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Entrevista a Gonzalo García padre e hijo

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Dos generaciones de emprendedores en Valdemoro

 Con el inicio del nuevo curso académico traemos a La revista de Valdemoro un nuevo formato de entrevista que pretende mostrar a los lectores una descripción de cómo han cambiado los tiempos en nuestra localidad según la perspectiva de dos generaciones. Hemos reunido en estas páginas el testimonio de dos generaciones de emprendedores locales, Gonzalo García Alvarez y su hijo Gonzalo García Santacruz

Gonzalo padre seguro que es una figura muy conocida para muchos de nuestros lectores por ser el propietario de uno de los comercios más tradicionales del municipio: Calzados El Gato. Desde hace más de cuarenta años ha calzado a más de cinco generaciones de valdemoreños. Acumula tanta experiencia a sus espaldas que asegura saber el número de zapato que gasta una persona solo con mirarle el pie.

Por su parte, Gonzalo hijo se ha criado en las calles de Valdemoro, donde comenzó su insaciable búsqueda de solución a los problemas mediante la construcción de sistemas mecanizados. Hoy es un emprendedor local con una empresa de cincuenta empleados dedicada a la implantación de sistemas robotizados para la automatización de aquellas labores más pesadas dentro de la empresa. Gracias a su labor en las medianas y grandes empresas consiguen mejorar las condiciones laborales de los trabajadores.

¿Cuáles son los orígenes de Gonzalo padre y cómo llega a Valdemoro?

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Yo nací en Turleque, un pueblo pequeño de Toledo. Mi hermano tenía un negocio de zapatos y cuando entró en la Guardia Civil yo me quedé al mando. Tenía dieciséis años y la tienda estaba en Tembleque (Toledo). No era una población muy grande, por lo que me vi obligado a salir todas las mañanas a vender por pueblos más grandes como Parla, Villacañas o Valdemoro. Tuve que empezar prácticamente de cero, ganándome la confianza de los fabricantes para que me vendieran género. Tras volver de la mili compré una furgoneta y la venta en los mercados ambulantes aumentó, lo que me permitió crecer y poder contactar con fabricantes más grandes de poblaciones como Arnedo, Elche o Villena. Decidí establecerme en un pueblo, en primer lugar Parla, pero me enteré de que iban a abrir una tienda de Los Guerrilleros y, finalmente, me decanté por mi segunda opción, Valdemoro. Cargué mi furgoneta a medio día como siempre, abrí por primera vez mi tienda de Valdemoro y vino tanta gente, vendí tanto, que aquí me quedé. Por aquel entonces el paisaje de Valdemoro era muy distinto, a la entrada había una vaquería, en el Pasaje solo estábamos el relojero y yo, en la calle Grande había casas en lugar de edificios, no recuerdo si estaba asfaltada o no, recuerdo que cuando llovía corría mucha tierra y vendía muchas botas de agua.

Gonzalo hijo, tu naciste en Valdemoro. ¿Qué recuerdos tienes de la infancia?

Yo nací en Valdemoro, en la calle de las Flores. Crecí en la tienda mientras padres tenían que mantener el negocio, siendo algo más mayor salía a jugar al Pasaje de Colón y a la plaza de la Piña, donde estaban el resto de niños del pueblo. Ahora que soy padre y tengo un hijo de esa edad, me doy cuenta de que antes, a diferencia de hoy, cualquier adulto que pasase tenía el derecho de regañarte o el deber de ayudarte, todos sabían quién era tu familia, había una hermosa sensación de seguridad y comunidad en ese aspecto. ¡Anda que no me habrán llevado veces a la tienda tirándome de una oreja! Todos los niños nos conocíamos y sabíamos a qué colegio iba cada uno o quiénes eran sus hermanos. En los años noventa aún se mantenía ese espíritu de pueblo que había tenido siempre. Recuerdo que cuando ayudaba de pequeño a mi padre en la tienda, además de zapatos vendíamos otras cosas. Si mi padre percibía que entre los vecinos había una necesidad de relojes o, incluso, sillas de caballo, las comprábamos para ofrecérselas a los clientes. Valdemoro tenía sus carencias en cuanto a servicios y los comercios locales intentaban suplir este tipo de deficiencias como podían.

 ¿Cuándo descubres tu interés por la robótica?

 No podría definir un momento concreto porque es algo que nació conmigo. Me apasionaba, no te puedo decir por qué, pero ver un mecanismo o una solución ingeniosa me hipnotizaba y aún hoy lo hace. Tenía una especie de Lego que despertó en mí mucho interés por crear estructuras. Me gustaba buscar soluciones a problemas con mis medios. Para un trabajo del colegio construí un despertador compuesto por un reloj, un alambre y otro alambre que se colocaba en la hora a la que te querías despertar; cuando se juntaban, te tiraba un vaso de agua, no funcionaba del todo bien, pero creo que se puede decir que fue mi primera máquina.

 Vivir en Valdemoro en otra época te permitió un desarrollo académico mayor hasta llegar a la universidad.

La obsesión de mis padres desde pequeño es que tuviéramos la formación que ellos no pudieron tener. Aprobé el curso de mecanografía con nueve años y empecé informática en la academia del pueblo donde nos enseñaron programación en BASIC, MS-DOS y ofimática. Cuando lo terminé empecé a formarme en Madrid. Recuerdo que era el alumno más pequeño; en esa época se podía fumar en el aula y me molestaba mucho el humo. Cuando empecé la formación universitaria me marché a Salamanca, cosas de la rebeldía, quería estar lo más lejos posible de mis padres. La robótica no existía como carrera, los profesores no tenían conocimiento sobre ello y tampoco había ningún robot ni nada parecido en la universidad. Era el año 2000 y no había robots ni pensamiento de ponerlos, por eso estudié electrónica. Muchos de los que trabajamos en mi empresa no hemos estudiado robótica, pero sí hemos investigado y estudiado en paralelo para entender y construir robots.

 Nos contaba tu padre que para empezar su negocio tuvo que ganarse la confianza de los primeros proveedores que le suministraron género. ¿Cuál ha sido tu experiencia a la hora emprender?

Mi primera experiencia como emprendedor fue con veintiún años, cuando monté mi primera empresa de robots para empresas del sector farmacéutico. Tras medio año trabajando en ello fracasé y opté por una propuesta laboral en una empresa. Con veinticinco años volví a emprender, pero la situación era diferente a la de mi padre porque comencé con empleados y necesitaba dinero. Cuando paseaba por la calle no paraba de ver publicidades de bancos que aclamaban que si eras emprendedor, ellos te iban a ayudar. La realidad era muy diferente cuando te sentabas en la oficina de ese mismo banco y les contabas lo que necesitabas. Yo presentaba una idea de empresa muy clara que iba a generar empleo, iba a reportar un beneficio a la sociedad y contaba con proyectos firmados para empezar mi actividad. Me pedían documentos que casi ni comprendía, me reuní con casi todos los bancos y entidades de crédito, nada de eso sirvió hasta que mi padre se sentó a mi lado en esa mesa, miró al director del banco y le dijo: «Yo confío en mi hijo y yo haré de aval».

 Ninguno de los dos habéis cursado estudios relacionados con la administración de empresas, ¿de dónde obtuvisteis este tipo de conocimientos que son necesarios para la gestión del negocio que emprendéis?

 [Gonzalo padre] Toda la vida he estado ligado de alguna manera con la compra-venta. Aprendí desde muy pequeño con mis padres, que eran labradores. Vendíamos mercancías y desde los catorce años ayudaba a mi padre con esas tareas. Más tarde, cuando comencé con quince años en el negocio de zapatos, mi madre también me dio algún que otro buen consejo cuando quise hacer compras arriesgadas.

[Gonzalo hijo] Yo no recuerdo qué edad tenía cuando empecé a ayudar a mi padre. Entiendo que sería sobre los siete años, porque recuerdo que antes de atender en la tienda mi padre me llevaba al baño y me peinaba. En verano suplía a la chica de la tienda de Villacañas (Toledo) durante sus vacaciones, me pasaba dos semanas yo solo en la tienda, comía y dormía en un hotel cercano, debía tener unos doce años, porque la primera vez que me pidieron el DNI en el hotel no tenía y no sabía lo que era. A trabajar duro y no esperar mucho a cambio, a negociar y a gestionar un equipo lo aprendí de mis padres; pero, sinceramente, hay muchos aspectos que desconocía y me tocó aprenderlo por las malas, desde las relaciones con la administración hasta cómo gestionar personalmente el éxito o el fracaso.

El comercio local atraviesa una gran crisis motivada por la irrupción de nuevos competidores de mayor tamaño, como son las grandes superficies o el mercado asiático. ¿Cuáles creéis que son los valores diferenciadores del comercio local respecto a esta nueva competencia?

[Gonzalo padre] El comercio local atraviesa un momento verdaderamente complicado con estos competidores. A pesar de todo, creo que el comercio local tiene como valor diferenciador el trato cercano con el cliente. A mi tienda vienen muchos clientes y clientas que te comentan su caso particular para que tú les asesores en su compra. Se sientan en la tienda, te dicen que quieren unos zapatos para bailar o para caminar y, como los conozco, sé qué les gusta y qué les sienta bien. Si no lo tienen claro, les dejo varios modelos para que se los prueben en casa tranquilos. Creo que la diferencia es esta cercanía, esa complicidad y la sensación de estar aportando algo a tu comunidad tanto cuando vendes como cuando compras.

Por el contrario, Gonzalo hijo, ¿quizás tú te mueves en un mundo empresarial algo más estricto?

La verdad es que no. Muchos de mis clientes no tienen ningún conocimiento de robótica. Mi labor es generar confianza en ellos para que tengan la tranquilidad de que no solo voy a gestionar la mejor solución para su empresa, sino que la relación se hará con transparencia, honradez y compromiso. Un porcentaje alto de mis clientes firman el proyecto en la primera reunión conmigo, sin haber visitado nuestras instalaciones, sin conocer nuestra infraestructura y nuestra capacidad. En este sentido, sigo la línea de mi padre: es el trato de persona a persona, lo mismo da que sea para comprar unos zapatos para una boda que para firmar uno proyecto de cientos de miles de euros. Esta para mí ha sido la clave del éxito.

Ambos habéis hecho una apuesta en diferentes momentos para asentar vuestra empresa en este municipio. ¿Qué os ha aportado Valdemoro?

[Gonzalo padre] Yo analicé en su momento la situación en la que se encontraban los pueblos que visitaba y sus alrededores. En Valdemoro encontré que solo había una zapatería y había bastante demanda de producto. Me decidí a comprar el local y fue un éxito que me ha permitido abrir hasta cinco tiendas y vender al por mayor.

[Gonzalo hijo] Mi decisión fue más circunstancial, pero es cierto que Valdemoro cumplía algunos requisitos. No quería que mi empresa estuviera en un radio superior a 50 kilómetros de mi casa. Aunque la ubicación no es un factor diferencial para mi negocio porque trabajamos a nivel internacional, es cierto que Valdemoro cuenta con una infraestructura muy cómoda y su proximidad a la capital facilita la rapidez en el servicio de tus proveedores. Yo también invierto mucho esfuerzo en contratar a los mejores empleados. Si tu empresa no dispone de una red de transporte que sea cómoda, la gente no va a trabajar en tu empresa. Fuera de los factores más empresariales, creo que las empresas deben coger de la sociedad, pero también deben aportar a la sociedad. En mi caso, me gusta que muchos de los empleados sean valdemoreños o hayan decidido venirse a vivir a Valdemoro. Es muy importante que la gente consuma e invierta en los negocios de las zonas donde vive porque eso genera riqueza para todos.

¿Cómo ha afectado el crecimiento de Valdemoro a vuestras empresas?

[Gonzalo padre] El crecimiento de Valdemoro ha sido un factor muy importante para mí porque todo lo que tengo hoy en día ha sido posible gracias a esa primera tienda que abrí en el Pasaje Colón. Ese crecimiento en las ventas me permitió abrir cuatro tiendas más en otros municipios y ampliar mi negocio con la venta de calzado a nivel internacional.

[Gonzalo hijo] El crecimiento de Valdemoro en mi caso ha influido en esa búsqueda del talento que te comentaba anteriormente. Constituirse prácticamente como una ciudad con más servicios ha atraído a mucha gente que decide hacer de Valdemoro su residencia. Tanto en nuestra localidad, como en los alrededores, hay gente con mucho talento. Si tu empresa se encuentra próxima a esta gente, es más fácil encontrar los mejores empleados.

¿Cuán importante ha sido la familia en el desarrollo de vuestro emprendimiento?

[Gonzalo padre] La familia siempre ha sido un pilar para mí. El negocio lo cogí de mi hermano y, a lo largo de toda mi vida, mi mujer y mis hijos han sido muy importantes para sacarlo adelante. Siempre he tenido el respaldo familiar y eso te anima a seguir creciendo para contratar a otras personas y que todo el trabajo no recaiga en el núcleo familiar.

[Gonzalo hijo] El apoyo familiar ha sido decisivo para mí. Mis padres fueron un ejemplo a seguir, un límite a alcanzar, me aconsejaron hasta cuando no quería escucharlos y me consolaron cuando me agobiaba con mis fracasos. Cuando trasnochábamos trabajando para terminar una entrega, mi madre traía tortillas y empanadas para todos y mi hermano pintaba los robots los fines de semana. Alguna vez tuve que pedir a mi madre dinero para llenar el depósito y visitar a algún cliente cuando no tenía ni para eso. Cuando nos visitaba algún cliente grande como Danone, Nivea o Heineken, llamaba a mis amigos para que se hicieran pasar por ingenieros porque tenía más ordenadores que empleados. En una ocasión, un ingeniero de Danone Francia me dijo que en Francia jamás hubieran confiado en una empresa tan pequeña como la mía para un proyecto tan grande y que el resto de ingenierías europeas las habían dado por imposibles. Le monté los mejores nueve robots que hay en todas las plantas de Danone, nunca más permití que nadie dijese eso de mí. Al principio me daba miedo hablar con los clientes porque mi perfil es eminentemente técnico y le pedía a mi padre que me acompañase a algunas reuniones. Recuerdo que, en una de las primeras, con el dueño de Garcia Baquero, mi padre le dijo algo como: «Mi chico sabe mucho de robots, pero poco de negocios», a partir de ahí se pusieron a hablar entre ellos y me dejaron de lado, me sentó fatal.

Gonzalo hijo, cuéntanos cómo ha sido la evolución de tu empresa para pasar del trabajo de tres jóvenes ingenieros a una empresa de cincuenta empleados con proyectos a nivel nacional e internacional.

Los comienzos fueron muy duros, cuando no había hecho ninguno robot tuve que ganarme la confianza de los clientes sin que pudieran ver nada antes. Por fin alguien me dio una oportunidad y fue el reactivo para que el mercado comenzase a conocer mi producto, había hecho algo que funcionaba. Estaba muy lejos de tener los conocimientos necesarios para tener una empresa establecida, con la confianza del mercado comencé a captar más proyectos, contratar más personas, mi rol en la empresa cambia con este crecimiento, de compañero a encargado, de encargado a jefe. Es muy difícil como persona gestionar esos cambios, incluso era difícil como persona gestionar los éxitos y los fracasos, dedicar tiempo a la familia y dedicarse tiempo a uno mismo. En ese proceso me hundí dos veces, económica y personalmente. En el ultimo fracaso, mi padre, que siempre había confiado en mí ciegamente, me dijo por primera vez que abandonase, que me fuera a trabajar a una empresa con mi sueldo y mis vacaciones. Un cliente con el que tenía amistad me ofreció un puesto de trabajo, un sueldo de ingeniero y un piso muy cerca de la playa, pero me advirtió: «Aquí tendrás un horario, un sueldo y vacaciones, pero siempre será lo mismo, las mismas máquinas, las mismas personas, las mismas paredes». Hacía una semana que había cerrado la empresa, llamé a un antiguo empleado y amigo, Antonio, por si quería tomarse un café conmigo, le conté mis dudas y él me preguntó que por qué no volvía a abrir, llevábamos muchos años y teníamos muchísimos proyectos ofertados. Le respondí que no, que no tenía fuerzas. Me preguntó que querría hacer en el futuro, me quedé en silencio y le propuse que si era de su interés abría de nuevo, pero que no lo haría solo, que le convertía en mi socio y que mi única condición era que necesitaba curarme, que durante una temporada necesitaba respetar horarios y fines de semana. Con su apoyo comencé de nuevo, ya no estaba solo, tenía con quién meditar las decisiones. Él tenía muchas cualidades que a mí me complementaban y viceversa.  Con la escuela de los años, buscando a los mejores empleados, fuimos siendo cada vez un poco más, pero siempre con las miras puestas en montar algo grande de verdad, hoy solo es el comienzo, somos la primera nota de una inmensa melodía.

Como padre, ¿cómo has vivido el devenir empresarial de tu hijo?

Por suerte, yo no he tenido grandes caídas en mi negocio. Siempre he entendido que el comercio no es estable y por eso no he hecho apuestas que pusieran en riesgo el negocio familiar. Entiendo que mi hijo estaba en otro sector muy diferente al del comercio, en el que sí que debes hacer esas apuestas. Aunque lo hemos pasado mal en esas caídas, siempre he creído que podía conseguir su objetivo.

Ambos tenéis un vínculo muy estrecho con Valdemoro que os hace estar orgullosos del lugar donde vivís.

[Gonzalo padre] Yo llegué a Valdemoro hace muchos años sin tener casi nada. Aquí decidí apostar por mi negocio y la gente del pueblo me dio su confianza. Es el lugar donde he crecido junto a mi mujer y mis hijos, lo que me hace estar muy orgulloso y poder decir que Valdemoro es mi pueblo. Allá donde voy con mi negocio, Valdemoro está presente y lo intento promocionar.

[Gonzalo hijo] Yo he vivido en muchos lugares durante largos periodos de tiempo, pero me gusta esa sensación de sentir que vuelvo a casa. Ahora que soy padre, también me gusta ver que mi hijo juega en esos sitios donde antes jugaba yo. Los ritmos de vida también son diferentes, y hay una conciencia vecinal que en grandes núcleos urbanos se pierde. Hay algo muy bonito en poder poner nombre a la gente de los comercios en los que compras, o a ver a antiguos compañeros de clase por la calle y ver que también tienen hijos y han hecho su vida. Eso genera un arraigo especial.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres