
El 17 de diciembre de 2010, el tunecino de 26 años Mohamed Bouazizi se inmoló en forma de protesta. Habían confiscado su puesto de fruta y, cuando fue a presentar una reclamación a la policía, fue humillado terriblemente. Durante su agonía, miles de tunecinos se rebelaron contra las malas condiciones a las que el país estaba sometido, causando un efecto dominó en el resto de las naciones árabes. Desde 1987, Zine el Abidine Ben Ali gobernaba Túnez con un gobierno considerado autoritario. El presidente Ben Ali dimitió diez días después de la muerte de Mohamed Bouazizi.
Parecía que era el momento para que el mundo árabe abrazara la democracia: los teléfonos móviles facilitaban la comunicación y la información entre los manifestantes y el hartazgo generado por tantos años de dictaduras dieron esperanzas a los habitantes de los países árabes (de lengua y cultura árabe) del norte de África y de Oriente Medio para mejorar sus condiciones de vida. No solo se consiguió la dimisión de Ben Ali en Túnez; también cayeron Hosni Mubarak, en Egipto, que llevaba 30 años en el poder, y Muamar Gadafi, que había gobernado Libia durante 42 años.
En Daraa, Siria, las protestas contra el presidente Bashar al-Ásad comenzaron el 18 de marzo de 2011. En los meses previos, Khalid Al Dieri Al Akeel, el protagonista de esta entrevista, había intentado redirigir su vida: tenía 19 años, había rehuido su alistamiento en el ejército y buscaba trabajo en Líbano, pero solo había conseguido trabajar allí durante un mes. Aprovechó para sacarse el carné de conducir, pasaba la mayor parte del día en casa y salía principalmente por las noches, en busca de tesoros. En Siria todavía pueden encontrarse restos antiguos de miles años de antigüedad si uno sabe dónde buscarlos.
¿Recuerdas cómo comenzaron las protestas en Daraa?
Cuando empezaron a caer los dictadores en Túnez, Egipto y Libia, se despertaron esperanzas de cambios en mi país. En Daraa, unos menores pintaron en una pared «Doctor, tú vas a ser el próximo». Así es como nos referíamos a Bashar al-Ásad. Una maestra delató a esos menores y fueron apresados diez niños con edades entre los 10 y los 15 años. Entonces, el gobernador de Daraa era Atef Najib, un primo de Bashar al-Ásad. Los mayores de la comunidad se reunieron con Atef Najib para solicitarle que liberara a los niños. Le depositaron encima de la mesa sus agales. El agal es el cordón negro con el que los árabes sujetan su pañuelo alrededor de la cabeza. El hombre ofrece su agal a su esposa el día de su boda simbolizando su entrega a ella. Atef Najib rechazó los agales y se negó a dejar en libertad a los niños. Les dijo que podían hacer niños nuevos y, si no eran lo suficientemente viriles, podían traer a sus esposas a su despacho. Él se aseguraría de dejarlas embarazadas con niños más patriotas que los que habían hecho esas pintadas. Tras esa reunión, los niños fueron torturados y mutilados. Hubo manifestaciones pacíficas en las calles y fueron reprimidas con decenas de muertos. Así comenzó a crearse el Ejército Libre de Siria. La represión policial en las calles era terrible, pero no dejamos de manifestarnos. Un día me llama un amigo que tenía en la Academia de Policía de Alepo y me pregunta: «Khalid, ¿es verdad que Israel ha invadido Daraa?». Yo le dije que no, que lo que había era manifestaciones en contra del gobierno sirio. A lo que mi amigo respondió: «Pues acabamos de recibir esa información y el ejército ha enviado ocho helicópteros y tanques a vuestra ciudad para luchar contra Israel. Ahora mismo van hacia allí». En esa misma conversación con mi amigo, nos hemos organizado para ir a la Academia y robar armas con las que defendernos contra el ejército. Aprovechando que nuestros amigos estaban de guardia, hemos cogido AK-47, fusiles M16, y metralletas normales. En la Academia de policía no había bazucas o armas de más calibre. En total, habremos cogido unas treinta armas y las hemos metido en un solo coche. Y, luego, hemos llenado otros dos coches de munición. Cuando el ejército descubrió lo que nos habíamos llevado, entendieron que había comunicación entre los manifestantes y miembros del ejército. Lo primero que hicieron fue quitarles los teléfonos a todos los que estaban en la Academia. Fueron unos días tensos. Teníamos enlaces con muchas ciudades de Siria que querían salir a manifestarse también. Además, había grupos de personas que comenzaban a traer armas de Arabia Saudí, de Qatar, de Dubai… Hay que entender que había muchos jóvenes de Daraa que llevaban años trabajando como inmigrantes en esos países y son personas que han ido haciendo mucho dinero. A veces, le comprábamos las armas al mismo ejército sirio…
A priori, el enfrentamiento se planteaba muy desigual.
En junio de 2012, entraron a Al-Shaykh Maskin, el pueblo en el que yo vivía, a 23 kilómetros de Daraa, cinco mil soldados con cuarenta tanques. A eso hay que sumar la aviación rusa y tres helicópteros que no dejaban de lanzar lo que llaman «bombas tontas», que no son otra cosa que barriles de TNT. Fuimos a una escuela que sabíamos que estaba vacía porque se habían cancelado las clases y que estaba alejada del pueblo. Éramos unas veinticinco personas. Allí nos defendimos de un asedio del ejército durante unas ocho horas, comenzando a las cinco de la mañana. Salimos vivos unos diez, de los cuales tres estaban heridos. Según los informes del ejército, en ese enfrentamiento, murieron más de dos mil soldados (la mayoría de ellos, iraníes y libaneses) y dos oficiales rusos. Además, fueron destruidos siete tanques. Hay que explicar que no lo hicimos todo nosotros. El ejército nos cercó en la escuela para destruirnos, pero teníamos apoyo de mucha gente fuera de ese cerco. Como digo, pudimos escapar diez de nosotros. Cuando el ejército entró en la escuela, la quemó junto a nuestros muertos.
No siempre pudiste salir a salvo de los disparos.
Un día, iban dos mujeres andando y una recibió un disparo. La otra se arrojó sobre ella llorando. Yo intenté llevármela de allí, ponerla a salvo. Una vez lo hube conseguido, volví a por sus cosas para que se las pudiera llevar. Ahí, un francotirador consiguió atravesarme el pie. Se trataba de una bala de las que explotan cuando te alcanzan. Así que sentí cómo la bala me atravesaba y el pie se me abría con la explosión. Estábamos en un campo de olivos. Nos habían rodeado. Éramos catorce y todos recibimos disparos. A mi amigo le habían dado al lado del ojo y le sangraba la cara. A mí, en el pie. Miré a mi alrededor y el resto yacía muerto o malherido. Pude ver cómo se acercaban dos tanques. Comenzó a sonar mi teléfono Nokia. Era mi madre. Le dije que colgara y no me volviera a llamar. Si lo hacía, podían oír la llamada. Comenzó a llorar y colgué. Volvió a sonar el teléfono. Era mi padre, que me llamaba desde Kuwait. Volví a explicarle la situación. Lo entendió y me pidió que los llamara en cuanto estuviera a salvo. ¿Por qué decidieron llamarme mis padres en ese momento? A lo largo de mi vida, he sido testigo de cómo los padres tienen un sexto sentido con respecto a lo que están viviendo sus hijos aunque estén lejos. Colgué, quité la batería y el SIM del móvil y me quedé tumbado y sin moverme. Llegaron los soldados junto a los dos tanques y fueron agarrando a mis compañeros y apilándolos uno encima del otro. Yo solo tenía una granada. La dejé abierta y esperé tumbado durante una hora, observando cómo ponían unas ruedas de coche sobre mis compañeros y cómo los quemaban vivos allí mismo. Por suerte, no vieron ni a mi amigo ni a mí.
Los dos pudisteis salvaros.
Cuando se fueron, comencé a arrastrarme. Creo que estuve arrastrándome durante dos kilómetros. En un momento dado, me topé con una mujer que, al verme sangrando, me ofreció ayuda. Le dije que se ocultara, que me estaban buscando. Me ofreció agua, pero estábamos en pleno Ramadán y se la agradecí, pero se la rechacé. Le dispararon varias ráfagas y tuvo que ocultarse para ponerse a salvo. Seguí arrastrándome hasta llegar a un campamento amigo. Me llevaron a un hospital clandestino. Allí cortaron la hemorragia de mi pie. Tenía la pierna azul. Me dijeron que el médico me vería en catorce días. Mientras le esperaba, con una cuchilla de afeitar, me dedicaba a raspar la piel muerta. A los catorce días, me dijeron que podía ir a visitar a mi familia.
Me puedo imaginar cómo te recibió tu madre.
Cogí mi arma y me llevaron en un coche. Abracé a mi madre y a mis cinco hermanas. Allí estuve dos días. Pero alguien nos traicionó y avisó al ejército de mi presencia en la casa. A las once, tal vez las doce, escuchamos un tanque delante de la puerta de nuestra casa. Como no podía escapar, me dediqué a dar un cursillo básico a mis hermanas sobre cómo utilizar granadas. Les dije cómo abrirlas y lanzarlas y les expliqué que lo mejor era abrirlas justo cuando fueran a ser apresadas. Así no les harían sufrir. Enseñé a mi madre cómo usar el kalashnikov en caso de que me mataran. El tanque estaría a unos once metros de la puerta y dos soldados se han acercado hacia nosotros. Justo en ese momento, hubo una fuerte explosión a pocas manzanas de allí. Los soldados han vuelto hasta el tanque y se han ido por donde vinieron. Esa explosión nos salvó la vida. Me comuniqué con mis compañeros. Me dijeron que uno de los nuestros había hecho explotar un coche. No había víctimas entre los nuestros. Quedé con ellos. Vinieron a buscarme y esa fue la última vez que vi a algún miembro de mi familia.
¿Cómo estaba tu pie?
La gangrena comenzaba a tener sus efectos. No podía ir a ningún hospital porque todos estaban bajo control del ejército. Así que decidimos que lo mejor es que me fuera a Jordania. Allí me operaron mientras me tenían esposado a una cama. Sin embargo, no pudieron llevar a cabo la operación correctamente porque no pudieron implantar carne y piel en la zona afectada. La razón es que no pueden facturar por implantes de carne. Luego descubrí que esos hospitales están subvencionados por organismos internacionales. Justifican una serie de operaciones para recibir esas subvenciones, pero no hacen ni la mitad de lo que facturan. Allí me encontraba yo, esposado y vigilado por un policía. Pasaron cerca unos judíos y le comenté al policía: «Ellos pueden caminar libremente por Jordania y a mí me tenéis esposado». El policía empezó a insultarme y a pegarme y yo, intentando defenderme, le golpeé con mis muletas. Así que, una vez más, acabé en la cárcel, esta vez en Jordania, por golpear a un policía. En la cárcel, me dieron dos opciones: te devolvemos a Siria o te enviamos a Egipto. Yo tenía claro que, si me devolvían a mi país, mis días estaban contados, con lo que elegí Egipto.
Y te enviaron en avión hasta El Cairo.
En Jordania me habían quitado mi documento de identidad y llegué a Egipto con un pasaporte caducado. Me quisieron quitar el pasaporte también, porque así pueden facturar por ti a las organizaciones internacionales. Yo me negué y me golpearon bien, pero no pudieron quitármelo. Se conformaron con el documento de identidad, gracias al cual, seguro que estuvieron facturando por mí hasta que llegué a Europa y vieron que ya no estaba en Jordania. En el aeropuerto, la policía de Egipto comprobó que mi pasaporte había expirado. Me miraron y me dijeron que saliera del aeropuerto. Cuando les pregunté adónde podía ir, me dijeron que saliera del aeropuerto cuanto antes. En mi poder tenía cincuenta dinares, mi pasaporte caducado, un poco de equipaje y mi ordenador portátil, que, curiosamente, no me habían quitado en Jordania. El aeropuerto está lejos de la ciudad con lo que me acerqué a un taxista y le expliqué mi situación. Le recordé que solo tenía dinares y él me dijo que no me preocupara, que aceptaba cualquier tipo de moneda. Me llevó a una zona de El Cairo muy tradicional, un barrio en el que daban de comer a los sintecho. Me molestó la palabra, pero era la verdad. En esos momentos, no tenía nada. Le di mi billete de cincuenta dinares, los aceptó y me dijo: «Espera que te doy tu cambio». Lo cogí aunque no conocía el dinero egipcio. Después descubrí que me había dado mucho más dinero del que me correspondía, incluso más de cincuenta dinares en moneda egipcia.
Podemos encontrar gente buena y generosa en todos los lados.
Cuando me dejó en este barrio de El Cairo y la gente me veía con las muletas, muchos se ofrecían para ayudarme. Yo les decía que no quería limosna, que quería trabajo. Un hombre que tenía un puesto ambulante de sándwiches de hígado me ofreció que me ocupara de ese trabajo, que él tenía otro. El carro tenía hasta un hornillo para calentar la comida. Acepté y me puse a trabajar. Él vio que me quedaba trabajando de pie y me trajo una silla. Me dejó allí todo el día. Cuando volvió a la noche, le di todo el dinero que había hecho, con las propinas incluidas. Vio que no me había quedado con nada. Me dijo que las propinas me las debía haber quedado yo. Le dije que no habíamos quedado en nada, que él me dejaba el carro y que, cuando volviera hablaríamos de dinero. Me preguntó dónde vivía y le expliqué que esa mañana había llegado a Egipto desde Jordania. Me llevó a su casa. Tenía dos habitaciones, un salón y una cocina. Me dio dos opciones: yo dormiría en una de las dos habitaciones y sus cuatro hijos dormirían en el salón o podía dormir en el salón. Elegí lo segundo. Allí me quedé ocho días. Trabajé para él, en el puesto de sándwiches de hígado durante ese tiempo. Me trataron como a uno más de la familia. Desafortunadamente, el pie volvía a gangrenarse. Con el dinero que me pagó este señor fui al hospital más cercano y les dije si me podían operar correctamente. Tras estudiar mi caso, me dijeron que no podían sacarme la metralla que llevaba dentro y que solo podían hacerme implante de piel. El implante de carne, no podían. La operación costaba tres mil y yo solo tenía dos mil. Volví al trabajo y, tras unos días, pedí un anticipo a este señor. Se sorprendió. «¿Ya te has gastado el dinero que te di?». Le expliqué que no, que lo necesitaba para la operación. Él se ofendió. Me dijo que se lo debería haber pedido antes, que yo era un buen trabajador y había cumplido con mi parte. Me dio el dinero y me ofreció llevarme al hospital. Le dije que no era necesario.
Al fin podías operarte.
En el hospital me aclararon que los tres mil eran para la operación. El coste de la habitación para la rehabilitación no estaba incluido en el precio. Les dije que no tenía más dinero. Me dijeron que lo único que podían hacer es dejarme dos horas en la camilla después de la operación. Acepté. Pagué todo y me dijeron que volviera a los tres días. Debía ayunar el día de la operación. Me operaron y, mientras me dejaban en la camilla, decidí llamar a mi familia. Todavía no les había dicho que estaba en Egipto. Esa mañana había comprado una tarjeta SIM y pensé que era un buen momento para tranquilizarlos. Mi madre me dijo que teníamos una tía en El Cairo. A los dos minutos, recibí una llamada de mi tía. Yo no la había conocido nunca. Le conté dónde estaba y me dijo que ella vivía a 150 metros de ese hospital. Yo no quería molestar, pero ella insistió. A las dos horas, me invitaron a irme del hospital. La anestesia me había dejado paralizado de cintura para abajo. Me arrastré hasta un banco a la salida del hospital y allí esperé cinco horas. Tras ese tiempo, empecé a notar cosquilleos en las piernas. Me puse a caminar con las muletas. Todavía era muy difícil. Me llamaban al móvil, pero no lo podía coger mientras caminaba. Conseguía sentarme y ya habían colgado. Yo no tenía saldo para hacer llamadas. Finalmente, conseguí hablar con mi tía. Me había perdido. Le dije dónde estaba y bajó a buscarme. Ella tenía entonces una bebé de ocho meses. Me alojó en su casa. Llamó a la familia con la que había estado viviendo y los invitó a su casa. Allí, el señor me dijo que ahora me tocaba reposar y recuperarme. Podría volver a trabajar para él cuando yo quisiera. Al mes, volví a trabajar con él.
Empezaste vendiendo sándwiches de hígado en un puesto ambulante en El Cairo y ahora tienes un restaurante de cocina internacional en Valdemoro.
Comencé a cocinar cuando tenía ocho años. Desde entonces, amo la cocina y me intereso por los distintos sabores que puede ofrecernos lo que comemos. Cuando llegué a España, me gustó mucho la cultura culinaria y la cultura de la restauración de este país. Fue entonces cuando decidí abrir mi propio restaurante. Busqué un local por toda la Comunidad de Madrid y, cuando descubrí Valdemoro, me gustó. Es una ciudad segura (aunque hemos sufrido un robo en el restaurante). Encontré este local. Me gustó el espacio. Me gustó Valdemoro. Se respiraba una mezcla cultural tremenda. Durante dos meses, yo mismo me encargué de hacer las reformas. Te puede parecer una paradoja, pero aquí he conocido mucha gente que se preocupa por la cultura y por las actividades culturales. No había encontrado esto en otros lugares de la Comunidad de Madrid donde he trabajado.
El 8 de diciembre de 2024, Bashar al-Ásad fue derrocado y terminó así una dictadura que había comenzado su padre Hafez al-Ásad en 1971. Bashar al-Ásad huyó a Moscú, donde recibió asilo político. Han pasado cinco meses desde este acontecimiento ¿Cómo ves la situación en Siria en estos momentos?
Cuando la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos se repartieron el mundo tras la Segunda Guerra Mundial, permitieron que una serie de dictadores se hicieran con el poder en la mayoría de los países árabes. Así podrían aprovecharse de los recursos naturales de estos países a un bajo coste económico, mientras que sus poblaciones vivían en la pobreza. Daba la sensación de que no les interesaba que esos países pudieran desarrollarse y mejorar sus niveles de vida. Tal vez, tenían miedo de que se hicieran demasiado fuertes. Cuando Bashar al-Ásad cayó en diciembre, el mundo árabe estaba feliz, desde Kuwait a Marruecos, desde Siria a Somalia. Tomaron el poder y querían demostrar que querían paz, que no querían tomar represalias contra las distintas minorías, que querían construir una Siria donde sus habitantes pudieran prosperar. El nuevo gobierno, desde el pasado diciembre, tiene que combatir cincuenta años de dictadura. Para empezar, debe convencer a los funcionarios del Estado de que las costumbres bajo el gobierno de Bashar al-Ásad deben abandonarse; que tienen que dejar de pedir sobornos de los ciudadanos para hacer su trabajo; que deben dejar atrás esa corrupción que impregna todos los niveles de la administración. El nuevo gobierno se está enfrentando también a varios grupos de intereses internacionales a los que no les interesa que Siria salga adelante. Estos grupos están creando una imagen falsa de los nuevos gobernantes. Los acusan de yihadistas, de terroristas, de intolerantes con las otras religiones… Me da la sensación que no hay un interés internacional para que Siria sea un ejemplo. Eso invitaría a otras naciones árabes a rebelarse contra sus gobernantes. Sin embargo, creo que muchos sirios tienen fe en el nuevo gobierno. Creo que el nuevo gobierno está intentando gobernar para todos los sirios. Cuando comenzó todo esto, yo creía que iban a tomar más represalias contra los alauíes, que era el grupo en el poder con Bashar al-Ásad; pensaba que los enfrentamientos con los kurdos iban a ser mucho peores. Pero creo que lo han solucionado de forma más democrática, dadas las circunstancias. Mi deseo es que la comunidad internacional le dé una oportunidad al nuevo gobierno. Una oportunidad a Siria.
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El viaje de Khalid desde Siria a España da para una novela. En La Revista de Valdemoro hemos decidido dividir esta entrevista en tres entregas. La primera salió en nuestro número de abril de 2025, la segunda en este número de mayo de 2025 y la tercera parte será publicada en la versión electrónica de nuestra publicación. Aquellas personas interesadas en leer la tercera parte pueden acudir a https://www.larevistadevaldemoro.com/.
Texto: Fernando Martín Pescador
Fotografía: NCuadreS
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