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Entrevista con Ángel Utrillas, escritor de Valdemoro

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El próximo 14 de mayo, a las doce del mediodía, en la biblioteca pública Ana María Matute, Ángel Utrillas presentará su última entrega literaria, Y otros cuentos. Si los vientos soplan a favor, estará acompañado por la ilustradora del libro, Sonia Navas.

El escritor Ángel Utrillas es, sobre todo, un contador de historias. Abres cada uno de sus libros para leer una historia y te ofrece, de regalo, al menos diez más. Sus relatos parten de la realidad para llevarnos a un mundo de imaginación y, si queremos, a un mundo de compromiso personal y social. Ángel es un defensor de la palabra como herramienta de construcción y como arma de defensa. Interesado en agitar la vida cultural de Valdemoro, durante varios años fue uno de los precursores protagonistas de la celebración del Día internacional de la palabra como vínculo de la humanidad, en la que se consiguió reunir a muchos de los autores locales de la villa.

Aunque nació en Teruel —y da fe de que, contra todo pronóstico, la ciudad aragonesa existe— lleva viviendo en Valdemoro desde 1991. Lo conocí hace ya cuatro años. No hemos dejado de vernos desde entonces. A veces en un café. Otras, quedando para caminar por Valdemoro como si fuéramos caballeros del siglo XIX que salen a andar todos los días, cuando «baja la calor», y repasan las noticias destacadas del día. Definitivamente, pasear con Ángel por Valdemoro me hace sentir como un caballero de otros tiempos. Si hubiera sido posible, esta entrevista la habríamos hecho caminando.

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En 2007, publicas tu primera novela, Silbando en la oscuridad. Me gustaría que comenzaras esta entrevista hablándonos del Ángel Utrillas escritor antes de este libro.

En realidad antes de este libro el escritor no existía. Dudo, incluso de que hoy exista, pero, entonces, está claro que no. A mí me gustaba la historia, me gustaba leer y escribía relatos cortos, breves cuentos de terror, letras de canciones… escribía por puro placer.

Amaneció un día en el cual decidí contar una serie de situaciones que ocurrían en mi trabajo, en el convento de las Arrecogidas. Por eso, siempre digo, medio en broma medio en serio, que escribo por motivos laborales. Entonces hubo personas que me animaron y me guiaron. El resultado fue Silbando en la oscuridad, mi primera novela, que terminé de escribir en 1999 y se publicó en 2007. En todo ese intervalo de tiempo, me recorrí muchas editoriales y me fui decepcionando porque yo creía que mi novela era muy buena y nadie tenía interés en publicármela. Entre tanto, también escribí mi segunda novela, Tiempo de cerezas, pensando que nunca llegaría a publicar ninguna de ellas.

Una respuesta así me obliga a preguntarte qué significa, para ti, ser escritor.

Ser escritor es muy importante. Por eso, prefiero ser solo contador de historias, un juglar, un novelista. Ser escritor conlleva una gran responsabilidad. Hay personas que leerán lo que has escrito y serán influidos por tus palabras. Puedes causarles alegría o tristeza. Cuando iba a publicar El castillo del Águila, puse en una red social un fragmento del libro. Era duro, un texto contundente sobre una persona que debe decir a unos padres que su hija ha muerto. Alguien me escribió y me dijo que había estado en esa situación. Me dijo que a ella se lo habían dicho. Por un momento, pensé en no publicar el libro. Podía causar daño a quien hubiera pasado por esa situación y yo no quería hacer daño a nadie. Al final lo cambié, «lo suavicé».

También creo que un escritor debe ser una persona comprometida con los sucesos de su tiempo. No me vale que un poeta escriba lo bonita que es la primavera. Debe añadir lo jodida que la hacen los políticos de este país a algunas personas. Un escritor debe gritar contra las injusticias que contempla, alzar su voz contra el paro, contra el terrorismo, contra la corrupción, contra la violencia; y defender, por encima de todo, como única arma, LA PALABRA. Así, con mayúsculas. LA PALABRA.

Hace unos años, me pidieron que ayudara a una causa. Iban a cerrar la fábrica de Huesitos de Ateca. Les dije que contaran conmigo para lo que modestamente pudiera hacer. Se me ocurrió llevar su camiseta de protesta en la feria del libro de Madrid el día que firmaba libros, regalar Huesitos y recoger firmas contra aquel atropello. Y lo hice. Allí estuve con mi camiseta amarilla (el escritor, diputado y amigo Chesús Yuste la lució en el congreso). El mismo día que yo, firmaban otros tres escritores importantes a los cuales conocía y con los que tenía cierta confianza. Les envié un correo y les pedí que hicieran lo mismo. Solo ponerse la camiseta. No lo hicieron. Dos ni me contestaron. El tercero, un premio Planeta, por cierto, me dijo que, cuando recibió el correo, ya había pasado y que vaya pena. Sí, pensé yo, qué pena. Buena forma de quedar bien sin hacer nada. No he vuelto a comprar un libro de esos «escritores» que ostentan un título que no les pertenece.

Y, por cierto, incluso sin ellos, la fábrica de Huesitos de Ateca se salvó.

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A los lectores que hayan llegado hasta aquí no les cabrá ninguna duda de que te importa la realidad. En tu ficción, la realidad también es muy importante. Como dices, tu primer libro fue inspirado por algo que te pasaba a ti personalmente; tu segundo libro, Tiempo de cerezas, también está basado en hechos reales; otro de tus libros, El último secreto del Titanic, está ambientado en un acontecimiento histórico. Sin embargo, al mismo tiempo, no tienes ningún reparo en alterar esa realidad en tus novelas. ¿Vive la realidad de Ángel Utrillas al servicio de su ficción? ¿Vive su ficción al servicio de su realidad?

Yo sueño la ficción y vivo la realidad. Siempre digo que mis novelas no son históricas. Me documento mucho sobre el tema que escribo pero, luego, tergiverso a mi antojo. Siempre pongo como ejemplo que puedo poner a Bisbal cantando en el Titanic. Lo que pretendo con mis novelas es conducir a mis lectores a temas en los que no habían reparado, que les interesen, y que ellos busquen su propia información. Mis novelas tienen dos lecturas: una fácil, que pretende sacar de la realidad a la gente por un momento, que se olviden de las facturas, la situación política, y que se diviertan; y otra lectura más didáctica, que demanda más esfuerzo y que induce a pensar y a crearte opinión. El 95% de mis lectores optan por la primera posibilidad y el otro 5% se aferran a las dos.

El pasado 20 de abril salió a la luz tu libro, La canción del pirata y su verdugo y otros cuentos. ¿Quieres hablarnos un poco de esta última entrega literaria?

Mi nueva obra son dos libros en uno. El título general es Y otros cuentos. Se trata de un libro de relatos ilustrados con dos portadas porque quiero que sea una obra que no tiene fin. Lo pongas como lo pongas, siempre empieza. No tiene final, solo principio. De un lado, está La canción del pirata y su verdugo, que es un alegato contra la pena de muerte, y otros cuentos, trece relatos en total; del otro lado, pero siempre en el mismo libro, El cuerpo 227, la verdadera historia de J. Dawson, el protagonista de la película Titanic, que está basado en un personaje real, junto a otros cuentos titánicos, cinco en total. Es un libro un poco contradictorio. Al no tener final, quiero comunicar y deseo a mis lectores que la palabra nunca les falte, que nunca nos debe faltar, que debe ser un arma, la única, para conseguir nuestros objetivos. Especialmente erradicar la violencia. Y se contradice porque las palabras dejan espacio a las imágenes, ceden protagonismo tanto a la portada como a las veintidós ilustraciones, que ha hecho mi gran amiga y genial artista Sonia Navas. Solo por ver los dibujos de Sonia merece la pena comprar el libro.

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También para mí, la palabra, el uso adecuado de la palabra, es muy importante. Me consta que eres un autor muy prolijo y sé también, lo he podido disfrutar, que eres un buen conversador. ¿Crees, sin embargo, que hay momentos en los que el silencio es más importante que la palabra?

No. A mí el silencio me mata. El silencio solo es bueno para pensar, estudiar, leer o escribir. Para mí, el silencio implica soledad. Incluso para esas situaciones que te he comentado, para escribir, leer y pensar, me pongo música. Puedo aceptar que una imagen sustituya a la palabra o la complemente, pero el silencio nunca. Dicen que el que calla otorga. Yo digo que el que calla es que no tiene nada importante que decir. Dicen que si tus palabras no son más bonitas que el silencio, no lo rompas. Bueno, pues, las palabras siempre son más bonitas que el silencio y el que no lo crea que lea mi último libro.

Empezamos la entrevista hablando de las características del buen escritor. Parece que en el siglo XXI, el escritor tiene que hacer, además, las tareas de editor, distribuidor y vendedor. En un mundo en el que la distribución y venta de libros ha sido revolucionado por internet, ¿crees que todavía hay espacio para el editor? ¿Qué función tendría el editor de nuestros tiempos?

Yo no prescindiría de ningún eslabón de la cadena y, por tanto, creo que hay espacio para todos. Un escritor con un buen libro precisa de un buen editor y de otros muchos profesionales. No nos olvidemos de los correctores. La corrección y maquetación, el diseño de la portada me parecen muy importantes. También lo son una buena distribución y una buena librería que conozca el producto y sepa a quién ofrecerlo y esto sí que se está extinguiendo, la figura del buen librero. ¿No te ha pasado que vas a una librería, preguntas por un título y te dicen: «No lo sé, mira en el escaparate»? Es algo que no puedo soportar. A mí me acusan de que no me sé vender. ¡Pues claro que no! Me gusta escribir, no vender, ni distribuir. Para eso tengo a un editor que se juega su dinero en la inversión y se preocupa de esas circunstancias, aunque yo ayude en todo lo posible.

La función del editor en esta época es cuidar al escritor y mimar al libro.

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Como hemos dicho, acabas de publicar un libro. ¿Qué otros proyectos literarios tienes entre manos?

Tengo varios proyectos, pero, en realidad, ninguno merece el título de proyecto. Actualmente estoy escribiendo tres novelas diferentes. Trabajo en una o en otra según me apetece, sin ninguna prisa por terminarlas y sin ningún objetivo que no sea disfrutar de la escritura. Una de ellas es una continuación de mi séptima obra, El castillo del Águila; otra es una historia rara, con trama policiaca en torno a un cuadro de El Greco; y la última, una historia de misterio con tres personajes protagonistas que narran los acontecimientos, cada uno de ellos en primera persona, y que nace de un suceso poco importante que me ocurrió hace poco, pero que, a mí, me llamó mucho la atención. Una historia callejera, se podría decir. En esta tercera aventura literaria es donde más entusiasmo estoy poniendo. Supongo que porque es la última que ha entrado en mi cabeza.

Y tengo un libro terminado, una obra digna de un lunático como yo. No tengo claro ni el título. Podría titularse Morí en buena luna o, quizá, Luna de mazapán, pero no sé cuándo verá la luz, si es que llega a verla. En todo caso, si la ve, será la luz de la luna.

 

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres