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Entrevista a Capitán Duque

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«El Colegio de Guardias Jóvenes ha sido mi casa durante 32 años»

 

Pacense de nacimiento, pero criado desde los tres años en la capital, Francisco Duque Reboto, más conocido en el pueblo como Capitán Duque, rebosa de energía a sus ochenta años de edad. Jinete, deportista, guardia civil, profesor, padre, e incluso doble de acción en cine, Duque es una persona llena de vitalidad que sabe contagiarla al resto.

Como capitán en el Colegio de Guardias Jóvenes y profesor de gimnasia y equitación, ha sido el mentor de miles de polillas que forman parte del cuerpo. Muchos de ellos han honrado su labor como docente con iniciativas como la creación de una carrera solidaria en su nombre. Querido por muchos vecinos de Valdemoro y conocido por muchos más, tenemos el placer de contar con él para nuestro número de marzo.

¿Cómo llegas a inclinarte por la Guardia Civil?

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Siempre me ha gustado desarrollar aquello que me llamaba la atención. A los catorce años estuve en la mili, durante dos años, que no fueron completos. También estuve trabajando en una imprenta de repartidor de paquetes y con diecisiete años me preparé unas oposiciones para Galerías Preciados. Cuando entré en Galerías Preciados me mandaron a expedición, no sabía lo que era, y cuando llegué mi sorpresa fue que también era llevar paquetes. Mientras trabajaba allí como dependiente, un primo de Badajoz vino a vivir a mi casa para sacarse el curso de Guardia Civil, que se impartía en El Escorial. Me gustó el tricornio y el uniforme y con veinte años me animé a entrar en el cuerpo. Recuerdo que mi padre me decía que estaba loco, porque iba a ganar menos dinero que en Galerías, pero era lo que me gustaba. En Galerías llegué a salir en el catálogo porque me vieron un día entrenando. Mi padre me ayudó a prepararme las pruebas y entré en El Escorial, donde estuve tres meses; me destinaron a Madrid, al Móvil, lo que ahora se conoce como GRS.

¿La vocación militar viene entonces de familia?

Sí, en gran parte por mi padre, mi tío y mi abuelo: todos eran militares. Pero tampoco fue algo decisivo. Mi padre no quería que me metiera en la Guardia Civil al principio. Fue una decisión personal porque me atraía especialmente ese mundo. De hecho, ninguno de mis hermanos ha optado por desarrollar una carrera militar. Recuerdo que una vez, ya en el Colegio como capitán, un señor me dijo que los nuevos aspirantes iban a venir mejor preparados y con más estudios; yo le pregunté que cuántos de esos venían por vocación. Se ofendió mucho, pero lo cierto es que ahora la gente accede al cuerpo por el puesto de trabajo, y en muy pocas excepciones entran por vocación. En el Colegio de Guardias Jóvenes, por ejemplo, sí que hay gente con vocación porque lo han vivido. Mi hijo hacía la instrucción desde pequeño y decidió ser también Guardia Civil.

¿Cuáles son tus primeros recuerdos en la Guardia Civil?

Los primeros recuerdos son en el Móvil. En esa época se creó el escuadrón porque había algunos caballos de reserva. A mí me gustaban los caballos, pero me daban miedo. Me apunté a caballería en el año 1959, cuando se creó Tráfico. Creo que fuimos la primera promoción. Dentro del escuadrón conseguí hacer una buena carrera porque se me daba bien, la condición física era muy importante y a mí siempre me ha gustado el deporte. Allí teníamos como profesor al alférez Malero, del Ejército, que fue un gran profesor y concursante. Nos cogió a varios que queríamos aprender y a base de sacrificio nos enseñó. Algunos llegamos a concursar en copas militares. Ascendí a cabo y me destinaron a Zuriza, en el pirineo Aragonés. El pueblo más cercano estaba a 16 kilómetros, así que para tomar una cerveza teníamos que recorrer 32 kilómetros. Allí estuve destinado un año y en muchas ocasiones incomunicados por la nieve. Recuerdo que solicitaba vacaciones y me respondían: «Denegado por perjuicio del servicios», y yo tan contento, porque lo aceptaba, estábamos hechos para eso. En alguna ocasión salíamos durante ocho horas de correría, y cuando volvíamos al cuartel sonaba el teléfono, de los de manivela, y nos tocaba volver a salir durante las horas que fuera necesario para el servicio de rescate, o la tarea que se nos encomendase. Fue una época bonita, allí rescatábamos a la gente que se quedaba atascada, buscábamos a gente perdida y teníamos que bajar por cortados y hacer todo tipo de hazañas. Al año me pude marchar y volví al escuadrón por concurso.

Has hecho algún que otro pinito en el mundo del cine.

Así es. Estando en el escuadrón, en el año 61, creo recordar, nos propusieron formar parte de la figuración de 55 días en Pekín. Participamos cuarenta guardias y el dinero que conseguimos sirvió para comprar máquinas de escribir en el Móvil. Por aquella época empecé a destacar como jinete y cuando asistimos a la película La caída del Imperio Romano tuve la oportunidad de hacer un papel más importante. Necesitaban un portaestandarte de una bandera de hierro, estando a dos grados de temperatura se congelaban las manos. Había que ser jinete y estar fuerte; los especialistas estaban fuertes, pero no eran buenos jinetes. El capitán que nos acompañaba le propuso al ayudante de dirección que probara una vez conmigo y accedieron. Me monté en el caballo y les hice una demostración, bajé por un cortado, hice giros y les encantó. Desde entonces me escogieron para hacer todo ese tipo de cosas. En esa película tuve la oportunidad de estar junto a actores y actrices de la talla de Sophia Loren, Stephen Boyd o Anthony Quayle.

¿Cómo llegas a Valdemoro?

En el escuadrón había un teniente coronel, Ángel Pérez Macías, que ascendió a coronel y le destinaron aquí en el Colegio, al antiguo corralillo. Como me conocía me propuso venir a impartir clases de equitación. Yo no tenía ni idea de dónde estaba Valdemoro. Viniendo de Madrid imagínate. Valdemoro era una pueblo muy pequeño para mí. Cogí el 600 que tenía y me presenté aquí. Me comentó que el brigada que estaba dando clases de equitación se marchaba y, como yo también estaba dando clases en el escuadrón, quería contar conmigo para ese puesto. Era el año 72, yo ya estaba asentado con mi familia en Madrid, pero acepté su propuesta y empecé a trabajar en el Colegio. Los primeros años me levantaba a las seis y media de la mañana, cogía el 600 y me venía para Valdemoro. Así estuve seis años hasta que se construyeron las nuevas instalaciones del Colegio, que tenían viviendas. Fue entonces cuando decidimos venirnos a vivir aquí.

Desde joven has tenido un vínculo muy próximo con el deporte.

Siempre me ha gustado practicar deporte. Cuando estaba en Galerías Preciados me apunté a un gimnasio y practicaba la lucha grecorromana, pero lo tuve que dejar. Un día me dieron un golpe en el ojo y me tuve que presentar en el trabajo con el ojo morado, me dieron a elegir entre la grecorromana o Galerías. Durante otra época me apunté a educación y descanso y me iba con mi hermano mayor —el padre de mi sobrino Pedro Duque—, que también practicaba mucho deporte, a remar a El Retiro por las mañanas. A las siete y media de la mañana estábamos allí, remábamos una hora y a las nueve entrábamos a trabajar. Por la tarde íbamos al gimnasio, después de trabajar.

¿Cómo has trasladado tu afición por el deporte también a tu ámbito profesional?

Siendo cabo primero hice el curso de educación física en Toledo. Fue una experiencia muy dura pero muy bonita. El curso duró un año y, aproximadamente, cada quince días hacíamos un examen, y quien no lo superaba se tenía que marchar. Lo hice principalmente porque siempre me ha gustado desarrollarme en aquellos ámbitos que se me daban bien y que practicaba. También estuve preparándome para el curso de guerrillero, pero me pidieron que no lo hiciera porque ostentaba el cargo de cabo batidor.

Tanto la hípica como la gimnasia han acabado teniendo un enfoque docente en tu carrera.

Nunca me ha importando enseñar a la gente, porque ha habido personas que también me enseñaron a mí. Estando en el escuadrón en Madrid, empecé a dar clases de equitación a la hija de un coronel. Poco a poco se corrió la voz hasta que se crearon grupos más numerosos. Algo muy parecido me ocurrió con la educación física. Empecé como auxiliar de profesor en el Colegio hasta que ascendí a teniente y me quedé aquí como profesor. En el Colegio tenía un calendario muy bien estructurado e impartía clases de equitación y de educación física y teórica. Como profesor daba las clases, pero también daba ejemplo. Cogía a todo el grupo y nos íbamos corriendo hasta Pinto como quien se echa un cigarrillo. Los modernos se quejaban de mi porque les desgastaba físicamente. Yo siempre les dije que, si querían, que me denunciaran, pero que dijeran que yo iba en la cabeza con la edad que tenía (se ríe).

¿Por qué decidiste quedarte en el Colegio hasta finalizar tu carrera?

En el Colegio siempre he estado muy a gusto. Es un sitio en el que los jóvenes que quieren entrar al cuerpo pasan mucho tiempo y le dan vida. Dar clases es algo que me ha gustado desde siempre y aquí he tenido la oportunidad de desarrollarlo. Además, he podido centrarme en ámbitos que me gustaban mucho. También he tenido la suerte de continuar en el Colegio, pese a los ascensos en mi rango como guardia civil, que suelen exigir un cambio de destino. Siempre he intentado estar disponible y colaborar en lo que fuera con el Colegio. Mucha gente me ha dicho alguna vez que el Colegio me ha exprimido demasiado, pero yo no lo creo. Entré en el Colegio de Guardias Jóvenes como cabo y he conseguido salir capitán, algo que nunca ha ocurrido porque la mayoría de personas que ascienden se tienen que marchar. Dicen que de lo que siembras recoges; he tenido la suerte de poder desarrollar gran parte de mi carrera profesional aquí, en un sitio en el que estaba a gusto. El Colegio ha sido mi puesto de trabajo y mi casa durante muchos años.

¿Qué relación has forjado con Valdemoro?

Al principio tuve muy poca relación. En los primeros años continuaba viviendo en Madrid e iba y venía todos los días. Prácticamente la vida la hacía dentro del Colegio de Guardias. Recuerdo que teníamos un autobús que nos recogía en diferentes puntos de Madrid haciendo una ruta y nos traía hasta el Colegio. Ese servicio se suprimió por el atentado que sufrió uno de esos autobuses en la plaza de la República Argentina de Madrid. Fue entonces cuando venía todos los días con mi 600. Cuando nos vinimos a vivir aquí empecé a tener mayor relación. Antiguamente, los guardias jóvenes salían a la calle de uniforme y nos encargábamos de la vigilancia, algo que ahora ya no hay. Como hacía vigilancia empecé a relacionarme con la gente del pueblo. Además de en las vigilancias, he participado en desfiles, procesiones y todos los eventos en los que me ha requerido el cuerpo. Cuando pasé a la reserva, con cincuenta y seis años, fui jefe de protocolo y por mis funciones tuve mucha relación con los diferentes gobiernos y partidos políticos de cada momento. Nunca me han interesado las inclinaciones políticas, lo que me interesa son las personas. Ya como vecino de Valdemoro, he tenido las relaciones que cualquier otra persona del municipio puede tener. Conozco a mucha gente y me conocen muchos más.

A los sesenta y cinco años abandonaste el cuerpo, pero siempre has dicho que hubieses continuado. ¿Qué factores te motivaban a seguir formando parte de la Guardia Civil?

Yo estoy seguro de que habría seguido. Me gusta la enseñanza, me gusta conocer a la gente, enseñar a los chavales y ayudarles en todo lo que pueda. Muchos alumnos se quejaban de que algunas cosas que enseñaba no venían en el temario, y eso es porque están aquí (se señala el pelo), en el pelo blanco. Además, físicamente, me encuentro bien. Ayer corrí 10 kilómetros y ando preparándome para la carrera del próximo 18 de marzo.

Supongo que te refieres a la «Carrera solidaria Capitán Duque». ¿Cómo surge la idea de crear una carrera con tu nombre?

No tengo ni idea. Un día me llamaron para proponérmelo porque tenían que pedir permiso para hacerla. Decidieron ponerle mi nombre por la trayectoria deportiva que tuve dentro del Colegio. Siempre han bromeado con el sitio donde me van a enterrar cuando me muera, no saben si en el picadero o en el campo de deporte. Yo les decía que en el aula (se ríe). El año pasado, que se cumplió la décima edición, fue la primera vez que se celebró en el pueblo, porque antes se corrían 6 kilómetros dentro de las instalaciones del Colegio. Ahora la distancia ha subido a 10 kilómetros, y el fin siempre es social: el año pasado colaboramos con la Asociación de Esclerosis Múltiple de Valdemoro.

¿A qué dedicas tu tiempo ahora que disfrutas de la jubilación?

Pues ahora mismo llevo unos meses preparando la carrera, porque he estado parado bastante tiempo. Salgo todos los días que puedo a correr un poco para retomar el ritmo y, sobre todo, para no hacer el ridículo el día de la carrera (se ríe). Salgo a correr con mis amigos Yáñez e Isabel. Los martes y jueves voy al gimnasio a hacer algo de musculación. También me gusta dedicar al menos una hora al día a la lectura, me gusta mucho leer. Luego hago algunas de las labores de la casa y las mismas tareas que todo el mundo: ir a comprar, hacer la comida, etc.

Francisco es una lección de vitalidad, sacrificio y voluntad por llevar a cabo aquello que le gusta. Nos quedamos gratamente sorprendidos por su trayectoria vital, de la que esperamos se sigan escribiendo más capítulos. Solo nos queda desearle suerte en su participación en la carrera el próximo 18 de marzo, donde estamos seguros de que no decepcionará a ningún asistente.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres