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Imágenes con alma: la segunda vida de Alfonso Magro

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El fotógrafo valdemoreño prepara una exposición para el mes de octubre 

Alfonso vive en Valdemoro desde hace más de veinte años, pero solo en los últimos cinco ha aprendido realmente a habitar su propia vida. Con una voz serena y un modo de hablar pausado, Alfonso no se presenta como un héroe. Lo suyo no es una historia de superación al uso, sino una narración de reconstrucción paciente, honesta, dolorosa. Su historia es la de alguien que, tras haberlo perdido casi todo en un segundo, ha aprendido a mirar el mundo con otros ojos. A detener el tiempo con una cámara. A sentir que puede ser útil otra vez.

Alfonso llegó a Valdemoro a principios de los 2000. Lo atrajo la tranquilidad del lugar, su condición de pueblo con alma todavía rural, pues él se había criado en El Acebrón, tierra de donde son sus padres: Isidoro y Consuelo. El otro motivo por el que se decidió por nuestra localidad fue la posibilidad de encontrar una vivienda amplia a un precio razonable. Venía de Vallecas, donde vivía con sus padres. «Me trasladé a vivir a una localidad cercana a Madrid, que me recordaba mi infancia en el pueblo de mis padres. Valdemoro era un pueblo tranquilo». Durante años llevó una vida corriente. Trabajaba como conductor para una empresa de material eléctrico en Leganés. Le apasionaba la naturaleza, el senderismo, las escapadas a los pueblos de la Serranía de Cuenca, Segovia, Zamora o la Alcarria conquense. Era un hombre activo, independiente, con los pies en la tierra. Hasta que un día, todo se detuvo.

Hemos conocido un poco de tu vida, pero tu historia cambia radicalmente en un segundo un día cualquiera.

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Así es. Estaba haciendo unas tareas sencillas en mi casa del pueblo y me subí a una escalera. No era muy alta, metro y medio. Pero se escurrió y caí de espaldas, directamente con la cabeza contra el asfalto. No recuerdo nada desde el momento del golpe. Me lo tuvieron que contar. Perdí la consciencia. Llamaron a un helicóptero para evacuarme al hospital. Pasé por varios centros hasta que finalmente me operaron en el hospital 12 de Octubre. Estuve 25 días en coma.

¿Cómo fue el proceso de despertar?

Muy confuso. Al principio no sabía dónde estaba, ni qué había pasado. Tenía algunas sensaciones, como que me tocaban la mano, pero no sabía quién ni por qué. Luego poco a poco empecé a tomar conciencia. Pero no podía moverme. No podía hablar bien. Me alimentaban por vía intravenosa. Tenía que volver a aprender a andar, a comer, a hablar. Todo desde cero.

Imagino que eso te lleva a una etapa muy dura de rehabilitación.

Sí. Al principio estuve en el Hospital Infanta Elena de Valdemoro, y luego me derivaron al Centro de Referencia Estatal de Atención al Daño Cerebral (CEADAC), que está especializado en daño cerebral, en el barrio del Pilar. Allí estuve siete meses. Fue muy intenso. Tenía sesiones con logopedas, terapeutas ocupacionales, psicólogos. Trabajábamos el habla, la comprensión, la memoria, la coordinación… Todo. Gracias a los grandes profesionales de la sanidad, aprendí a volver a vivir.

¿Qué fue lo más difícil de aceptar?

Al principio, la movilidad. Me dolían mucho las piernas, no podía andar bien, me caía. Pero con el tiempo, lo más duro fue darme cuenta de que mi cabeza no funcionaba igual. No era consciente de mi daño cerebral adquirido (DCA). Me costó ser consciente de lo que me ocurría. No podía seguir una conversación si hablaban varias personas a la vez. Me costaba recordar lo que acababa de hacer. Me frustraba mucho. No era capaz de llevar una vida como la de antes. A raíz de los problemas que me surgían todos los días, acabé con un cuadro de depresión y ansiedad.

¿En qué momento comenzaste a ser consciente de que tu cerebro había cambiado y que necesitabas vivir de otra forma?

Tardé bastante. Al principio pensaba que era cuestión de tiempo, que me iba a recuperar. Pero después de muchos ejercicios y pruebas, los médicos me dijeron que tenía un daño cerebral permanente, especialmente en la memoria inmediata. Tenía recuerdos antiguos muy nítidos, pero no podía retener lo que acababa de hacer o decir. Eso fue muy duro de aceptar. Distintos profesionales, como Sara de APANEFA, me comentaron que tenía que admitir que tenía un DCA. Fui al equipo de salud mental de Valdemoro y me di cuenta de que me entendían y podía ser ayudado. Y para ayudarme me recomendó que me apuntara a un curso de fotografía, para perder mis miedos.

No solo tenías que darte cuenta tú de tu nueva realidad, sino también el entorno que se rodea. ¿Te has sentido incomprendido?

Mucho. Y no por maldad, sino por desconocimiento. Desde fuera, tú me ves físicamente bien. Hablo, camino, incluso conduzco ahora. Pero por dentro, mi cabeza va diferente. La gente no entiende que una discapacidad puede ser invisible. Y muchas veces, eso me ha llevado a sentirme incomprendido o a recibir comentarios duros, sin mala intención, pero que duelen. Como cuando alguien te dice «No te enteras de nada». Me ha pasado en tiendas, en talleres, etc. Por eso ahora intento explicarlo siempre con claridad. 

Esas situaciones indudablemente afectan también a tu estado anímico.

Muchísimo. Entré en una depresión. No quería salir de casa. Me sentía inútil. Perdía cosas constantemente. Me frustraba conmigo mismo. Me sentía incomprendido, incluso por mi familia.

Trabajas mucho para arrojar luz sobre los daños cerebrales, pero también por la salud mental.

La salud mental es fundamental y requiere de recursos. Yo continúo en tratamiento de psicología clínica porque el daño cerebral desencadenó en un trastorno ansioso-depresivo con alto sufrimiento. Actualmente estoy más estable emocionalmente, he aceptado las limitaciones de mi enfermedad, he encontrado un sentido a la vida y he transformado mi sentimiento de ser una carga para mi entorno por el de ser una persona valiosa que puede hacer sentir bien y ayudar a los demás. Mi psicóloga, María Dolores Ortiz, del Hospital Infanta Elena de Valdemoro, a la que estoy enormemente agradecido por la ayuda que me ha brindado, dice que soy un ejemplo de resiliencia. Me di cuenta de que había dado con la persona adecuada, que entendía mi situación y empecé a notar sensaciones que antes no podía, como reírme, y perder mis miedos a enfrentarme a la vida, cosa que daba por perdida. De lo que estoy seguro es de que cuidar la salud mental ha sido un factor decisivo para poder disfrutar esta segunda oportunidad que me ha dado la vida y me ha dado la fuerza de querer ayudar a más personas que pasan por una situación parecida. Me llena el poder ayudar.

En medio de todo eso, aparece la fotografía.

Sí. Gracias a mi terapeuta ocupacional Cristina, a la trabajadora social Puri, la directora Inmaculada y al neuropsicólogo Álvaro Bilbao, todos ellos profesionales del CEADAC, que me enseñaron a llevar mi nueva vida. Al paso de los años, me propusieron hacer mi primera exposición fotográfica al ver las imágenes tan emotivas que tomaba tras el daño cerebral. Se hizo coincidir la exposición en el centro con el día mundial del daño cerebral adquirido, 26 de octubre. No me podía imaginar la repercusión que tuvo en medios de comunicación, en pacientes del propio centro y en sus familiares. Con la ayuda de los sanitarios del CEADAC, tuve que participar en un coloquio en el salón de actos, explicando las fotografías y la vida que he llevado durante estos años. 

Y eso acaba en una exposición.

Exacto. La exposición se llamó «Imágenes con alma». Se hizo primero en el CEADAC. Fue muy especial porque las fotos no son solo estéticas, sino que cuentan una historia. Son de pueblos pequeños, de objetos antiguos, de personas mayores. Son fragmentos de una España que se va y que yo quiero inmortalizar.

¿Qué significó para ti el momento en el que empezaste a enseñar tus fotos en público?

Fue un paso gigante. Yo no tenía claro que mi tipo de fotografía le fuese a gustar a la gente. Son imágenes sencillas, de cosas que la mayoría no mira: una cocina antigua, una silla rota, un rostro de campo. Pero la respuesta fue abrumadora. Gente que lloraba al ver una imagen que le recordaba a su abuela, a su pueblo, a su infancia. Me hizo darme cuenta de que mi forma de mirar también podía ayudar a otros a recordar. A emocionar. A sanar. Y que llegan al alma de las personas que las observan.

Ayudar para seguir vivo

Desde que su historia se hizo pública, Alfonso se ha convertido sin quererlo en una referencia para otras personas con daño cerebral. Lo llaman de Burgos, de Zamora, de Madrid. Muchas familias, desorientadas por lo traumático de esta nueva realidad a la que se enfrentan, no saben por dónde empezar. «Yo no soy médico. Pero sé a quién hay que acudir. Puedo orientar. Puedo acompañar», asegura. Actualmente le han propuesto colaborar con sus imágenes en una exposición en Soria, conmemorando el día mundial del alzhéimer (21 de septiembre). Y una segunda exposición en una localidad de Ciudad Real, conmemorado el día mundial de la discapacidad (3 de diciembre) que llevará el título «Cervantes, el león manchado». Ha asesorado a psicólogos, a terapeutas, a familiares. Ha colaborado en la organización del Día del Daño Cerebral en Valdemoro. Ha compartido su testimonio en centros especializados. Todo, para que otros no se sientan tan solos como él se sintió. «Al principio dudé mucho. No quería exponerme. Pero me di cuenta de que si alguien hubiera hecho esto por mí cuando estaba perdido, me habría ayudado mucho», afirma.

Hoy en día, ¿cuál es tu rutina diaria?

Intento tener siempre la mente ocupada. Uso alarmas, calendarios, agendas. Me organizo todo. Me levanto, acompaño a mi padre a la residencia, edito fotos, respondo mensajes. A veces salgo a hacer fotos. Siempre tengo algo en marcha. Me siento realizado ayudando a tantas personas y conseguir llevar a cabo mis proyectos.

¿Qué significa para ti cometer errores hoy?

Antes me frustraban. Ahora sé que forman parte de mi vida. Me voy a equivocar, sí. Voy a perder cosas, romper objetos, olvidar tareas. Pero tengo que vivir. Es el precio de vivir con daño cerebral. Pero vivir, al fin y al cabo.

Cuéntame de tu proceso creativo. ¿Cómo decides qué fotografiar?

A raíz del accidente y estar en coma, me di cuenta de que quería parar el tiempo en imágenes y dejar retratado muchos momentos que no volveremos a vivir. Doy mi propio sentimiento a las imágenes que tomo para que no pasen al olvido. Como siempre digo, «nada es nuestro y nada nos pertenece». Quería recordar a las personas que ya no están con nosotros y lo quería dejar en detalles. Para lograr las imágenes que capto, tuve que encontrarme conmigo mismo, plasmando lo que sentía. Recorro pueblos, muchos de ellos casi abandonados. Me ayuda mucho escuchar a las personas de los pueblos que son tan humanas. Me interesa lo que está a punto de desaparecer: una silla vieja, unas manos arrugadas, una cocina de antaño. Esas cosas que pronto ya no volverán.

¿Tienes referentes fotográficos?

Me gusta mucho José Manuel Navia. Tiene un estilo que me inspira. Por su interés por lo rural, también me encanta Cristina García Rodero, con su estilo plasmado en el libro La España oculta. Me fijo en muchos, pero intento mantener mi propia mirada.

Estás preparando una nueva exposición en Valdemoro.

Sí. Va a ser en el Centro de Asociaciones Pedro Cerolo, durante la Semana del Daño Cerebral, a finales de octubre, coincidiendo con el Día del Daño Cerebral Adquirido, que se celebra el día 26. Para mí es un evento muy especial, porque no solo se trata de mostrar mis fotografías, sino de generar un espacio donde otras personas con discapacidad también puedan sentirse parte. Esta vez las imágenes se proyectarán en pantalla grande, para que sean más accesibles al público con diversidad funcional. Se trata de que todos puedan disfrutar, emocionarse, conectar. Además, me han confirmado que acudirá el protocolo de salud mental del Ayuntamiento de Valdemoro, que estará presente de forma institucional. También vendrán profesionales del CEADAC y estaré acompañado por personal sanitario que me ayudará en la parte de intervención con el público. La idea es que, después de la proyección, haya un espacio de conversación donde se me puedan hacer preguntas tanto sobre mi proceso como sobre las imágenes.

También ha recibido propuestas de algunos alcaldes para exponer sus fotografías en los pueblos donde las tomó. Imágenes de personas que ya no están, de objetos que pertenecieron a otras vidas. Memoria colectiva detenida en el tiempo. A largo plazo, sueña con hacer un libro. «No de texto, sino de imágenes y emociones. De silencios y miradas. De lo que no se dice, pero se siente», afirma.

Si Alfonso tuviera que resumir su historia en una sola imagen, sería una mano acariciando las espigas de trigo. «Como en esa escena de Gladiator, cuando él acaricia las espigas. Es como decir: ya llegaremos. Todavía no es el momento». Alfonso es esa espera serena, esa resignación activa, ese saber que la vida no siempre cumple nuestros planes, pero aun así merece la pena vivirla. Toda esta simbología es la que trata de transmitir a través de sus imágenes, una herramienta muy potente que traspasa su función terapéutica para convertirse en una fuente de inspiración para otras personas que atraviesan esta cruda realidad.

Concluye nuestro encuentro con una frase que dice identificarle: «Yo nací libre y para ser libre escogí la soledad de los campos».

Texto: Sergio García Otero

Fotografía: NCuadreS

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