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Joaquín Paredes, historia del fútbol local

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A muchos de los vecinos y vecinas de Valdemoro no les resultaría extraño si les dijera que hoy venimos a hablar de Gasolina. Y es que, si has tenido algún vínculo, por pequeño que sea, con el fútbol de Valdemoro, seguro que conoces a Joaquín Paredes Martín, vecino de Valdemoro, mecánico y entrenador de fútbol.

De origen almeriense, Joaquín nació en la localidad de Pechina, fruto de la unión entre un padre pacense y una madre madrileña, quienes se encontraron en los albores de la Guerra Civil española. El difícil contexto de aquella España, unido a que su padre formaba parte de la guardia de asalto del bando republicano les llevó a asentarse por muy poco tiempo en la ciudad andaluza. Pronto pudieron volver a la ciudad natal de su madre, Ciempozuelos. Allí, la familia Paredes arraigó gracias al trabajo de su padre, quien, por su vinculación con el automovilismo, fue muy crítico con el combustible de gasógeno frente a la gasolina, de ahí que le apodaran cariñosamente Gasolina. Joaquín heredó este sobrenombre, aunque su trayectoria no se limitaría a la mecánica, pues destacaría como entrenador de fútbol, un pasatiempo que se transformó en su verdadera pasión.

Mecánico de profesión, Joaquín nunca abandonó su oficio, pero en sus ratos libres, canalizó su amor por el deporte, convirtiéndose en el mentor de jóvenes futbolistas. Su huella como entrenador se extiende por clubes como el Club Deportivo Ciempozuelos, el Atlético de Valdemoro y el Tarancón. Su devoción por el fútbol lo llevó a ser mucho más que un simple entrenador; se convirtió en el segundo padre de muchos jugadores que, bajo su guía, aprendieron no solo las habilidades del juego, sino también lecciones de vida. Su legado como estratega trasciende las líneas del campo, al haber logrado ascensos notables, llevando al Atlético de Valdemoro y al Tarancón a la tercera división.

Naciste en una época muy complicada de la historia de España. ¿Qué recuerdos tienes de la infancia?

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Mis recuerdos de la infancia comienzan en Ciempozuelos, apenas pasé los primeros meses de vida en Pechina. La infancia la recuerdo con enorme alegría, íbamos al colegio en la plaza de Ciempozuelos. En las calles del pueblo empecé a jugar a la pelota con los vecinos y amigos. Poco a poco me fue gustando más jugar al fútbol y mis padres me apuntaron al equipo del Frente Juventudes. Allí aprendí a competir y crecí pegado a  una pelota.

El fútbol ha cambiado mucho desde tus comienzos, ¿cómo se jugaba antes al fútbol?

Empecé a competir en el Frente de Juventudes. Participábamos en competiciones entre las diferentes delegaciones de los municipios de Madrid en la Liga de Educación y Descanso. En esa época llegamos a competir también con el equipo de la escolta de Franco, que eran los mejores que había de cada lugar. Con la ampliación de las competiciones pasé por varios equipos. El primero fue el Club de Ciempozuelos, cuando marché a la mili a Palma de Mallorca jugué en un equipo de segunda división regional. Cuando volví a Madrid pasé por el Atlético de Valdemoro, jugué en tercera división con el Club Deportivo Ciempozuelos y durante unas temporadas jugué en el Cartagena de Madrid.

¿Qué aportabas a los equipos en los que jugaste?

De joven era muy delgado y fibroso, lo que me permitía correr mucho. Siempre jugué de extremo derecha porque tenía buena técnica, pero mi mejor habilidad era subir el balón hasta el área contraria. Los mediocampistas solían lanzarme la pelota arriba para que corriera y sacara ventaja a los defensas. Nunca fui un fenómeno como los jugadores que hay ahora, pero tuve muy buena habilidad con el balón. 

En aquella época ya era complicado tener una vida profesional ligada al deporte, ¿cómo llega la mecánica a tu vida?

Como mi padre era conductor siempre tuve muy presente los coches y la mecánica en casa. Fue por él que con aproximadamente doce años decidí empezar de aprendiz en un taller de Ciempozuelos. Allí aprendí las nociones más básicas de mecánica que sentaron los cimientos de lo que fue mi carrera. Fidel de Oro, que era el alcalde de Ciempozuelos y director del Frente Juventudes, me llevó a la Escuela de Artes y Oficios La Paloma de Madrid, para especializarme en mecánica general. Estuve estudiando durante dos años en turno de mañana o tarde y mientras tanto trabajaba en un taller de Madrid limpiando piezas. Graduarme me permitió trabajar para la marca Seat, que por aquel entonces era la marca de coches más popular en España. Allí acumulé una experiencia que me ha permitido trabajar en talleres de todo tipo. Tanto es así que terminé mi carrera profesional arreglando motores de barcos y utilizando sus aceites para generar energía.

Teniendo un futuro profesional prometedor en una gran marca de coches decides volver a Ciempozuelos.

Decidí volver a Ciempozuelos porque me gustaba vivir en mi pueblo. Tenía mi trabajo, podía jugar al fútbol y tenía mi vida social montada. Por suerte, el taller abrió un local en Valdemoro, enfrente del bar La Parada, y me vine a trabajar aquí. Fue allí donde conocí a mi mujer, María. Valdemoro era más grande que Ciempozuelos; estar al lado de la carretera nacional hacía que hubiera más negocios. En Valdemoro podías encontrar prácticamente todo lo que necesitabas en el día a día, mientras que en Ciempozuelos no. Todo el ocio era aquí. Recuerdo que las fiestas eran el momento más esperado de los jóvenes. En esos días estrenabas ropa, si podías, para la Virgen. El pueblo se llenaba de vida, las calles se abarrotaban de gente. La gente joven íbamos al baile en ca’ Quinito, íbamos al cine X, al lado del parque Cristo Salud, y nos reuníamos en la Fuente de la Villa.

En tu periplo como jugador viviste la transición entre los equipos pertenecientes al Estado y los nuevos clubes independientes.

Cuando se crean las primeras competiciones oficiales de fútbol hubo un aumento del número de clubes. En Ciempozuelos se creó el Club Deportivo Ciempozuelos en esta época, los años cincuenta. Empecé jugando en los juveniles porque era muy joven. Cuando tuve la edad me subieron al primer equipo. Teníamos un conjunto muy bueno que nos dio muchas alegrías y con el que pude jugar al máximo nivel de competición de mi carrera deportiva.

También fuiste parte de los comienzos del Atlético Valdemoro, ¿qué recuerdas de ese momento histórico de nuestra localidad?

El Atlético Valdemoro nació de la unión de unos cuantos vecinos de Valdemoro que jugábamos en las pistas que había en el paseo de la Estación, en el actual polideportivo Samaranch. Entre los que empezamos estaba Mauri, el señor Andrés, que era el presidente, don Pedro, que tenía un equipo pequeño de fútbol, Pablete, Paco el pintor y unos cuantos más. Empezamos a jugar en el pueblo contra otros equipos de Valdemoro. Poco a poco el equipo se fue formalizando y Albor, que era directivo del Rayo Vallecano, se interesó por el equipo. Tanto es así que la primera temporada del Atlético de Valdemoro no teníamos dinero para financiar la actividad del club y jugamos con la equipación del Rayo Vallecano que nos había cedido el club gracias a Albor. A la temporada siguiente se crearon las primeras equipaciones oficiales que tenían las rayas blancas y rojas típicas del Atlético de Madrid, el club preferido de Mauri. Otras figuras que fueron muy importantes en los comienzos del club y en su gran trayectoria fueron Joaquín Mazarracin y Justo, el dueño de uno de los restaurantes míticos de Valdemoro, La Azucena.

¿Por qué decides hacerte entrenador de fútbol?

Soy un apasionado del deporte y en concreto del fútbol. Disfrutaba mucho jugando, pero pronto despertó en mí la necesidad de querer compartir con las generaciones más jóvenes que yo. Por eso, durante un tiempo me formé como entrenador. Después de trabajar, subía a Madrid con la moto al Instituto de Educación Física y Deportes de Argüelles para sacarme las credenciales como entrenador. Primero obtuve la titulación para ser instructor de juveniles, seguidamente me titulé como entrenador regional y finalmente pasé a formar parte del Comité Nacional de Entrenadores con la titulación de entrenador nacional.

Allí coincidiste con personajes muy destacados del fútbol nacional.

Durante las formaciones había jugadores de primer nivel nacional e internacional como Francisco Gento, Joaquín Peiró o Luis Aragonés. Con Luis tuve muy buena relación durante las formaciones porque compartimos mucho tiempo juntos. Resultaba increíble cómo jugadores profesionales de talla internacional eran un compañero más dentro del aula. Después de las formaciones nuestros caminos se separaron, pero a Luis pude verle de nuevo en una de las ocasiones en que el Atlético de Madrid entrenó en Valdemoro. Tenía muy buen recuerdo de mí, igual que yo de él, y me ofreció pasar a formar parte de su equipo de entrenadores del Atlético de Madrid, pero rechacé la oferta.

¿Por qué decidiste rechazar una oferta tan importante?

Nunca me han gustado las alturas y todo lo que ello conlleva. Tampoco me gusta ni la fama ni el reconocimiento, de hecho, esta entrevista es fruto de la insistencia de mis hijas y mi hijo, porque yo me considero un vecino más de Valdemoro. Toda mi vida he sido mecánico, y ser entrenador era una afición con la que ocupaba el tiempo libre. Lo que más disfrutaba de ser entrenador no era el trabajo puro de llevar un equipo, sino compartir mi tiempo con los chavales. Me encantaba citarles un buen rato antes del partido y les invitaba a desayunar, les llevaba en mi coche a los partidos y en general hacía todo lo que fuera necesario para que ellos estuvieran felices jugando al fútbol. Ver a los chavales disfrutar de la juventud, hacer equipo y practicar deporte era mi máxima recompensa y, si hubiera aceptado esa oferta, todo eso se habría terminado.

¿Qué aspectos destacarías del fútbol?

Del fútbol me gusta todo, pero destacaría la capacidad de crear un equipo, pensar en grupo y practicar deporte. El deporte conlleva unos valores asociados que para mí son muy importantes, sobre todo en los jóvenes. Es por eso por lo que siempre quise acercarme a ellos a través del deporte. Además de los equipos que he tenido en clubes también he entrenado a otros colectivos de jóvenes de Valdemoro muy importantes, como son los polillas. Gracias a un acuerdo con el Colegio de Guardias Jóvenes creamos un equipo de fútbol que recuerdo con mucho cariño. Le pedía permiso al coronel del colegio para subir con mi coche a recoger a los polillas que jugaban en el Atlético Valdemoro.

¿Cómo era tu metodología de entrenamiento y liderazgo de los equipos?

Mi propósito siempre fue que los jóvenes disfrutaran de practicar el fútbol. Creo que siempre tuve claro y les transmití que jugar al fútbol era la combinación de divertimento y compromiso con el equipo. Algunos jugadores que he entrenado, que ahora son auténticos hombres, me han dicho que era exigente. Probablemente sea cierto, pero también tienen un grato recuerdo de aquella época, por lo que creo que la exigencia no está reñida con el buen trato, ese era mi propósito.

Como entrenador del Atlético de Valdemoro llegaste a eliminar al equipo de tus amores, el Real Madrid.

En la temporada 73-74 conseguimos eliminar al Real Madrid juvenil. Aunque soy madridista hasta la médula, me produjo una satisfacción muy grande. Después perdimos la final contra el Atlético de Madrid. Por unos días el Atlético de Valdemoro estuvo compitiendo con los mejores clubes de España en su categoría. El pueblo se volcó con esa fase de clasificación. Los partidos fueron en el Coturruelo, que era el campo de fútbol de la Federación Madrileña de Fútbol, y dos autocares repletos de vecinos salieron de Valdemoro para apoyarnos.

¿Qué impacto tenía el fútbol en la vida de Valdemoro?

El fútbol en general, y el Atlético de Valdemoro en particular, eran uno de los motores de ocio del pueblo. Los fines de semana el campo se llenaba de vecinos que venían a animar a su equipo. Incluso cuando jugábamos fuera venían a apoyar a su equipo y su pueblo. Los días de partido los jugadores quedábamos en el bar Molina, en la plaza del pueblo, para vestirnos porque en el campo no había vestuarios. Tengo un recuerdo muy bonito de bajar vestidos por la calle grande hasta el barrio de la estación acompañados de decenas de aficionados. El partido de fútbol era el momento de congregación y celebración de la semana y la gente se volcaba con nosotros.

Parece paradójico que el fútbol siga siendo el deporte mayoritario a nivel nacional y, sin embargo, equipos como el Atlético de Valdemoro han sido abocados a la desaparición.

Tanto la oferta deportiva como el ocio han cambiado mucho desde aquellos tiempos. En mi época, desde los años cincuenta hasta casi los noventa, una de las opciones de ocio más importantes era ir a ver un partido de fútbol. El nivel de las competiciones también era muy alto y los clubes estaban respaldados. En Valdemoro, el presidente del club siempre hizo un esfuerzo tanto económico como de tiempo y trabajo por mantener la actividad. Los dirigentes tenían pasión por este deporte y no les importaba hacer grandes esfuerzos por ello. Además, el club contaba con el apoyo del Ayuntamiento, un pilar fundamental para que siguiera en pie. La unión de estas fuerzas era la que hacía que el club pudiera ofrecer ese ocio al pueblo. Nunca fueron un negocio rentable, sino más bien una inversión en el ocio y cultura local.

 

En Valdemoro, Joaquín Paredes se erige como una leyenda en los banquillos, siendo recordado con cariño por cientos de jóvenes que tuvieron el privilegio de formar parte de sus equipos. Su compromiso con el desarrollo de talento juvenil y su contribución al auge del fútbol popular en Valdemoro lo consagran como una figura insustituible en la historia deportiva de la localidad. Su vida, marcada por la pasión por el fútbol y la dedicación a la juventud, trasciende el ámbito deportivo, dejando una huella imborrable en la memoria de quienes tuvieron el privilegio de cruzar caminos con Joaquín Paredes Gasolina.

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