auténtico entorno natural, donde haya un suelo, el humus aireado, con lombrices, con bacterias y virus naturales. Si a esto le añadimos una alimentación basada en comida ultraprocesada, una alimentación inflamatoria, nos encontramos con una microbiota empobrecida en cuanto a cantidad y calidad los microorganismos. Ante esta debilidad de la microbiota, nos encontramos con todas esas patologías que llamamos crónicas no transmisibles. Estamos hablando de todas esas enfermedades que no son infecciosas: diabetes, obesidad, patologías neurodegenerativas como la demencia de Alzheimer, la enfermedad de Parkinson, la enfermedad inflamatoria intestinal, la artritis reumatoide o, incluso, trastornos de neurodesarrollo como los trastornos del entorno autista o el trastorno por el déficit de atención e hiperactividad. E, incluso, en última instancia, propatologías neoplásicas, que son, básicamente, los cánceres. Se sabe que todas estas patologías crónicas no transmisibles, cada vez más frecuentes, tienen detrás las alteraciones de nuestra microbiota.

Creo que, incluso, todos estos habitantes de las ciudades del primer mundo alejados de la naturaleza reciben un nombre característico.

Sí, nos hemos convertido en unos seres raros y, creo que este término viene de la sociología, se nos define con el acrónimo en inglés WEIRD (que se traduce como «bicho raro»), que significa Western Educated Industrialized Rich and Democratic (occidentales, educados, industrializados, ricos y democráticos). En principio, pertenecer a sociedades occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas no tiene por qué ser malo. Pero condiciona nuestra microbiota. Nuestra evolución cultural pesa más que nuestra evolución biológica. Esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Desde un punto de vista fisiológico nos hace más débiles y nos hace excesivamente dependientes de la tecnología.

¿Cómo podemos aplicar todos los estudios sobre la microbiota a nuestro sistema sanitario?

Medicina solo hay una y es la que funciona. Como todo en medicina, los últimos avances científicos tardan en dar el salto a la práctica clínica habitual. Es lo que se llama cambio de paradigma y dicen que estos procesos suelen tardar unos diecisiete años de media. Muchos médicos de medicina clínica que ejercen en nuestros centros de salud y en nuestros hospitales no han recibido la traslación y hay como un abismo desde la ciencia básica a la práctica clínica. A mí, por mi perfil fundamentalmente asistencial, aunque haya hecho también investigación, lo que más me preocupa es llevar a cabo, cuanto antes, esa traslación y aplicar esos conocimientos de ciencia básica en pacientes que tienen este tipo de problemas.

¿Has publicado sobre el tema de la microbiota?

Para publicar en el ámbito de la microbiota, se debería estar en algún grupo de investigación. En medicina, hacer investigación en ciencia básica, docencia universitaria, asistencia y divulgación, hacer todo eso se puede hacer, pero hacerlo todo con excelencia es muy complicado. En estos momentos, me llama más la atención concentrarme en el estudio del cuadro global, en el estudio de la microbiota dentro del campo de la medicina en conexión con la sociología, la psicología e, incluso, teniendo en cuenta aspectos socioeconómicos. La microbiota toca aspectos como la neurociencia, como la inmunología, como la endocrinología…

Hasta el año pasado, eras la coordinadora de la sección de VIH en el hospital de Torrejón. ¿En qué momento se encuentra el tratamiento de esta enfermedad?

Parece que el VIH surgió alrededor de los años veinte del siglo pasado y fue propagándose durante varias décadas aunque no se descubrió hasta 1981. Los primeros fármacos aparecieron a finales de los ochenta, pero los tratamientos verdaderamente eficaces que comenzaron a salvar vidas salieron en el año 1996, justo el año en que murió Freddy Mercury. Se trataba de combinar tres fármacos antirretrovirales con mecanismos de acción distintos. Al principio, podían ser hasta veinte comprimidos distintos al día. Este cóctel medicinal permitía reducir la replicación viral que destruía el sistema inmunitario hasta el punto en que se llegaba a no poder detectar el virus en sangre. A partir de ahí, comenzaron a salir fármacos más sofisticados y, hoy en día, se puede tener el virus controlado con una pastilla diaria sin excesivos efectos secundarios. Se está trabajando en fármacos que están a punto de salir que, a través de una inyección cada cuatro u ocho semanas, permitirán controlar la infección. Eso no es la cura, pero ha permitido convertir la infección por VIH en una enfermedad crónica. Queda mucho camino porque estos enfermos todavía suelen tener mayor tasa de infartos, de cáncer, tienen más problemas de salud renal, de salud ósea… Es como si tuvieran un envejecimiento prematuro. Es como si tuvieran diez años más de los que, en realidad, tienen. Tienen una inflamación crónica mantenida. Curiosamente, se sabe que la microbiota intestinal está alterada por el VIH. A pesar de que se está investigando mucho, la erradicación total del virus es difícil. Ha habido avances muy interesantes en un par de casos aislados, con personas que han recibido trasplantes de médula ósea. Pero, claro, un trasplante de médula ósea son palabras mayores y no es tan sencillo como tomar un comprimido. El mayor problema viene porque el material genético del virus pasa a formar parte del material genético de algunas células que actúan como santuarios inmunológicos, donde los fármacos no pueden actuar. En esto radica la dificultad a la hora de eliminar el virus. Realmente, el único virus que hemos logrado curar con fármacos, con un alto porcentaje de éxito, ha sido el de la hepatitis C, que es sobre lo que versa mi tesis.

¿Cuál es el número de contagios al año?

El número anual de casos nuevos diagnosticados viene a ser de unos tres mil (1,7 millones en el mundo). Debemos recordar que hay un infradiagnóstico porque, al no dar síntomas de inicio, muchas veces pueden pasar cinco, diez e, incluso, quince años antes de hacer un diagnóstico. Con el VIH, el diagnóstico y el tratamiento precoz son muy importantes porque se consigue bajar la carga viral del enfermo. Y una persona con la carga viral suprimida con el tratamiento antirretroviral, en principio, ya no es contagiosa. Es decir, aunque esa persona mantenga relaciones sexuales no protegidas —cosa que no se debería hacer nunca salvo en una pareja estable monógama—, no suele ser contagiosa. Las relaciones sexuales no protegidas son la causa más frecuente de infección por VIH hoy en día, pero además, por la relajación del miedo al VIH, en los últimos años han aumentado mucho otras enfermedades de transmisión sexual. Por ello, en la actualidad los nuevos contagios de VIH se deben a las personas que están infectadas y no lo saben. La Organización Mundial de la Salud tenía como objetivo las cifras 90/90/90, que significaría tener al noventa por ciento de las personas con el virus diagnosticadas; de ese noventa por ciento, tener al noventa por ciento con tratamiento; y, por último, que, de ese grupo de personas tratadas, el noventa por ciento tenga la carga viral suprimida. Esto supondría un gasto importante de dinero en los primeros años de la estrategia, pero, a largo plazo, sería más barato que no controlar esta pandemia: los estudios  muestran que si se pudiera tratar a todas las personas infectadas, el VIH podría erradicarse para el año 2050. Desafortunadamente, esta semana han anunciado que no se han conseguido los objetivos para este año.

Parece obligado que hablemos del coronavirus.

Como he dicho, hasta finales del año pasado, trabajaba en el hospital de Torrejón de Ardoz. Solicité una excedencia voluntaria para dedicarme al estudio y divulgación de la microbiota humana. Cuando apareció el coronavirus en China, me pareció curioso seguirlo en tiempo real. Pero, como a muchos nos pasó, con los antecedentes del SARS de 2003, que no llegó a España, lo veía como algo lejano. El caso es que el coronavirus sí que llegó a España. El fin de semana del 7 y 8 de marzo, estuve en un congreso de microbiota en Madrid. De hecho, estuvo a punto de cancelarse. No se canceló porque era un congreso internacional. Había gente de muchas partes del mundo y, en realidad, no noté a nadie teniendo un mayor cuidado. La semana siguiente, estalló la crisis sanitaria. Me pareció curioso: llevo toda la vida dedicada a la infectología y, cuando llega una epidemia, me encuentro de excedencia.

¿Y qué hiciste?

Tenía sentimientos encontrados. A pesar de mi trabajo, nunca he tenido miedo a contagiarme en el trabajo. La mayoría de los virus que he cogido en los últimos años procedían de la guardería de mi hija y no del hospital donde yo trabajaba. Pero ahora soy madre y temí que, al reincorporarme al trabajo, pudiera llegar a contagiar a mi familia. Sin embargo, era mi obligación y el 16 de marzo me incorporé como voluntaria en el Hospital de Vallecas. Cuando llegué esa mañana, había doscientos infectados, entre urgencias y la planta. Cuando me fui, doce horas más tarde, ya había 277. A partir de ahí, el número de casos fue aumentando hasta que el hospital se hizo monográfico de coronavirus. Estamos hablando de un hospital con unas 264 camas. Llegamos a tener 750 pacientes. Fue una situación de mucho estrés. En esa fase, los compañeros se iban infectando de continuo, nosotros intentábamos mantener la distancia, llevábamos la mascarilla en todo momento… Los pacientes tenían mucho miedo. Imagínate estar en el hospital con neumonía y lo único que pueden ver en televisión es el número de muertos diarios por coronavirus… Supongo que nos pasó a todos: en muchos momentos, tenía la sensación de que todo esto no podía estar pasando en realidad. Esas tres primeras semanas en el hospital fueron muy difíciles.

Luego fuiste al hospital montado en IFEMA.

Cuando llegué, el hospital ya estaba montado para que los médicos atendiéramos a los pacientes de covid-19. Fui como internista, como médico consultora. Fue otro tipo de experiencia. Más surrealista, si cabe: imagínate un pabellón gigante, con hileras e hileras de camas, con gente vestida con trajes de astronauta… Salías fuera y estabas rodeado por furgonetas de comida rápida, que yo no como… con música chillout de fondo… con la presencia cercana de los militares… luego los bailes que se hacían con el  Resistiré a las ocho de la tarde… A mí todo esto me generaba disonancia cognitiva. En IFEMA no fallecieron tantos pacientes. Recuerdo un día que tenía turno de tarde, me encontré, dentro del escenario de carreteras vacías de esos días, con un convoy formado por vehículos militares, ambulancias y un autobús de ALSA lleno de sanitarios con el traje de buzo y de pacientes de covid-19 siendo trasladados al IFEMA… Esto lo ves en una película y te parece casi normal. Lo ves en la realidad y es difícil de creer. A pesar de que había algunas camas UCI, este hospital estaba diseñado para recibir a pacientes que, necesitando hospitalización, a priori, no iban a sufrir gran deterioro.

¿Ya ha pasado lo peor?

Hay gente que se autoproclama experta en covid-19. Es muy difícil saber cuál va a ser la dinámica de la epidemia a partir de ahora. Algunos vaticinan un rebrote en julio, otros en octubre… Está claro que en octubre y noviembre va a empezar a haber catarros y gripes. Vamos a tener que tratar a todas esas personas con las mismas medidas de precaución que hemos tratado a los enfermos de covid-19. Esto, sin duda, es un reto de cara a la atención sanitaria. Independientemente de la evolución del virus, han cambiado muchas cosas y a mí me preocupa, dentro de este enfoque integral en el que se tienen en cuenta los aspectos sociales, emocionales o socioeconómicos, cómo va a impactar todo esto en nuestra forma de relacionarnos, cómo va a impactar todo esto en la forma en que nuestros hijos van a estar en el colegio, cómo va a impactar en los negocios o en la economía de las personas y cómo va a impactar en nuestra salud mental. Tengo amigos expertos en la materia que apuntan que ya han aumentado el número de suicidios, los cuadros de ansiedad y de depresión.

Esta crisis sanitaria deriva en una crisis económica y social, con disturbios en las calles de los Estados Unidos. Los nervios están a flor de piel.

No solo disturbios. En España, por ejemplo, la política está más polarizada que nunca y, en este estado de tensión, es difícil llegar a acuerdos y tomar decisiones inteligentes que nos permitan abordar esta situación con madurez social. Están apareciendo conductas muy alejadas del sentido común. Esta pandemia podría servirnos para recapacitar sobre lo que estamos haciendo mal, pero me cuesta ser optimista. Me preocupo, sobre todo, por nuestros hijos.

Con una economía debilitada, ¿qué se podría mejorar dentro de nuestro sistema sanitario con los recursos disponibles? ¿Hay margen para una gestión mejor?

Soy internista y siempre he ejercido en atención hospitalaria. Creo que hay un maltrato histórico a la atención primaria. La atención primaria debería ser la joya de la corona dentro de la salud pública. No puede ser que un médico de atención primaria o un pediatra tengan cinco minutos por paciente. Es en la atención primaria, donde con una menor inversión, se pueden ejercer medidas de prevención y atender a la población con patologías crónicas. Los médicos de atención primaria deberían poder conocer bien a los pacientes que tienen en su cupo. Se podrían incorporar profesionales que ayuden en la prevención, como puedan ser psicólogos, nutricionistas, que actualmente apenas existen dentro de la salud pública. Esto crea un sistema proactivo en vez de reactivo. Cuando no se hacen pactos de Estado en políticas de salud o educación, la gestión es siempre cortoplacista.

El coronavirus ha marcado profundamente a Sari. Está ultimando un libro con sus propias experiencias y con las de otras personas. Con un poco de suerte, la publicación verá pronto la luz.

 

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres