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Entrevista con Alberto Carvajal

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Alberto Carvajal: Siempre he sido un poco escapista. He dado muchas vueltas alrededor de lo que me gustaba. Ha sido un viaje en círculos concéntricos que se alejan, pero en el que siempre acabo volviendo al centro. Tal vez, por eso, siempre he tenido, de una forma u otra, un taller de trabajo.

El arte del escapismo, bien lo sabía Harry Houdini, no es largarse sin más, sino aparecer justo al lado de la jaula, pecera o bidón del que nos hemos escapado, con las cadenas, esposas y cuerdas que nos ataban sueltas y rendidas a nuestros pies. Es ahí cuando el escapista recibe la mayor ovación mientras se inclina, en reverencia amable, hacia el público. Alberto Carvajal, ciempozueleño, me recibe en el centro de actividades artísticas, de ocio y bienestar Drym Escuela, en pleno corazón de Ciempozuelos. Es también el lugar donde tiene su taller de trabajo. Es también el lugar donde creció. Es por eso que, cuando nos sentamos en una de las aulas tras haberme enseñado todas las instalaciones, percibo la especial relación de todo el edificio con el escultor Alberto Carvajal. Drym Escuela abrió al público en medio de la crisis y a su mujer y a él les ha costado mucho sacarla adelante. Ahora imparten enseñanzas artísticas integradas para niños, facilitan clases de yoga y Alberto da clases de escultura y diseño de mobiliario a adultos en su taller de trabajo.

Alberto Carvajal me cuenta que no es el único creativo de los siete hermanos. Mientras me habla, hace un recuento mental de los hermanos que lo son y, al final, concluye que, todos, de una forma u otra, son creativos. Su abuela materna solía decir que esa vena creativa venía de su madre, la bisabuela de Alberto, que había sido profesora de arte.

A.C.: De pequeño, era un niño que dibujaba bien. Pero creo que todos los niños dibujan bien. Todos somos pequeños genios. Siempre me estaban alabando mis dibujos. Tenía cualidades. Me resultaba fácil dibujar. Pero terminé COU y dejé de estudiar. Trabajé en cualquier cosa. Hice la mili. Montamos un bar entre varios amigos en plena movida madrileña. Fue un bar bastante rompedor en muchos aspectos y se puso de moda. Se juntaba mucha gente. La decoración del garito era muy potente, espectacular. No fui el único responsable de la decoración, pero tuve bastante culpa de toda la estética. Bar LA CALLE, se llamaba, todo con mayúsculas. No duré mucho. Di clases de pintura en la escuela municipal. Me ocupé de la decoración de otros locales. Fabriqué juguetes de madera. Me dediqué a la decoración de escaparates. De escenarios. De escenarios para conciertos, también. Abrí otro bar. En realidad nunca he durado mucho en ningún sitio. He ido saltando de un lugar a otro. Siempre he sido un poco escapista. He dado muchas vueltas alrededor de lo que me gustaba. Un viaje en círculos concéntricos que se alejan, pero en el que siempre acabo volviendo al centro. Tal vez, por eso, siempre he tenido, de una forma u otra, un taller de trabajo.

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El cuarto de las herramientas de su padre acabó convirtiéndose en su taller de trabajo. Alberto se ocupó de echar abajo aquel chamizo, de ampliarlo, de ir añadiendo las herramientas necesarias para llevar a cabo los encargos que le iban saliendo. Poco a poco, pudo ir dedicándose a lo que le gustaba. A lo que le gusta. Pero a Alberto no le interesa hablar de su trabajo hasta 1996. De alguna forma, él cree que nació como escultor en Barcelona, en 1996.

A.C.: Tras responder a una convocatoria publicada en El País, en 1996 fui seleccionado para participar en la I Maratón de Creación y Reciclaje de Barcelona, organizada por Drap-art. Aquello fue una maravilla. Viajar allí y encontrarme con que había un montón de gente en el mundo, porque era una convocatoria internacional, que se dedicaban a hacer cosas similares a las que yo hacía. Los cien artistas seleccionados de entre todos los candidatos debíamos transformar la montaña de desechos que allí habían apilado en lo que cada uno quisiera. Era una maratón de veinticuatro horas de improvisación y de creación dentro de una carpa que habían habilitado. Los desechos los habían recogido de miles de sitios. Había muebles, había metal, había plástico, había papel, todo perfectamente clasificado. Fui allí con mi soldador, con mi yunque… Fue una experiencia bestial. Se oían los ruidos de las radiales, de las máquinas. La asistencia de público fue estupenda. Participar en esta convocatoria me hizo ver que no estaba tan loco. O, tal vez, me hizo ver que yo no era el único loco. Por lo menos, había cien como yo.

Alberto se ríe de su reflexión. Estamos hablando de 1996. Ya había internet, pero no tal y como lo conocemos ahora. Una experiencia como esa solo podía vivirse en directo. Alberto pudo acudir a la segunda maratón al año siguiente. Pudo conocer a gente involucrada en el mundo del arte. Pudo forjar amistades. Le salió trabajo gracias a su participación en el evento. Su vida empezó a tomar un sentido artístico menos disperso de lo que había sido hasta entonces. Pudo dedicarse más de lleno a lo que le gustaba, centrándose en trabajos más creativos.

A.C.: En la escultura no era fácil y yo andaba todavía buscándome. Todavía me resultaba más fácil dedicarme al diseño y a la decoración. Diseñé bastante mobiliario para locales en Barcelona. Salió también un encargo en Almería. He hecho unas cuantas barras de bar. Con esta misma organización, Drap-art, me invitaron a participar en una experiencia similar en la antigua Yugoslavia. Luego fuimos a Israel. También fui invitado al Festival Internacional de Ecología y Solidaridad en Italia. Una de las últimas a las que acudí fue, hace un par de años, en Pittsburgh, en Estados Unidos. En fin, se abrieron puertas y posibilidades. Y, en todo este tiempo, he podido ir encontrando mi camino en la escultura. Sobre todo, a la hora de manejar materiales.

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Alberto se levanta para mostrarme con el dedo una pila de chatarra que se asoma al otro lado del patio que se ve desde uno de los amplios ventanales del aula en la que estamos. Confiesa su síndrome de Diógenes. Me dice que él no guarda porquería. Que todo lo que guarda sirve para algo. Sin embargo, admite que acumula más de lo que acaba utilizando. 

A.C.: Fue un verdadero salto cualitativo. La mayoría de los encargos giraban en torno a la remodelación de locales, a la creación de mobiliario, al diseño de lámparas. Mis propuestas eran siempre muy personales. No me llamaban para que reprodujera un proyecto, sino para diseñar y crear. Claro, a veces había ciertas limitaciones: si querían una mesa, la pieza debía poder usarse como mesa; si querían una silla, la gente debería poder sentarse en ella. Sin embargo, era muy libre a la hora de utilizar materiales y diseños. Así fui creando mis primeras esculturas. Y he trabajado mucho con materiales reciclados. Llevo toda la vida utilizando materiales reciclados. Ahora está tan de moda. Hay que salvar el planeta… Este nunca ha sido mi discurso, sin embargo. Yo creo que el planeta se salva de otra manera. No creo que, porque unos cuantos artistas se pongan a crear arte con basura, podamos salvar el planeta. De hecho, creo que la solución está en que produzcamos mucha menos basura. Mi intención nunca ha sido ecologista. A mí me gustan esos materiales por lo que me transmiten. Y los materiales ya utilizados tienen una historia escrita en sí mismos. Una historia que no tiene el material nuevo. Me encanta un hierro oxidado porque la picada de viruela que le ha proporcionado el tiempo y la erosión no la tiene un trozo de hierro nuevo. Pero soy muy heterodoxo. Trabajo con todo tipo de materiales. Nuevos y viejos. Prefiero los materiales utilizados porque sugieren. Y porque me encanta subvertir el uso primigenio para el que fueron creados.

Alberto sopesa su creación actual. Diría que el cincuenta por ciento de su trabajo creativo sigue siendo el mobiliario y el otro cincuenta por ciento es su escultura. Vende sus esculturas, la venta de su mobiliario es frecuente y su apuesta por la docencia es importante. Le encantaría ampliar su número de alumnos adultos. Es interesante cómo Alberto, un confeso autodidacta, defiende el aprendizaje con un maestro.

A.C.: La experiencia es algo que se adquiere solamente con el paso del tiempo y con la vivencia personal. La experiencia no se puede transmitir. Solamente se puede transmitir el conocimiento. Cualquier tipo de conocimiento. Y el conocimiento acorta el camino. La precisión que yo tengo a la hora de utilizar mis herramientas es el fruto de muchos días de trabajo. Se trata de repetir una acción miles de veces. Yo puedo enseñar los parámetros de actuación, la forma en la que se deben posicionar las herramientas, pero el aprendiz debe ejecutarlas un montón de veces para perfeccionarlas. Pero, qué bien que podemos transmitir el conocimiento. Yo he echado en falta en muchas ocasiones que alguien no me lo transmitiera. Porque me habría ahorrado mucho trabajo. Habría aprendido muchos atajos y me habría ahorrado muchos rodeos a la hora de llegar donde quería llegar. A veces, aprendes mal. Porque das con una solución para salir del paso, pero no es la mejor solución. Por eso, aunque he sido autodidacta, siempre que he tenido la oportunidad de aprender de alguien, lo he hecho. Y lo cierto es que también, a veces, he tenido la suerte de dar con buenos maestros. El camino del autodidacta no se lo recomiendo a nadie. Lo mejor es que alguien te enseñe a acortar el camino.

Mi formación ha sido, casi siempre, académica y me he encontrado con profesores que, podían tener muchos conocimientos, pero no sabían transmitirlos. Supongo que, en el arte, es igual. Puede haber grandes artistas, grandes maestros, que no saben transmitir sus cualidades, sus conocimientos y sus percepciones.

A.C.: Disfruto mucho enseñando. Cuando me planteé la posibilidad de dar clases de escultura, al principio, tenía mis dudas: ¿Tendré el conocimiento necesario? ¿Soy yo un maestro? Nadie me había enseñado a mí, con lo que no tenía referentes. ¿Me iba a gustar? ¿Me iba a sentir cómodo impartiendo clases? Y, por último, ¿lo iba a hacer bien? ¿Iba a ser capaz de transmitir? A veces, es más importante la capacidad de transmisión de conocimientos que la cantidad de conocimientos que posees. Empecé a probar y todo encajó. Me di cuenta de que sabía más de lo que creía. Comunicaba bien. Me encontraba cómodo. La gente se encontraba cómoda. Y todo esto se transmitía a través de productos, en objetos de cierta calidad. La gente aprendía. Después de un tiempo, he mejorado y me produce muchas satisfacciones. Algunos alumnos han encontrado trabajos gracias a mi formación y, ahora, a veces, me consiguen encargos en los que colaboramos.

El taller está muy bien equipado para el trabajo en hierro. Hay una fragua y tres o cuatro yunques. Aún le gustaría tener más cosas. Le encantaría tener, por ejemplo, una plegadora, aunque fuera manual. 

A.C.: Tengo suficiente pudor como para no anunciarme como herrero forjador. Soy atrevido y, si hay que calentar un hierro, lo hago. Pero siempre informo a mis alumnos de que no soy un experto en este tema. Una de las cosas que les enseño son mis limitaciones. Cuando mis alumnos vienen con sus proyectos, es raro que impliquen algo que yo no he hecho nunca. Pero puede darse. Todo trabajo presenta alguna novedad. Para mí, es un ejercicio mental estupendo que me mantiene fresco. Y, a partir de mis conocimientos y de mi experiencia, siempre puedo aportar ideas y soluciones técnicas. Cada uno de los proyectos que traen mis alumnos me los planteo como si fueran míos. También, y esto es algo muy subjetivo, aporto ideas y soluciones estéticas a esos proyectos. Y ese tema, como puedes imaginar, es muy delicado. Hay una formación estética del alumno, que se apoya en la historia del arte. Y el alumno aprende. Con el tiempo, va descartando soluciones más simples y chabacanas y acuden a ideas estéticas más sofisticadas.

Una vez mencionada la estética, es interesante conocer algunas de las claves de la obra de Alberto Carvajal.

A.C.: Mi obra gira en torno a dos conceptos aparentemente antagónicos: el caos y el orden. La mayoría de mis esculturas intentan conciliar la geometría euclidiana y la geometría fractal. En cada pieza intento utilizar el mínimo número de materiales distintos. Muchas veces, utilizo un solo material; otras muchas, un máximo de dos materiales diversos. Si la escultura está hecha con teja, utilizo solo teja. Si está hecha de aluminio, procuro utilizar solamente aluminio. En muchas ocasiones, me gusta utilizar un montón de elementos iguales, lo cual ofrece un aspecto caótico pero ordenado.

Ciudad flotante

Es más fácil analizar el papel que tienen en nuestra sociedad los artistas que se dedican a la música pop y que se mueven dentro del mundo del cine. Sin embargo, no es tan fácil de definir el papel del artista, digamos tradicional, del escultor, por ejemplo, en nuestro tiempo.

A.C.: Me resulta complicadísimo evaluar el momento en el que está el artista del siglo XXI. Tal vez porque estoy inmerso en el momento. No tengo perspectiva. Tal vez sea más fácil estudiar tiempos pasados que el momento en el que vives. Y, sobre todo, en un mundo tan cambiante como en el que nos encontramos. Tal vez todas las épocas han sido cambiantes, pero me da la sensación de que esto es una olla cociendo, con un montón de cambios en ebullición. Da la sensación, no solo de estar cambiando, sino de que va a cambiar mucho más en un futuro muy cercano. Si sobrevivimos con este potencial tecnológico, las posibilidades son infinitas. El arte, hoy en día, responde a tantas preguntas. Se plantea de tantas formas. El arte puede ser altamente social o todo lo contrario. A partir de aquí, ¿cuál es el papel de la escultura? No lo sé muy bien. Creo que el arte en general está bastante denostado. Yo no sé si, en otro tiempo, habrá sido así. Es cierto que el arte se ha vuelto tan conceptual, se ha alejado tanto de los cánones tradicionales que la gente no lo entiende. Hay gente que, por esto, piensa que el arte es una estafa. Y, por lo tanto, aquel que se dedica al arte es un estafador. El papel del escultor, si es que tiene algún papel, es difícil. Y yo me niego a pensar que el único papel de los escultores es poblar rotondas. Creo que el arte es muy importante, pero no hay una vara de medir cuán importante. Creo que es imprescindible. Y creo que, sin arte, se hace una sociedad peor. Pero esto no significa que esa sociedad sin arte sea imposible.

Civilización

Es hermoso escuchar al artista cuando habla de sus proyectos más inmediatos.

A.C.: Últimamente estoy trabajando sobre una idea y me gustaría que quedara plasmada en varias pequeñas exposiciones que incluyeran mi faceta escultórica, de mobiliario, de iluminación y que, todas juntas, pudieran convertirse, en un futuro, en una macroexposición. La idea gira en torno a «la carga». La mayoría de los seres humanos nos imponemos una serie de cargas, en muchas ocasiones, innecesarias. Casi como Sísifo, nos empeñamos en empujar esas cargas, cuesta arriba, hacia la cima de la montaña. Y esas cargas, como hace la bola de nieve cuando se precipita hacia abajo, también van engordando en la subida. En mi caso, esa carga puede visualizarse en ese patio que tengo lleno de materiales. Algunos de esos materiales pueden llevar ahí treinta años y nunca los he utilizado. Y creo que es el momento de deshacerme de esa carga que he ido acumulando de forma voluntaria. Hay tantas cosas que he ido guardando. Al final, visto desde fuera, es un ambiente asfixiante el que he ido creando a mi alrededor. De alguna forma, estoy oprimido por mi propia carga. Está todo lleno y no ves nada. No solamente no ves, sino que estás atrapado y a nivel creativo es lo peor que puede ocurrir.

Y es así como Alberto Carvajal tiene planeada su próxima fuga. No será sino volviendo al inicio. A lo que le gusta. A su taller de trabajo. A su escultura. Valdemoro tiene la suerte de tener una de sus obras, una pieza de pared en la biblioteca Ana María Matute.

 

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres