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Protagonista, la encina de la estación

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Tal vez hayas pasado a mi lado y no me has visto porque paso desapercibida. Respiramos el mismo aire, pero yo reciclo tu dióxido de carbono y te devuelvo oxígeno, contribuyendo de esta forma a reducir uno de los gases de efecto invernadero. Te mueves rápidamente, llevas siempre prisa, y yo permanezco inmóvil, día tras día, año tras año, incluso siglo tras siglo. Tú duermes bajo un techo, cálido y confortable, mientras el mío es el cielo, a veces estrellado, otras encapotado de nubes con lluvia, nieve o granizo, y doy cobijo a innumerables habitantes como mochuelos, abubillas y cigarras. De los tuyos no hay nadie que me supere en edad. Soy la encina de la estación de Valdemoro.

Cuando nací, de eso hace ya muchas primaveras, no había coches moviéndose a mi alrededor, solo caminos con mulas y carretas, aunque el tren ya llevaba a la regente María Cristina de Habsburgo y a todo su séquito al sitio real de Aranjuez; poco después, el rey Alfonso XIII adquiría la mayoría de edad. Transcurrieron los años y he sido mudo testigo del golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, de la proclamación de la Segunda República, sobreviví a la Guerra Civil, he visto prosperar a este país tras su entrada en la ONU. Muere Franco, Juan Carlos I es proclamado rey y se inicia la Transición con una nueva Constitución, se ingresa en la Comunidad Económica Europea (hoy Unión Europea), se aprueban leyes como la del Divorcio y la de Despenalización del Aborto. Entramos en la OTAN, decimos adiós a la peseta por el euro y Felipe VI se convierte en nuestro actual Jefe del Estado.

Si te acercas a mí, podrás apreciar el tamaño y el grado de madurez que he alcanzado a lo largo de estos más de cien años de existencia, soportando frío y calor, periodos húmedos y sequías. En mis anillos del tronco tengo grabada esta información que guardo celosamente. Aunque pueda resultarte algo presuntuosa, me considero un tesoro natural, a la vez que única representante de mi especie en el casco urbano con estas dimensiones; soy la más grande de la localidad, y contribuyo a embellecer nuestro maltrecho paisaje urbano.

Hace unos años, coincidiendo con los desarrollos urbanos desmesurados que sufrió nuestra localidad, se llevó a cabo un intento para protegerme en base al Decreto 18/1992, de 26 de marzo por el que se aprueba el Catálogo Regional de especies amenazadas de fauna y flora silvestres y se crea la categoría de árboles singulares de la Comunidad de Madrid. Pero tras valorar el informe presentado en el registro general de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio, el equipo de técnicos me dijo que no reunía los criterios suficientes para incluirme, es decir, me consideraron no apta. Tampoco hizo nada por defenderme nuestro Ayuntamiento, allá por el año 2003.

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En los últimos años, el entorno que me rodea se está deteriorando progresivamente, y hay días en que empiezo a tener síntomas de asfixia de tanto polvo que se levanta con cada nueva obra que se emprende, pues me cuesta intercambiar gases y vapor de agua porque mis hojas se cubren de partículas, y ya no cumplen adecuadamente su función. Soy tan vieja que un intento de ubicación a otro lugar por trasplante acabaría conmigo definitivamente; ni tan siquiera aguantaría una poda de ramas.

A pesar de todo esto que te cuento, mi futuro es poco esperanzador en la actualidad. Corro serio peligro de ser eliminada porque en el trozo de tierra donde he permanecido viviendo más de cien años, junto a amapolas, dientes de león y margaritas, se van a construir viviendas para personas como tú, y lo que es peor nadie trata de evitarlo. Por eso, la próxima vez que vayas a coger el tren despídete de mí como si fuese la última vez, por si acaso ya no me encuentras a tu regreso.

Texto y fotografía_Javier Cano Sánchez