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Rafael García Barderas: «La atmósfera es lo que conmueve y convence en un paisaje»

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Aunque Rafael García es madrileño de nacimiento, las más de cuatro décadas viviendo en nuestro municipio le han permitido conocer el Valdemoro genuino de finales del siglo pasado. Hijo de un obrero de la mítica fábrica de maderas Anguita, llegó con doce años a nuestro pueblo desde Ciudad Lineal. Como nos confiesa, «cuando me dijeron que veníamos a vivir a Valdemoro no sabía ni ubicarlo en el mapa». El joven que se habría criado en un barrio de la periferia llegó a un pueblo donde aún había vacas: «vivía en la antigua calle 31 de octubre, actual calle Tirso de Molina, y para ir al colegio Cristo de la Salud a estudiar bajaba por Pozo Chico y tras cruzar la calle había una vaquería».  Este entorno, unido al de su pueblo en el valle del Tiétar, ha forjado una pasión por sus raíces, temática recurrente en las obras de Rafael.

Su obra es reconocida por espectadores e instituciones. Recientemente ha sido galardonado con el primer premio de óleo en el XXXIII Certamen de Pintura de la Asociación Nacional de Pintores Carmen Holguera, que se celebró en la Sala Primavera del Centro Cultural Casa del Reloj en Madrid. Este reconocimiento viene dado tras haber sido premiado en otro concurso previo de pintura organizado también por el mismo Centro Cultural de Madrid que le ha permitido exponer cuatro cuadros en una de las salas de exposiciones durante este mes de junio.

Háblame del Rafael de la infancia.

Siempre fui un chico muy normal que se crio como la gran mayoría de los jóvenes de mi época, en la calle después de llegar del colegio. Los veranos nos íbamos al pueblo de la familia de mi madre, La Adrada, en el valle del Tiétar. He veraneado allí durante muchos años de mi vida y gran parte de mi niñez y adolescencia se construyó allí. Las raíces que he forjado durante tantos años son las que me dan también la inspiración para retratar sus paisajes. El campo, la naturaleza en su conjunto, son elementos que me acompañan desde pequeño. Valdemoro ha ido perdiendo esos rincones rurales para crecer como ciudad.

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¿Qué inquietudes tuviste desde joven?

Estudié BUP en Ciempozuelos, y tras un breve periodo formándome en banca, comencé a trabajar en un negocio familiar de mi pareja, donde estuve durante catorce años, hasta que obtuve una plaza como funcionario de la Comunidad de Madrid. Siempre me ha gustado el dibujo. Comencé dibujando en los soportes que tiene a mano un estudiante: los cuadernos y las mesas del colegio. Un tío paterno dibujaba y pintaba en acuarela como aficionado y eso llamó mucho mi atención, pero no empecé a pintar hasta que comenzaron las actividades en la Universidad Popular.

Fuiste uno de esos valdemoreños que vio nacer el proyecto de la Universidad Popular en los años ochenta y todo el impulso cultural que trajo consigo.

Marcó un antes y un después en la oferta cultural del pueblo y en el acceso a las artes y la cultura para los vecinos de Valdemoro. Antes de la Universidad Popular de Valdemoro (UPV) había aquí una oferta muy limitada en pintura, y estudiar Bellas Artes era hacer una apuesta profesional por lo que podía ser tan solo una afición. La UPV se presentó como la opción idónea para fomentar el arte entre los valdemoreños de una manera accesible, sin tener que hacer un desembolso importante de dinero.

Fuiste parte activa de la creación de la UPV con tan solo dieciséis años. ¿Cómo conociste la UPV?

Yo conocí la UPV gracias a Chema Rodrigo, que ahora tiene una escuela de pintura. Él me facilitó el contacto de las que para mí han sido dos de las personas más importantes en el impulso de la UPV: Isabel Mesa y Miguel Sarmiento. Mantuvimos muchas reuniones en las que se diseñaron los cursos de pintura. Durante varios años, las clases de pintura las impartió Antonio Gabaldón. Era un buen pintor que también tenía una gran capacidad pedagógica. Además, su principal temática era el paisaje, algo que a mí me interesaba mucho.

La UPV supuso algo más que una escuela para muchos de vosotros.

Recuerdo las primeras clases con mucho entusiasmo, porque la UPV me brindó la oportunidad de conocer a vecinos que compartían gustos similares a los míos. La formación de pintura se programó en tres años, lo que nos permitió ahondar en los conocimientos y crear vínculos muy fuertes con nuestros compañeros. Tan fuertes fueron estos vínculos que al terminar la programación se creó el Aula Libre, un lugar de encuentro en el parque Duque de Ahumada en el que nos reuníamos muchos de los compañeros de la UPV para continuar pintando en grupo. Cuando el Aula Libre tuvo que cerrar el vínculo siguió y nos decidimos a crear la asociación Valdearte.

Fuisteis doce vecinos de Valdemoro los que creasteis Valdearte. ¿Cuál era vuestro objetivo?

Éramos doce vecinos a los que Antonio Gabaldón les había enseñado la técnica, y cada uno había desarrollado su estilo y temáticas propias. No teníamos un objetivo muy claro, pero sí que queríamos seguir pintando juntos y crear actividades para fomentar la pintura en Valdemoro. Organizamos un concurso de pintura rápida, que nunca se había hecho en Valdemoro y que ya lleva una veintena de ediciones. También organizamos muchas colaboraciones con el Ayuntamiento prestando nuestro trabajo para pancartas y demás cartelería de actividades municipales. A través de una pequeña cuota de los socios pudimos organizar salidas de pintura, participar en charlas o incluso sesiones con modelo vivo, una de las actividades más costosas que se pueden hacer en un taller de pintura. Valdearte continúa funcionando y es una de las asociaciones más antiguas de Valdemoro.

Con el Aula Libre presentas en el año 89 tu primera exposición en conjunto y meses después expones tu primera muestra individual.

Cierto, la primera exposición la hice con la UPV. En el edificio del Reloj, o Los Toriles, presentamos una exposición de fin de curso. Recuerdo bien esa primera exposición porque vendí un cuadro, algo que me dejó marcado. Mi primera exposición oficial, por así decirlo, fue la exposición conjunta del Aula Libre en 1989. En esa época yo pintaba mucho, como esta última época que estoy viviendo ahora, porque pintaba en el aula y en casa. Eso hizo que me juntara con un número considerable de cuadros. En el verano de ese año me propusieron una muestra individual en La Adrada, mi pueblo materno. Mi obra en esa época era la de alguien que comenzaba en el mundo de la pintura: había bodegones, paisajes, retratos, óleo, acuarela, era una mezcla demasiado variada.

Desde esa primera obra tan diversa en estilos y temáticas te has decidido por el paisaje y el óleo. ¿Qué te ha llevado a esta elección tan concreta?

La temática va unida al gusto que tiene cada uno y a mí lo que más me gusta es la naturaleza. Los árboles, las montañas o un río son elementos que disfruto, que me motivan, me relajan y me resetean. Poner el caballete en el campo, escoger un momento del día en un lugar que me guste por algo en concreto y tener el privilegio de poder observarlo es algo que me llena.

No solo he hecho paisaje, hace poco hice una colección de diecisiete retratos a carboncillo de toda mi familia. Me gusta el retrato, pero con el paisaje disfruto al máximo del proceso de creación. Me gusta caminar por el campo, buscar rincones, fotografiarlos y revisitarlos. El paisaje ocupa el grueso de mi obra en la actualidad, pero no descarto que en un futuro la evolución me lleve a otras cosas.

En tu obra predomina el paisaje castellano, ¿cuáles son las virtudes que ves en sus estampas?

Castilla la siento propia, la siento mía. El paisaje castellano, que aparentemente puede parecer como un secarral en el que no hay nada, es un gran atractivo para mí. Los colores azules, ocres y los tonos rojizos son la contraposición al verde, ese color que puede ocupar todo y que siempre hay que tratar con cuidado para que se mantenga la realidad. La inmensidad de sus extensiones te ofrece vistas lejanas, que me permiten construir atmósferas mucho más ricas. El campo castellano es un paisaje austero de gran singularidad. Los amaneceres y atardeceres gozan de una profundidad y color impresionantes.

¿Cuál es el mejor momento para pintar?

Me gusta pintar en las primeras horas de la mañana y en las últimas de la tarde porque principalmente trabajo con la luz oblicua del sol. En las horas centrales del día, sobre todo en primavera y verano, el sol está muy perpendicular, retratando los objetos con apenas volumen y una marcada opacidad. El sol bajo modela los objetos, creando el volumen, la perspectiva y la atmósfera que me gusta. También prefiero trabajar más con el sol en medio contraluz, que a favor de los objetos porque genera esa envoltura en los objetos. Por contra, la luz frontal reduce el contraste, produce objetos planos. Aunque en mis cuadros normalmente ocupe una quinta parte de la obra, el cielo es muy importante porque establece la fuente y la dirección de la luz, es una bóveda perfecta que refleja la curvatura terrestre. Cuando tienes la luz detrás de ti, la bóveda del cielo se hace más plana.

La luz es un elemento muy importante en tu obra. ¿Cómo es tu proceso de trabajo para captar en una pintura un momento del día tan efímero como es un atardecer?

Cuando llego al sitio y me instalo hago un fotografía en el momento exacto en el que quiero plasmar mi cuadro. Pinto las primeras manchas en el lienzo captando las luces y sombras, que son los elementos que primero cambian. Suelo pintar en sesiones de dos horas, a partir de ahí la luz cambia demasiado si quiero plasmar un amanecer o un atardecer. Suelo visitar el lugar varias veces a la misma hora para terminar de captar las luces. En el caso de que ya no pueda ir más veces utilizo la foto para afinar las proyecciones de las sombras y la proporción de los elementos. Para mí es muy importante pintar observando la realidad, es ahí donde capto los elementos que me ayudan a construir la atmósfera del cuadro. No trabajo en más de cuatro o cinco sesiones porque no me gusta excederme en el detalle. En mis cuadros hay una característica muy importante: aparentemente, ninguno está terminado por completo. Me gusta dotar a la obra de detalles hasta que es comprensible, a partir de ahí el espectador es el que completa el cuadro. En la panorámica de Valdemoro se observan muchas casas, pero casi ninguna tiene ventanas. El espectador es el que completa esas ventanas en su cabeza; porque si las pintara, con mucha probabilidad se verían irreales.

¿Qué elemento de un cuadro es el más importante para ti?

La credibilidad. Conseguir que el espectador que observa uno de mis paisajes crea que podría estar ahí es mi objetivo. Esto no quiere decir que la obra tenga que ser hiperrealista, sino que los elementos que componen el cuadro sean coherentes entre sí y en su conjunto creen una sensación de realidad. Si observas la parte inferior de algunos de mis cuadros puedes estar observando un cuadro abstracto. Trabajo estas zonas con espátula y usando papel para buscar los juegos de luces y sombras sin un detalle claro más allá de alguna flor o rama.

¿Sobre qué elementos te apoyas para generar esa credibilidad sin caer en el hiperrealismo?

El elemento es la atmósfera, que se construye a partir de dos premisas: la luz y el aire. El aire ocupa el espacio que hay entre el objeto que pintas y tú mismo. En ese espacio, el aire condiciona la manera en la que vemos los elementos. Un árbol que está a cinco metros puede parecer verde, si está a dos kilómetros ya se ve azulado y si está a veinte kilómetros seguramente será violeta. La clave para construir una atmósfera creíble es una observación muy profunda de lo que estás pintando. A través de esa observación detallada consigues descifrar los elementos que afectan al objeto que estás retratando y que hacen que se integre en un conjunto.

Otro de los objetos principales de retrato en tu obra es Valdemoro. ¿Dónde encuentras la belleza de nuestro municipio?

Tengo que confesarte que atravieso una sensación de contrasentido con Valdemoro. Tengo muchas ganas de pintar rincones del pueblo porque me siento de aquí, pero lo cierto es que me cuesta mucho encontrar esas estampas que me hagan sentir a gusto con lo que estoy pintando. Valdemoro ya es una ciudad y encontrar construcciones de mediados del siglo pasado en la parte antigua, o parajes campestres, cada vez resulta más complicado. El gran potencial que tiene Valdemoro para mí está en su exterior. Quiero pintar una miniserie de cuadros del parque Bolitas del Airón, el Espartal, y los cerros de nuestro pueblo.

¿Sueles ser estrictamente fiel con los paisajes que retratas?

Cuando pinto cualquier objeto o paisaje pinto su esencia, el motivo por el que lo he elegido. Dicho esto, creo que siempre hay que pintar a favor de la obra. Cuando hay algún elemento que perturba los aspectos importantes como la composición, el encuadre o la luz, los suprimo o altero para que el cuadro sea una unidad coherente y armoniosa. No busco la fidelidad de aquello que retrato, sino la construcción de una imagen o concepto sobre lo que pinto. Los cuadros sirven para generar sensaciones en la persona que los mira.

Del año 2003 hasta el 2017 se produce un parón en tu actividad de muestras colectivas e individuales.

Ese periodo de inactividad artística corresponde a varios cambios que hicieron que mi vida me alejara de la pintura. En el ámbito laboral, después de la preparación de unas oposiciones, tuve que trabajar en diferentes puntos de la Comunidad de Madrid. En lo personal, con los niños pequeños dediqué mi tiempo a estar con mis dos hijos. Fue a comienzos del 2017 cuando retomé la pintura. Volví de una manera diferente: pintando en casa, bebiendo de influencias de muchos pintores del siglo XIX y acudiendo a concursos como el de pintura rápida, donde hay personas que en cuatro o cinco horas pintan cuadros completos. En esta época descubrí la figura de Fermín García Sevilla, el mejor paisajista de la actualidad. Conseguí acudir a varios cursos y talleres suyos en el años 2019, 20 y 21 y eso hizo que entrara en una nueva etapa en la que tenía mucho más claro cuál era mi estilo.

¿Qué cosas cambian de esa primera época de escuela a esta etapa autodidacta?

Una de las primeras cosas que cambié fue pintar del natural. Antes pintaba de fotografía, una herramienta muy útil para aprender a pintar, pero si eres paisajista y quieres ser fiel a la naturaleza tienes que salir al campo. Pintar observando la realidad te permite reflexionar más profundamente sobre aquello que estás viendo. Cuando me enfrentaba a una fotografía solo pretendía conseguir que mi pintura se asemejara a la fotografía, que aquello que hiciera quedara bonito. Ahora estoy en una época en la que busco esos elementos que están inacabados premeditadamente y que transmiten sensaciones.

Has presentado ocho exposiciones individuales a lo largo de tu carrera. Sin embargo, han pasado treinta y dos años desde la exposición de 1990 hasta la que pudimos disfrutar el pasado mes de mayo, La atmósfera del paisaje».

En el año 1989 se convocó un premio de pintura en Valdemoro en el que conseguí el segundo puesto. Eso hizo que me animara a crear una obra más extensa y que en el año 1990 expusiera en el primer piso del Juan Prado. Seguí exponiendo en Valdemoro de manera colectiva con Valdearte. Individualmente, en esa época expuse en los espacios de Caja de Ahorros de pueblos cercanos como Morata de Tajuña y Alcalá de Henares. Hace un par de años volví a hablar con Mercedes Prado para poder exponer en Valdemoro y tras la aprobación de la mesa de cultura pude presentar la exposición en la sala principal del Juan Prado. Cuando me confirmaron la muestra no tenía ningún cuadro actual de Valdemoro, fue entonces cuando pinté la vista nocturna de la Iglesia Parroquial Nuestra Señora de la Asunción y la vista panorámica del pueblo desde el alto del parque Tierno Galván. A ellos sumé un cuadro del convento de Las Clarisas, que aunque era de mi primera etapa, hablaba del Valdemoro de los años noventa.

¿Cómo definirías la exposición «La atmósfera del paisaje»?

El propósito de la exposición era invitar al espectador a sumergirse en diferentes atmósferas al contemplar un paisaje. Los cuadros mostraban paisajes limpios pero también donde entraban elementos interesantes de tratar desde el punto de vista pictórico, como son el agua o las edificaciones. Uno de los elementos principales era el cielo: podían observarse cielos despejados, amaneceres, atardeceres o incluso tormentas. Cada uno de los cuadros es un ejercicio de cómo influyen unos elementos en los otros.

¿Qué ha supuesto para ti volver a exponer en solitario en Valdemoro?

El pasado mes de agosto expuse de nuevo en mi pueblo materno, La Adrada. Allí suelen tener buena acogida mis cuadros porque muchos de ellos retratan el entorno que rodea al pueblo, lo que los hacer muy familiares para el espectador. Tenía muchas ganas de exponer mi obra en Valdemoro porque quería saber qué acogida iban a tener esos paisajes, ajenos a los vecinos de aquí, en el visitante. Me ha sorprendido gratamente la afluencia de personas, casi mil visitantes en total, y los comentarios tan positivos. En lo personal ha sido un éxito rotundo, y un sueño hecho realidad.

¿En qué proyectos estás inmerso en la actualidad?

Quiero centrarme en pintar más paisaje de Valdemoro. Es un reto buscar esos rincones que me llamen la atención dentro del pueblo y muy probablemente comience por la serie del parque Bolitas del Airón. Es un parque natural que me gustaría que quedara representado en mis cuadros. Más a largo plazo me gustaría ponerme el reto de poder exponer cada dos o tres años aquí. Puede ser un aliciente muy interesante para encontrar nuevas motivaciones y seguir pintando.

 

Como fotógrafo, siempre resulta muy gratificante charlar con personas que reflexionan de manera pictórica sobre el entorno que les rodea. Rafael muestra en su discurso un ejercicio muy maduro del trabajo de elementos tan complejos como la luz, la sombras, la perspectiva o el color. Gracias a su análisis construye una mirada diferente con la que enfrentarse a la realidad, plasmándola de manera sensorial en un lienzo para conmover al espectador. Y es que por impulsivo que parezca, aquello que conmueve siempre está acompañado de un ejercicio de consideración.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres

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