Inicio Reportajes Valdemoro en el cine. Adaptaciones literarias

Valdemoro en el cine. Adaptaciones literarias

1920
0
Antonio Castillo
patrocinado

Hasta donde llega nuestro conocimiento, Antonio Castillo es el único galardonado con una estatuilla de los Oscar que ha tenido una vivienda en Valdemoro. Su nombre completo fue Antonio Cánovas del Castillo de Rey. Antonio Castillo nació en Madrid en 1908. Pocos años antes, en 1893, su abuelo, Emilio Cánovas del Castillo, hermano del famoso político y escritor Antonio Cánovas del Castillo, había comprado una casa palacete, construida en el siglo xvi y ubicada en la calle Cristo de la Salud, número 11, de Valdemoro. Tenía una portada del Renacimiento purista, coronada toda por el escudo de Castilla.

Antonio Castillo pronto mostró una gran pasión por el mundo de la moda. En 1936 se estableció definitivamente en París para hacerse cargo de la Maison de couture rue de la Paix. En esos momentos, la Maison de couture rue de la Paix era una de las más prestigiosas casas de moda del mundo. Había sido fundada por Jeanne Paquin y su marido Isidore Paquin en 1890 y, en sus mejores momentos, habría tenido más de dos mil empleados. Isidore murió en 1907 y Jeanne Paquin tuvo que hacer frente sola a todos los retos del negocio. Pronto entendió que la mejor forma de promocionar su negocio era a través del mundo del espectáculo, con lo que la señora Paquin proporcionaba sus últimos modelos a las actrices de teatro y de cine más importantes del momento para que estas lucieran sus creaciones por todo el mundo.

Antonio Castillo tomó las riendas de la firma en 1936, tras la muerte de Jeanne Paquin. Eso le permitió establecer amistades y conexiones dentro del mundo del espectáculo. Colaboró, por ejemplo, con Jean Cocteau, en el diseño del vestuario de su largometraje La bella y la bestia (1946) y, unos años más tarde, en 1964, diseñó el vestuario de Ingrid Bergman para la película El Rolls-Royce amarillo. En 1959 fue nominado para un premio Tony en Broadway por su diseño de vestuario para el musical Ricitos de oro. Fue en 1972 cuando obtuvo un Premio Oscar en la categoría de mejor diseño de vestuario por la película Nicolás y Alejandra, dirigida por Franklin J. Schaffner en 1971. Ganó el Oscar conjuntamente con la diseñadora recién fallecida  Yvonne Blake (1940- 2018).

Antonio Castillo residió gran parte de su vida en París. Sin embargo, no olvidó Valdemoro, la población que habría visitado desde que era un niño. Cuando venía a España, pasaba algunas temporadas en la vivienda señorial de Valdemoro que había heredado de su abuelo. En 1972, Antonio Castillo ganó su estatuilla de los Oscar y decidió dar más uso a su casa de Valdemoro. Ese mismo año, los señoriales interiores de «la casa de Cánovas» fueron utilizados como el escenario de tres películas estrenadas esa temporada: Marianela, La duda y La cera virgen. Ya en 1963, la casa había servido para las escenas de interior de la película El escándalo. Sin embargo, es en 1972 cuando el uso de la casa para el cine adquirió mayores dimensiones. Tal vez, era un último esfuerzo de Antonio Castillo por conservar el edificio a la vez que le encontraba cierta rentabilidad. Tal vez, Antonio Castillo quería asegurarse de que el palacete conseguía su inmortalidad a través del cine. El caso es que, un año más tarde, en 1973, Antonio Castillo vendió la propiedad familiar de los Cánovas en Valdemoro. Ocho años más tarde, poco antes del 10 de febrero de 1981, a pesar de estar incluida en el Inventario artístico de la provincia de Madrid, la casa palacete del siglo xvi fue derribada para dar paso a un bloque de pisos más moderno.

Contenido Patrocinado
Publicidad LRDV

Marianela

Si alguien se siente tentado de visionar las películas producidas en 1972, les recomiendo que dejen Marianela (dirigida por Angelino Fons) para el final. En el escenario internacional, 1972 fue el año en el que se filmaron películas como El padrino (dirigida por Francis Ford Coppola), Cabaret (Bob Fosse), El discreto encanto de la burguesía (Luis Buñuel), Frenesí (Alfred Hitchcock), Garganta profunda (Gerard Damiano), La aventura del Poseidón (Ronald Neame), La Huella (Joseph L. Mankiewicz), Los cuentos de Canterbury (Pier Paolo Pasolini), Todo lo que quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar (Woody Allen), ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (Billy Wilder) o, una de mis favoritas, la magnífica Defensa (John Boorman). Si lo que queremos es ver una película filmada en España en 1972, que me perdonen todos aquellos que tuvieron que ver con la producción de Marianela, recomendaré otra de mis favoritas, La cabina, dirigida por Antonio Mercero.

Marianela está basada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Los exteriores fueron filmados en Covadonga y en Potes; la mayoría de los interiores, en «la casa de Cánovas» en Valdemoro. El director, Angelino Fons, ya había adaptado al cine otra novela del escritor canario, Fortunata y Jacinta, dos años antes. El hecho es que Marianela ya había llamado la atención de otros artistas: en 1916, fue adaptada al teatro por los hermanos Álvarez Quintero y en 1940 y en 1955 había sido convertida en película antes de que Rocío Dúrcal decidiera interpretar a Marianela en 1972, bajo la dirección de Fons. En México, ha sido adaptada para la pequeña pantalla, en forma de telenovela, en tres ocasiones. Y, para aquellos que pudieran pensar que es una historia con pocos atractivos para los habitantes del siglo xxi, en 2013, Rayco Pulido la adaptó al cómic bajo el título de Nela.

La duda

No es tan fácil definir, como podría parecer a primera vista, la relación que mantienen la literatura y el cine. Más allá del tópico «el libro es mejor que la película», son muchos los que piensan que lo del cine y la literatura fue amor a primera vista; hay quienes van más lejos y hablan de un amor pasional, ardiente, entre ambos; algunos mantienen que, tristemente, la literatura se prostituye en el cine. Lo cierto es que un guion cinematográfico no deja de ser un género literario como lo es una pieza teatral, con sus características propias, pero nada alejado de las convenciones aristotélicas de la narración. La puesta en escena, las cámaras, las luces, todo eso ya es otra historia. Hay veintiséis películas documentadas que eligieron los paisajes urbanos y naturales de Valdemoro como lugar de rodaje. Algunas fueron grandes producciones internacionales. Otras, pequeños proyectos independientes. Muchas, hasta diez producciones cinematográficas filmadas en Valdemoro, estaban basadas en obras literarias.

La primera película filmada en Valdemoro de la que tenemos constancia fue nada menos que una adaptación de la obra de Manuel de Falla El amor brujo (1949); en 1957, Stanley Kramer rodó Orgullo y pasión, basada en la novela The Gun, del escritor británico Cecil Scott Forester; en 1958, Manuel Mur Oti dirigió una comedia hispano-cubana titulada Una chica de Chicago, basada en un cuento de Noel Clarasó; en 1959, Ignacio F. Iquino filmó escenas de una coproducción hispano-mexicana titulada El niño de las monjas, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Juan López Núñez; en 1963, Javier Setó adaptó al cine El escándalo. Valdemoro parecía el lugar propicio, pues la historia estaba basada en el libro homónimo de Pedro Antonio de Alarcón, autor que había vivido en la localidad a finales del siglo xix; en 1967, el polaco Alexander Ramati dirigió Más allá de las montañas, adaptación cinematográfica de una de sus novelas; y en 1968, Orson Welles filmó partes de Una historia inmortal, basada en la novela de la escritora danesa Karen Blixen.

En 1998, José Luis Garci dirigió El abuelo, una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Acumuló trece candidaturas a los premios Goya y fue nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Aunque, al final, solo ganó un Goya su protagonista, Fernando Fernán Gómez, no cabe duda de que la película tuvo un gran éxito. Esta era la cuarta adaptación al cine de la misma novela de Galdós. La anterior, de 1972, fue dirigida por Rafael Gil y protagonizada por otro Fernando, el gran Fernando Rey, y fue estrenada con el título de La duda. La versión de Garci era muy poderosa, pero la de Rafael Gil poco le tenía que envidiar. Y fue filmada, en gran parte, casi todos sus interiores, en la misma casa palacete de Valdemoro que en 1972 todavía pertenecía a Antonio Castillo.

La cera virgen

El 24 de abril de 1972 se emitió el primer programa del concurso televisivo Un, dos, tres… responda otra vez, la creación artística con más éxito de Chicho Ibáñez Serrador. El programa aglutinaba diversos ingredientes que intentaban agradar a todos, combinando cierta modernidad con los elementos más rancios de la tradición española. Aunque estaba orientado a toda la familia, Un, dos, tres… responda otra vez tenía grandes influencias de la revista española, que vivía entonces uno de sus mejores momentos: durante todo el programa, los espectadores se hinchaban de ver muslos y escotes femeninos y escuchaban chistes picantes que pasaban inadvertidos para muchos de los niños, pero que levantaban la sonrisa pícara de la mayoría de los adultos. Comenzaba la Transición española.

La tercera película que se filmó en Valdemoro en 1972, usando los interiores de la casa de Antonio Castillo, no era una adaptación literaria. La cera virgen, dirigida por José María Forqué, es una comedia musical protagonizada por un maravilloso José Luis López Vázquez que representa la hipocresía mojigata de una sociedad española en busca de la modernidad. El sexo es el indiscutible protagonista de la película. La película hace acopio de todos los fetichismos sexuales que pueden encontrarse catalogados hoy en las páginas web que muchos intentan borrar de su historial de visitas.

Curiosamente, los números musicales que aparecen en La cera virgen podrían haber aparecido en alguno de los programas de Un, dos, tres… responda otra vez. No en vano, el compositor musical de las canciones de La cera virgen fue el argentino Adolfo Waitzman, que compuso la famosa sintonía del concurso Un, dos, tres… responda otra vez. Como hemos dicho, la película no es una adaptación literaria, pero las letras de las canciones fueron escritas por Antonio Gala y el guion por, nada más y nada menos, Rafael Azcona, en compañía del mismo Forqué y de Florentino Soria.

Tras el visionado de la película, hay dos escenas que tardan en desaparecer de la cabeza. La primera es el número musical con el que comienza el largometraje. Todos los bailarines masculinos van vestidos como los protagonistas de La naranja mecánica, la película que impactó al mundo el año anterior, en 1971. La otra escena que perdura en la mente del espectador es nocturna. José Luis López Vázquez, un voyeur sin solución, observa con sus pequeños prismáticos cómo la protagonista se descalza en su habitación mientras se come una raja de melón. Tras comérsela a mordiscos, la protagonista la lanza al corral y José Luis López Vázquez entra furtivamente para llevársela consigo. Supongo que esta imagen mejora cuando sabemos que la protagonista es una excelente Carmen Sevilla.

La película, prescindible, está repleta de grandes actores secundarios de la época. Debemos mencionar dos participaciones, tal vez anecdóticas, más. El estupendo cartel de la película corrió a cargo de Mingote y el ayudante de cámara fue el actual presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo.

La Lola se va a los puertos

Veinte años después, en 1993, Josefina Molina vino a Valdemoro para rodar La Lola se va a los puertos, una adaptación cinematográfica de una obra de teatro de 1929 escrita por Antonio y Manuel Machado. Rocío Jurado, Francisco Rabal y José Sancho protagonizaban la cinta, que está repleta de tonadillas intercaladas con buenos diálogos sacados del texto original. La mayor parte de los exteriores se filmaron en Andalucía, especialmente en Jerez de la Frontera.

Sin embargo, la directora eligió otra vivienda valdemoreña para algunos de los interiores del largometraje. En este caso, se trata de la vivienda de la marquesa de Villa Antonia, en la avenida de Andalucía, que goza de un patio hermosísimo con referencias a la arquitectura nazarí. Sería una pena que este edificio, como el de los Cánovas, fuera también derruido.

Vivienda de la marquesa de Villa Antonia

Texto_Fernando Martín Pescador