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Entrevista con Mohamed Said

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Tengo delante de mí a otro valdemundeño. A otro valdemoreño que viene de otro mundo. Un mundo tan cercano y tan lejano de aquí como es Marruecos. Tras once años abriéndose camino en la televisión y en el cine, Mohamed Said acaba de trabajar con el director Alejandro Amenábar en la película El cautivo. Mohamed interpreta a Muley, el carcelero de los prisioneros cristianos de Hasán, el temido Bajá de Argel.

¿Cómo acabasteis en Valdemoro?

Nací en Tetuán, en Marruecos, el 11 de junio de 1987, pero he vivido en Valdemoro desde los nueve años. Mi padre era funcionario, era jefe de estudios en una escuela en Marruecos. Vivíamos bien y mi madre cuidaba de la casa mientras nos criaba a mi hermana Aisha y a mí. Pero a mi padre se le murieron los dos riñones y necesitaba diálisis. Se enfermó muy joven. Ahora lo pienso y digo: «¡Lo que ha tenido que pasar mi padre!». Y mi madre también. En esos momentos, toda su familia, sus hermanos estaban fuera de Marruecos: Alemania, Holanda, Gerona… Mi padre es mi actor favorito, mi ídolo. Me gustaría algún día poder caminar como él. Con eso me valdría. En Marruecos la sanidad no está mal, pero le estaba costando mucho dinero a mi familia. Antes de que todo esto pasara, nosotros veníamos a España de vacaciones. Éramos ese tipo de gente de Marruecos que salía de vacaciones a Europa y regresaba porque no necesitaba nada de Europa. Hasta que mi padre enfermó. Teníamos dos tíos en Holanda y pensamos en mudarnos allí. Recuerdo cómo lloraba mi madre cuando, a nuestra partida, se despidió de sus padres. La inmigración es muy dura. Durísima. Y más cuando es por necesidad de salud. Salimos para Holanda y paramos aquí en Valdemoro, donde vivía mi tío. Justo al día siguiente a mi padre le tocaba hacer diálisis. Mi tío lo llevó al hospital más cercano, que era el Doce de Octubre. Mi padre,  cuando vio cómo le trataban, decidió que nos quedábamos en Valdemoro. Como mi padre estaba enfermo, mi madre se puso a limpiar portales y a trabajar de cocinera en un bar. Trabajaba, quién sabe, quince horas al día. Salimos adelante. No me avergüenzo de decir que nosotros hemos comido gracias a Cáritas, que a nosotros nos han ayudado aquí las monjas, que nos han ayudado familias muy buenas como la de Maricarmen.

En cuanto llegaste a Valdemoro te metieron en el CEIPSO Nuestra Señora del Rosario.

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Yo de niño me peleaba mucho. De niño y en la adolescencia. En cuanto entré en la escuela, yo era el Moja de Valdemoro. No había otro. Tú imagínate venir a un pueblo… En ese momento no había otra persona marroquí de mi edad. Había gente más mayor que venía a trabajar. El electricista, el obrero, el fontanero…  El colegio era como el patio de la cárcel. Y los niños se aprovechaban… Yo solo sabía decir sí y no. Porque mi abuelo había trabajado en España. Entonces, cuando discutía en Marruecos con mi abuela lo hacían en español. Y yo solo escuchaba joder, y no. Entonces, los niños me preguntaban: «¿Tú te duchas?» Yo, sin entenderles, les decía no. Y se reían. Entonces tú eres un guarro. Y les decía, de nuevo sin entender, sí, sí, sí. Yo solo decía sí y no. A partir de ahí, mi cerebro interpretaba: si se reían en grupo, algo malo me decían… Y yo le pegaba al niño que me había preguntado. Como no sabía hablar, me defendía peleando. Me pegaba con frecuencia. Y eso me ha hecho fuerte. He sufrido también un poco de rechazo, xenofobia, racismo. Pero lo acepto. No pasa nada. Así es el mundo. No es que haya racismo en España o en Francia. Así somos los seres humanos. Tú bajas a Marruecos y, si eres diferente, del sur de Marruecos y vives en el norte, vas a sufrir racismo. Y si viene un catalán aquí a trabajar a Madrid, pues es el catalán. No critico el racismo. Es terrible. Pero es algo que forma parte del ser humano. Entonces, uno lo tiene que aceptar y luchar contra ello. ¿Cómo? Demostrando que tienes personalidad, que eres buena persona, con buenos valores. Tal vez así, podamos cambiar un poco las cosas.

Te gradúas y vas al IES Villa de Valdemoro.

Me ayudaron mucho en Nuestra Señora del Rosario. Además, aprendí el español en la calle. No había marroquíes, solo había españoles. Es cuestión de supervivencia. Y los niños no eligen. Los niños simplemente juegan. Y jugando se aprende mucho. Tengo amigos que conservo desde mi juventud: Daniel Teruel, Marcos Pantaleón, Francisco Fernández Salmerón, Jesús Rodríguez Oliver… Y, sí, después, fui al instituto Villa de Valdemoro.  Fui muy mal estudiante. No considero que fuese malo, pero era muy travieso, soy muy hablador y en clase no paraba. Repetí segundo y tercero. Ya no podía repetir más y me echaron. Había una profesora en el instituto… obviaré su nombre, pero si lee esta entrevista posiblemente ella recuerde esta anécdota. Yo tenía a esta profesora frita. Creo que a lo mejor agoté un poco su paciencia… jamás fui un niño irrespetuoso. Jamás le falté el respeto a ningún profesor. Más que nada, porque mi padre se encargó de eso. Fue muy duro conmigo con ese tema. En fin, un día, la profesora nos preguntó qué queríamos ser de mayores. Y mis compañeros comenzaron a responder,  pues yo astronauta, yo policía… Me acuerdo que tenía quince años. Cuando me preguntó a mí, le dije que quería ser peleador porque, para entonces, yo hacía kickboxing. Como estaba harta de mi comportamiento, me dijo: «No. ¿Tú sabes lo que vas a ser? Tú vas a ser un payaso». Creo que, en ese momento, se dio cuenta de que había metido la pata y fue consciente de que humillar a un niño así, delante de toda la clase, no está bien. Tal vez por eso, se corrigió y dijo: «No, ¿sabes lo que vas a ser? Podrías ser actor». Me gustaría mandar un saludo a esa profesora porque su predicción se ha hecho realidad.

¿Eres creyente? ¿Eres musulmán?

Soy creyente y pienso que Dios coloca a las personas donde tienen que estar. Soy musulmán. Me gustaría practicarlo más. Evidentemente, para nada extremista. Y si fuese extremista, sería en la bondad, no en otra cosa. En un mundo tan confuso, tener algo claro es muy difícil. Y sí, soy creyente y creo en el único Dios, que es el mismo de los cristianos. Cuando conozco a alguien que siente cierto rechazo hacia los musulmanes, le hago la misma pregunta. ¿A cuántos musulmanes conoces? ¿A cuántos has visitado en su casa? ¿Con cuántos has compartido una comida? ¿Con cuántos has dialogado? Y me dicen que ninguno. Debemos dialogar.  Escucharnos un poco. Y pensar que a las personas también les duelen las cosas. Todos tenemos la sangre roja. Todos cagamos sentados. Y está genial que España tenga unos principios laicos. Si no los tuviera, yo no podría tener mi fe. Eso es lo bonito. Lo pone en la Constitución. Y lo bonito de España es que tú puedes creer en lo que quieras. Nunca deberíamos  identificar una religión con la política. Porque los movimientos políticos siempre tienen un interés con un beneficio o algo detrás y la religión no busca eso. Es algo intrínseco del ser humano. Es algo individual que se puede convertir en colectivo. De la religión, o religiones, he aprendido mucho. Son bonitas. Te ayudan a luchar contra tus deseos. Eso me parece espectacular. Luchar contra tus deseos es lo que te da la libertad.

Dices que no pudiste continuar en secundaria. ¿Conseguiste graduarte?

Tenía a mi pobre padre frito. Él, en Marruecos tuvo un taller de chapa y pintura. También una barbería. Me dijo que o aprendía un oficio o me ponía a trabajar. Así que me matriculé en chapa y pintura en el Arzobispo Morcillo. Aprobé todo el primer año, pero el segundo lo dejé. Le dije a mi padre que yo no iba a ser chapista en la vida. No era lo mío. A mí me gustaba mucho el rap. Yo hacía rap con mis colegas y hacía graffitis. He pintado muchísimo graffiti. Así que me apunté a clases de carboncillo en la Casa Juventud, con Antonio Portero. Y llegué a ganar premios de diseño gráfico y de graffitis aquí en Valdemoro. Siempre me ha gustado la expresión artística, cualquiera que fuera. Pero también necesitaba dinero y a los 17 años me metí a trabajar de portero de discoteca. De seguridad. Estuve trabajando en el Yacaré, en el Super 8, en el Hit…

Ponerse a trabajar hace que uno vea las cosas de otro modo.

Ahí empezó mi vida de verdad. Entendí la parte negativa de la noche. Aprendí a cómo tratar al ser humano, porque el ser humano, al fin y al cabo, es un perro que mide a otro perro. Empecé a trabajar, me pasaba todo el día en la calle con mis amigos y me di cuenta de que me faltaba algo. Me faltaba algo y era cuarto de la ESO. Entonces me apunté a hacer cuarto de la ESO a distancia. Ahí tuve otro percance. También necesito contarlo. Me matriculé y me lo tomé en serio. Comencé a sacar buenas notas.  Quería sacarme el graduado escolar. Aprobé todos los exámenes del primer trimestre y me llamaron de secretaría. El director quería hablar conmigo. Fui a su despacho y me dijo: «Mohamed, hemos visto que te has matriculado. Has pagado las tasas, pero, desafortunadamente, no te hemos dado de alta. Por lo tanto, aunque apruebes, no te vamos a poder dar el graduado escolar. Lo único que podemos hacer es guardarte las notas, darte de alta al próximo año y darte el graduado escolar después de un año». Le pregunté: «¿Y por qué no me habéis matriculado?». El director se quitó las gafas y me dijo: «Mira, Mohamed, muchos paisanos tuyos se apuntan para conseguir los papeles y luego no vienen a clase. Entonces, esa plaza queda libre y no la disfruta otro. Creímos que serías uno de esos marroquíes». Le di las gracias y me fui. Le dije que no me guardaran la nota. Perdí ese año. Al siguiente, me apunté en un instituto de Leganés que se llama Rosalía de Castro. Allí me saqué el graduado. Si analizamos la historia, puede que el director de la escuela de adultos en Valdemoro tuviera razón. Lo que pasa es que ese día, conmigo, se equivocó. Y está perdonado. Ya está, no pasa nada.

Tu padre quería que estudiaras una carrera.

Es lo que siempre había querido mi padre. Pasaron los años y, a los 25, aprobé el acceso a la universidad. Le dije: «Papá, toma, puedo ir a la universidad, pero no quiero ir a la universidad». Es una lucha. Es una lucha conmigo mismo, claro. Quería demostrarle a mi padre que podía, pero no quería. No quería un trabajo de oficina. El dinero no era importante para mí. Yo quiero trabajar en lo que a mí me gusta. Y así educaré a mis hijos. Siempre me ha gustado la interpretación. Siempre me ha gustado el cine. Quería ser como los personajes de las películas. No como los actores. Quería ser como los personajes que interpretaban los actores. Siempre he tenido un ojo crítico. Prestaba atención. No veía una película por ver una película. Yo veía la película y sentía. Y soy una persona sensible y siento lo que le pasa al personaje.

¿Cuándo te decides a ser actor?

Yo tendría 25 o 26 años y salió la serie de El Príncipe. Y me dice mi hermana: «Estoy viendo la serie y tú tienes que estar ahí, porque es que te veo ahí». Yo lo veía muy difícil, pero me convenció para que me apuntara en una agencia. Al año siguiente, me proponen un casting. Mi primer casting de ficción. ¿Para qué? Para El Príncipe. Para la Temporada 2. Por aquel entonces yo era un desastre y no miraba mi correo nunca. Y de repente, no sé por qué, por cosas de Dios, abro el mail. Y veo tres, cuatro emails y el último que dice: «Mohamed, como no contestes a este mail, pierdes el trabajo para la serie de El Príncipe». Se me cayó el móvil de las manos. ¿A quién tengo que contestar? Llamé a la agencia para decirles que sí que me interesaba. Que quería trabajar. Hice la prueba con la directora de casting, Rosa Estévez, que a día de hoy todavía me da trabajo. El personaje que me dieron para El Príncipe es de reparto. Empecé directamente en el reparto. Ni es secundario, ni es figuración, ni un papel pequeño. No sé por qué. Así fue. Fui a la prueba y me preguntaron si era actor y les dije que no, pero que podía hacer lo mismo que un actor. Se echaron a reír. Fíjate en mi ignorancia. «¿Qué hace un actor que no pueda hacer yo?», pensaba. Pero hay veces que hay que pecar de valentía. Me pidieron que interpretara a un camarero. Nos traen una mesita, un platito pequeño, una cuchara y una tacita de café vacía. Y me dijeron que la prueba consistiría en que yo atendiera a un cliente y le sirviera un café. Me pongo a limpiar la barra, viene el cliente y le atiendo. Y cuando voy a ponerle el café, se me cae el vaso. En ese momento,  pedí disculpas y paré la prueba. Me cogieron para el papel porque les gustó la naturalidad con la que reaccioné cuando se cayó el vaso. Me cogieron para interpretar a un terrorista en la serie. Estoy encantado de haber sido un terrorista en El Príncipe. Desde entonces, me apasiona la interpretación. Esa necesidad de meterte en la piel de un personaje porque quieres conocer al asesino. Quieres conocer al fracasado. Quieres conocer a una persona exitosa. Es el arte de contar mentiras diciendo la verdad. Y es muy difícil llegar a poder optar a un papel pequeño. ¿Por qué? Porque todos quieren ese papel pequeño. Porque todos quieren demostrar que son mejores que tú.

¿Te has formado como actor a partir de entonces?

Hice un curso intensivo de seis meses en Central de Cine, en Madrid. Me lo pasé bien y entendí ciertas cosas. Nada más. He aprendido a trabajar en rodajes. Fijándome en cómo trabajan los buenos actores. He leído… Tengo un cuaderno donde escribo cómo puedo mejorar… En enero se cumplirán once años desde que pisé el set de rodaje de El Príncipe. Ese mismo día conocí a José Coronado. Ya llevo quince proyectos: once series y cuatro películas. Volví a interpretar a un terrorista en la segunda temporada de la serie danesa Dicte. Algunas personas me dicen que ya soy actor. Yo les digo: «Hoy sí; mañana, Dios dirá.» Ahora, con un papel secundario en El cautivo (Alejandro Amenábar, 2025) me escribe gente famosa dándome la enhorabuena porque les gustó mucho el personaje.

¿Cómo conseguiste trabajar en El cautivo con Alejandro Amenábar?

Mi representante se llama Stephanie Fechenbach y mi agencia es Film&Stage. Es la misma agencia que la de Roberto García, compañero y amigo de profesión, que ya entrevistasteis en La Revista de Valdemoro. A comienzos de 2024, me llaman de la agencia y me dicen: «Moja, ha entrado un casting…» Yo venía de hacer una serie que se llama Marbella, de Movistar Group, en la que interpreto a un personaje secundario. El mensaje que me enviaron de la agencia terminaba con: «Es una película de Amenábar». Me toco la frente y le digo: «Stephanie, ¿tienes que decirme que es una película de Amenábar? ¿No podías ahorrarte esa información?». No dormí en unas cuantas noches. A-me-ná-bar. Fui sin guion. No nos dieron guion. Normalmente te dan un guion y tienes un par de días para preparártelo. Voy a Madrid y el casting lo llevan Eva Leira y Yolanda Serrano. Las mejores directoras de casting de España. Llego con tiempo. Me tomo un café y me paso por el Cine Callao. Siempre que voy a un casting al centro de Madrid, procuro pasarme antes a ver el Cine Callao y el Cine Capitolio. Me digo: «Ahí estaré pronto». Media hora antes, me escribe mi representante y me envía la separata. Y le digo: «Pero Stephanie, ¿no habías dicho que era improvisado?». Y me responde: «Nos lo acaban de enviar ahora mismo. Dicen que te lo aprendas en media hora y subas». Fíjate lo que hacen para ver cuál es tu capacidad de memorizar el personaje y cómo hacerlo aunque te equivoques. Porque ellos no quieren que te lo sepas al cien por cien. Ellos quieren que te sepas desenvolver. Y la primera prueba fue la escena de la película en la que los curas trinitarios vienen a negociar el dinero del rescate de los esclavos. Salí bastante satisfecho. Me fui a casa rezando. A la semana siguiente, me pidieron que volviera. Tuve que hacer otra escena. Esta vez era una escena violenta. Agresiva. Luego nos hicieron reír. Lo peor que se me da es reírme. Porque pienso que una risa falsa es odiosa. Comenzamos a reír y nos pidieron que no dejáramos de hacerlo. Estuvimos riendo durante unos minutos. A los diez días, me pidieron que fuera de nuevo. Esta vez quería verme el mismísimo Amenábar. Ya llevo dos castings, este es el tercero. Cuando llegué, Alejandro me pregunta: «¿Cómo estás?». Y yo le suelto que llevo un mes sin dormir. Y él me dice: «¿Pero, por qué?». Le respondo: «Porque esto significa mucho para mí». Alejandro me pidió que interpretara la escena en la que dejo escapar a Cervantes de la prisión. En ese momento, me arriesgué. Cogí a Amenábar del brazo e interpreté la escena, mirando a los dos lados primero y luego dirigiéndome a Alejandro, como si él fuera Cervantes. Yo sabía que debía romper el muro que nos separaba en ese momento, pero fue un acto arriesgado. Afortunadamente, funcionó.

Las artes marciales te han ayudado a lo largo de la vida. ¿También para actuar?

De pequeño, en Marruecos, con cinco añitos, yo ya estaba en la calle. En la calle los niños te enseñan a defenderte. Entonces yo sufrí acoso, lo que llaman ahora bullying, aunque a mí no me gusta llamarlo así. La vida empieza cuando sales a la calle y los niños abusan de ti y tú no te dejas. Mi padre también era karateca, pero no encontramos clases de karate y me metió en taekwondo. Me encantaba. Mi padre hacía katas conmigo en casa y me gustaba mucho. Salíamos a correr juntos y empecé a hacer artes marciales porque los niños abusaban de mí. Cuando llegamos a España, no teníamos dinero para apuntarme a nada. Así que jugaba en el colegio al fútbol, pero era muy malo. Al baloncesto no era mucho mejor. Al final, conseguí apuntarme a judo, pero no en Valdemoro. Participé en un par de competiciones y me gustaba. Pero no conseguí ser aceptado por los compañeros porque era extranjero. A los quince años, comencé con el boxeo y el kickboxing. Me gustó mucho. El arte de pegarse es muy bonito. Se crea un diálogo sin palabras. Y uno habla con su compañero. Compañero, no adversario. Aprendí a pelear con deportividad. Las artes marciales me dieron seguridad frente a los problemas en el patio del colegio. Me enteré que había un hispano-marroquí, Rafi Zouheir, en el paseo de la Chopera que enseñaba Muay Thai y me apunté. Con 18 años, ya trabajaba de portero y empecé a entrenar de forma más intensa. De hecho, uno de mis compañeros ha peleado en Asia, otro fue campeón de España no sé cuántas veces y otro tiene un europeo… Y yo me pegaba con ellos. A los 21 años, seguí trabajando de portero en Madrid y conocí a gente que en el mismo gimnasio hacía Jiu-Jitsu brasileño. A los 21 años, al año siguiente, tuve mi primera pelea en MMA, y gané. Fuimos a pelear al País Vasco, a Barcelona, y nos reímos mucho. Hice buenos amigos. El deporte de contacto hace hermandad. A los 25 años dejé ese gimnasio y vine aquí a Valdemoro a dar clases de Jiu-Jitsu brasileño y MMA. Aquí la gente todavía no sabía lo que era eso. Lo dejé porque en una competición se me rompió la rodilla. De hecho, me tienen que operar este año. El haber vivido ciertas cosas, unas buenas y otras muy feas, me ha dado seguridad para ponerme delante de una cámara y no tener vergüenza.

¿Qué planes de futuro tienes?

Me encantaría ser actor y, gracias a esta película, espero conseguir muchos más papeles. Pero tengo una hija y un hijo pequeños y debo darles de comer. Haré todos las pruebas que pueda, pero, hasta que consiga trabajo, voy a hacer un curso de guardia de seguridad. Espero que ese trabajo me permita llevar dinero a casa hasta que se cumpla mi sueño. De momento, disfruto lo que tengo. Me hace ilusión que me entreviste La Revista de Valdemoro. Considero que esta villa es mi casa. Conozco Valdemoro mejor que la palma de mi mano. Y ahora lo que quiero es que Valdemoro me conozca a mí.

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No es fácil perseguir sueños con los pies en la tierra. Mantener el equilibrio en esa posición imaginaria es propio de personas que tienen clara su pasión y muestran una gran seguridad ante el mundo. Mohamed Said no ha tenido una vida fácil, pero ha sabido sacar aprendizaje de cada reto al que ha debido enfrentarse. En este mundo cada vez más global, más plural y más heterogéneo, Mohamed tiene las herramientas necesarias para conseguir todo lo que se proponga. Mohamed Said va a dar que hablar (bien, siempre bien) y va a llevar el nombre de Valdemoro siempre consigo.

Texto: Fernando Martín Pescador

Fotografía: NcuadreS

 

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