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Entrevista con Eduardo Torrico

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Los seres humanos, a lo largo de sus dilatadas vidas, crecen por dentro y por fuera. Los artistas no son una excepción. Los artistas van creciendo por dentro y por fuera. Y ambos crecimientos son importantes para el autor y su obra porque el crecimiento hacia el exterior influye en el interior y porque el crecimiento interno condiciona el externo. Conviene que ambos crecimientos muestren líneas paralelas: el éxito de la obra da confianza al artista para que siga creando y la madurez del autor permite una evolución de su obra. Pero, en muchas ocasiones, los artistas triunfan de forma demasiado rápida y la vertiginosa digestión del éxito no les permite continuar su obra de forma adecuada. Se atragantan.

Levanto la cabeza y entra, puntual, Eduardo Torrico, que me despierta de mis divagaciones. Hemos quedado para la entrevista en una cafetería del centro, muy cerca de la plaza de la Constitución. Intercambiamos un saludo de cortesía. Tal vez nos hayamos cruzado por las calles de Valdemoro en múltiples ocasiones, pero es la primera vez que nos sentamos enfrente el uno del otro para hablar. Le agradezco el que me haya concedido la entrevista y él, a su vez, me agradece que le entrevistemos para La revista de Valdemoro.

—No me considero un artista. Nunca me he considerado un artista —comienza Eduardo—. Tiene su lado bueno porque, para poder vivir del arte, tienes que aceptar encargos y esos encargos pueden cohibir tu obra.

Entiendo lo que dice. Hace falta ser un genio para poder hacer lo que te dé la gana como artista. Lo miro a los ojos y descubro que sus palabras no son fruto de una falsa modestia.

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—Terminé mis estudios de Formación Profesional y me puse a trabajar —continúa Eduardo—. Nunca me planteé algo diferente. Nunca se sabe qué es mejor, estudiar o trabajar. En mi caso, creo que acerté. Cuando terminé FP, yo quería trabajar y no me ha ido del todo mal. Estuve veintiún años trabajando en una fábrica de muebles en Valdemoro. Con la misma gente, trabajé un año más en Toledo. Luego trabajé casi nueve años en la construcción; un año de cerrajero y, en la actualidad, llevo nueve años trabajando para una empresa relacionada con el AVE y el Metro de Madrid.

Intento esconder mi sorpresa. Hay un artista dentro de mi interlocutor. Vi su última exposición, «Mundos fantásticos», en la Biblioteca Ana María Matute el pasado octubre y me encantó. Los colores y la luz de los Valdemoros posapocalípticos que presentaba en sus cuadros me cautivaron. Sé que esas ideas no se le ocurren a cualquiera y sé que no pueden ser fruto de una mera idea feliz. Sé que hay un artista dentro de Eduardo Torrico y tengo que sacarlo a la luz tarde o temprano.

—He pintado toda mi vida. A los trece años, en 7.º de EGB, me di cuenta de que me gustaba mucho el dibujo. Desde entonces no he dejado de dibujar y pintar. Ya tenía treinta y dos años cuando me apunté a clases de pintura en la Universidad Popular de Valdemoro. Allí, Cecilia, una profesora de arte argentina, me ayudó mucho. Las clases fueron muy útiles. La profesora te marcaba las pautas, te instruía en el dibujo y pintura clásica. Creo que mejoré mucho.

Eduardo Torrico nació en Valdemoro en 1961. Es uno de los últimos valdemoreños que nacieron en el pueblo. A comienzos de los años sesenta, las mujeres dejaron de dar a luz en sus casas y comenzaron a ir a los hospitales de la capital para tener allí a sus hijos. Habría que esperar hasta finales del año 2007, cuando abrió el Hospital Infanta Elena, para que los valdemoreños volvieran a nacer dentro del término municipal de Valdemoro. Eduardo nació en una casita de la Cuesta de la Villa. La única casa que había en ese lado de la calle en aquellos años.

—Pinto todos los días después de comer. Me ducho y me pongo a pintar. La única temporada en la que no pinté por las tardes fue cuando trabajaba para la empresa de construcción. Entonces no tenía tiempo para pintar. Soy disciplinado e indisciplinado a la vez. Pinto todos las tardes, pero, de rato en rato, me levanto y me voy al cuarto de estar para ver la tele con mi mujer.

—Tendrás la casa llena con tus cuadros —le digo mirándolo a los ojos.

—Tengo muy pocas cosas a la vista. Ni siquiera tengo un cuarto a modo de estudio. Además, ahora ya no pinto al óleo. Solamente uso acrílico, que es más limpio y no huele. Trabajo en mi habitación, que es donde tengo el ordenador. Tengo un mueble con un cajoncito y ahí lo guardo todo. Si vienes a mi casa, lo que sí encontrarás son muchos libros de arte.

A Eduardo le encanta recorrer los tres museos principales de Madrid. Su favorito es el museo Reina Sofía. Le gusta mucho el arte moderno y contemporáneo. Le pregunto sobre sus tres artistas favoritos.

—Me gusta mucho Juan Gris. También disfruto mucho con el trabajo de Eduardo Naranjo. Sus primeras obras con ladrillos siempre me rondan por la cabeza. El tercero sería algo obvio: Velázquez. Por eso, voy a inclinarme por Pablo Genovés. Lo descubrí hace poco y me di cuenta de que hacemos cosas similares. Mi hija me mandó algunas fotos de su obra y me dijo, cargada de humor, que se había copiado de mí. Es, sobre todo, fotógrafo y, por supuesto, mucho mejor que yo.

Es curioso: la obra de Eduardo Torrico es esencialmente figurativa. Sin embargo, se siente atraído por autores contemporáneos más abstractos.

—Me gusta el hecho de que, en el arte contemporáneo, lo que expresas sea más importante que el cómo lo has hecho. Me encanta ver lo que expresan y me gusta disfrutar cómo han conseguido expresarlo. Lo que está bien hecho enseguida destaca.

Laura, la única hija de Eduardo, es también artista.

—Supongo que influyó algo el que creciera rodeada de mis cuadros. A finales de la ESO, decidió estudiar el Bachillerato Artístico. Como no pudo hacerlo en Valdemoro, se fue a Aranjuez. Después, estudió un año en una academia para entrar en la Facultad de Bellas Artes, también en Aranjuez. De alguna forma, mi hija no fue la única que estudió Bellas Artes. Por un lado, le ayudé como transportista para llevar sus obras de gran tamaño a las exposiciones. Cuando le encargaban proyectos, yo intentaba hacerlos por mi cuenta. Cuando le pedían que estudiase a algún artista, yo buscaba la información en internet. Descubrí a muchos autores de los que no había oído hablar nunca. Aprendí mucho. Mi hija me ha ayudado mucho. Por ejemplo, me enseñó un par de nociones del programa Paint y es lo que uso actualmente para mis composiciones.

Los artistas crecen por dentro y por fuera. Tengo la sensación de que el artista Eduardo Torrico no ha dejado de crecer por dentro desde 7.º de EGB. Sin embargo, el artista Eduardo Torrico apenas ha comenzado a crecer por fuera. Eso le permite mostrar una frescura artística inusual para su edad. En cuanto se puso a crecer por fuera, fue galardonado en dos ediciones del Certamen de Pintura Rápida Villa de Valdemoro; en la sexta fue seleccionado mejor artista local y, en la séptima, se le otorgó el primer premio. Y, pronto, consiguió su primera exposición individual.

—En 2010, me quedé sin trabajo. Tenía cuarenta y nueve años y me decían que era demasiado viejo para encontrar un nuevo empleo. No nos podemos jubilar hasta pasados los sesenta y cinco años y, a los cincuenta, ya somos demasiado mayores para encontrar trabajo. Sin embargo, esta situación me permitió trabajar duro para mi exposición en solitario «Diario de un parado». Tuvo lugar en el salón de exposiciones del Centro Cultural Juan Prado. La mayoría de los cuadros eran catástrofes, que sucedían en Valdemoro, apareciendo así lugares muy conocidos del pueblo como el convento de las Clarisas, la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, la plaza de la Constitución, la Fuente de la Villa, etc. Eran catástrofes relacionadas con el calentamiento global y el deshielo.

Eduardo me dice que se conforma con que la gente vea los cuadros de sus exposiciones y les guste. Su intención con esa exposición era también despertar conciencias sobre el cambio climático. Quería hacer ver que las catástrofes climáticas podrían ocurrir en cualquier lugar, incluso en Valdemoro. El día de la inauguración, el 11 de marzo de 2011, tuvo lugar el tsunami de Japón en el que hubo numerosas víctimas y se produjeron terribles daños en una central nuclear. La gente que fue a la exposición vio los cuadros como premonitorios. Acababan de ver los efectos del tsunami en el telediario y volvían a verlos en los cuadros de Eduardo. Para colmo, uno de los cuadros giraba en torno a los atentados terroristas de Atocha que, casualmente, cumplían su séptimo aniversario ese mismo día.

—Como estaba parado, me dio tiempo a prepararla bien. Había un tríptico sobre el deshielo y Valdemoro aparecía inundado por completo. Es dramático, pero, a la vez, es bello. Eso sí, todos los cuadros aparecían sin víctimas. Es como si los seres humanos hubiésemos desaparecido de la faz de la Tierra.

Aunque Eduardo consiguió trabajo, el crecimiento hacia fuera del artista ya era imparable. En 2012 presentó su cuarta exposición en solitario, «Crónicas de un futuro imperfecto». Eduardo continuaba ofreciendo una visión pesimista y catastrofista de lo que está por venir. En la entrevista que le hicieron para El Semanal, Eduardo explicaba: «Con lo que está cayendo, no me apetece reflejar mundos idílicos, solo me puedo imaginar un futuro en el que el tan demandado estado de bienestar se empieza a diluir entre tantos problemas económicos».

El artista Eduardo Torrico encontró otro lugar para crecer hacia afuera. Descubrió la página web de Talents United.

—Ahora parece que está un poco más parada, pero, hace unos años, la plataforma de Talents United funcionaba muy bien. Proponía retos o pequeños concursos artísticos y gané unos cuantos. Solían ser premios de cincuenta o cien euros, pero suponían un gran aliciente. En 2015, participé en una actividad artística que pretendía promocionar el lanzamiento de los Pigment Markers, de la empresa Winsor & Newton. Se trataba de unos rotuladores que parecían acuarelas. Necesitaban un papel especial, como si fuera papel fotográfico. La idea era llevar a cabo un lanzamiento mundial. En España participaron artistas de hasta nueve ciudades diferentes. Yo fui uno de los elegidos para Madrid. Nos enviaron papel y rotuladores unos días antes y a mí me tocó estar pintando en vivo en la plaza de Callao. Además, cuando terminó el evento, seleccionaron mi obra y la expusieron junto a las favoritas.

Es en la plataforma de Talents United donde Eduardo ha tenido más proyección nacional e internacional. Podemos disfrutar allí de algunas de sus colecciones en http://www.talentsunited.com/eduardo-2005. Gracias al perfil que Eduardo creó en esta página web, podemos descubrir parte de la declaración de intenciones de nuestro artista. Allí se define de la siguiente forma: «Pintor y dibujante. Aprendo técnicas de los jóvenes. Vivo del AVE, pero voy mucho más lento. La luz al final del túnel es un puntito borroso». Arranco dos frases más que Eduardo escribió en su perfil para hablar de su obra:

«Lo que hago es realismo mágico o fantástico».

«Como don Quijote, me invento pasiones para ejercitarme».

La plataforma Talents United me permite también descubrir una faceta artística más de Eduardo Torrico. En agosto de 2015 y en febrero de 2016 publicó dos artículos sobre arte en el blog de la organización. El primero giraba en torno a la censura. Era un artículo serio que criticaba el doble rasero utilizado a la hora de censurar por parte del poder. En la final de la Copa del Rey de ese año, los seguidores de ambas aficiones habían abucheado al rey de España y el Gobierno había mostrado una permisividad increíble. Claro, se trataba del todopoderoso mundo del fútbol. Sin embargo, esa permisividad había desaparecido cuando el Gobierno había prohibido una exposición del artista Ausín Sainz en Salamanca debido a que se mostraba muy crítica con el poder. El segundo artículo trataba de tres iconos publicitarios que se habían convertido en algo más que una campaña publicitaria. En el escrito, Eduardo hablaba ordenadamente del indulto otorgado al toro de Osborne que adorna nuestras carreteras por todo el país y que se ha convertido en uno de los símbolos patrios; hablaba también del Santa Claus vestido de rojo de Coca-Cola y, por último, del muñeco de Michelin. En los dos artículos, Eduardo Torrico demostraba toda su madurez artística interna y todo su criterio como artista.

—Como te he dicho, llevo toda la vida pintando. Lo que más he manejado son los pinceles y es lo que más me cuesta. Empiezo a pintar y me lleno de dudas. Pero esas dudas me mantienen vivo. El lapicero y la tinta son rápidos, me plantean menos dudas. En cuanto me pongo a trabajar, se genera una tensión. Es algo interior. Todo eso me lleva a seguir pintando cada día. Pero, además de pintar, llevo toda la vida recibiendo estímulos artísticos. De joven, me gustaban los cómics. Creo que mi obra actual está muy conectada con el mundo del cómic, tanto en la temática como en la forma. Durante mi juventud, disfrutaba mucho de los cómics de superhéroes, pero también de los cómics españoles como el Víbora. La gente compraba cómics, libros, discos. Algunas de las portadas de los discos de vinilo eran verdaderas obras de arte. Ahora parece que la gente no compra nada. Parece que sale todo de internet por arte de magia.

—Como artista, supongo que es muy difícil vender tu obra —le interrumpo.

—En el pasado, he vendido muy poco. He hecho encargos. Paisajes de Valdemoro. Hacía fotos y luego pintaba reproducciones ampliadas de esas fotos a partir de las cuadrículas tradicionales. La gente venía a las exposiciones, pero no compraban ningún cuadro. Aparentemente son demasiado caros para sus bolsillos. Un día vi una película de Tim Burton (Big Eyes, 2014, con Amy Adams y Christoph Waltz). Estaba basada en la historia de la artista Margaret Keane y su marido Walter Keane, que se atribuía, de cara al público, la obra de su esposa. Walter, que era, sobre todo, un gran vendedor, se dio cuenta de que el gran público no compraba los cuadros de las exposiciones, pero se llevaban los carteles que las anunciaban. Así que se puso a vender esos pósteres promocionales de las exposiciones. En estos momentos sigo vendiendo impresiones de algunas de las obras que expuse en octubre. No deja de ser mi obra, pero, como son copias, sale más barato. La gente viene por casa y, de paso, les enseño algunas de mis piezas anteriores y comienzo a mostrar algunos de los trabajos que estoy haciendo ahora. Estoy haciendo una serie con árboles. Se trataría de los últimos árboles de La Tierra. Suelo colocar un árbol en primer plano, en un lugar elevado y la gran ciudad de fondo.

Me pregunto en voz alta si, dentro de la obra de Eduardo, hay espacio para el optimismo.

—Claro que sí, —contesta Eduardo— de lo contrario no pintaría mis cuadros con tanta luz. Todavía tenemos tiempo. Creo que las nuevas generaciones están más concienciadas que nosotros y nos van a sorprender con sus soluciones. La esperanza, el optimismo, está en la reconstrucción. En uno de mis cuadros, el único que muestra una figura humana, aparece un hombre construyendo un molino de viento. Todavía estamos a tiempo para evitar el final de El planeta de los simios.

Después de todo, a Eduardo Torrico le gusta el realismo mágico. Es posible que el realismo nos empuje al pesimismo, pero la magia es siempre magia. La magia nos invita al optimismo. Mientras apago la grabadora de voz y comenzamos a despedirnos, imagino un libro con ilustraciones de Eduardo Torrico y saboreo mis proyecciones mentales. Él me dice que no le importaría ilustrar un libro. Salimos del calor de la cafetería al Valdemoro de un martes en una tarde-noche de invierno. Caminamos juntos durante un rato hasta que se separan nuestros caminos. No hay nadie más en las calles. Como en los cuadros de Eduardo. Parecemos los últimos habitantes del planeta, navegando por la noche como Max Estrella y su infiel amigo (y representante) don Latino de Hispalis. A Valdemoro solo le falta un callejón del Gato…

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres