Inicio Educación Iván Rodríguez, creador de Eligetucarrera

Iván Rodríguez, creador de Eligetucarrera

242
0
patrocinado

Confianza, paciencia y propósito como claves para acompañar a los jóvenes en su futuro profesional

Existen muchas motivaciones para que, después de más de nueve años y sin ser mi profesión principal, siga inmerso en este proyecto tan gratificante que es La Revista de Valdemoro. Uno de los más importantes es la gran variedad de contenido que tiene cabida en estas páginas. Poder abordar temáticas tanto generalistas como más específicas demuestra el potencial de la publicación para aunar a públicos con intereses muy diversos.

En este primer número de 2025 conocemos a Iván Rodríguez, un joven valdemoreño de 25 años que a partir de su experiencia ha desarrollado un proyecto que pretende ayudar a los jóvenes en una de sus primeras etapas complicadas, la elección de su futuro profesional. Psicólogo y coach de formación, Iván ha creado Eligetucarrera para acompañar a los estudiantes en aspectos tan importantes de su desarrollo como individuos como son el autoconocimiento, la inteligencia emocional o la resiliencia.

Llegaste a Valdemoro muy pronto, ¿qué recuerdos tienes de tu infancia aquí?
Aunque nací en Fuenlabrada, me mudé pronto a Valdemoro, en tercero de infantil. Desde entonces, toda mi vida ha transcurrido aquí. Tengo recuerdos muy buenos de mi infancia y de este barrio, que siempre ha sido muy familiar. Me acuerdo, por ejemplo, del 3 × 3, aquella cancha de fútbol donde jugábamos mucho. También los sitios por los que más me movía: el parque de Los Lagos, el Tierno… ¡y el Burger King, que era como nuestro lugar de reunión! La verdad es que me considero un tío afortunado, porque tengo una memoria bastante positiva de esos años.

Contenido Patrocinado
Publicidad LRDV

¿Cómo era el Iván de la niñez y la adolescencia?

De niño siempre fui inquieto y curioso. Mis padres me apuntaron a judo, pero no era lo mío. Recuerdo que tras una exhibición decidí que no quería saber nada de eso y me pasé al baloncesto, que acabó siendo mi deporte de siempre. En el colegio era algo rebelde, el típico payasete de clase. Siempre me molestaron las injusticias, y no podía evitar decir lo que pensaba, lo que a veces me metía en líos. Eso sí, las notas las sacaba, aunque en comportamiento solían bajarme algún punto. Para mí, lo importante era que el colegio fuera divertido, y siempre intenté que así fuera.

¿Qué querías estudiar en el futuro?

Siempre me llamó más la atención el mundo de las ciencias que el de las letras. Asignaturas como Lengua o Historia se me hacían cuesta arriba, mientras que disfrutaba con Matemáticas, Biología o Conocimiento del Medio, que era de mis favoritas. Pero la verdad es que nunca tuve una profesión clara en mente. Opté por seguir estudiando por la rama de ciencias en la universidad porque era lo que había hecho toda mi vida y lo que me habían dicho que se me daba bien, pero pronto me di cuenta de que no era mi camino.

¿Cuándo notas que empieza a haber un problema?

Durante toda mi vida había sacado buenas notas y confiaba en que, con un poco de esfuerzo, siempre podía lograr mis objetivos. Mi prioridad era cumplir con mis estudios, y esa mentalidad me funcionó… hasta segundo de Bachillerato. Ahí fue cuando todo cambió y sentí que me daban por todos lados. De repente, tenía que decidir qué hacer con mi vida, y nunca antes lo había pensado. Me planteé cosas como ser físico porque había visto Big Bang Theory, o biólogo porque siempre había sacado buenas notas en ciencias. Pero luego tuve una mala experiencia con un profesor de Biología que me quitó las ganas. Fue un momento complicado porque parecía que debía tener claro un camino, y la verdad es que no tenía ni idea de lo que quería hacer. Eso derivó en muy malos resultados en segundo de Bachillerato y matricularme en una carrera que no quería cursar.

Ahora que lo puedes ver con distancia, ¿qué te llevó a esa situación?
Creo que todo empezó en cuarto de la ESO, cuando tienes que elegir entre ciencias, letras o sociales. Yo realmente debería haberme metido en sociales, pero escogí ciencias porque era «lo de los listos». Además, mi grupo de amigos también influyó: casi todos eran los empollones de clase, futuros ingenieros aeronáuticos o mecánicos, y yo pensaba «Pues no voy a ser menos, lo saco igual que ellos». También está esa idea de que «ciencias no te cierra puertas», y por miedo a arrepentirme de elegir algo como Filología o Económicas, opté por ciencias. Pero la realidad es que, cuando no estás en tu sitio, lo pasas fatal. Y eso le pasa a mucha gente: se meten en ciencias porque parece lo más seguro, pero no es lo que realmente les gusta. Al final, vi que no era el camino que mejor encajaba conmigo.

¿Durante ese proceso de incertidumbre recibiste orientación para poder elegir mejor?
Sí, recibí orientación, pero creo que está planteada de forma bastante limitada. Todo se enfoca en obtener títulos y en que cuantos más estudios tengas, mejor. Y, aunque entiendo que la formación es importante, no creo que sea la única forma de medir el talento o la inteligencia de una persona. Hay chavales con talentos increíbles fuera de lo académico que no se tienen en cuenta. Por ejemplo, un niño hiperactivo no encaja en un aula donde se espera que esté sentado seis horas escuchando algo que quizá ni le interesa, como la Segunda Guerra Mundial. Pero a ese mismo niño lo pones en un entorno diferente, como el deporte o actividades al aire libre, y resulta ser un talento. El problema es que, en lugar de potenciar lo que realmente se nos da bien, el sistema tiende a enfocarse en mejorar nuestras debilidades. Si sacas todos nueves y un cuatro en Música, lo lógico sería potenciar lo que te apasiona, pero en vez de eso te ponen a esforzarte en Música para llegar al seis. Creo que deberíamos cambiar ese enfoque, dejar de buscar la normalidad en todo y ayudar a los chavales a destacar en lo que realmente les apasiona y les puede servir en el futuro.

¿Cómo te sentiste en ese segundo de Bachillerato?

En segundo de Bachillerato, sentí mucha presión desde diferentes lugares. Por ejemplo, las expectativas familiares. Todo el mundo esperaba que fuera el primero en tener una carrera, y yo mismo me puse esa carga en los hombros. Cuando las notas empezaron a bajar y me quedé con cuatro asignaturas suspendidas en el primer trimestre, decidí ocultarlo por vergüenza y miedo al qué dirán, pensando que las recuperaría. Sin embargo, la situación empeoró en el segundo trimestre, con más asignaturas suspendidas, y ya no podía controlar la presión. Recuerdo especialmente una comida familiar, donde mi abuela me brindó como ejemplo para el resto de mis primos, destacándome como el primero en estudiar una carrera y dándome dinero para la universidad. Ese momento me causó una mezcla de culpa, vergüenza y ansiedad, ya que sabía que no estaba cumpliendo con las expectativas y las cosas estaban saliendo mal. El ritmo de Bachillerato se volvió asfixiante. A pesar de estudiar más que nunca, no lograba mejorar mis resultados, lo que me hacía sentir que todo carecía de sentido. Me cuestionaba constantemente por qué me esforzaba si ni siquiera sabía lo que quería hacer con mi vida. Cada fracaso alimentaba una mentalidad negativa que dificultaba aún más avanzar. Hubo momentos en los que pensé en abandonar todo y hasta hablé con un amigo sobre la idea de ir a Australia para estudiar inglés y escapar de la situación. Aunque no lo hice, esa idea reflejaba lo perdido y agobiado que me sentía. El segundo de Bachillerato no solo fue un año académico complicado, sino un año de enfrentar mis propios límites y las consecuencias de haberme impuesto expectativas que no correspondían con lo que realmente quería o podía manejar.

Pese a todo, consigues entrar en la universidad.

Sí, logré entrar a la universidad, pero de una manera bastante improvisada. La verdad es que no sabía qué carrera estudiar, así que, el último día de cierre de plazos, me puse a hacer una lista de opciones con las notas que tenía. Fui eligiendo carreras sin pensarlo demasiado: esta primera, esta segunda, esta tercera… total, sin mucha reflexión. Al final, me cogieron en la undécima opción, que era Óptica y Optometría, algo que ni siquiera sabía que existía. La única razón por la que la puse fue porque en Física había algo relacionado que me había gustado un poco y pensé «Pues igual esto también me gusta». Así que, sin darle más vueltas, entré. Al empezar la universidad, me sentí como si ya hubiera superado lo más difícil, como si nada pudiera ser más duro que lo que había pasado en Bachillerato. Tenía una imagen idealizada de lo que sería la universidad: campus, gente, fiestas, etc. Pero mi campus era en San Blas, un sitio bastante alejado, a unas dos horas de casa, y solo era para Óptica, así que no había otros estudiantes. Me hice un grupillo, pero la sensación constante era que no estaba en el lugar correcto. Estaba allí porque pensaba que, si había empezado algo, tenía que acabarlo, pero realmente no me sentía motivado. No me gustaba la idea de estudiar algo tan específico. Recuerdo esa primera etapa del primer cuatrimestre como un período de mucha tristeza. Dormía muchísimo, sentía que no tenía energía y me costaba levantarme cada mañana. Tenía que levantarme a las seis de la mañana, tomar dos horas de transporte para llegar a clase y, aunque algunas asignaturas me interesaban, el propósito final de lo que estaba estudiando no me convencía. Me sentía como si todo fuera un esfuerzo sin sentido, y cada vez que dormía me sentía más cansado. Todo me daba pereza y, al estar tan enfocado en esto, el resto de mi vida también se veía afectada. Dejé de hablar con mi familia, dejé de ver a mis amigos, y hasta en el baloncesto me iba fatal. Es algo que le pasa a mucha gente. A veces, te empeñas en algo y sigues porque crees que debes acabarlo, pero al final te terminas dedicando a algo que no te gusta. Es complicado porque, a veces, el miedo a cambiar de rumbo te mantiene atrapado, pero seguir en algo que no te motiva es un sacrificio a largo plazo.

¿Cómo consigues revertir estas dinámicas?

Me ayudó mi madre. Ella es psicóloga y se formó como coach en la empresa que trajo el coaching oficial a España. Me propuso hacer unas sesiones con Juan Carlos, un compañero suyo. Yo estaba desconectado de mis emociones. Después me he dado cuenta de que llevaba años sin llorar, pero decidí probar. A medida que avanzaba en las sesiones, vi que la carrera que había elegido no era mi camino, aunque aún pensaba que debía acabar lo que había comenzado. Juan Carlos me sugirió hacer un curso intensivo en Mallorca. Ese fin de semana cambió mi vida. El curso me ayudó a conectar con mis emociones y a cambiar mi perspectiva, lo que me permitió tomar decisiones más alineadas con lo que realmente quería hacer.

¿Qué herramientas te llevaste de esa formación?

Vivir de manera más consciente. Comprendí la importancia de escuchar y valorar lo que sientes, confiar en tu intuición y trabajar en ti mismo para mejorar poco a poco. Aprendí a conocerme mejor, identificar mis fortalezas y debilidades, y vivir con un propósito. Ver a otras personas apasionadas por su trabajo y con esperanza me inspiró a hacer lo mismo. También entendí que cosas simples como agradecer, sonreír o decir te quiero cuando toca son herramientas para mejorar mi bienestar.

¿Qué te llevó a crear Eligetucarrera?

La frustración de ver cuántos jóvenes, incluido yo mismo en su momento, se sienten perdidos y atrapados en decisiones académicas y profesionales que no les motivaban. Durante mi propia experiencia, pasé por muchas dudas y dificultades tratando de encontrar mi camino. Me percaté de que no había una guía clara o accesible para ayudar a los jóvenes a tomar decisiones más informadas y alineadas con sus intereses y habilidades. Quería crear un espacio donde los jóvenes pudieran explorar su futuro profesional de manera consciente y acompañada, sin la presión de tener que seguir un camino preestablecido. Eligetucarrera pretende que los jóvenes encuentren su propósito y conecten con él.

¿Qué retos te has encontrado al crear el proyecto?

El mayor reto fue empezar el proyecto. El primer centro que visité fue mi antiguo instituto, el Avalón. Ellos me ofrecieron trabajar con cuarto de Secundaria y con Bachillerato. Sin embargo, el mismo día de mi primera charla presencial cerraron las aulas por la pandemia. Esto me generó una gran crisis existencial porque estaba lleno de ilusión y motivación con el proyecto, pero me vi obligado a detenerlo y quedarme sin poder avanzar desde casa. Después de la pandemia, al intentar retomarlo, los institutos no permitían la entrada de personas externas a las clases, salvo uno. Fue entonces cuando, hablando con amigos, alguien me sugirió probar en Instagram. Aunque no me sentía cómodo con la tecnología ni las redes sociales, decidí intentarlo. Publiqué un primer vídeo, y para mi sorpresa, tuvo una gran acogida. La gente lo compartió, me dejó comentarios muy positivos y sentí que el mensaje realmente conectaba. A partir de ahí, empecé a crear más contenido en Instagram y organicé talleres online por Zoom. Diseñé estas sesiones como experiencias intensivas de fin de semana y realicé varias ediciones.

¿En qué consiste ahora Eligetucarrera?

Actualmente, Eligetucarrera se compone de dos grandes ámbitos. Por un lado, están los talleres grupales en institutos, que son procesos de seis sesiones en las que se trabajan distintas áreas clave para los jóvenes. Cada sesión aborda un tema específico, como los valores personales, personajes limitantes, talentos o la conexión con un propósito. La idea no es que los estudiantes descubran su carrera o propósito definitivo en ese momento, sino que empiecen a explorar, identificar sus fortalezas y establecer un plan concreto que les guíe en su camino. Es un trabajo progresivo, práctico y adaptado a sus procesos. Por otro, dirijo sesiones individuales. Estas se enfocan en quienes necesitan un abordaje más personal, ya sea por situaciones familiares complejas, bloqueos emocionales o porque simplemente requieren un acompañamiento más profundo. El objetivo es que la persona conecte con algo que le importe y, si procede, con su propósito. Esto puede implicar trabajar aspectos emocionales o traumas previos antes de avanzar hacia metas más concretas. En resumen, el proyecto combina herramientas prácticas y emocionales para ayudar a los jóvenes a conocerse mejor, trazar un camino y enfrentar sus propios retos desde una visión realista y que les motive.

Has podido trabajar con los jóvenes y sus problemas en la actualidad. ¿Cómo les afecta la presión académica?

De maneras muy diferentes, dependiendo de su personalidad y de cómo gestionen las expectativas. Para algunos la presión puede ser un motor que les lleva a dar lo mejor de sí mismos. Pero para otros puede ser una carga que los bloquea y los hunde emocionalmente. El problema reside en que el sistema educativo actual ofrece un único camino para medir el éxito: los resultados académicos. Esto funciona para un grupo reducido de estudiantes, pero deja fuera a muchos otros que tienen un gran potencial en áreas que no se evalúan en el aula. En el sistema actual, parece que se buscan expedientes en lugar de personas, lo que genera una desconexión entre lo que se enseña en los institutos y lo que realmente se necesita en la vida y el mundo laboral. La realidad es que, en la vida, no basta con los títulos: cada vez se valoran más las habilidades personales y el desarrollo emocional. Sin embargo, el sistema sigue priorizando los resultados en Matemáticas o Lengua sobre el apoyo emocional que muchos jóvenes necesitan para desarrollar confianza y resiliencia. Afortunadamente, cada vez más centros educativos están empezando a ofrecer recursos y apoyo emocional.

¿Cómo pueden ayudar los padres y los profesores a los alumnos en esta etapa?

Lo primero es entender que se está trabajando con adolescentes, personas en una etapa de transición compleja. La adolescencia es, por naturaleza, una etapa de equivocaciones, exploración y desafíos. Por eso, tanto a padres como profesores les animaría a ofrecer apoyo, pero con límites claros. Para los padres esto implica ser un apoyo constante, pero también establecer límites a partir de la cercanía y el diálogo, no de la imposición. Si el instituto señala que su hijo ha cometido un error, es importante reconocerlo y trabajar en conjunto con los profesores, en lugar de ponerse en contra de ellos. En cuanto a los profesores, a mí me ayuda a conectar con los alumnos la empatía, entendiendo que, en ocasiones, un simple gesto como sentarse a hablar con un estudiante puede marcar una gran diferencia. Mostrar interés genuino preguntando «¿Qué ocurre?, ¿cómo puedo ayudarte?» puede abrir un canal de comunicación importante. Aunque no todos los alumnos responden de inmediato, la intención de acercarse y ayudar ya es un gran paso.

¿Qué mensaje le mandarías a ese joven que pueda estar leyendo esta entrevista y se sienta como tú te sentiste en segundo de Bachillerato? 

Primero, pide ayuda. Puede que no lo parezca ahora, pero hay recursos y personas dispuestas a apoyarte. No tienes que enfrentarte a todo esto solo. Segundo, confía en que al final todo se acomoda. Lo que hoy parece un problema gigantesco, como decidir qué carrera estudiar, con el tiempo se convertirá en una anécdota más de tu vida. Es normal sentir que todo está en juego, pero recuerda que estas decisiones, aunque importantes, no determinan todo tu futuro. Por último, ten paciencia. La vida tiene sus propios ritmos y equivocarse o tomarse más tiempo no es un fracaso. Repetir un año o cambiar de dirección no es el fin del mundo; muchas veces, esos momentos se vuelven irrelevantes en toda una vida. Lo importante es seguir avanzando con esperanza, sabiendo que, poco a poco, encontrarás tu camino.

 

Texto: Sergio García Otero

Fotografía: Ncuadres

¿Has leído el último número de nuestra revista?