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Entrevista a David Gómez Abenza

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‘La vida es actitud y, como yo he tenido los mejores maestros, soy irrompible’ 

La mayoría de los lectores de La revista de Valdemoro no sabrán que mi profesión principal es trabajar en el equipo de cámara de producciones audiovisuales. Algunos de mis compañeros conocen mi faceta de periodista y me han preguntado sobre el contenido de la revista en la que trabajo. Cuando les comentó que hago entrevistas, siempre me preguntan por la gente famosa o reconocida que se presupone que es digna de una entrevista. A todos ellos les respondo encantado que La revista de Valdemoro no solo tiene espacio para esas personas que han conseguido algún logro, sino que también es un espacio para dar a conocer a gente anónima que destaca por sus valores.

Nuestro entrevistado de esta ocasión es uno de esos personajes del pueblo del que probablemente no recuerdes su nombre, pero a quien con solo ver su fotografía recordarás: ese chico tan majo que te atendió en el Ayuntamiento. Ese chico se llama David Gómez, un valdemoreño de adopción que ha crecido en nuestro municipio y que actualmente se dedica a hacer la vida de los vecinos de Valdemoro un poquito más fácil si tienen la suerte de encontrarse con él en el Ayuntamiento.

David es un ejemplo de optimismo y buena actitud que en gran parte ha forjado viviendo con una discapacidad que le impide andar con normalidad. David nació con espina bífida, un defecto del tubo neuronal que se produce cuando no se cierra la columna vertebral del feto. Con un pronóstico demoledor, sus padres apostaron por operar al recién nacido y enfrentarse a un mundo que no estaba preparado para él. Junto con su familia, David ha andado un camino de aprendizaje que le ha aportado gran parte de sus valores.

Es un hombre que afronta la vida con actitud y mucho humor. Ejemplo de ello es que cuando era joven llevaba unas estructuras por fuera del pantalón muy llamativas. Consciente de que iba a ser un niño al que iban a mirar, comenzó a coleccionar gorros, gafas, sombreros, corbatas y tirantes, complementos llamativos que hacen que la gente lo mire por lo que él quería lo miren. 

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¿Cómo recibieron tus padres la noticia de tu enfermedad?

Mi padre cuenta que tuvo que sujetar a mi madre cuando el médico le dijo que la mejor opción era dejarme morir porque la vida que iba a tener iba a ser horrorosa. Decidieron operarme, pasé muchos meses en el hospital hasta que me pudieron llevar a casa y comenzó la lucha real: comprobar si era verdad todo aquello que no podía hacer.

¿Cómo ha sido tu infancia?

El David de la infancia y la adolescencia es la falda de una supermadre. Una mujer que con diecinueve años tiene un hijo con espina bífida y se come la vida. Recuerdo una infancia muy feliz y muy apegada a los míos. Crecí en una familia donde fuimos cuatro y siempre encontré mi hueco. Nunca me dejaron aprovecharme de mi enfermedad para dejar de hacer cosas. La lucha siempre ha sido la misma: «David es un niño que queremos que esté en el mundo como otro cualquiera». Tenía capacidades suficientes para enfrentarme a la vida normal: si corro menos, salgo antes; si me cuesta, me esfuerzo más. Mi familia siempre palió los noes de la sociedad con un «¿Lo has intentado?». Por otro lado, he sido un niño que se ha tenido que esforzar mucho menos que otros. Nunca he sido un niño tímido y no me ha costado socializar. Por supuesto he sufrido episodios de rechazo y bullying por mi condición, pero nunca eché la culpa de lo que pasaba a mi condición. Mi familia me enseñó a pensar que esos niños, y después adultos, eran los que tenían el problema, y no yo.

¿Cómo ha sido tu proceso de conocer la discapacidad?

Cuando tienes largas temporadas hospitalarias quizás te mentalizas más sobre la enfermedad que padeces, pero fuera de ahí el proceso ha sido muy natural, porque la educación y las circunstancias que tengas lo hacen todo. Da igual la discapacidad que tengas. Uno de los mayores problemas que durante mi infancia era la enorme dependencia de mi madre, y ella supo atajarlo. Con ocho años me mandó a un campamento solo con otros niños con discapacidades. En ese campamento me di cuenta de que no necesitaba a nadie y que el trabajo que estaba haciendo con mi familia era el correcto. Conviví con niños con discapacidades mucho más leves que las mías y su nivel de dependencia era mayor. En mi segunda convivencia, con quince años, yo era el Hércules del campamento. Tocar canciones con una guitarra frente a una hoguera me parecía un plan perfecto para un jueves noche de verano, pero el sábado yo quería salir de fiesta a una discoteca. Cuando planteé esto me dijeron: «¿Salir a una discoteca con personas normales?». La gente que me conoce sabe que he ido a muchas discotecas y que he cerrado otras tantas; porque ir en silla de ruedas a una discoteca y poner una sonrisa es de lo mejor que te puede pasar: eres el alma de la fiesta. Reír, bailar, socializar y ser feliz creo que es la única misión que tengo.

¿En algún momento has sentido por parte de la sociedad un rechazo evidente por tu enfermedad?

En las etapas más jóvenes una de las grandes luchas fue la educación. No pude ir a la escuela infantil porque no estaba bien visto que un niño con aparatos ortopédicos que sobresalían de su cuerpo se juntara con niños normales. En los centros de educación pública también hubo muchos problemas para que entendieran que debían aceptar a un niño que tenía ciertas discapacidades físicas. Cuando terminé octavo de EGB se organizó el típico viaje de fin de curso, pero yo no podía ir. El profesorado difundió entre los alumnos y padres esta idea, que resultó en una polémica que salió en la radio y por la que mi madre recibió cartas con amenazas. Todo terminó con la cancelación del viaje de fin de curso de ese año. Gracias al gobierno municipal de esa época, catorce niños pudimos celebrar el fin de curso en San Lorenzo de El Escorial, un viaje que recuerdo con mucho cariño. Los años siguientes dejaron de organizar el viaje de fin de curso y seguí siendo el culpable de esta decisión. Este episodio me hizo aprender mucho sobre el respeto, la amistad y la madurez. También reafirmó la idea de que mi madre es una auténtica luchadora. 

¿Cuál ha sido tu mayor obstáculo?

Durante la adolescencia sufrí serios problemas internos con la sexualidad. En el instituto era el nexo de unión con las chicas porque tengo mucha labia; me encantan las personas y las habilidades sociales es una de mis virtudes. El problema era que no tenía seguridad en mí mismo en el aspecto más físico de las relaciones sexuales. Como todos los problemas que se me han presentado en la vida, con una buena actitud se afrontan y se solucionan. Me parece importante hablar de este tema porque muchas personas con discapacidad encuentran una gran traba en esto y en algunos casos puede llegar a ser un problema que nunca solucionen por miedo.

¿En algún momento se produjo un punto de inflexión en tu forma de vivir con la enfermedad?

Crecí escuchando allá donde iba el «pobrecito David» y en el colegio sufrí bullying. Así que cuando llegué al instituto me propuse cambiar eso y me decidí a ser el popular. Conseguí reírme de todo y de todos y convertirme en el quarterback del instituto, pero en silla de ruedas. Fui el primer hermano de la familia en independizarse y desde los 21 años me he buscado la vida, me he comprado mi casa y vivo mi vida.

Tu familia está muy presente en tu discurso. ¿Qué papel ha jugado en tu crecimiento como persona?

Siempre me han dicho que tengo la autoestima muy baja porque siempre que me echan flores por mi manera de afrontar la vida, las recojo y se las llevo a mi madre. Cuando me propusisteis hacer esta entrevista pensé que la que se merece ese mérito es mi madre. Tanto mis padres como mis hermanos han sido mi círculo de normalización, los que me han obligado a creer en mí y mis capacidades. Recuerdo que yo le sujetaba la comba a las niñas en el patio del colegio porque podía estar sentado, pero lo que realmente quería era jugar al fútbol con los niños. Un día mi madre me vio triste al llegar a casa y le conté que quería jugar al fútbol. Ella solo me dijo: «Pues juega». Al día siguiente me puse de portero y ya nunca dejé de jugar. Mi familia es mi impulso, mi silla de ruedas, mis muletas, mi pecho, mi alegría. 

Eres uno de los muchos madrileños de adopción. ¿De dónde viene David Gómez?

Soy muy profeta de mi tierra, de Murcia. Me encanta mi gente y mi familia de allí. Toda la familia nos marchamos cuando yo tenía siete años. Fue una marcha dura para mí porque yo estaba muy bien en mi pueblo con mi círculo de amigos. Vinimos a Madrid porque mi padre es químico y trabajaba en una empresa de sepiolitas. Me dijeron que era por una temporada y que volveríamos, pero eso nunca ocurrió. Aunque no hemos vuelto a vivir en Molina del Segura, mi pueblo, tengo un vínculo muy especial y me siento muy murcianico.

¿Qué recuerdos tienes de ese niño que llega por primera vez a Valdemoro?

Llegué a Valdemoro en el año ochenta y siete y, aunque Valdemoro conservaba parte de su esencia de pueblo, para mí el contraste era tremendo. Recuerdo la primera vez que fui al hospital 12 de octubre, para mí era como viajar a Nueva York. Había pasado mucho tiempo en el hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, al que le debo la vida, pero en tamaño era la caseta del perro del vigilante. Entré pronto al colegio Nuestra Señora del Rosario y nunca tuve problemas para hacer amigos. Por supuesto tuve que adaptarme porque era nuevo y era distinto, pero por suerte aprendí muy rápido que si cuando te miran agachas la cabeza te van a mirar mucho más. Sin embargo, si devuelves la mirada y le pones una sonrisa consigues hacer un amigo o que te dejen tranquilo. Probablemente lo que más me sorprendió de Valdemoro es que tenía muchas cuestas, dato muy importante para mi día a día.

¿Cómo ha sido tu desarrollo profesional?

Profesionalmente nunca tuve una motivación clara por una profesión. Avergonzado admito que siempre fui mal estudiante porque ser el quarterback del instituto requiere de mucho tiempo y mucha fiesta. A pesar de ello tengo mucho interés por el arte en todas sus ramas. Estoy escribiendo un poemario que tengo intención de publicar pronto y me gustan mucho la música, el cine y el teatro. Durante un tiempo estuve en un grupo de teatro e incluso monté una clase con la asociación AMIVAL para impartir teatro a jóvenes de Valdemoro. Me encanta el mundo de la interpretación y el artisteo, pero me di cuenta de que con una silla de ruedas la mayoría de los papeles que me iban a dar eran dramas. Yo necesito el humor porque la vida está tan mal que solo se presta a la risa. A partir de ahí empecé a buscar trabajos que me permitieran estar sentado y me dieran estabilidad.

Trabajas en el Ayuntamiento de Valdemoro, otro de los lugares que te ha hecho conocido en el pueblo por tu simpatía en el trato.

He sido una persona que ha necesitado que le ayudaran desde que salí del vientre de mi madre. Poder trabajar en una institución pública y ayudar a mis vecinos es un regalo para mí porque se acerca un poco a esa idea que tenía con seis años de ser médico-curador y poder ayudar a las personas que estuvieran “malitas” como yo. Trabajo en una institución pública. A diferencia de un comercio o restaurante privado, no puedes elegir irte a otro establecimiento si te tratan mal. Nadie viene por gusto y eso hace que muchos vengan estresados por el papeleo de sus gestiones. Como a mí no me cuesta nada ayudarles y que salgan de allí con una sonrisa, lo hago y la gente te recuerda con cariño.

¿Qué retos quieres afrontar ahora?

A raíz de la creación de Sackman, la destilería de mi hermano, he empezado a hacer de relaciones públicas y trabajar con las redes sociales. Me apetece hacer más pública mi cara para un movimiento activista en pro de la discapacidad desde una óptica optimista y con humor. Dentro de este universo hay todo un mundo de contenido posible que puede retratar de la manera más crítica y cómica el día a día de las personas con discapacidad. También tengo un proyecto de libro bastante avanzado, pero en constante revisión porque no quiero que sea una autobiografía. El poemario que ya casi tengo terminado seguro verá la luz antes y estoy muy ilusionado por poder publicarlo.

¿Qué podremos ver en el poemario?

La idea de crear un poemario surgió a raíz de la guerra entre Rusia y Ucrania. Es un conflicto que me ha afectado mucho porque existe la posibilidad real de que exista una tercera, y por las armas actuales, una última guerra mundial. A modo de protesta empecé a escribir un poema por cada día que durase la guerra. El conflicto está durando tanto que ahora escribo de vez en cuando y como resultado de este proceso de escritura ha resultado un conjunto de poemas pacifistas de los que estoy muy orgulloso.

¿Qué relación has forjado con Valdemoro?

He disfrutado mucho Valdemoro y ha sido muy amable conmigo. He tenido mis percances, pero el que no los ha tenido es porque no ha vivido. Aquí he forjado un círculo social enorme y me he enamorado muchísimas veces hasta que conocí a Ibeth, mi compañera de vida. Las barreras arquitectónicas son una constante en el pueblo, pero siempre ha habido alguien dispuesto a ayudarme. El siguiente paso es solucionar esos problemas para que no haga falta ayuda. Sus cuestas también han sido una herramienta de aprendizaje y de diversión, por qué no decirlo. Mis amigos y yo nos hemos tirado muchas veces por la cuesta de la Villa subidos en mi silla de ruedas.

Tienes un discurso donde el optimismo y la fuerza mental son los cimientos de tu manera de vivir. ¿David tiene días malos?

Hay veces que me duele mucho la pierna izquierda, que la espalda no me deja en paz o que tengo una cita con el médico que me da mucho respeto. Todas esas cosas pasan en mi día a día, pero al mismo tiempo sigo teniendo una familia que me adora, un hogar con paz y amor y puedo comer todos los días. Tengo tantas cosas buenas que decir estoy mal no tiene sentido cuando puedes poner la tele y en quince minutos ponerte a llorar. Hay vecinos del pueblo que me dicen: «El que siempre está bien». David siempre está bien.

 

David lleva tres años sin poder trabajar con los que él denomina cariñosamente sus ciudadanos por una herida que no le permite estar sentado más de tres horas al día. Un nuevo reto que ya ha empezado a afrontar. «Dadas mis bases, mis cimientos, mis enseñanzas, me resisto a parar ahí. Aún siento que tengo mucho que aportar, me gusta escribir y me fascina socializar, entre otras cosas. Empecé prácticamente de cero a trabajar y aprender con las redes sociales y hoy por hoy, mi plan B por si mi eterna baja se me alarga hasta la incapacidad definitiva, está plagado de grandes e ilusionantes proyectos como la creación de un podcast. Lo importante, según las impagables enseñanzas que hoy por hoy tengo en mi haber, es nunca dejar de creer para seguir haciendo y mientras haces sin parar, seguir creyendo».

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres