‘He vivido la vida que he querido vivir’
Dicen que las casualidades no existen, y que la entrevista de nuestro número noventa sea a María Dolores Gómez-Elvira, más conocida como Loli, tampoco lo ha sido. No ha sido algo planeado, yo no la conocía, y de repente me he encontrado con uno de los personajes que más me han inspirado en estos ocho años de publicación.
Natural de Ocaña, Loli ha vivido gran parte de su vida entre Ocaña, Aranjuez y Valdemoro. Muy pronto se adentra en el oficio de la costura, del que ha vivido toda su vida. Pero lo más interesante de ella no ha sido solo su carrera profesional, donde ha creado vestidos de otros y ha confeccionado sus propios diseños, sino su enorme actitud para afrontar la vida.
Su energía y vitalidad la ha llevado a ser una mujer disruptiva, a la que nada ni nadie la ha frenado en sus propósitos. Ha sabido sobreponerse a muchos contratiempos, entre ellos el fallecimiento de los tres hombres que la acompañaron en su vida. Hoy es una mujer de 87 años con unas ganas enormes de seguir viviendo que acumula experiencias rodeada de una familia muy extensa en la que disfruta hasta de sus biznietos.
Nací el 1 de abril de 1936 en Ocaña, a pocos meses de empezar la Guerra Civil. Me crie en la posguerra, una época muy complicada para España, pero gracias a Dios, en mi familia nunca faltó comida en la mesa. Mi padre tenía tierras, olivos y viñas que trabajaba con unos cuantos ayudantes de labradores mientras que mi madre se ocupaba de la casa. Eso nos permitió tener siempre comida en la despensa. Como teníamos tantas uvas, hacíamos arrope de uva, un jarabe muy dulce que sale del mosto.
¿Cómo era Loli en la infancia?
Era una niña muy inquieta y muy juguetona. Me pasaba el día en la calle, fabricábamos zancos con dos botes y cordel, nos metíamos en las cuevas del pueblo, jugábamos con los sarmientos en el campo y muchas más travesuras. Era tan inquieta que me echaron de tres colegios y fue entonces, con doce años, cuando empecé a trabajar de aprendiz en un taller de costura. El trabajo tampoco me calmó, hasta los dieciocho años, que tenía a cuatro mujeres trabajando conmigo, salía a la portada de mi casa a jugar con mis amigas.
Lo decidió mi madre porque solo había dos opciones: el taller o el campo. Cansada de que le llenara la portada de chavales para jugar se acercó al taller de una modista, doña Felisa, quien tenía un grupo de treinta y tantas aprendices de costura. Fue la mejor decisión que tomó mi madre conmigo. Enseguida me enamoré de la costura, me parecía muy entretenida. Allí nos mandaban coser todo tipo de piezas: mangas, cuello, picar solapas y mucho más. Todo el trabajo era a mano, lo que me relajaba mucho. El taller me hizo una mujer, porque aprendí un oficio del que he podido vivir toda la vida. Por desgracia salí pronto del colegio y aprendí lo justo para poder defenderme leyendo y escribiendo. Pero gracias a la costura he podido mantener una familia y ganarme la vida.
Con tan solo quince años dices emprender tu negocio.
Doña Felisa era una de las mejores modistas de Ocaña, tenía mucho volumen de trabajo. Tras tres años acudiendo a su taller yo ya había demostrado que tenía muy buena mano con la costura. Mi madre decidió sacarme del taller y empecé a coser en mi casa. Felisa me daba las piezas cortadas y yo las cosía. El volumen de trabajo fue aumentando y llegué a tener a cuatro mujeres en mi casa cosiendo. Doña Felisa recibía las piezas y las probaba. Estuve trabajando para ella durante tres años, hasta que decidí coser para mi clientela.
¿Fue fácil conseguir vivir de la costura?
No fue nada fácil. Los tres primeros años de aprendizaje no vi ni una peseta. Mi maestra siempre decía que teníamos que pagarle nosotros a ella por enseñarnos un oficio. Cuando empecé a trabajar en mi casa para ella ganaba un poco de dinero, pero no era suficiente para vivir, se lo daba a mi madre para que lo administrara. Poco a poco fui ganando mi clientela en el pueblo y eso me permitió crecer, tener más mujeres a mi cargo y cobrar más por los pedidos. Cuando me casé, con veinte años, dejé la costura durante algo más de un año. Pero pronto me di cuenta de que me hacía muy feliz y me podía permitir ganar más dinero. Mi marido era de Dosbarrios, y comencé a coser para las mejores familias del pueblo. Más tarde también para clientas de Aranjuez. Con una Vespa recogía y entregaba los pedidos.
La Vespa no solo ha sido tu vehículo de trabajo, también te ha dado muchas alegrías.
Con mi Vespa me lo he pasado en grande. Mi marido y yo nos apuntamos al Club de Vespas de Aranjuez y juntos recorrimos España. Me encantaba conducirla y él venía detrás de paquete. Todos los niños de mi familia recuerdan con mucho cariño cómo bajábamos al río en la Vespa y los paseos que nos dábamos hasta tres personas montadas en ella.
Fuiste una mujer muy moderna para la época. ¿Qué te gustaba hacer en la juventud?
Tuve una juventud plena. Antes de casarme tenía un grupo de amigas con las que me encantaba ir al baile. Mi madre me lo tenía prohibido porque para ella estaba muy mal visto que las jóvenes fuéramos a divertirnos allí. Aun así, me escapaba y le decía al portero que me avisara si venía. Me encantaba bailar porque no hacía mal a nadie, solo me divertía. Siempre he sido muy decidida y eso hizo que no dejara de hacer las cosas que me apetecían.
En 1966 llegas por primera vez a Valdemoro, pero no te quedas a vivir.
Mi marido consiguió un trabajo de mecánico en Valdemoro y cuando llegamos al pueblo yo me horroricé. Vivía en Aranjuez y Valdemoro era un pueblo con todas las letras, solo había una calle asfaltada y los niños llegaban del colegio llenos de barro. Mi edificio era de los pocos que tenía agua corriente. Había dos comercios y nada de lo que yo necesitaba para coser. No había ningún negocio de costura y los vecinos tampoco se lo podían permitir. No había clientela, la gente del pueblo era muy cerrada y solo hablaban entre ellas, así que o me quedaba en mi casa o me iba a Aranjuez. Me ahogaba vivir aquí y decidimos volver a Aranjuez, que tenía todos los servicios.
¿Cómo te reconciliaste con el pueblo?
En el 68 nos vinimos a vivir a Valdemoro, al número 27 de la calle Cristo de la Salud. Para entonces una de mis amigas de la infancia, Carmen, vivía aquí. Para conseguir trabajó me fui a Madrid, a talleres Pipper; ellos me daban prendas cortadas y yo las cosía en mi casa. Una vez más, empecé a tener más volumen de trabajo y conté con un par de mujeres de guardias civiles que sabían coser para aumentar el volumen de trabajo. Cosíamos tandas de 500 vestidos, trajes y chaquetas.
¿Qué supuso para ti tu amiga Carmen?
Ella siempre decía que me quería más que a una hermana. Nos conocimos en el taller de costura cuando éramos unas niñas. Siempre estuvimos muy unidas y ella fue la que me presentó a mucha gente aquí en Valdemoro y me hizo más fácil adaptarme. Fue la compañera que siempre se sumaba a todos los planes que hacíamos.
En 1977 te quedas viuda y gracias a la costura consigues salir adelante.
Quedarme viuda fue un golpe emocional muy fuerte y también económico. Tenía dos hijas que sacar adelante y la paga de viudedad no daba para nada. Como trabajaba por comisión, la única solución era coser más vestidos aún. He trabajado lo que no te puedes imaginar para que mis hijos no echaran nada en falta. El trabajo de la costura estaba muy mal pagado. Por un vestido podía cobrar 2 pesetas cuando en Madrid lo vendían a 300 pesetas. Muchas noches me he acostado a las tres de la mañana y me he levantado a las siete para seguir trabajando. También me saqué el carnet de conducir para poder hacer las entregas en Madrid. Tardaba mucho en leer las preguntas del examen porque no lo entendía muy bien, pero me lo saqué a la primera.
Viviste la explosión cultural de Valdemoro. ¿Cómo cambió la vida en el pueblo?
Poco a poco el pueblo se fue llenando de vida. Comencé a tener más amigas porque también vino mucha gente de fuera a trabajar a las fábricas. Las fiestas patronales eran muy divertidas con las amigas. Había muchas actividades para hacer todas las semanas y eso nos dio una alegría muy grande a todos los vecinos. Más adelante me apunté al hogar de los mayores y comenzamos a viajar. Me empezó a gustar tanto que ya no me acordaba de ir a Aranjuez.
Una vez jubilada, ¿mantienes vínculo con la costura?
Sigo cosiendo para mis nietos y biznietos, pero el trabajo al que me dedicaba ha desaparecido. Todos los vestidos que se pone la gente ahora vienen de países como China o India. Se ha perdido la cultura de crear prendas hechas a medida y con el valor que tiene confeccionar a mano.
Has tenido dos maridos y una relación en pareja de veinte años.
A mí me gusta la vida en pareja, y mis tres maridos me han aportado muchas cosas muy diferentes entre sí. Ahora, con 87 años, volvería a tener pareja, pero con la edad que tengo ya no me apetece porque cada uno tenemos nuestras manías.
¿Crees que te has dejado algo por hacer en esta vida?
Lo he hecho todo. Algunas veces pienso que me he pasado de moderna, porque muchas mujeres al quedarse viudas, dejan su vida para llevar el luto. He tenido la desgracia de quedarme viuda en tres ocasiones, pero siempre tuve claro que mi vida tenía que seguir porque solo tengo una. Supongo que habrá gente que me habrá criticado por haberme casado muy pronto, pero siempre tuve claro que no quería ser viuda. Mi espíritu es muy vivo y quiero seguir haciendo muchas actividades, pero pocas amigas mías me pueden seguir el ritmo.
Loli es un ejemplo de que el paso del tiempo no lleva consigo una disminución de la actividad. Hoy, a sus 87 años, sigue siendo una fuente de energía que inspira ganas de seguir viviendo. Ha participado en el grupo de teatro de mayores y ha sido parte de grupos de música en los que cantaba. Su vitalidad y desparpajo le han hecho vivir la vida que ha querido, rompiendo las barreras y prejuicios de una sociedad más conservadora donde la mujer tenía un lugar muy definido.
Texto_Sergio García Otero
Fotografía_Ncuadres
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