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Entrevista con Jesús Cepeda

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Indiana Jones ya es historia. Perdón, quise escribir Indiana Jones ya es Historia. La primera película con este personaje de ficción fue estrenada en 1981, hace 42 años, y la que se asoma a nuestras pantallas a finales de este mes promete ser la última. E Indiana Jones ya ha hecho historia en el mundo del cine y en nuestra imaginería popular. Es parte de nuestra cultura pop.

El próximo estreno de Indiana Jones y el dial del destino despierta en mí varias reflexiones. En primer lugar, a lo largo de nuestra vida, vemos la historia de diversas maneras: primero, como asignatura de la escuela, en la que nos solemos quedar con la parte más literaria e imaginativa; luego, conforme vamos cumpliendo años, adquirimos una perspectiva histórica que nos ayuda a entender algunos acontecimientos de la historia; más tarde, como si se tratara de las piezas de un puzle, disfrutamos encajando eventos y personajes unos con otros, dentro de sus circunstancias…

En la última entrega de su saga cinematográfica, Indiana Jones comienza en un momento de su vida en el que casi todo ha perdido sentido para él. Es su hambre de conocimiento de la historia el que consigue que se lance a esta, su nueva aventura. Diversos estudios científicos aseguran que el ser humano que mantiene unos lazos sociales fuertes y una curiosidad por seguir adquiriendo conocimientos suele vivir más y con mejor calidad de vida.

Hoy me tomo un café con Jesús Cepeda, valdemoreño, profesor de Historia de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) desde hace más de veinte años, que acaba de publicar Esparta para jóvenes guerreros, un libro para niños de 9 a 11 años aproximadamente. Jesús es un buen conversador, es entusiasta, ama lo que hace y adivino que yo lo pasaría bien en sus clases.

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Eres profesor de Historia Antigua. Háblanos de tus orígenes, de tus primeras civilizaciones, de tus primeras conquistas vitales, de la caída de tus primeros imperios.

Una calurosa tarde de julio, mientras soplaba seis velas en mi tarta de cumpleaños, el hombre estaba poniendo el pie en la Luna por primera vez. Nací a las afueras de Madrid, en lo que hoy se conoce como Villaverde Alto y muy pronto mis padres decidieron venir a vivir a Valdemoro. Mis cumpleaños estaban marcados en un sentido u otro. Cuando cumplí los cuatro años, en el afán de buscar una tarta para celebrarlo fuimos a Getafe en el “carromoto” de mi padre, y un coche nos arrolló (la llamada hoy A4, en los años sesenta solo tenía dos carriles, uno para cada sentido) y acabamos desperdigados por el campo, hasta que nos recogieron y nos llevaron a la casa de socorro más cercana. Valdemoro era entonces un pequeño pueblo de no más de un millar de habitantes que se asentaban en pequeñas casas de vecinos entre la calle Grande (hoy Estrella de Elola), la iglesia y la ermita del Cristo, que marcaba ya las afueras del pueblo. Crecí en un pueblo tranquilo, pequeño pero cerca de Madrid. Mis recuerdos de infancia pasan por el colegio de las monjas (hoy colegio San Vicente de Paúl), donde íbamos a estudiar los pocos niños y niñas que había en ese momento en Valdemoro, para después inaugurar el colegio Cristo de la Salud (camino de la estación) y, finalmente, terminar estudiando en Ciempozuelos, porque en Valdemoro no había instituto en aquella época. Quién lo diría.

¿Cómo ibais a Ciempozuelos todos los días?

Los padres de los que íbamos al instituto tuvieron que contratar los servicios de autobús de Luis Herves, porque eran cuatro trayectos diarios, pues volvíamos a casa a la hora de comer. Una auténtica paliza. Sin apenas darte cuenta, como gran parte de los periodos de una vida, llegué a la Universidad y no supe elegir el camino adecuado: marché hacia las ciencias físicas (influido por don Mariano, un gran profesor que tuve en el instituto), cuando mi alma y mente estaban preparadas para la historia. Recuerdo los años de adolescencia en Ciempozuelos con mucho cariño y junto a un grupo de jóvenes a los que no puedo ni quiero olvidar.

Y te pusiste a trabajar.

Mi primer trabajo después de los estudios fue en una multinacional farmacéutica que instaló su centro de distribución en Valdemoro. Fueron años increíbles: éramos unos críos, aunque en aquel momento no nos lo pareciese; el mundo estaba a nuestros pies. Tener un buen trabajo, piso, esposa e hijos era lo que el mundo que transcurría en los años ochenta nos tenía asignado. Pero no era suficiente, al menos para mí. Cada vez crecía más mi curiosidad hacia el mundo y las personas que vivían en él. Siempre estaba apuntado en algún curso, bien fuera de idiomas, psicología, o cualquier cosa que pudiera interesarme. A principios de los noventa, la Comunidad de Madrid decidió instalar una Escuela Oficial de Idiomas (EOI) en el sur de Madrid. La pondría en Valdemoro o en Pinto, en función de las necesidades de cada población. En aquella época, se nos pidió que una preinscripción masiva para demostrar que la EOI tenía que venir a Valdemoro. Y ganamos: nos quedamos con la EOI. Una vez conseguido este objetivo, nos pidieron que, ahora que la teníamos, algunos nos matriculáramos. Y ahí empezó todo. Lo que puede influirte un buen profesor. Tuve en primer curso de inglés una profesora magnífica y ya no paré hasta que terminé, cinco años después. Y una vez con el ansia de conocimiento dentro, ya no paras y marché a la UNED para iniciar una carrera, esta vez con más acierto que la que había elegido con 18 años. La Historia me estaba esperando.

Conseguías compaginar tu trabajo y tus estudios, incluso cuando te fuiste a trabajar a Madrid.

Fueron unos años muy intensos e intentar alcanzar un equilibrio entre la vida profesional y la personal es algo que siempre andamos buscando y siempre tiene un precio. Estudiar, trabajar y cuidar de tu familia puede ser algo muy complicado y el día no tiene más de 24 horas. En muchas ocasiones, he tenido la sensación de que no pasaba suficiente tiempo en casa, especialmente cuando nació mi primer hijo, David. Era una sensación que me acompañó durante sus años de infancia. Por eso, cuando nació Irene, solicité durante varios años una reducción de jornada para pasar más tiempo con ella y evitar esa sensación tan frustrante. Pero sirvió de poco: en el fondo, creo que los padres siempre vamos a tener un vacío por no haber pasado más horas con nuestros hijos, especialmente cuando son pequeños. Hay una canción que lo define perfectamente: «El tiempo con nuestros hijos se nos escapa como el agua entre los dedos», y todavía sigo teniendo esa sensación. Estudiar en la EOI durante cinco años me había devuelto a mis hábitos de estudio y decidí retomar la formación universitaria. Al estar trabajando y con una familia a la que mantener, la UNED se abrió como única opción. Una mañana me presenté en el registro central, que en aquel entonces estaba en Senda del Rey (Ciudad Universitaria) y pregunté por la carrera de Filología Inglesa, para aprovechar los años de Inglés que había cursado. Menos mal que no la tenían y, como si de una tienda se tratara, recuerdo preguntar al funcionario del registro: «¿Y qué carreras tenéis?». Después de un listado que no se acababa nunca, pronunció las palabras mágicas: Licenciatura en Historia. Y no lo dudé, me embarqué en una nueva aventura formativa. Cuatro años después, la había terminado. Sin embargo, me quedó una sensación agridulce: los primeros años de licenciatura, en la asignatura de Historia Antigua, había oído hablar de la ciudad de Esparta, sus hoplitas y sus mujeres. Especialmente estas últimas me cautivaron. Principalmente, porque todos los autores de aquella época hablaban muy mal de ellas: que si eran unas libertinas, que si iban medio desnudas, que si dominaban a los espartanos, etc. Decidí presentar una solicitud para cursar un doctorado, primero, y una tesis doctoral, después, sobre aquellas mujeres que vivieron hace casi tres mil años. Necesitaba saber más de ellas: cómo vivieron, qué sentían, cuáles eran sus sueños, sus miedos… y me llegó la oportunidad. Una mañana de septiembre de un recién estrenado milenio, acudí a la oficina de Correos porque tenía una carta certificada de la UNED. El sobre me temblaba en las manos. Algo me decía que, en el interior, podía estar una buena parte de mi futuro… y lo estaba: conseguí una de las dos plazas que había en el Departamento de Historia Antigua para investigar durante los siguientes cuatro años.

Ahí está el germen del libro que acabas de publicar. Háblanos de Esparta para jóvenes guerreros.

Mi hija Irene, que en aquel entonces debía rondar los diez años, me comentó una tarde que había comenzado a dar Historia en el colegio, pero habían comenzado con los Reyes Católicos. Después de años viéndome trabajar con libros de Historia Antigua, ella sabía que había una Historia apasionante mucho antes de ese periodo, y quería tener algún libro adaptado a su edad. Una mañana nos fuimos a la Fnac, convencidos de que allí encontraríamos un buen número de libros de historia para jóvenes y la sorpresa fue que no pudimos encontrar ni uno solo. De vuelta a casa, busqué en internet y pude ver que Pérez-Reverte había publicado hacía poco tiempo El pequeño hoplita, una obra muy interesante pero para un público infantil de entre 5 y 6 años, y también pude encontrar en la red alguna publicación francesa en cómic, pero algo muy distinto de lo que yo entendía que debía ser un libro de historia para jóvenes.

Y ahí empezó todo.

La idea era escribir pequeños trozos de historia para jóvenes de entre 9 y 11 años, y empezaría por lo que mejor conocía, Esparta. En unos meses tenía preparado el texto. Me costó lo indecible. Creo que hay que tener un talento importante para escribir y, si es para un público infantil, ese talento debe ser aún mayor. El principal problema era cómo plasmar negro sobre blanco todo el conocimiento que tenía sobre la sociedad espartana, especialmente sobre los niños y niñas de una de las ciudades más poderosas del mundo antiguo, y hacerlo asequible y que pudiera interesar a los jóvenes de ahora. Me costó horrores, pero al final tenía el texto. Ahora faltaba lo más importante: las ilustraciones. Estaba plenamente convencido de que en el mundo en que vivimos, si quería atraer a los jóvenes a que leyesen el libro, rodeados como están de mil y una tentaciones digitales, desde el móvil hasta la Play Station, pasando por innumerables plataformas televisivas, el libro debería contar con un atractivo visual importante. Me dirigí a la facultad de Bellas Artes de Madrid y colgué mi petición en el tablón de anuncios: «Se busca ilustrador/a para libro infantil». Respondieron a la llamada un total de 47 jóvenes talentos que me preguntaban una y otra vez cómo quería los dibujos. Les contestaba la verdad, que no lo sabía, y les enviaba los tres primeros capítulos del libro para que dibujaran lo que les sugirieran aquellas páginas. Comencé a recibir decenas de dibujos, a cuál mejor, de una calidad increíble y me di cuenta del potencial que tenemos con los jóvenes de este país, a los que, en innumerables ocasiones, tildamos de vagos y sin futuro. Pero me di cuenta de que no podemos seguir desperdiciando ese talento.

Y elegiste a Elena Velasco.

Resultó muy difícil elegir el mejor de los dibujos, pero al final me decidí por los de una jovencísima Elena Velasco, con una talento prodigioso para el dibujo y que había sabido plasmar en las ilustraciones los rostros de los jóvenes espartanos. Mientras Elena dibujaba, busqué una persona para maquetar tanto el texto como los dibujos. Quería que hubiese una fusión entre ambos, tal y como lo había visto en los libros de Gerónimo Stilton, que mi hija devoraba sin parar. Y encontré a Rebeca García, la segunda musa del libro, que supo dar el toque mágico a los dibujos de Elena fusionados con el texto que había escrito.

Has presentado el libro en varios lugares.

Lo presenté en marzo de este año en la Biblioteca Ana María Matute de Valdemoro. Tuvo una acogida magnífica, gracias al apoyo que he recibido de la Asociación de Familiares de Enfermos de Alzheimer y Parkinson de Valdemoro (AFAV), a la que he cedido los beneficios del libro por su enorme tarea que con nuestros mayores más frágiles y enfermos. Esta tarea publicar un libro para jóvenes me ha dado la oportunidad y la satisfacción de ir a diversas bibliotecas y colegios para presentarlo ante el público al que va dirigido. Es fascinante ver sus rostros, llenos de curiosidad, contestar al continúo bombardeo de preguntas al que te someten. Te plantean cuestiones que realmente te sorprenden. Recientemente, la última presentación ha sido en el aula multiusos de la planta de oncología infantil del Hospital de Alicante, donde entregué un ejemplar a cada uno de los jóvenes pacientes de oncología que había esa semana en planta. Fue un privilegio contestar a sus preguntas y comprobar cómo, durante unas horas, dejaban a un lado el momento tan difícil que atraviesan, para sumergirnos todos juntos en la historia de la ciudad de Esparta y en las vidas de sus jóvenes, que vivieron hace casi tres mil años y que no eran muy distintos a nosotros.

¿Te gustaría seguir publicando este tipo de libros?

La idea es continuar con esos trozos de historia y crear Egipto para jóvenes faraones, Roma para jóvenes emperadores o Jóvenes vikingos, e intentar que los jóvenes tengan un referente histórico breve, sencillo y atractivo de la historia a través de las páginas de esos períodos tan importantes de nuestro pasado. El principal problema es el económico: hasta ahora, he tenido que financiar personalmente todo el proyecto y se hace necesaria una editorial para poder continuar. Tan solo una de a las que presenté el proyecto estaba realmente interesada, pero me obligaban a cambiar el tipo de dibujo. Pensé que ya no sería mi libro, tuve que decir que no y seguir yo solo con el proyecto.

No querría terminar esta entrevista sin que nos hablaras de tu faceta como profesor de Historia en la UNED.

Sencillamente, me siento un privilegiado. Cuando estudiaba la licenciatura, envidiaba a algunos profesores que tuve y me decía a mí mismo: «Quiero ser capaz de manejar una clase como lo hace ese profesor». Una vez terminada la carrera, presenté mi currículum en el mismo centro donde había estudiado. Era un mes de octubre del año 2000 y aún recuerdo las palabras del coordinador del centro: «Acabas de licenciarte, es muy difícil que te cojan, pero déjamelo por si acaso». El hombre no estaba muy por la labor, y quizás por su pereza de dejar mi currículum encima de la mesa sin guardar, dos semanas después, se presentó la ocasión. Una profesora de Historia tuvo que dejar de manera urgente las clases y como mi currículum seguía sobre la mesa, me llamaron a mí. El tópico de estar en el sitio oportuno en el momento oportuno funcionó en mi caso. Fue mi primer año como profesor de Historia en la UNED, y así llevo más de veinte. Acabo de terminar las clases de este curso y el próximo no comienza hasta primeros de octubre. Las primeras semanas lo llevo bien, pero, a partir de primeros de septiembre, siento una auténtica ansiedad por comenzar las clases, por ver las caras de los nuevos alumnos. La UNED además tiene la gran ventaja de lo heterogéneo que es su alumnado, con estudiantes que van desde los veinte a los sesenta años, lo cual enriquece de manera importante cada una de las clases con las aportaciones de alumnos de distintas edades y generaciones. Enseño Historia en cada clase, pero es la Historia la que nos enseña a nosotros, la que nos avisa de los errores que no debemos repetir, y que seguimos cometiendo. La Historia nunca defrauda.

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En su última aventura, Indiana Jones debe encontrar un dial inventado por Arquímedes, el matemático griego nacido en Sicilia. Griego como los espartanos sobre los que ha escrito Jesús Cepeda. Esparta para jóvenes guerreros, el libro de Jesús Cepeda, puede encontrarse en la librería Un Tren de Libros en Valdemoro.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres

Audio de la entrevista con Jesús Cepeda

 

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