
Balonvolea es una palabra española de mi infancia que no prosperó. Como balompié, que solo ha sobrevivido en el apellido del Real Betis. Ha triunfado, se ha impuesto, voleibol o, sencillamente, vóley. Pero la palabra balonvolea me encantaba y la defendí mientras pude. La estoy defendiendo hoy, en la introducción a esta entrevista. Volear es golpear algo en el aire para impulsarlo. Mi padre, en el pueblo, sembraba la alfalfa a voleo. Iba lanzando las semillas al aire, intentando que la dispersión de las mismas por el campo fuera lo más uniforme posible. De esta siembra a voleo, nació la expresión «a voleo», que nuestros adolescentes están reemplazando con la palabra inglesa random. «Pulsó un botón a voleo» significaría que eligió un botón, y no otro, de una manera arbitraria. Random.
Hoy tengo la suerte de compartir café con Pedro Suela, que formó parte de la selección española de voleibol en los juegos olímpicos de Sydney en el año 2000. Pedro vistió la camiseta del equipo nacional 283 veces, participando en ligas mundiales, Universiadas, campeonatos de Europa, juegos del Mediterráneo… Jugó en los mejores clubes españoles durante ocho años, ganando títulos de liga, copas y supercopas; jugó en equipos italianos y en equipos turcos y consiguió ser campeón de Europa con el equipo turco de Izmir. Mostoleño de nacimiento, cuando se retiró del voleibol, volvió a la Comunidad de Madrid y se instaló en Valdemoro. Se convirtió, entonces, en entrenador personal.
Pedro Suela acaba de publicar Mi cuerpo, mi templo.El camino hacia la salud Metabólica (2025). En este su primer libro, Pedro nos da la bienvenida a su mundo, al universo del coach metabólico, y nos invita a conocernos, a comprender nuestro propio metabolismo para vivir una vida más sana y más plena.
¿Cómo acabaste jugando al voleibol?
Empecé jugando al baloncesto. Tal vez no era un fenómeno, pero se me daba bien. Jugaba en un equipo bastante bueno de Móstoles, pero, obviamente, no era ni el Real Madrid ni el Estudiantes. Cuando tenía quince o dieciséis años, un mayo, decidí presentarme a unas pruebas en el colegio Ramiro de Maeztu. No sé si éramos cuatrocientos chavales haciendo las pruebas durante una semana. Al final, pasé el corte y me escogieron. Nos cogieron a tres y nos dijeron que empezaríamos en septiembre. Ese verano yo estuve trabajando en una piscina y me desentendí de practicar y de prepararme físicamente para el equipo. Llegó septiembre y la pelota me parecía cuadrada en vez de redonda. No estuve a la altura de lo que esperaban. A las dos semanas, me dijeron que no me veían en el equipo. Y me quedé sin equipo. Así que llega un amigo y me dice que me vaya a jugar con ellos al voleibol. A priori, no me entusiasmaba, pero, en cuanto comencé a jugarlo, me entró la fiebre por este deporte.
Y tengo entendido que, con fiebre, te convertiste en profesional del voleibol.
Recuerdo perfectamente ese día. Era un 28 de diciembre y, efectivamente, yo me encontraba en la cama con faringitis. En ese momento, seguía viviendo en Móstoles con mis padres y jugando en Coslada. Así que, en ese día de los inocentes, me encontraba en la cama hecho polvo. Suena el teléfono y lo coge mi madre. Y me dice que es el presidente. Me levanto para hablar con él pensando que era el presidente de mi club en Coslada. Y, con el teléfono en mano, se me pone a hablar alguien con el acento malagueño más pronunciado que te puedas imaginar. Y me dice: «¿Tú eres Pedro Suela, no?». Ahí ya me percaté de que no era mi presidente. Me cuenta que buscaban a un jugador de mi perfil, que me veían como una joven promesa y me ofrece que me vaya con ellos. En ese momento pensé que era todo una inocentada. Un tipo que no conocía de nada me estaba ofreciendo un contrato para ir a vivir a Málaga y tenía que hacerlo antes de que acabara el año. Quedaban tres días y yo estaba enfermo… Además, querían hacerme una prueba en Málaga antes del 31 de diciembre. Le dije que me llamara en cinco minutos. Colgué y le conté a mi madre todo lo que me habían ofrecido. Ella, sabiamente, me preguntó: «¿Tú qué quieres hacer?». Entonces yo estaba haciendo la carrera en Madrid. Pero la pregunta fue la adecuada. Quería probar lo que me ofrecían. Siempre podía volver a la universidad si no salían las cosas bien. Mi madre dijo que ella me preparaba una bolsa de viaje mientras yo llamaba a un amigo para que me llevara al aeropuerto. El presidente del Málaga llamó a los cinco minutos, le dije que sí y, a las dos horas, estaba en el aeropuerto. Era la primera vez que subía a un avión.
Y estuviste jugando al voleibol dos años en Málaga.
Fueron dos buenos años. Yo me estaba haciendo como jugador y aún tenía mucho que aprender. Sin embargo, durante esos dos años, un gran club ya se fijó en mí. En España los dos grandes clubes eran Unicaja Almería y Numancia Soria. Eran los dos clubes que invertían más dinero, pagaban mejores sueldos y jugaban en competiciones europeas. En deportes minoritarios como el voleibol, si quieres hacer caja, necesitas jugar en competiciones europeas para que los clubes extranjeros puedan fijarse en ti. La otra opción es jugar en la selección, pero normalmente ambas cosas van de la mano. Se terminaba la temporada, yo comenzaba a despuntar y recibí ofertas de todos los clubes de España. Era joven, mi fichaje era barato y nadie perdía nada haciéndome una oferta. Yo no decía que no a nadie, pero les avisaba de que me lo tenía que pensar. Hasta que, al final, se pusieron en contacto conmigo desde el Numancia de Soria. Me ofrecían un contrato de dos años, pagándome menos dinero de lo que me iban a pagar en Málaga y debía entrar como suplente. Era una oportunidad para que me lo currara y me ganara el puesto. Había que apostar de nuevo y aposté por el Numancia de Soria. Fue un gran año para mi carrera deportiva: en dos semanas me gané la titularidad, ganamos el campeonato, conseguimos una plaza en los campeonatos europeos y, en verano, fui convocado para jugar en la selección nacional. A los más jóvenes nos juntaron en un equipo junior, nos llevaron a jugar en una Universiada en Palma de Mallorca, me pusieron de capitán y conseguimos medalla de plata.
Seguiste dos años más en Soria.
Cada año fue diferente. Unos años se dieron mejor que otros. Ninguno fue tan explosivo como el inicial. Hay que entenderlo. Una vez te etiquetan como un buen jugador, debes tener la responsabilidad del buen jugador. La presión cambia, los contratos cambian. No es lo mismo ser el chaval recién llegado, al que se le perdonan muchas más cosas, que un jugador más, al que se le exige mucho más. Debes garantizar unos resultados. Cuando eres muy joven, no encajas esto tan fácilmente, pero te vas acostumbrando.
Supongo que, durante tu estancia en Soria, también recibirías ofertas de otros equipos.
Llegado el momento, fue el Almería el que me hizo una oferta lo suficientemente atractiva para convencerme a ir a vivir allí. Ayudó el que el entrenador me gustara mucho. Estuve en Almería dos años, que fueron muy buenos a nivel de calidad de vida, a nivel humano… Yo tenía 24 años y todo iba viento en popa. En Almería, voy cobrando un peso importante, de estrella, y en la selección nacional, paralelamente, también. En España ya había logrado varios títulos y ahora el salto estaba en el extranjero. Italia es donde se encuentra el equivalente a la NBA del voleibol. Ahí quiere ir todo el mundo. Italia tiene dos ligas: la A1 y la A2. La A2 es una liga superior a muchas ligas europeas y la A1 es la mejor liga de Europa, donde solamente van las superestrellas.
Yo mismo contacté con un mánager. Le pedí que me consiguiera un equipo de la A1. Y, una vez más, tuve una oportunidad muy similar a la que me dieron en Soria: cobraría menos de lo que estaba cobrando en España y empezaría en el banquillo. Era un contrato de un año. Sin embargo, si en Soria había ido todo bien, ese año en Italia, no me fue tan bien. El nivel era muy alto, me exigí mucho, ya venía muy machacado de la selección, y me lesioné. Tuve un problema de roturas de fibras en el sóleo, en el gemelo, de una pierna, de la otra… Ese año me rompí tres veces. No salieron las cosas, pero, una vez en Italia, todo era más fácil. Volví a la selección en verano. En voleibol, estás en activo todo el año: tienes la temporada regular con tu equipo, de septiembre a abril y después con la selección de abril a septiembre. En septiembre firmé un contrato con un equipo de A2 que quería subir a A1. Y, una vez más, volvió a salir todo bien: fui el capitán del equipo y barrimos, ganando el campeonato. Cuando el equipo subió, consiguió varios patrocinadores y compraron a unas cuantas superestrellas. Su intención era dejarme en el banquillo. No era mi deseo, así que volví a fichar por otro equipo de A2 que luchaba por el ascenso. Esto fue en Arezzo, a medio camino entre Florencia y Roma. Compraron a los mejores jugadores de A2 de ese momento y era un proyecto muy serio. Todo iba correctamente hasta que, al cuarto o al quinto mes dejaron de pagarnos. Y, a los pocos días, descubrimos que el presidente del club había desaparecido. Yo espero que esté bien, parecía buena persona, pero ya no he sabido nada más de él. Era un hombre de negocios que, debido a un traspié económico, había acudido a la mafia para que le prestara dinero. Tras su desaparición, nos dejó totalmente colgados. Gracias a los seguros de la Liga, se recuperaron los sueldos de los contratos de los jugadores, pero el club quebró.
Justo entonces Turquía llamó a tu puerta.
Estamos hablando del año 2005. Yo ya había estado en Turquía jugando con la selección española. Pero, en esos viajes, no llegas a conocer el país y te puedes llevar impresiones erróneas. Cuando me proponen ir a Turquía, yo ya estaba con mi mujer e irnos a ese país nos daba cierto reparo. Así que, cuando recibí la invitación de marchar a Turquía, decidí ponerles unas condiciones económicas lo suficientemente difíciles para que me dijeran que no. Para empezar, debían garantizarme dos años de contrato. El caso es que me llaman y me dicen que sí, que aceptan las condiciones que les he propuesto. Esa misma tarde nos ponemos a buscar en el mapa dónde estaba Izmir, la antigua Esmirna. Y allá que nos vamos para Turquía. E Izmir fue una auténtica sorpresa. Está muy pegada a las islas griegas y es la zona más vanguardista, más occidentalizada, de Turquía.
¿Cómo fue vuestra llegada a Izmir?
Con el contrato, el club nos ofrecía un lugar de residencia. Llegamos un sábado por la noche y nos metieron en un edificio viejo, en una calle llena de gatos… empecé a temerme lo peor. Veníamos del glamour de Italia y esa residencia era todo menos glamurosa. Descansamos como pudimos aquella noche y al día siguiente nos dimos cuenta de dónde nos habían metido. El edificio era viejo, efectivamente, pero pertenecía al club y estaba en el mismo centro de la ciudad, al lado de la costa. En el edificio vivíamos todos los jugadores y estábamos al lado del pabellón. En ese momento, empezamos a entender el porqué de ese alojamiento.
¿Qué tal fue la experiencia en Turquía?
De la misma forma que cumplieron todas las condiciones del contrato, nos exigían dar el máximo en cada entrenamiento y en cada partido. Fue una experiencia altamente profesional. Cuando llegamos allí, la liga turca aspiraba a ser una de las mejores del mundo. Hoy en día, tras las fuertes inversiones que hicieron, lo es. Nos contrataron para potenciar la liga. Había cuatro equipos que competían por ser los líderes nacionales. En nuestro último año en Turquía, mi mujer y yo comenzamos a pensar en la paternidad. Yo ya había dado todo lo que podía dar allí y decidimos volvernos a España. En ese momento, el CAI Teruel, junto con el Almería, era el equipo líder en España y conseguí un contrato para jugar allí. Vinimos muy ilusionados y yo pensaba que podría bajar la intensidad con la que había jugado en los últimos años. No fue así. Los últimos años de un deportista de élite no suelen ser los mejores. Cuando eres joven, tienes una capacidad anabólica de recuperación muy alta. Eso lo vas perdiendo, especialmente si el desgaste es intenso. Tuve una lesión de hombro y, desde entonces, el hombro ya no volvió a funcionar como debería. Y esto afectó a mi rendimiento. A partir de ahí, las cosas se pusieron cuesta arriba. Había llegado el final de mi carrera como jugador de voleibol. Hay que entender que el club te está dando lo máximo que te puede dar y, por lo tanto, te va a exigir lo máximo que te puede exigir. Tengo grandes recuerdos de Teruel, el calor de la gente. Allí nació mi hija.
Aquí empezamos una nueva vida. Tengo el título de entrenador nivel 3 y podría dirigir un equipo profesional; estoy capacitado, incluso, para dirigir al equipo nacional de voleibol. Pero nuestra idea era dejar de viajar de un lado para otro, permitir que nuestros hijos echaran raíces. En Madrid, vi que podía dedicarme al entrenamiento personal y así debía moverme menos. Fue comenzar una nueva vida.
¿Cuándo decides escribir un libro?
Una persona muy querida y muy cercana a mí tenía un problema metabólico importante. A pesar de ir a los médicos más especializados, no encontraban respuesta. Los problemas inmunometabólicos hay que intentar solucionarlos antes de que las cosas vayan a peor. Decidí emprender un camino de aprendizaje, con lecturas, cursos de formación, hice un máster especializado en Flexibilidad Inmunometabólica con el doctor Antonio Hernández, de Valencia, que es un fenómeno en este campo.
Entiendo que hiciste grandes descubrimientos.
Después de todo el tiempo empleado en todo esto, después de todo mi esfuerzo, de todos los conocimientos adquiridos, pensé que merecía poner en un libro todo lo que había aprendido. Creo que ofrezco unas soluciones a problemas que se va a encontrar mucha gente a lo largo de su vida, y a mí me habría gustado encontrarme con una lectura así cuando estaba investigando. Bajé mi carga de trabajo como entrenador personal y me metí a trabajar en un libro que tardé año y medio en escribir. Pensé que, si iba a escribir un libro en mi vida, tenía que estar bien documentado, debía tener las correcciones adecuadas y mantener el rigor científico a la vez que conseguía hacerlo asequible a un lector no especializado. Me salió un tocho tremendo y entonces me tocó intentar recortar y, al final, se ha quedado en 530 páginas. Sigo pensando que contiene información valiosísima para alguien que ha cogido peso y no entiende por qué no lo pierde aun quitándose los carbohidratos; sigo pensando que puede ser útil para alguien que tiene una depresión y no consigue quitársela de encima, para alguien que no consigue dormir, para alguien que está sufriendo los primeros achaques de la vida… Hay muchas cosas que se pueden corregir si se consiguen entender. Este libro es mi pequeña aportación a este mundo.
¿Qué recorrido te gustaría que tuviera el libro?
Me gustaría darlo a conocer, presentarlo como estoy haciendo en esta entrevista. Me gustaría dar charlas formativas para poder compartir todo lo que he aprendido, trabajar en el asesoramiento sobre la salud personal. Me gustaría concienciar a las personas para que se informen sobre su salud, sobre su cuerpo; para que no se abandonen, para que se cuiden.
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Pedro es cercano, hospitalario y un gran conversador. El café se ha alargado de forma natural. Orgánica. Con esas cualidades, me da la sensación de que sus charlas pueden funcionar muy bien. Mi cuerpo, mi templo. El camino hacia la salud Metabólica (2025), de Pedro Suela, se puede comprar, pulsando las teclas adecuadas (y no a voleo) por Amazon.
Texto: Fernando Martín Pescador
Fotografía: NCuadreS
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