La normalidad es una navaja de dos filos. Un pase gratuito a un zoo donde las fieras se esconden de los visitantes en las sombras. Un salvoconducto que te permite tomar el avión para salir del Marruecos ocupado por los nazis mientras el amor de tu vida se queda atrás, en un hangar del aeropuerto de Casablanca. De todas las personas de este planeta, poco más de cincuenta y dos mil son normales. Me refiero a los habitantes de Normal, la pequeña localidad del centro de Illinois, en los Estados Unidos. El resto de nosotros, aquellos a los que el gentilicio no nos permite ser normales, nos conformamos con ser valdemoreños, madrileños, vallisoletanos, zaragozanos o turolenses. La familia Gil de Mingo no se considera muy normal. Rafael, el padre, dice que, a veces, la normalidad les asusta un poco.
Rafael Gil y Alba de Mingo se conocieron cursando la doble licenciatura de Derecho y Empresariales en la Universidad Carlos III. Tienen tres hijos: Arela (once años), Adriel (nueve) y Arón (ocho). Los cinco me recibieron por primera vez en el salón de la casa de los padres de Alba. Los Gil de Mingo tienen ya una historia que contar como familia. Una historia de la que han aprendido mucho a pesar de las incertidumbres con las que comenzaron. Los cinco, alrededor de la mesa del salón donde me recibieron, querían compartir su historia con La revista de Valdemoro porque, tal vez, contándola, podrían ayudar a muchas familias que puedan encontrarse en una situación similar.
Arela comenzó a leer con cuatro años. Rápidamente asoció sonidos con grafías y pronto se puso a formar sílabas. En la escuela le decían que no fuera tan deprisa, que no pasara a aprender letras que no habían dado en clase, que no pronunciara el sonido de las letras hasta que no lo dijera la profesora. Adriel también aprendía rápido. Arón, sin embargo, aunque aprendía rápido, tuvo más problemas en la escuela. Un día, la maestra le pidió que dibujara su casa utilizando un triángulo y un rectángulo. Arón se negó a hacerlo. Ellos vivían en un piso. Y su casa, el edificio que albergaba el piso donde él vivía, no tenía un triángulo como techo. La maestra le amenazó con suspenderle si no lo hacía. Él le dijo que prefería suspender a dibujar su casa de forma incorrecta porque iba en contra de sus principios. Arón se aburría en las clases y no entendía por qué tenía que ir al colegio todos los días. En la escuela les dijeron que podía tener algún problema serio relacionado con la atención. Alba recuerda que fueron a un centro especializado para que evaluaran a Arón. Como les pasa a muchas familias, fueron a ese centro especializado porque había un problema. Alba y Rafa decidieron llevar también al hermano mayor. Adriel sacaba buenas notas, la escuela le resultaba fácil y, sin embargo, a veces, le costaba encontrar motivación en las clases.
A ambos se les identificó como niños de altas capacidades. Una vez ocurrió esto, llevaron a evaluar a Arela, que también fue identificada con altas capacidades. Con once años, Arela me explica con claridad que es más fácil detectar a los niños que a las niñas. Muchos niños con altas capacidades suelen mostrar cierta rebeldía cuando se aburren en clase o cuando no se atienden correctamente sus inquietudes intelectuales. Las chicas, sin embargo, pueden pasar inadvertidas, pues tienden a no querer llamar la atención.
«La Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre para la mejora de la calidad educativa, establece que les corresponde a las administraciones educativas adoptar las medidas necesarias para identificar al alumnado con altas capacidades intelectuales y valorar de forma temprana sus necesidades. Asimismo, les corresponde adoptar planes de actuación y programas de enriquecimiento curricular adecuados a dichas necesidades, que permitan al alumnado desarrollar al máximo sus capacidades. Uno de los objetivos esenciales del sistema educativo es conseguir la máxima y mejor integración del alumnado, adoptando una configuración flexible que incorpore e integre las diferencias individuales de aptitudes, necesidades, intereses y ritmos de maduración de las personas para no renunciar al logro de resultados de calidad para todos. El alumnado con altas capacidades intelectuales precisa una respuesta adecuada para el desarrollo pleno y equilibrado de sus capacidades y su personalidad».
Así se presenta el Programa de Alta Capacidad Intelectual en la página web de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid. La consejería, por lo tanto, admite: «El alumnado con altas capacidades intelectuales precisa una respuesta adecuada para el desarrollo pleno y equilibrado de sus capacidades y su personalidad». Sin embargo, no es fácil identificar a un alumno con altas capacidades (como hemos dicho, es incluso más difícil identificar a una alumna) y, una vez, identificados, no es fácil adoptar planes de actuación que permitan al alumnado desarrollar al máximo sus capacidades.
Los Gil de Mingo tuvieron que acudir a un centro especializado privado para descubrir que sus tres hijos eran alumnos de altas capacidades. En este tipo de centros, los niños deben realizar una serie de tests y demostrar que tienen un coeficiente intelectual alto. Esos tests miden varios parámetros (numérico, lingüístico, espacial, artístico…). Hay que entender que esos tests suelen ser largos y que un mismo niño puede obtener distintos resultados dependiendo del día que tengan. En la mayoría de las comunidades autónomas, los alumnos son identificados con altas capacidades a partir de un 120 de coeficiente intelectual (la mayoría de la población se sitúa entre el 80 y el 120). Sin embargo, en la Comunidad de Madrid, los alumnos son identificados con altas capacidades a partir de un 130 de coeficiente intelectual. Así pues, el niño que realiza el test debe obtener una media de 130 o más para ser identificado con altas capacidades.
La mayoría de las familias, como hemos dicho, hacen un recorrido similar al de los Gil de Mingo: su hijo tiene problemas en la escuela y acuden a un centro especializado privado donde su hijo es identificado con altas capacidades. Los informes de los centros privados, sin embargo, no son reconocidos por la Consejería de Educación para que el alumno pase a formar parte de los alumnos con altas capacidades. El niño deberá realizar un test conducido por la Consejería de Educación. Para ello, si las personas responsables de la escuela no lo han considerado previamente, los padres deberán llevar los informes privados al colegio de sus hijos para que se haga una solicitud oficial con el fin de que sus hijos hagan los tests oficiales. Recordemos que son tests largos que miden varios parámetros y que un mismo niño puede obtener distintos resultados según el día que tenga.
Arela, Adriel y Arón obtuvieron una media superior a los 130 en los tests privados y en los tests de la Comunidad de Madrid. Alba me cuenta que ellos ya sospechaban que sus hijos podían tener altas capacidades, pero el hecho de que unos profesionales lo corroboraseen les ayudó muchísimo. Ya sabían a qué atenerse, ya que las personas de altas capacidades se caracterizan por tener una forma diferente de ser y de comprender el mundo. Pero, no olvidemos que esos números son orientativos. ¿Será muy diferente un alumno con 129 de coeficiente intelectual en comparación con otro que tenga 130? ¿Deberíamos tratarlos de forma diferente?
Recordemos que, una vez identificados, la Consejería de Educación «debe adoptar planes de actuación y programas de enriquecimiento curricular adecuados, que permitan al alumnado desarrollar al máximo sus capacidades». Sin embargo, los maestros y los profesores ni están preparados para atender las necesidades específicas de estos alumnos ni pueden dedicarse a esos estudiantes dentro de un grupo de más de veinticinco niños. Arela recuerda con cariño a su maestro de primero de Primaria. También él había sido de altas capacidades y supo verlas en Arela. Ella agradecía las actividades específicas que preparaba su maestro. De hecho, durante nuestro encuentro, los tres hermanos tuvieron palabras de agradecimiento para los maestros que hasta ahora se han tomado el tiempo de atender sus necesidades específicas. Sin embargo, no ha sido esa la tónica general. Los Gil de Mingo han pasado por escuelas públicas y escuelas concertadas de Valdemoro, por una escuela de Aranjuez y han acabado en el colegio Mirasur de Pinto. Allí parecen haber encontrado lo que necesitaban. Pero el camino no ha sido fácil. Y no podemos pasar por alto el coste que implica llevar a tres hijos a una escuela privada. Los gastos en la formación de los tres hermanos no se acaban ahí y las ayudas que recibe la familia por tener tres hijos de altas capacidades son exiguas.
Pedro Fernández Sánchez me recibió en su despacho de la calle Gran Vía, en Madrid. Pedro es psicólogo y dirige el centro de psicología Mirabilia. Pedro trabaja para la Asociación Española de Superdotados y con Talento (AEST) para niños, adolescentes y adultos. Cuando llegué al despacho, Pedro salía de un taller de creatividad organizado para niños. Del aula salieron no más de diez niños y había sido coordinado por dos adultos. Los padres esperaban fuera. La atención con los padres y con los niños era altamente personalizada. El aula, a pesar de ser pequeña, no podía estar más desordenada. Pasamos a su despacho. Me explicó que AEST fue fundada en 1992 para dar servicio a los superdotados y a sus familias. AEST organiza actividades de ámbito científico, de ámbito creativo y de ámbito relacional y emocional. Pedro se ocupa de organizar algunos de los talleres de ámbito creativo y de ámbito relacional y emocional. Uno de esos talleres se ocupa de la prevención del acoso escolar, una situación frecuente para niños con altas capacidades. Pedro también trabaja con adolescentes, adultos, padres y madres de hijos con altas capacidades dándoles recursos para entender a sus hijos y para lidiar con su entorno.
Los talleres de AEST son, pues, un buen lugar de encuentro para niños con altas capacidades y para sus familias. Recuerdo lo que Alba de Mingo me contó sobre el primer día que se juntaron con otras familias de niños con altas capacidades. Uno de sus hijos rara vez se relacionaba con los demás niños en el parque. Sin embargo, aquel día, le bastaron diez minutos para romper sus barreras de desconfianza y se pasó todo el encuentro corriendo de un lado para otro con sus nuevos amigos. Pedro Fernández Sánchez me cuenta que ese tipo de situaciones se repiten con frecuencia. Al mismo tiempo, me advierte de que es muy fácil formar estereotipos desde fuera y creer que todos los niños de altas capacidades son iguales. Todo lo contrario. No podría haber más variedad de personalidades, actitudes y rendimientos. Dentro de un grupo de personas con altas capacidades podemos encontrar aquellos de alto rendimiento escolar y laboral, pero también podemos encontrarnos con otros con un rendimiento bajísimo.
Rafael y Alba me hablan de sus hijos; y los tres, Arela, Adriel y Arón comparten muchas de las características comunes a niños con altas capacidades: los tres son muy inteligentes, los tres tienen una memoria prodigiosa y los tres tienen una curiosidad a veces extenuante. Son muy creativos y tienen una imaginación desbordante. Arela, Adriel y Arón viven la vida y se enfrentan a su realidad cotidiana de manera muy intensa. Un mismo día puede ser el mejor y el peor día de su vida y todo puede cambiar en cuestión de segundos. Son muy sensibles. Les afectan mucho las críticas y las conductas de su entorno, que muchas veces no alcanzan a entender. Tienen en muchos aspectos la madurez de niños que les superan en edad y eso convierte en conflicto actitudes de sus compañeros que se comportan conforme a la edad que tienen. Son tremendamente literales. Todos tienen un gran sentido de la justicia y de la amistad, se toman como desplantes y traiciones lo que no dejan de ser actitudes normales en niños de su edad.
Pero cada uno de los tres tiene características muy personales. Arela es la más responsable de los tres. Desde muy pequeña, sorprendía con su capacidad de concentración y su responsabilidad en el colegio y en casa. En Infantil, con tan solo cuatro años, podía quedarse sentada leyendo y escribiendo durante gran cantidad de tiempo. Ha comenzado primero de la ESO un año antes de su edad. Le encanta bailar y debatir: hace danza española en Valdemoro y forma parte del club de debate del colegio. Participa también en el servicio de mediación. Allí, ayuda a sus compañeros a resolver conflictos sin la intervención directa de adultos. Está muy concienciada con la crisis climática y pertenece al movimiento de Fridays for Future. Acude a manifestaciones y sentadas y siempre está pensando en cómo podemos reducir o reutilizar lo que consumimos y cómo ahorrar agua o energía. Le gustaría ser profesora y ya piensa en trabajar por varios países europeos y formarse en los mejores sistemas educativos del mundo.
Adriel cursa cuarto de Primaria, estando flexibilizado de forma parcial, lo que significa que ya cursa varias asignaturas en un curso superior al suyo. Según los últimos informes del Servicio de Orientación y Mediación de la Comunidad de Madrid, parece que el próximo año pasará directamente a sexto. Tiene una gran inteligencia social, es capaz de liderar grupos con facilidad y adaptarse a grupos diversos. Le encanta conocer el funcionamiento de las cosas, puede pasarse horas aprendiendo el funcionamiento de cualquier invento. Cuando sea más mayor, le gustaría ser ingeniero porque le encanta la robótica y las aplicaciones prácticas de las nuevas tecnologías. Toca la guitarra de maravilla. Hace un par de años, participó en un concierto de fin de curso en su academia de música en Valdemoro y, como nadie le dijo que no podía hacerlo, en lugar de tocar una pieza clásica como el resto de sus compañeros, decidió componer, con tan sólo siete años, su propia pieza y tocarla en el teatro. Es un niño tremendamente sensible y tiene un corazón que no le cabe en el pecho. A veces le cuesta lidiar con la frustración, especialmente cuando no resuelve algún problema o se queda con la incertidumbre de aprender cómo funciona algo. Es el más movido de los tres, necesita estar haciendo cosas constantemente, tiene una gran habilidad haciendo origami o jugando a deportes de raqueta como el pádel y se le dan especialmente bien la programación y las matemáticas. El mes pasado participó en una concurso matemático y quedó, junto a sus compañeros, en el segundo puesto de la categoría de quinto y sexto de Primaria, cuando actualmente él cursa cuarto.
Arón, el más joven, estudia tercero de Primaria, salvo la asignatura de matemáticas, que cursa con sus compañeros de cuarto. Según los últimos informes, es muy posible que también pase directamente a quinto el curso que viene. Es el más creativo de los tres. Tiene una forma de ver la vida muy especial. Está muy conectado a la naturaleza. Desde muy pequeño, le ha apasionado inventar mundos alternativos y crear aventuras y cuentos que transmitir a los demás. Era tan impresionante que Alba, su madre, llegó a plasmar en varios relatos el mundo mágico que Arón había creado. Lleva un cuaderno de campo con todas las plantas, bichos y animales con los que se encuentra. Le encanta estudiar y aprender cosas sobre ellos. De mayor, baraja ser guardabosques e investigador, viviendo en el campo para poder estudiar a los animales en su hábitat. Su animal favorito es el panda rojo. Le apasiona hacer experimentos y descubrir los secretos de la química. Tiene carácter, no se deja llevar fácilmente. Se puede enfrentar a cualquier persona por lo que él considera que viola sus principios. No entiende por qué no cuidamos nuestro planeta y muchas veces habla de lo poco inteligentes que son los humanos al destruir su entorno y matar a los animales que lo componen. Tiene su propio huerto en casa y su propia compostera plenamente operativa para conseguir el abono para sus plantas. No puede con las injusticias, puede discutir y argumentar hasta la extenuación para defender sus ideas y convicciones. A veces parece que su atención es difusa, y en cambio está atento a todo lo que ocurre a su alrededor. Está muy interesado en las artes. Ahora está pidiendo hacer escultura.
Tanto Alba como Rafael están muy comprometidos con la educación y formación de sus hijos. Los padres pertenecen a la Rebel Legion Spain y los niños a la Galactic Academy. Muchos fines de semana se enfundan sus trajes de jedis para visitar enfermos en hospitales (una de sus últimas misiones fue visitar las habitaciones del Infanta Elena en Valdemoro) o para recaudar fondos para distintas organizaciones y entidades con fines sociales. Los cinco disfrutan un montón las escape rooms, especialmente aquellas en las que la muerte, un concepto que les afecta mucho, no forma parte fundamental de la trama. Alba todavía se maravilla de la facilidad (siempre desde perspectivas y con enfoques distintos a los convencionales) con la que cada uno de sus hijos ha conseguido descubrir alguna de las pruebas más difíciles que se han encontrado en alguna de las escape rooms.
Los sábados por la mañana, gracias a una beca, los hermanos Gil de Mingo acuden a la sede de la Universidad San Pablo CEU en Alcorcón. Allí participan en el. Este programa lleva desde 2010 preparando y promocionando la excelencia en matemáticas, neurociencia, robótica, ingeniería del software, ingeniería informática y ciencias computacionales. El programa STEAM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) está coordinado por Osvaldo Carrilho y Ana Ruiz Manahan. Ambos me recibieron en la universidad en uno de esos sábados en los que acudían los chicos. Osvaldo Carrilho me comentó que STEAM había nacido tras observar los éxitos alcanzados por algunos países del este de Europa. Éxitos basados en el trabajo y la especialización desde que los niños eran bien jóvenes. Osvaldo me dijo que STEAM era un buen lugar de encuentro para alumnos con altas capacidades, aunque él prefería el término inglés gifted kids (niños con un don). Pero STEAM es mucho más. Allí aceptan a todos los niños que muestran un alto interés por las matemáticas y las nuevas tecnologías, estén identificados o no con altas capacidades. Cualquier niño puede mejorar muchísimo si está interesado y practica desde pequeño. Osvaldo comparaba los programas de STEAM con las escuelas de fútbol. Por un lado está la genética. Por otro lado, el interés, el trabajo y la práctica.
Curiosamente, la ciudad de Normal, en Illinois, recibió su nombre porque albergaba la Illinois State Normal University, que equivalía a la Facultad de Magisterio de dicha universidad. A mediados del siglo XIX, en los Estados Unidos, las escuelas de magisterio se llamaban en inglés normal schools (escuelas normales), un concepto nacido en Francia y que reflejaba el espíritu de la época: las escuelas servían para inculcar una serie de normas en los estudiantes. Una vez los estudiantes asimilaran esas normas, ya serían niños normales. Me da la sensación de que, para bien o para mal, esos tiempos han cambiado. Los maestros y profesores deben recibir la formación necesaria para poder atender las diversas inquietudes y capacidades de cada uno de sus alumnos. El sistema educativo debe contemplar las fórmulas adecuadas para ayudar a que todos los estudiantes desarrollen su máximo potencial. La sociedad entera debe, como me sugirió el psicólogo Pedro Fernández Sánchez, observar con una nueva frescura las aportaciones a la sociedad de las personas con altas capacidades.
Texto_Fernando Martín Pescador
Fotografía_Ncuadres