Es posible que pocos sepan que en el antiguo cementerio de Valdemoro están enterrados la filántropa Estrella de Elola, familiares del conde de Lerena o la madre y el hermano de la famosa bailaora catalana Carmen Amaya. Junto a ellos reposan en descanso eterno cargos públicos, literatos, artistas, nobles, religiosos y otras personalidades que desempeñaron un papel crucial en la formación de la sociedad y la cultura local. Acompañados también de sencillos habitantes que poblaron Valdemoro, compartiendo en la actualidad un espacio de casi 8 000 m2 en una parcela de forma trapezoidal ubicada al oeste del casco urbano, en la actual calle Aguado. Investigar sobre sus vidas puede ser
una experiencia enriquecedora que conecta al visitante de los recintos funerarios con el pasado de la localidad.
Profundizar en la historia del municipio ha sido uno de los motivos por los que recientemente el Ayuntamiento de Valdemoro, desde las áreas de Patrimonio Histórico y Archivo Municipal, ha incorporado a su patrimonio cultural las visitas guiadas al camposanto más antiguo de la ciudad. Es un recurso que permite al participante en este itinerario conocer varios aspectos de la historia del municipio, porque los lugares de enterramiento se han convertido en destinos culturales de gran valor, ya que en ellos se entremezclan el arte, la historia, la sociología, la antropología o la genealogía. Grandes y monumentales recintos funerarios como los de La Almudena y San Isidro —uno de los conjuntos arquitectónicos más bellos e importantes de España, pionero en la realización de visitas guiadas— en Madrid, Montjuic en Barcelona, Torrero en Zaragoza o San Fernando en Sevilla, desde hace años incluyen esta actividad en sus programas turísticos. Y poco a poco se van incorporando a esta tendencia poblaciones más pequeñas: en
Almería (Antas, Cuevas del Almanzora, Vera), Alicante (Novelda) o Murcia (Cartagena, Molina del Segura), por citar algunos ejemplos. En la Comunidad de Madrid, los Ayuntamientos de Pinto, Alcalá de Henares y Hoyo de Manzanares también han
comprobado que estos recorridos con personal especializado cada vez atraen a más interesados.
Los documentos más antiguos referidos a enterramientos en la villa de Valdemoro se remontan a 1559 y forman parte de los libros sacramentales de difuntos. No obstante, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción existen testimonios epigráficos desde 1499, correspondientes a una de las lápidas funerarias de los antepasados del misionero Diego de Pantoja que se encuentran en la capilla de Nuestra Señora del Rosario. Pero aún existen otras más repartidas por el pavimento del edificio, prueba de la utilización de la iglesia como lugar principal de sepulturas. Hay que tener en cuenta que desde el siglo XVI las tumbas en los templos fueron la generalidad, pero los cementerios que rodeaban las parroquias acogían a aquellos que no podían costearse un sitio en el interior, donde se establecían pugnas por la conquista de un espacio preferente cercano al altar.
Las últimas disposiciones testamentarias también son una fuente fundamental para conocer los deseos post mortem de los valdemoreños de la Edad Moderna. Normalmente, los otorgantes preferían ser inhumados en la parroquia, allí donde reposaran sus antepasados inmediatos, pero en ocasiones, especificaron aún más la ubicación o las condiciones del sepulcro.
Los miembros de la familia Correa fueron los más concisos en sus intenciones: Antonio Correa expresaba tanto el deseo de descansar eternamente por encima del escaño de la
Puerta de la Sierra (abierta a la actual plaza de Nuestra Señora del Rosario), entre los bancos, así como la forma de proceder al excavar la fosa: debería ser de mayor profundidad que las demás por considerarlas someras. Sus sobrinos, Diego Correa y Lucía Fernández, también establecían precisamente su última morada, mediante protocolo firmado ante el escribano Francisco Aguado el 24 de marzo de 1575: hacia la puerta de
la escalera de la torre. Casi setenta años después un descendiente del mismo linaje, Pedro Taeño Correa, quería reposar para siempre junto al altar de Santa Catalina (1643). O Diego Fernández de Canencia, que ordenaba al final de sus días la compra de una piedra negra de Toledo para su lápida, labrada con las letras estimadas por los albaceas.
Sin lugar a dudas, el personaje más relevante que obtuvo la dispensa de ser enterrado en la capilla mayor y, por consiguiente, el lugar más privilegiado en cualquier templo fue Pedro López de Lerena y Cuenca, primer Conde de Lerena, principal benefactor de la restauración de la parroquia realizada en el último cuarto del siglo XVIII. Sin embargo, su deseo finalmente no pudo ser cumplido y fue inhumado en un convento madrileño. Actualmente una lápida en el muro de la epístola recuerda su memoria.
Con el devenir del tiempo cada vez fueron más complicados los enterramientos en el interior de los templos y en torno a sus muros, primero porque suponían grandes impedimentos para el normal desarrollo de los servicios religiosos y provocaban una deambulación continua por aquellos que querían honrar a sus difuntos con sus visitas. Segundo, porque las frecuentes epidemias hacían aconsejable que los cadáveres fueran sepultados en lugares alejados del caserío urbano. Fue el monarca ilustrado Carlos III el primero que dictó una Real Cédula en 1787 prohibiendo inhumar a los difuntos en iglesias y conventos por razones sanitarias, ordenando a los ayuntamientos la construcción de cementerios fuera de la población en sitios ventilados y alejados de las casas de los vecinos. Medidas que tardaron en llegar a muchos municipios, entre ellos, Valdemoro.
Y no sería hasta mediados del siglo XIX cuando el lugar que había sido el reposo eterno de los valdemoreños desde el siglo XV cayó en desuso por imperativo gubernamental. Desde la década de los años 50 de dicha centuria en un pequeño promontorio de 630 metros de altitud en el antiguo sendero del Olmo, actual calle Aguado, se yergue el segundo recinto mortuorio de la villa de Valdemoro, conocido como el cementerio parroquial. Contaba con una superficie inicial de poco más de 4 000 m2, según consta en la cédula de propiedad de la Topografía Catastral de España de 1868, en una parcela de forma rectangular. Ese fue el lugar elegido por los regidores de la época para intentar cumplir la Ley de Sanidad promulgada en 1855 que en su artículo n.º 126 decía: «[…] se erigirán los cementerios a 3 000 varas de distancia por lo menos de las poblaciones y caseríos, y en la parte opuesta a los vientos dominantes […]» y en el artículo n.º 127 «[…] el entierro de los cadáveres se hará precisamente en dichos cementerios, sin que por ningún motivo o excepción pueda verificarse alguno en iglesias o templos dentro del poblado, aunque sea en panteones de propiedad particular […]». Seguramente también influidos por la virulencia de la epidemia de cólera que padeció la población en 1854. Esta normativa, que incidía en el cumplimiento de unas disposiciones que insistían una y otra vez en la conveniencia de no enterrar a los muertos dentro de los recintos urbanos, hubo de sortearla, con el preceptivo consentimiento gubernativo el sacerdote Vicente López y López de Lerena, perteneciente a una de las estirpes más linajudas de la villa, los condes de Lerena, cuando solicitó el permiso correspondiente para poder enterrar a su madre (Manuela López de Lerena, fallecida en 1857) en el antiguo camposanto (junto a la iglesia parroquial), mientras finalizaban las obras del panteón familiar que estaban construyendo en el nuevo cementerio y que hoy está totalmente arruinado. .
En pocas décadas el terreno originario se tornó insuficiente, el incremento paulatino de población (de 1 960 habitantes que tenía Valdemoro en 1857 se pasó a 3 517 en 1930) se agravó tras el estallido de la Guerra Civil. La instalación de sendos hospitales de sangre en los colegios de la Guardia Civil (Duque de Ahumada y Marqués de Vallejo) donde fueron atendidos los militares enfermos y abatidos en el frente impulsó la petición de su director para solucionar la carencia de sepulturas en el camposanto parroquial. Corría el año 1937 y las gestiones se demoraron durante dos años más hasta que consiguieron duplicar el terreno primigenio. Casi 120 soldados fueron inhumados en lo que fue denominado cementerio militar y allí permanecieron hasta su exhumación y traslado al Valle de Cuelgamuros en 1961.
A partir de esa ampliación el espacio funerario quedó definido en dos grandes patios. En el primero de ellos, inmediato a la puerta de entrada, se encontraban las sepulturas más antiguas, dominadas por el impresionante mausoleo del senador Bernardo Frau y Mesa, fallecido en 1910 y varios miembros de su familia, entre ellos su sobrina Estrella de Elola y su esposo el diplomático Fernando Osorio. Se trata de un sepulcro cuadrangular con seis tumbas a cada lado presidido por un esbelto obelisco flanqueado por cuatro cruces y rodeado con una banda donde aparece esculpido el nombre del titular. El monumento funerario está adornado a ambos lados con sendas coronas florales.
En ese primitivo camposanto también fueron construidos varios panteones, donde enterraron a sus deudos las familias más distinguidas del municipio: los López de Lerena, los descendientes de los Correa o los familiares de Casimiro Romero Elías, alcalde de Valdemoro en la primera década del siglo XX. De todos ellos tan solo se mantiene este último, estando los demás desaparecidos o totalmente arruinados.
El patio primigenio estaba separado de lo que fue cementerio militar por una pared de nichos, flanqueada por el osario y dos capillas funerarias familiares y una zona donde se encontraban las sepulturas infantiles. Una vez exhumados los soldados, a partir de 1961 poco a poco se fue colmatando hasta la década de los 90 del pasado siglo.
En 1988 se empezó a plantear la posibilidad de dotar al municipio en constante e imparable expansión de un nuevo recinto mortuorio. Fue un procedimiento largo que culminó a mitad de la década de los 90 del pasado siglo. El cerro de Valderremata, al sureste de la población, alejado de áreas pobladas y con una superficie aproximada de 38 000 m2, resultó el lugar elegido para las nuevas instalaciones. En 1995 fue inaugurado y a partir de entonces, sin duda alguna, ha ido atesorando información histórica, sociológica, genealógica … sobre las personas que están allí enterradas y que seguramente algún día alguien curioso se animará a descubrirlas y difundirlas.
Texto: María Jesús López Portero
Archivera Municipal de Valdemoro
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