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Entrevista con Miguel Creces

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Las líneas que seccionan y cuadriculan el espacio y el tiempo están basadas en unas sólidas intuiciones humanas. Cuando esas intuiciones se ponen sobre el papel, presentan una apariencia bastante consistente. Sin embargo, sobre el terreno, siempre encontramos irregularidades incómodas. Pongamos una línea fronteriza. Tan recta. Tan inquebrantable en el mapa. Ahora, intentemos trasladarla a una cadena montañosa. No es tan fácil. Lo mismo pasa con los años, con sus 365 días, seis horas, nueve minutos y 9,76 segundos. Almacenamos las seis horas que nos sobran junto a las de los próximos tres años para darle un día más a febrero. Pero, ¿dónde van los más de nueve minutos restantes de cada año?

A los seres humanos nos gusta medir el mundo que nos rodea. Primero a través de la intuición y, luego, por medio de la convención, lo medimos absolutamente todo: el nivel de inglés, la calidad del servicio de asistencia telefónica, el hambre que tenemos en ese momento, el talento de un escritor… Y, como todo lo que ha inventado el ser humano, esa obsesión por medirnos y medir nuestro entorno puede ser de gran utilidad o puede convertirse en un verdadero obstáculo para entender el mundo.

El valdemoreño Miguel Creces comienza su primer poemario, Odas a Nicole (2021), con una magnífica introducción en la que habla del talento literario. El autor se queja de su falta de genialidad a la hora de escribir. Se pregunta por qué escribe, si no tiene talento, por qué no se limita a disfrutar de la lectura de los libros de su biblioteca. ¿Acaso se conformó don Quijote con leer libros? No, tuvo que salir al mundo. Miguel Creces equipara sus escritos a las aventuras de caballería de don Quijote. No dejan de ser un acto de locura y, por lo tanto, Miguel Creces dice que podría recibir el sobrenombre del Caballero de la Triste Escritura. Pero sus escritos son, eso sí, su salida al mundo. Su echarse al monte.

Hoy tengo la suerte de tener delante de mí a Miguel Creces, un escritor al que, a pesar de su quejumbrosa introducción en Odas a Nicole, llena de verdadera humildad, no le falta talento literario.

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¿Cuándo comienza tu pasión por la escritura?

Claramente en la infancia, cuando una hermana de mi madre me regalaba cómics todos los domingos. Pasión que continué en la biblioteca de la calle Grande, ya desaparecida, donde devoré todos los cómics de Tintín y de Astérix. Los primeros libros que leí eran de Julio Verne y novelas infantiles con Dick Turpin como protagonista. Así me fui aficionando, desde muy niño, a la lectura. En la adolescencia y juventud leí a los clásicos. De este modo, antes de llegar a la treintena empecé a escribir.

Háblanos del primer libro que publicaste.

El primer libro que publiqué fue una novela corta titulada Los señores de la montaña, que salió a la luz con el impulso económico del Ayuntamiento de Valdemoro y la ayuda inestimable del grupo De Par en Par. Lo presenté a principios de 2007. Se hicieron 500 ejemplares, que se agotaron. La trama consistía en una traición que hace huir al consejero Tristán lejos de la corte donde es falsamente acusado. En su fuga, Tristán se dirige a la lejana montaña. Allí tiene un accidentado encuentro con el viejo monje Edmundo, pero acaban haciéndose muy buenos amigos. Ambos hombres acaban por enamorarse de la montaña en una clara metáfora del amor ideal. Edmundo muere, pero todo cambia cuando, en el río que cruza la montaña, aparece una cesta con un niño rubio…

Los señores de la montaña, sin embargo, no fue el primer libro que escribiste.

Efectivamente, el primer libro que escribí fue Obélix en Asturias, mucho más complejo que el que publiqué en primer lugar. Una obra incalificable, pero a mí me gusta pensar que genial. Pocos la han comprendido. Vio la luz en 2009 (mi segunda publicación) y en 2018 (mi séptimo libro editado) tuvo una nueva versión muy parecida a la original, pero con un final distinto, bajo el título de Obélix. Trataban sobre la utopía de un mundo sin dinero, sin fronteras y sin políticos; un mundo gobernado por el amor.

Además de cambiar el título y el final de esos dos libros, decidiste comenzar a firmar como Miguel Creces.

Sí, mis primeros siete libros, es decir, hasta Obélix, los firmé con mi nombre real: Miguel Ángel González Alguacil. Sin embargo, a partir del octavo, Los maravillosos viernes, decidí firmar con pseudónimo por varias razones: nunca me ha gustado que me llamen Miguel Ángel; además, González Alguacil era muy largo; a esto se añadía que quería hacer un homenaje a mi abuelo paterno, Creces. De todo esto, resultó el nuevo nombre, Miguel Creces.

En 2012 publicaste Mis cromos, un libro de relatos. Supuso el inicio de una temporada en la que te dedicaste especialmente al relato corto.

Mis cromos era un libro de relatos que estaba dividido en Grandes cromos (5) entre los que destacaba El evangelio según san Miguel que versaba sobre un supuesto psicoanálisis de Jesucristo realizado por Freud. También estaban los Cromos pequeños (29) donde sobresalían temas como la amenaza del tiempo, el amor y la duda. A este libro le siguió, en 2014, Esther y compañía, que constaba de un relato extenso titulado Esther, que encarnaba a una profesora que daba clases a las mejores plumas de la literatura mundial en su adolescencia, y muchos relatos más cortos. Continué en 2015 con mi quinto libro al que di una portada y título muy taurinos: No hay quinto malo. Aunque su contenido era un homenaje a mi madre fallecida el 11 de abril de 2013, tenía relatos intimistas y reflexivos de poca extensión. Para terminar este periplo dedicado al relato corto, publiqué en 2016 La Colección, mi libro de este tipo con más páginas. Dentro de mi producción de relato corto, es el libro con el que más satisfecho estoy. Por destacar alguno de esos relatos, voy hacerlo con El nieto de la gabarra, ese niño que yo engendré en la literatura para que mi madre fuera abuela, aunque sea desde el cielo, y para que mi padre viviera feliz jugando en el parque con su nieto Jorge.

Y en 2020 llegó Los maravillosos viernes.

Sí, un libro con un título mágico y que podía sorprender a mis lectores por no tener nada que ver con el texto. Lleva un mensaje amoroso oculto. Se trataba de una novela corta en la que yo enseñaba a un amigo ficticio, Fran Noguera, a escribir, para lo que Fran iba mostrándome sus trabajos literarios.

Acabas de publicar Odas a Nicole, tu primer libro de poemas. ¿Qué te ha llevado a embarcarte en un poemario? ¿Qué nos cuentas en Odas a Nicole?

En la presentación de mi séptimo libro, Obélix, en mayo de 2018, me preguntaron por mis poetas favoritos y contesté que me gustaban dos obras: Hojas de hierba de Walt Whitman y Ocnos de Luis Cernuda. Pero señalé que eran dos libros de prosa poética, no de poesía pura, por así decirlo, ya que esta para mí era una gran desconocida, al ser yo un hombre de prosa. Los ponentes que estaban junto a mí en la mesa de la presentación, que eran los dos mejores poetas de Valdemoro (Reme Nieto y Miguel Rollón), me animaron a profundizar en la lírica y lo hice de forma furibunda. Una vez que fui leyendo a los grandes poetas hispanoamericanos, me fui sintiendo con fuerzas para crear versos propios. Ese fue el germen de este libro donde podemos encontrar poemas modernos y emotivos, entre los que hay unos cuantos de un grado altamente romántico. Mis poemas se caracterizan por su pequeña extensión, su gran variedad y su intensidad. La verdad es que la poesía se ha convertido en mi verdadera vocación literaria, como lector y como escritor.

La autopublicación es siempre una alternativa interesante para muchos autores. Te permitió, por ejemplo, que Obélix en Asturias y Obélix fueran el mismo libro y dos obras diferentes a la vez. Háblanos de las ventajas que has visto a la hora de publicar tu propia obra.

Sobre todo, la independencia. Para mí, publicar era importante porque quería que mis libros fueran «oficiales» (con su ISBN y su depósito legal) para que pudiesen estar en las bibliotecas de Valdemoro. No por vender, que para mí es lo de menos. De hecho, he regalado multitud de libros. Pienso que el artista se debe preocupar por sacar adelante su obra y la autopublicación es la forma más sencilla y económica de escapar de la tiranía del mundo editorial, siempre yendo directo a la imprenta sin intermediarios. Me explico para los que desconozcan este mundo: lo primero que hay que hacer es, claro está, escribir el libro; luego maquetarlo (pasarlo a tamaño libro); pedir presupuesto a varias imprentas y elegir la que nos convenga; más tarde, conseguir el ISBN y el depósito legal… Después del plazo que nos digan, tendremos nuestros libros. Evidentemente, a todos nos gustaría ganar el Planeta, pero es difícil…

El viernes 18 de marzo presentas tus dos últimos libros, Los maravillosos viernes y Odas a Nicole, en la biblioteca Ana María Matute. ¿Tienes algo especial preparado para la presentación?

Claro. Ya es bastante original presentar dos libros a la vez, pero esta vez los ponentes no serán poetas, sino un filósofo, Juan Ignacio García de las Peñas, que imparte clases de Literatura en Madrid y está terminando una segunda carrera (Humanidades). Por mi parte tengo algunas cosas pensadas, pero prefiero revelar el secreto el día de la presentación, aunque, para mí, es un reto enorme presentar un poemario. En cuanto a Los maravillosos viernes, se presenta ahora porque no se pudo hacer el 14 de marzo de 2020 que era la fecha prevista, por culpa de la pandemia.

Entiendo que sigues escribiendo. ¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios?

Por supuesto, sigo escribiendo. Se trata de lo que más me gusta en esta vida. Ya tengo bastante avanzado mi segundo poemario, que será mi décimo libro. Espero publicarlo para principios de 2023. No descarto volver a escribir prosa, pero debo confesar que, actualmente, estoy centrado en mi faceta de poeta, que me tiene fascinado. Como lector, quiero leer cuanta más poesía mejor y, en cuanto a la prosa, me estoy dedicando a releer mis obras favoritas. Aguardo con especial ilusión el momento de volver a reencontrarme con el Quijote.

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Todos tenemos ciertas intuiciones sobre el talento literario. Sin embargo, las convenciones para medirlo no están tan claras. Afortunadamente, ni los atletas dejan de correr cuando se dan cuenta de que nunca batirán el récord de velocidad, ni los poetas dejan de escribir cuando descubren lo difícil que es vender un libro. Valdemoro necesita autores como Miguel Creces; autores que, con su talento individual, enriquecen el tejido literario de la villa, nos inspiran a seguir leyendo y nos animan a escribir; autores que, a través de sus libros, apuntalan y consolidan el talento literario de nuestra comunidad. Admiro a Miguel porque escribe, porque publica, porque se confiesa un hombre enamorado. Porque, tras sus lecturas, se echa al monte literario y se enfrenta a los molinos que se le ponen por delante.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres