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Entrevista con Miguel de los Santos

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Parte 1. Cinema Paradiso

En 1988, el director de cine italiano Giuseppe Tornatore nos regaló la película Cinema Paradiso. El largometraje contaba la historia de Salvatore, un prestigioso director de cine que se había criado en un pueblecito de Sicilia. Allí, había desarrollado su amor por el cine gracias a Alfredo, el proyeccionista de películas del pueblo. Al inicio de la película, el protagonista recibe la noticia de que Alfredo ha muerto y, después de muchos años, decide volver a su pueblo para el funeral. Desde ese momento, toda la vida de Salvatore aparece ante nuestros ojos como en una serie de flashbacks.

En 1987, el mismo año en el que comienza la acción de Cinema Paradiso tras la muerte de Alfredo, el alcalde de Valdemoro José Huete invitó a Miguel de los Santos a leer el pregón de las fiestas patronales. En ese momento, Salvatore y Miguel tendrían más o menos la misma edad y habrían tenido una infancia muy similar: un pueblo pequeño de posguerra con niños llevando los mismos pantalones cortos y persiguiendo un balón de fútbol por las calles. Me pregunto si, al volver a pisar las calles de Valdemoro, Miguel de los Santos vio pasar su infancia ante sus ojos como lo hizo Salvatore al retornar a su pueblo en Sicilia.

Han pasado otras tres décadas. Miguel de los Santos tiene hoy ochenta años. Nació en Valdemoro en 1936. Me recibe en su amplio despacho de Gran Vía, en Madrid. No cabe duda de que es un hombre ocupado, pero me dedica su tiempo con generosidad. Viste y habla con una elegancia natural hipnótica. Afable. Sus gestos faciales reflejan una expresividad que me transportan a tiempos que, subconscientemente, asocio con tiempos mejores. A tiempos en los que Victor Mature o el mismísimo Robert Mitchum lo decían todo con tan solo levantar ligeramente una ceja.

Hasta que inauguraron el hospital Infanta Elena en el año 2008, había muy pocos valdemoreños que pudieran decir que habían nacido en Valdemoro.

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Nací en plena Guerra Civil. Valdemoro era entonces un pueblecito muy acogedor. Muy íntimo. Tendría alrededor de tres mil habitantes. Era como una gran familia donde nos conocíamos todos y guardo recuerdos muy agradables de mi infancia. Mi padre era de Valdemoro. El padre de mi padre era canario, pero mi abuela paterna, que se quedó viuda muy joven, era también de Valdemoro.

Tengo entendido que a tu padre le gustaba mucho el cine.

A mi padre siempre le gustó mucho el tema del cine. Fue un pionero. Él empezó a organizar proyecciones cuando el cine era todavía mudo. Se asoció con Julián Humanes y pusieron en Valdemoro el primer cine, digamos, sonoro, con dos sesiones los fines de semana, sábado y domingo. Venían a las distribuidoras de Madrid y alquilaban películas en paquetes, en lotes, que decían ellos. Para conseguir una película que acababa de estrenarse, tenías que llevarte otras cinco de dos o tres años de antigüedad. Luego mi padre se independizó y montó por su cuenta el cine Alarcón. Se hizo con un local donde está ahora el centro cultural Juan Prado y montó el primer cine. Al mismo tiempo, mi padre se hizo con algunos cines más por la comarca. Tenía el cine en Dosbarrios, en La Guardia, en Parla, me parece… en tres o cuatro pueblos. Creo que incluso el cine de Ciempozuelos. Pero, con la Guerra Civil, todo se complicó y se quedó solo con el de Valdemoro.

Al mismo tiempo, mi padre, antes de terminar la guerra, había ganado las oposiciones como secretario de administración local en un ayuntamiento de segunda. Los ayuntamientos, entonces, me explicaba mi padre, estaban clasificados en primera, segunda y tercera. Los de primera, eran las capitales de provincia. Los de segunda eran pueblos importantes y los de tercera, pueblos como Valdemoro. Mi padre ganó las oposiciones a un ayuntamiento de segunda y le dieron como destino Pozuelo de Alarcón. Pero, como mi abuela paterna estaba tan arraigada a su madre, se había quedado viuda y tenía dos niños mucho más jóvenes que mi padre, convenció a mi padre, que ya estaba casado y con tres hijos —mi hermana pequeña aún no había nacido—, a solicitar un ayuntamiento de tercera categoría para quedarse en Valdemoro y ayudarle, así, con sus hermanos pequeños.

Eso cambió mucho la vida de mi padre. Por aquel entonces, la familia de los Reyzábal, que tenían el cine de la Prensa, el Windsor, el Roxy A y el Roxy B, le ofreció a mi padre asociarse con ellos para ampliar esa cadena de espectáculos. Desde Pozuelo, esa asociación habría sido posible pero, en esos años, Valdemoro estaba lejísimos de Madrid. Recuerdo que mi tío Pepe tenía un coche particular y, en Valdemoro, posiblemente, entonces habría tres o cuatro coches particulares. La gente iba en bicicleta o, si venía a Madrid, venía en coche de línea.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos de tu infancia en Valdemoro?

Me acuerdo de que vivíamos en la casa de mis abuelos, una casa de campo, de pueblo, con mulas y caballos. Tenía una bodega que no se utilizaba para nada, con unas tinajas gigantescas. Había un patio de piedra con una fuente y con salida a dos calles. A la calle Luis Miralles, y la puerta principal daba a donde estaba el convento de las Clarisas. Creo que esa casa facilitó que yo tuviera más amigos. Porque era un buen punto de encuentro para que los críos jugáramos. Recuerdo a algunos de mis amigos: Alfredo Humanes, Juan Rey, Pedro del Olmo, Juan Prado y Quique Macías, que era el hijo del practicante de Valdemoro. Todos venían a mi casa a jugar con frecuencia porque tenía patios, tenía cuadras, un corral gigantesco, una cueva donde se criaban champiñones y había mucho espacio para jugar.

También fuiste al colegio en Valdemoro.

La mayor parte de mi generación aprendimos a leer en el convento de las hermanas de la Caridad. Era una especie de parvulario donde comenzaban sus estudios los críos que nacían en el pueblo. De ahí, los que íbamos a estudiar bachillerato nos poníamos en manos de don Primitivo Moreno para estudiar, normalmente, hasta quinto curso. Comencé el bachillerato a los diez años aproximadamente y estuve allí hasta los catorce o quince. A partir de sexto, era más complicado porque a don Primitivo ya se le iban de las manos determinadas materias y yo me vine a Madrid, a casa de mi abuela Carmen, y allí completé mi bachillerato. Vivía por la calle Sainz de Baranda, al lado del cine Sainz de Baranda. Muy cerquita, en la calle Ibiza, vivía Plácido Domingo y en la calle Narváez, muy cerquita de nosotros, en lo que se llamaba la casa grande, donde estuvo situado muchos años el diario Pueblo, que era el diario de la tarde, vivía José Luis Garci. Había también una academia muy cerca, donde estudiaba mi hermana Conchita, la mayor. Tuvo de compañera a Blanca Álvarez, una pionera de los medios, la primera locutora que tuvo Televisión Española.

En Madrid, empezaste una nueva vida. ¿Mantuviste tus contactos en Valdemoro?

A partir de los quince años me desvinculé parcialmente de Valdemoro. Durante la semana, vivía en Madrid pero todavía bajaba a pasar los fines de semana en Valdemoro con mis padres. Pero, de mi primera etapa, siempre he mantenido algunos vínculos. El último que se nos ha ido es Juan Torrejón, que fue el aparejador oficial del Ayuntamiento de Valdemoro durante muchos años. Juan Torrejón hacía la línea media del equipo de fútbol conmigo. En aquella época, los equipos de fútbol eran tres defensas, dos medios, uno de ataque y uno defensivo, y cinco delanteros. Yo era el medio de ataque. Juan el defensivo. Los números marcaban específicamente la posición en la que jugabas. Yo era el número 4 y él el número 6. Teníamos dos porteros, Quique Macías y Paco Granados.  Paco Granados, el padre de Francisco Granados, era muy sobrio y sabía colocarse muy bien bajo los palos. Quique Macías era más informal, menos convencional, pero, en mi opinión, mejor portero.

También conocía bien a la madre de Francisco Granados, Maisi, que todavía vive, y que, en las obras de teatro de aficionados que representábamos, era normalmente mi pareja. Hacía de pareja con ella o con Encarnita Alguacil. Nos dirigía Encarnación Pimentel, una señora mayor que había sido actriz y que, cada equis tiempo, nos enseñaba obras de teatro, generalmente de los hermanos Quintero, de Manuel Paso y de autores de aquella época.

Cuando me eché novia, la mujer con la que sigo casado, fui con ella algún año a las fiestas patronales de mayo y a las de septiembre. Mi mujer era muy de Madrid, muy de ciudad, no conocía las fiestas de los pueblos y le encantaba ir a ver aquello. Antes de conocerla, íbamos a las fiestas de Valdemoro en pandilla con algunos amigos de Madrid, como José Luis Uribarri, Mariano de la Banda…

Poco después de llegar a Madrid, tuviste un accidente un tanto aparatoso, que te tuvo mucho tiempo en reposo.

Recuerdo que, en aquellos años, creó cierta conmoción entre la gente del pueblo. Los chicos hacíamos mucho deporte. Jugábamos al fútbol. Hacíamos carreras. Mucha bicicleta. Yo recuerdo hacer hasta salto de pértiga. A mí todo eso se me cortó porque estuve nueve meses escayolado en cama. Como digo, causó conmoción en el pueblo, pues yo era un chico joven muy deportista.

Estando en Madrid, como a mí me gustaba mucho jugar al fútbol, hice las pruebas para un equipo que había en el barrio de Salamanca. Jugamos una especie de liguilla que había entonces por barrios. Jugamos la final contra el equipo de los muchachos del Calasancio, que tenían fama de ser los mejores. Ganamos la final. La ganamos milagrosamente 3-2. Yo apenas marcaba goles porque jugaba de medio centro pero, aquel día, marqué el gol de la victoria. Salimos eufóricos y nos fuimos a ver un programa doble al cine Alcalá. Ponían Pandora y el holandés errante y, después, Mujercitas. A la salida, tenía que coger un tranvía que bajaba por las calles Torrijos (creo que ahora es Príncipe de Vergara) y Narváez hasta Sainz de Baranda. Eran aquellos tranvías de jardinera que no llevaban puertas. Yo tenía fama de ser muy veloz corriendo. Los tranvías bajaban esa calle a toda velocidad y yo era el único esperando en la parada. Dos amigos, que habían ido hasta allí tan solo para acompañarme, me dijeron: «Espera, no cojas el tranvía». Dejé que arrancara el tranvía y me retaron a que corriera hasta alcanzarlo y me subiera en marcha. «Dos pesetas, si lo pillas», me dijeron. Salí corriendo a toda velocidad, me enganché a las barras, resbalé, me quedé colgando con una mano y el tranvía me llevó arrastrando durante unos cien metros. Según parece, la culpa la tuvieron unas herraduritas metálicas pequeñas que nuestros padres nos ponían por entonces en los zapatos, tanto en la puntera como en el tacón, para que nos duraran más. La gente gritó. Paró el tranvía. Me querían llevar a un hospital porque el accidente había sido, efectivamente, bastante aparatoso. Les dije que estaba bien. Conforme me fui enfriando, aquello empezó a doler y acabó siendo una fractura múltiple del fémur de la pierna derecha. Me escayolaron, me estuvieron poniendo penicilina y nueve meses en cama.

Ese accidente cambió, de alguna forma, tu vida.

Aquello me llevó a pensar en mi futuro. En mi casa, tenían el empeño de que hiciera Arquitectura porque un tío mío, Miguel —me llamo como él porque era mi padrino—, insistía en que yo debía ser arquitecto. Como curiosidad, te diré que mi tío estuvo involucrado en el proyecto del edificio de Telefónica, aquí en Gran Vía. También fue el arquitecto de algunos de los edificios de las facultades del Paraninfo. Sin embargo, yo llegué a la conclusión de que quería ser periodista. Cuando lo comenté en casa, la reacción fue: «¿Y de qué vas a vivir?». En aquellos años, los estudios de Periodismo eran una carrera secundaria de cuatro años. Se estudiaba en la Escuela Oficial de Periodismo. Me empeñé, me presenté a ingreso y lo aprobé.

Precisamente, el día del examen de ingreso, a la salida, coincidí en el metro con un amigo de Valdemoro, hijo de un teniente de la Guardia Civil. Eduardo Jiménez, se llamaba. Eran dos hermanos, Eduardo y Manolo Jiménez. Era gente muy querida en Valdemoro. Coincidí en el metro con el mayor, que había estudiado conmigo bachillerato. Cuando nos encontramos allí en el metro, me dijo que estaba estudiando Telecomunicaciones. Y yo le conté que acababa de hacer el examen para estudiar periodismo y que ahora me tocaba esperar los resultados. «Hay ahora algo muy interesante», me dijo. Me contó que había unas estaciones-escuela de radio donde uno podía aprender y especializarse en radio, que era el medio que estaba pujando con más fuerza. Yo no sabía nada del tema pero él me mandó la convocatoria que había salido de estas escuelas y me presenté a esas oposiciones para hacer los cursos de radio. Sin comerlo ni beberlo, conseguí pasar y realizar los cursos a la vez que estudiaba Periodismo.

Parte 2. Días de Radio

Volvemos a 1987. También en ese año, el director de cine Woody Allen estrenaba la película Días de radio. La película estaba ambientada en los tiempos de los pioneros de la radio y reflejaba la fama e influencia que estos tenían socialmente. Siempre me gusta recordar la anécdota de Hot Springs, un pueblecito al sur de Nuevo México. Después de la Segunda Guerra Mundial, había un programa radiofónico de entretenimiento muy popular que se llamaba Truth or Consequences (la verdad o las consecuencias). En un momento dado, el programa lanzó una propuesta a las ondas de todo Estados Unidos. Aquella localidad que cambiara su nombre por el del programa sería el lugar de emisión del mismo durante unas temporadas. Lo crean o no, hubo un buen número de aspirantes. Hot Springs, Nuevo México, se llevó el gato al agua y, desde entonces, la población neomexicana se llama Truth or Consequences. Salvando las distancias, Miguel de los Santos vivió esos años dorados de la radio en España.

Háblanos de tus años en la radio.

Como te decía, ingresé en las emisoras del SEU (Sindicato Español Universitario). El SEU tenía una red de emisoras por toda España. Eran estaciones-escuela. Se accedía a ellas, como hice yo, pasando un examen de oposiciones. Una vez pasabas, estabas allí tres años. El primer año era pura teoría. Estudiabas la terminología de la radio, historia de la humanidad, historia de las comunicaciones… El segundo año, un setenta por ciento seguía siendo teoría: lectura, declamación, redacción, confección de guiones… y ya hacías prácticas, al micrófono, con alumnos del tercer año. Eran emisoras como cualquier otra y tenían mucha audiencia entre la gente joven. Como todos los que trabajaban allí eran jóvenes, había una complicidad generacional entre los profesionales de la radio y su audiencia.

Cada año, a final de curso, hacían exámenes y eran eliminatorios. De manera, que cada año desaparecían de allí compañeros que no pasaban esos exámenes. Creo recordar que, en mi promoción, hubo unos trescientos sesenta candidatos de los que pasamos el examen de ingreso unos sesenta. Y cuando terminé el tercer curso, quedábamos seis. El tercer curso, ya eran todo prácticas. Era como una emisora profesional. Presentabas concursos, entonces había muchos concursos radiofónicos porque la tele no existía, hacías entrevistas, reportajes, magazines, programas de entretenimiento…

Las emisoras profesionales estaban muy pendientes de nuestra emisora, porque, cuando necesitaban a alguien, tiraban de allí. Y estando en ese tercer curso, con apenas veinte años, yo recibí una llamada de Radio Intercontinental. Jesús Álvarez, el padre del Jesús Álvarez que sigue hoy en activo, se iba de allí para trabajar en Televisión Española, que comenzaba a hacer emisiones en pruebas. A mí no me llamaban para cubrir su vacante, claro está. Se corría un puesto en todo el escalafón y a mí me llamaban para cubrir la última plaza que se quedaba vacía. La de correturnos. Era un puesto bastante interesante. Me ocuparía de sustituir a cada locutor en su día libre. Así que, a lo largo de la semana, hacía todos los programas. Y, de esta forma, estuve todo un año. Enseguida me ofrecieron mi propio programa. Mi primera compañera —entonces los programas tenían una voz masculina y una femenina— fue Mari Carmen Goñi, la que luego fuera la Valentina de Los chiripitifláuticos. Allí estuve siete años. En esa época, entrevisté a Alain Delon, entrevisté a Sofía Loren en el aeropuerto cuando vino a presentar La caída del Imperio romano

En 1963 me casé, el uno de abril del año siguiente nació mi primera hija y, a finales de julio de ese año, recibí una llamada de la Cadena Ser. Tuve que pensarme mucho este paso. Nos fuimos de vacaciones en agosto y estuve dándole vueltas todo el verano. Tuve que negociar las condiciones del contrato. Acabábamos de ser padres. Teníamos una hipoteca que pagar. Afortunadamente, conseguí llegar a un acuerdo y pronto comencé a trabajar para la Ser. Allí estuve durante muchos años, alternando temporadas de radio con las temporadas de programas que realicé para Televisión Española.

Parte 3. Voces de Oro

Miguel de los Santos fue el comentarista para Televisión Española en el festival de Eurovisión entre 1977 y 1982. Fue el encargado de animar a Micky, con su Enséñame a cantar; a José Vélez, con su Bailemos un vals;  a Betty Misiego, que quedó segunda, con Su canción; a Trigo Limpio, con su Quédate esta noche; a Bacchelli, con su Y solo tú; y a Lucía, con su Él. La elección de Miguel de los Santos para este trabajo parecía muy natural, pues llevaba muchos años cubriendo festivales de música internacionales para la radio. La cobertura de uno de esos festivales en Chile le ayudó a descubrir un mundo, el iberoamericano, que marcaría su vida desde entonces.

¿Cómo acabaste retransmitiendo el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar?

En 1964 entro en la Ser y en 1965, el periodista chileno Raúl Matas se acerca a mí, yo estaba buscando música para un reportaje que acababa de terminar, y me dice: «Miguel, ¿a ti te gustaría conocer mi país?». Yo le dije que por supuesto. Me explicó que le habían invitado como miembro del jurado para el Festival de Viña del Mar y él no podía ir. Había pensado que yo podría sustituirle. A partir de entonces, fui al festival en varias ocasiones. En 1968, justo antes de coger el avión para Valparaíso, fui a recoger credenciales y materiales de grabación y me encontré en el estudio a Manolo Martín Ferrand. Hablando como se habla con un amigo, le dije: «¿Quieres que te traiga algo de Chile?». Él ni se lo pensó: «Tráeme una entrevista con Pablo Neruda». Por suerte, cuando fui, Neruda estaba dando un mitin en Valparaíso y allí conseguí una entrevista con él.

Más tarde, en 1975, me ofrecieron trabajar tres años en Latinoamérica con el programa Con otro acento y este programa cambió el sentido de mi vida. Mi concepción de la vida. Descubrí lo avanzados que estamos en Europa con respecto al resto del mundo y lo retrasados que estamos con respecto a Latinoamérica, por todos los valores que hemos perdido. Allí podía disfrutar lo que es no tener que mirar el reloj cuando estás a gusto conversando con alguien. Allí pude contemplar paisajes espectaculares. Allí pude conocer a gente inteligentísima que está allí en una especie de embudo del que no pueden salir. Fueron experiencias únicas. Mi emoción era continuada. Conocí a gente como Mario Benedetti, Fidel Castro, Salvador Allende, Jaime Dávalos…


Parte 4. 300 Millones

El 26 de junio de 1977, se emitió el primer programa de 300 millones. Este año se cumplirán cuarenta años de esa emisión. Aunque a mí me pilló muy joven, recuerdo muchos de los contenidos perfectamente. Pero lo que más marcó mi vida fue el título del programa. Para desengaño de algunos, los trescientos millones no eran dinero, sino gente. El número de habitantes del planeta que, en ese momento, hablaba español (ahora superamos los cuatrocientos millones). Una misma lengua unía a las poblaciones de muchos países distintos repartidos por varios continentes. Miguel de los Santos llegó a presentar alguno de los especiales de 300 millones y muchos de sus contenidos provenían de su trabajo para el programa Con otro acento.

¿Cómo comenzaste a trabajar en la televisión?

Estando en la Intercontinental, yo ya había vivido una experiencia en televisión. Todavía en el Paseo de la Habana, fue una experiencia demencial. Con veintiún años, me llamaron para presentar un programa que se llamaba Dos en uno (1959). Todos los programas eran en directo. Todavía no había vídeo para grabar los programas. Técnicamente fue un desastre. Yo pensé que ese invento no iba a funcionar.

Pero, la tele ya empezaba a tener cuerpo, ya habían inaugurado Prado del Rey, y desembarca en España Valerio Lazarov. Le contrataron para dirigir un especial que titularon El irreal Madrid (1969). Con ese programa, Televisión Española ganó la Ninfa de Oro, el premio más importante que se daba en Europa, compitiendo con la BBC inglesa o la RAI italiana. Hay que entender que entonces España era un país cerrado, con Franco, no había salidas por ninguna parte. Por eso tenía tanta trascendencia el festival de Eurovisión. Eurovisión y el Real Madrid eran las únicas muestras de que España estaba en Europa y en el mundo. Yendo a retransmitir el festival de San Siro o la Rose d’Or en Suiza, recuerdo que todos me preguntaban por Puskas, por Amancio…

En cuanto Valerio ganó el premio, Juan José Rosón, que luego fue ministro con Suárez, le fichó para hacer una serie de programas, bajo el título de Especial Pop (1969). El hermano de Adolfo Suárez, Ricardo, que era entonces el director de programas musicales, pensó en mí para introducir el programa y presentar a los espectadores lo que iban a ver. Por cierto, hubo ciertas suspicacias, pero Ricardo Suárez había llegado a director de programas musicales antes de que Adolfo, su hermano, fuera director general de Radiodifusión y Televisión. A partir de ese momento, pasé a ser un buen amigo de Adolfo Suárez y luego le ayudé en su campaña a la presidencia de 1977.

Parte 5. Todos los Hombres del Presidente

En 1976, Alan J. Pakula dirigió a Robert Redford y a Dustin Hoffman en Todos los hombres del presidente. Un año más tarde, en 1977, Miguel de los Santos fue uno de los hombres del presidente Suárez.

¿En qué consistió tu trabajo durante la campaña de Adolfo Suárez en las elecciones de 1977?

Siendo ya presidente del Gobierno por designación real, Adolfo quiso que el pueblo le diera también su confianza en las urnas. Por eso, convocó las famosas elecciones de 1977. En esas fechas, recibí una llamada a mi despacho desde Moncloa. Se trataba de Alberto Recarte. Me dijo que el presidente quería hablar conmigo. Me pasó con él brevemente y, antes de devolverme a Recarte, me dijo que habían pensado en mí para un trabajo. Adolfo Suárez había participado en un primer mitin preelectoral en Vigo y, por lo visto, había sido un desastre. No desde el punto de vista del mitin, sino de la organización. Había sido un caos por el gran número de personas que se habían amontonado allí para escuchar a Adolfo Suárez. Decidieron, pues, que había que buscar lo que los americanos llaman un MC, un maestro de ceremonias, para que le abriera paso en los mítines, para que iniciara el acto. Pensaron en mí para desempeñar esa función. Adolfo había pensado en mí por la confianza y el afecto que nos teníamos. Le presenté los tres mítines más espectaculares, en mi opinión, de esa campaña: Barcelona, Palma de Mallorca y Las Palmas de Gran Canaria.

Yo dejé muy claro desde el principio que, en ningún caso, yo, como periodista, iba a presentar los mítines de la UCD ni de ningún partido. Mi labor consistiría en hacer un retrato de la imagen, de la figura que representaba Adolfo Suárez como persona y como político. Y así fue.

Parte 6. Santos Creativos

Aunque enseguida fue elegido como presentador de programas, tanto en la radio como en la televisión, desde su ingreso a las radios escuela del SEU, Miguel de los Santos mostró siempre un gran interés por los contenidos de los programas. Se sentía más atraído por la escritura de guiones que por la presentación de programas. Por eso, los proyectos radiofónicos y televisivos que ha propuesto a lo largo de su vida se han preocupado de que fueran ricos en contenidos, bien a través de entrevistas o por medio de los documentales. No es casual que su empresa privada, que recientemente ha pasado a llamarse Santos Creativos, pero que tiene ya un bagaje de más de treinta años, se especialice en contenidos televisivos y radiofónicos.

¿Cuál es la misión de Santos Creativos?

Esta empresa se ocupa de gestionar campañas publicitarias de radio donde los contenidos de la creatividad se confunden con el mensaje publicitario, se imbrican y forman un todo. Algo muy normal hoy en las redes sociales. Llevamos treinta años realizando campañas para grandes empresas. Y para televisión, ya no por negocio, de vez en cuando y por capricho, hacemos algún documental que coyunturalmente es oportuno. Suelen ser las fundaciones de las grandes empresas las que financian estos programas. Uno de los últimos fue en conmemoración del centenario de El Greco, de siete programas, grabado en 4K. Y ahora estamos rodando un especial sobre Felipe II, donde intentamos lavar la imagen de la leyenda negra de este monarca. Como proyecto próximo, estamos trabajando, poniendo de acuerdo al ente público (RTVE), al ministerio de Cultura y a las universidades, en la realización de un documental conmemorativo sobre el quinto centenario de la primera vuelta al mundo, la expedición Magallanes-El Cano (2019-2022).

 

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres