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Entrevista a Maiu Sageras

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La jugadora de vóley compite en la primera división islandesa

El verano es el momento de salir de Valdemoro, pero para aquellos que viven fuera durante todo el año también es el momento de volver. Es el caso de Maiu Sageras, jugadora de voleibol en la liga Mizuno de Islandia.

Tras toda una vida vinculada al deporte y creciendo en Valdemoro, la joven argentina encamina su tercer año en el país nórdico, lugar donde emprendió su mayor reto deportivo y personal hasta el momento. Durante sus vacaciones en nuestro municipio hemos podido charlar con ella sobre su experiencia y carrera deportiva.

De origen italo-argentino, ¿qué te trajo a Valdemoro?

Todos mis abuelos son italianos, pero viven en Argentina, donde yo nací. Con cuatro años me mudé a España porque mi padre empezó a trabajar aquí. Llegué directamente a Valdemoro por recomendación de unos amigos de mi padre. Tengo muy pocos recuerdos de ese viaje porque apenas tenía cuatro años. Solo recuerdo que íbamos mi madre, mi hermano y yo en el avión con una mochila muy grande.

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Has crecido en Valdemoro.

Estudié en el Cristo de la Salud, allí entré en la escuela infantil y siempre tuve muy buenos amigos, aunque muchos nos hayamos distanciado. Después estudié en el Maestro Matías Bravo, lo que me separó un poco más de los amigos del colegio porque lo normal era estudiar en el Villa de Valdemoro. A pesar de todo, tengo muy buenos amigos de toda la vida que veo cada vez que vuelvo a España. Durante muchos años viví en el pasaje de Colón y todos los niños del barrio bajábamos a la plaza de la Piña a jugar. Ahí pude conocer a muchos niños de otros colegios.

Tu vinculo con el deporte se remonta a tus primeros años de vida en Argentina.

Mis padres son profesores de educación física y siempre nos han inculcado el deporte. Mi madre me enseñó a nadar desde los nueve meses; ambos se preocuparon por generar un vínculo muy estrecho con el deporte casi desde que nací. En Argentina ya practicaba algún deporte, mi hermano hacía rugby y yo hockey hierba. Cuando llegué a Valdemoro me apunté a natación y gimnasia rítmica.

Antes del voleibol, ¿qué otros deportes has practicado de manera continuada?

Triatlón. Mi hermano comenzó a jugar al fútbol en Pinto y allí había una escuela de atletismo. Tenía una profesora muy buena que hizo que me gustara mucho este deporte. El atletismo tiene una temporada de invierno y una de verano y es un poco más complicado para competir. Conocí el triatlón y competí de forma individual durante varios años, llegando hasta la competición a nivel de Comunidad de Madrid en categoría alevín.

¿Qué ha supuesto el deporte para ti?

El deporte siempre me aportó mucha disciplina en los estudios. Nunca he sido la mejor estudiante, pero sabía que tenía una responsabilidad. Con el deporte también he aprendido a cuidar de los míos. He practicado muchos deportes de grupo y, ya seas parte del equipo o el capitán, tienes que tener mucha consciencia de lo que es mejor para el grupo.

¿También enfocaste tus estudios al deporte?

Sorprendentemente, sí. Siempre he sido alumna de ciencias, las matemáticas era la materia que más me gustaba junto con educación física. Cuando terminé el bachillerato cursé los tres primeros años de INEF y lo orienté hacia la rama educativa en colegios e institutos.

¿Cómo aparece el vóley en tu vida?

Los deportes que venía haciendo hasta entonces era individuales, aunque entrenáramos en grupo. Mi padre me sugirió que probara algún deporte de grupo. Fui una niña que creció muy rápido, con trece años medía un metro ochenta. Fue una transformación que al principio no comprendía: la ropa no me valía y todas las niñas eran más bajas que yo. Cuando empecé a jugar al vóley en Pinto la altura se convirtió en un plus porque me hacía competir mejor. Cuando pasé a jugar en el equipo de Alcobendas la situación cambió radicalmente y pasé a ser una de las jugadoras de tamaño medio, incluso tirando a bajo. Fue una búsqueda por encontrar un deporte que se adaptara a esa condición de niña adolescente que había crecido. Hasta entonces no tenía ninguna noción del vóley, creo que ni llegué a practicarlo en el colegio.

En muy poco tiempo comienzas a jugar en el Feel Voley Alcobendas. ¿Cómo encajaste ese progreso tan rápido en un deporte desconocido para ti hasta entonces?

El primer año aprendí muchísimo porque era una esponja que absorbía todos los conocimientos que me daban. El ritmo de entrenamiento también aumentó, pasé de entrenar dos días a cuatro a la semana, lo que me permitió mejorar muchos aspectos de mi juego. En cualquier caso, siempre he aprendido muy rápido y eso es algo muy bueno para mí. Desde el comienzo, aunque era cadete, entrenaba y jugaba con el equipo juvenil. Fueron dos años muy importantes porque entendí que me quería dedicar a jugar al vóley y que podía tener una proyección dentro de este deporte.

Los buenos resultados no se hicieron esperar y en dos años competías en la segunda división juvenil de España.

Es cierto que en muy poco tiempo pasé de no haber practicado nunca vóley a competir en un nivel destacable. Tuve un entrenador al que recuerdo con mucho cariño, Quique, que entrenaba a las juveniles cuando yo comencé a jugar. Él siempre me animó mucho a buscar nuevos retos dentro de este deporte y a seguir creciendo como deportista. Nunca fue un shock conseguir esos pequeños éxitos porque sentí el apoyo de mi entrenador y estaba en el lugar correcto. Alcobendas tiene muy buena cantera a nivel nacional y estar rodeada de talento también creaba muy buen ambiente. Todo el mundo daba por hecho que íbamos a conseguir éxitos.

Y llega la Superliga.

En mi última etapa de juvenil ya jugaba en Superliga 2, lo que supone que las niñas comiencen a jugar con mujeres. El progreso es mucho mayor al competir a ese nivel. Cuando terminé el juvenil me marché al club de voley de Torrejón de Ardoz. De la misma forma que en el Feel Voley Alcobendas desarrollé mucho mi técnica, mi paso por Torrejón me sirvió para forjar todo el carácter que tengo ahora. Empecé a competir en la Superliga 2 con dieciocho años y eso supuso someterme a un entorno donde las exigencias son muy altas y tienes que dar lo mejor de ti. Mi lema dentro del proyecto deportivo que tenemos en Islandia es que estamos formando a las niñas que nos quitarán el puesto. Para que esas niñas lleguen a su mejor nivel tienen que sentir que su juego es imprescindible para que el equipo gane.

¿Cómo llega la oferta para jugar en Islandia?

Los tres años que jugué en Torrejón de Ardoz fueron muy intensos y decidí parar de jugar para terminar la carrera, de la que me quedaban dos años. Cuando tengo que tomar una decisión tan importante siempre la hablo con mi familia; y ellos me apoyaron. A la semana de tomar esa decisión, Gonzalo García, mi entrenador, me comentó que necesitaba una jugadora para su equipo en Islandia. Gonzalo es de Almería y ha viajado por muchos países practicando voleibol. Creó el club de vóley Almería Vóley Group 2008 (AVG). Todo mi entorno me animó a irme porque no había nada que me atara a estar en España y me decidí a aceptar la propuesta. Siempre busqué jugar en el extranjero y, aunque no sabía qué me iba a deparar el futuro allí, el aspecto deportivo primó para tomar la decisión.

¿Cómo fue tu aterrizaje allí?

Siempre he vivido con mi madre y cuando llegué allí me di cuenta de que mamá ya no estaba. Tenía que espabilar y hacer nuevos amigos. Lo cierto es que desde el comienzo me he sentido muy arropada por la gente que he conocido en la isla. Tengo muy buenas amigas allí y en el trabajo tuve la suerte de tener dos compañeras que me ayudaron mucho en los primeros meses. Mi percepción desde que llegué es que los islandeses son personas muy introvertidas, no comparten muchas cosas, pero a la vez siempre tienen una mano para ayudarte. A nivel deportivo son muy disciplinados y, aunque el deporte no es el medio con el que se ganan la vida, se vuelcan en los entrenamientos para dar lo mejor de sí mismos.

¿Qué fue lo que más te costó del cambio de país?

Lo tengo clarísimo. Tener que cocinar para mí siempre ha sido un mundo y en Islandia echo mucho de menos a mi madre. Pensé que otros aspectos como las horas de luz los iba a llevar peor, pero finalmente acabas acostumbrándote. En invierno ver el sol es todo un privilegio. Los dos pueblos en los que he vivido están entre montañas, por lo que el sol nunca llega a superarlas para poder verlo. Además, siempre está nublado.

Llegas a Islandia para jugar en la segunda división nacional.

Fue una temporada en la que destaqué mucho a pesar de no jugar en mi posición habitual. Jugué de central cuando suelo ser opuesta. Fue una temporada muy fácil porque los rivales no eran contrincantes fuertes. Desafortunadamente, la temporada se canceló con la llegada de la covid-19.

La siguiente temporada empiezas en la primera división.

Así es, el club en el que estaba, BF  Siglufjörður, a pesar de estar en los play-offs, no quería ascender de categoría. Dar el salto a la liga Mizuno conlleva tener un proyecto más ambicioso y jugadores que puedan defender al equipo. Mi entrenador cambiaba de club para entrar en la liga Mizuno y me ofreció un puesto en el equipo. Para mí era una oferta muy atractiva porque siempre había sido una prioridad llegar a la primera división.

¿Qué diferencias has encontrado entre la competición española y la islandesa?

La concepción del deporte en la sociedad islandesa es muy diferente a la nuestra. En España parece lógico que alguien se gane la vida dedicándose exclusivamente a la competición si está en un nivel profesional. En Islandia no es así. Aunque los jugadores estén en la primera división de un deporte, como es mi caso, tienen un trabajo complementario. Es así porque tienen la creencia de que tienes que aportar algo más como ciudadano para ganarte ese sueldo. Esto es posible porque las condiciones laborales en el país hacen que siempre tengas un trabajo que sea compatible con los entrenamientos, los partidos y los viajes. En el club tenemos un equipo muy joven de niñas y yo entreno a la categoría de alevines. La formación de niños es lo que más me ha gustado y me siento afortunada de poder compaginarlo con mi trabajo y con los entrenamientos.

En España has jugado en Superliga 2 y en Islandia en la liga Mizuno, ¿qué diferencias hay entre la máxima competición nacional?

Las posibilidades de voleibol en España son mayores porque la liga está abierta a que entren jugadores de países muy potentes en voleibol como Colombia, Brasil o Venezuela. Indudablemente eso hace que la liga aumente de nivel. En Islandia el vóley es un deporte minoritario en el que se apuesta por jugadores europeos. Esto, sumado a su concepción del deporte, hace que tengan un nivel inferior a la liga española.

¿Qué te aporta entonces el cambio de competición?

Mi proyecto como jugadora es ayudar a las niñas a crecer como deportistas. Como jugadora podría parecer que es un paso atrás, pero lo cierto es que lo siento como un paso a un lado. Sigo teniendo el reto de continuar haciendo puntos con mi equipo, ahora lo que me llena es formar a jóvenes para que en el futuro me quiten el puesto.

¿Qué añoras de Valdemoro en estos tres años?

Echo de menos la sensación de andar por la calle y conocer a la gente, y que ellos te conozcan a ti desde cuando eras niña. Volver aquí me recuerda esa sensación de ir al pueblo en verano. Además, aquí sigue mi madre y venir a Valdemoro siempre significa verla y tener el cariño de toda la gente con la que has compartido mucha vida. El pueblo siempre lo voy a echar de menos.

¿Te quedas en Islandia?

Sí, por una larga temporada por lo menos. En los tres años que voy a hacer allí he construido una vida, tengo mi pareja, mi trabajo y este año me mudo a Reikiavik para jugar allí. Me gustaría también poder trasladar el proyecto que tengo con las niñas a la ciudad porque me llena mucho enriquecer la cantera del club con futuras jugadoras del primer equipo. Como objetivo a largo plazo me gustaría aprender islandés para poder dar clase en colegios.

 

Maiu tiene que claro que su vida pasa por asentarse una temporada en tierras nórdicas. Por su parte, Valdemoro cuenta con una embajadora más en el extranjero. Maiu creció en las calles de Valdemoro con valores como la solidaridad y la constancia, esos mismos que ahora ella quiere transmitir a sus jugadoras con su magnífico proyecto deportivo.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres