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Entrevista con Emilio Zornoza Requena

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Cuarenta años dedicado a la docencia. Casi treinta de esos años trabajando como maestro y profesor en escuelas públicas de Valdemoro. Una de las primeras cosas que me dice cuando nos entrevistamos es que, si volviera a nacer, querría ser maestro otra vez. Su mujer también es maestra y Emilio me dice que, cuando se casaron en 1974, formaron un matrimonio pedagógico. Tuvieron (tienen) dos hijos. Procedente de la provincia de Cuenca, me cuenta que, entre primos y familiares, son unos 22 maestros en la familia. Eso convierte a Cuenca en una provincia exportadora de educadores. Me atreveré a decir que a eso se le llama informalmente «fuga de cerebros». Habrá quien quiera contradecirme.

Emilio Zornoza ha sido director, jefe de estudios, ha desarrollado múltiples proyectos extraescolares, fue entrenador del equipo de baloncesto en el colegio nacional de Vic, en Cataluña y entrenador de fútbol sala del equipo del colegio Cristo de la Salud en Valdemoro. Durante sus últimos años en el instituto Avalón, e incluso una vez jubilado, acompañó a unos cuarenta estudiantes a hacer el Camino de Santiago. En cuanto llegó a Valdemoro en 1979, se interesó por la geografía, la fauna y la flora de los alrededores de la localidad e integró rápidamente todos esos conocimientos en el currículo de Ciencias Sociales de la escuela.

Emilio Zornoza Requena cree que el maestro debe ser exigente, a la vez que respetuoso, con el estudiante. Solo así se conseguirá desarrollar a su máximo potencial. Nos encontramos para tomar un café y charlar de su vida como educador.

Háblanos de tu infancia.

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Nací en 1947, en Reíllo, provincia de Cuenca. Ahora el pueblo roza los cien habitantes. Me crié en una familia humilde. Mis padres trabajaban la tierra a renta, una especie de alquiler. Tenían también conejos y gallinas, criaban dos o tres cerdos… Con eso vivíamos, porque dinero, en casa, no había. Mi madre y mi tía tenían un horno de pan. Allí iban a cocer el pan las mujeres del pueblo, que pagaban a mi madre y a mi tía con uno de los panes que cocían. A los seis años, fui a la escuela unitaria de Reíllo y, a los catorce años, el maestro me presentó a las becas que daba el Ministerio de Educación. Me concedieron una beca con la cual hice Bachillerato y Magisterio. Para renovar la beca, cada año, debía sacar una media de notable. Estudié Bachillerato en Cuenca en el Instituto Alfonso VIII y Magisterio en la Escuela Normal, también en Cuenca.

¿Qué hacías durante el verano?

Mi padre tenía dos o tres tierras a renta. Mi hermano, que ya vivía por Madrid, mi cuñado y algún familiar más nos ayudaban durante la siega en los veranos. Cogíamos la hoz al amanecer, segábamos y, una vez segado, acarreábamos todo a las eras para trillarlo. Cuando terminábamos con nuestra cosecha, si había gente que necesitaba ayuda, allí estaba yo para ganarme un dinero extra y, así, ayudar en casa. En el pueblo siempre andábamos buscando algo de trabajo. Había un contratista que se dedicaba a llevar el agua corriente a los pueblos. Si había trabajo, allí iba yo. Estuve varios veranos cavando zanjas para ese contratista. En casa entraba muy poco dinero. Si mi madre vendía algún conejo… Ayudé a mi padre hasta el verano de 1969. Yo había trabajado ya un año como maestro en Cataluña y volví al pueblo en el verano para ayudar a mi padre. Cuando terminamos la siega, le hice ver a mi padre que, con todo ese trabajo, apenas sacábamos beneficios. Le convencí para que tuviera un huerto propio, pero también para que dejara de trabajar la tierra.

¿Tus primeros destinos como maestro fueron en Cataluña?

Mi primer destino fue en una escuela unitaria que tenía 65 alumnos en Bigas y Riells (Bigues i Riells), en la provincia de Barcelona, al lado de Granollers. El estudiante más joven tenía cinco años y los demás tenían entre seis y catorce años. Para enseñarles, había que ir haciendo grupitos y enseñarles según su edad y nivel. Era un pueblo disperso, con la iglesia y las escuelas en la parte alta junto a unas pocas casas. El resto del pueblo estaba en la parte baja. Hasta allí llegaba el autobús y había que subir andando hasta la parte de arriba. Allí estuve de pensión. Ganaba 4.744 pesetas y pagaba de pensión 4.500. Menos mal que allí estaban establecidas las famosas permanencias. Después de las clases diarias, los estudiantes que querían podían quedarse en la escuela con el maestro. En Bigas se quedaban prácticamente todos los alumnos. Gracias a eso, ganaba 5.000 pesetas más. Allí estuve de interino un año. El segundo año, me dieron una sustitución en un colegio del Barrio Chino, en Barcelona capital. Y en 1971, aprobé la oposición. El año anterior había suspendido, aunque iba mejor preparado que el año que aprobé. A partir de ahí, estuve en Vic, en Manlleu y, después, concursé y conseguí plaza definitiva en Sant Pere de Riudebitlles, al lado de Sant Sadurní d’Anoia. Allí estuve seis años, los tres últimos como director. En esos momentos, se daba una hora de Catalán, pero las cosas estaban cambiando mucho y decidimos venirnos a Madrid. Pedimos traslado mi mujer y yo a la vez. Nos dieron plaza a los dos en Valdemoro y, por eso, nos vinimos. De lo contrario, habríamos esperado un año más. No estábamos dispuestos a vivir cada uno en una provincia o localidad distintas. Nuestro primer año en Valdemoro fue el curso 1979-80. Nos dieron a los dos plaza en el Colegio Cristo de la Salud.

¿Cómo conociste a tu mujer?

Durante mis primeros años trabajando en la provincia de Barcelona, mi mujer estaba trabajando en la provincia de Toledo. A su padre le dieron destino en Cataluña y ella estaba pensando en pedir traslado a Cataluña para vivir cerca de sus padres. Mi mujer estaba de maestra en la provincia de Toledo y, casualidad de la vida, los dos coincidimos en Sant Pere de Riudebitlles, Barcelona. Hicimos amistad, nos hicimos novios y, al año aproximadamente, nos casamos. Tuvimos una hija y un hijo, que nacieron en Barcelona. Conseguimos que el alcalde de la localidad nos cediera una vivienda para los dos por muy poco dinero. Allí estuvimos hasta 1979. Recuerdo que, trabajando allí, hacíamos todos los años un viaje a Mallorca con los alumnos de octavo. Solíamos ir mi mujer y yo acompañados de un par de padres para ayudarnos con el viaje. Los chavales conseguían pagarse gran parte del viaje gracias al reciclaje. Recogían botellas vacías y recibían dinero por cada una de ellas. Además, recogíamos cartón y periódicos entre todos y lo vendíamos a peso. Por allí había muchas fábricas de papel.En Sant Pere de Riudebitlles creaste también una escuela para adultos.

Me llevaba muy bien con el inspector de educación y se lo comenté. Cuando preguntabas a los chicos qué querían ser de mayores, todos decían que querían trabajar en la fábrica, como sus padres. Por allí, había varias fábricas. Yo vi que muchos adultos no tenían estudios y pensé que, ofreciéndoselos, tendrían más oportunidades laborales. Así comenzamos la escuela de adultos. Para los estudiantes era todo gratuito y a nosotros nos pagaban una remuneración extra por enseñar por las noches. La mayoría de los jóvenes trabajaban todo el día y venían a estudiar por la tarde-noche. Casi ninguno tenía el graduado escolar.

¿Cómo era el Valdemoro que os encontrasteis en 1979?

Creo que no llegaba a los diez mil habitantes. Nos recibieron bien. Entonces estaban el Colegio Cristo de la Salud y el Carrero Blanco, que luego pasó a llamarse Vicente Aleixandre. Todavía no había instituto y los chavales debían ir a Ciempozuelos a estudiar Bachillerato. Eran los años en los que se empezaron a crear las APA (asociaciones de padres de alumnos, ahora AMPA). En Valdemoro nos conocíamos todos.

¿Qué recuerdas de tu etapa en el Cristo de la Salud?

Nos recibieron muy bien. Recuerdo que creamos un huerto escolar. Sirviéndonos de una fábrica de maderas, hicimos un circuito de circulación y, allí, enseñábamos educación vial. Recuerdo que nos hicieron un semáforo en la ECAM. Teníamos señales de circulación. Los chavales hacían el circuito en bici, aunque creo que el Ayuntamiento hizo algo similar con karts. En esa época, participamos también en el concurso Por Europa: Cuarenta preguntas para mil escuelas. Fuimos uno de los centros premiados. Recogimos el premio en Bruselas. El viaje fue subvencionado por el Ayuntamiento, que puso un autocar para los alumnos participantes. Allí nos dieron un cheque por valor de 1000 ECUS (la moneda precursora del euro) y una medalla conmemorativa del ECU. El alcalde, un alumno y yo fuimos en avión. El viaje que hicieron los chavales en autocar fue más bonito, atravesando Francia. Lo pasaron bastante bien.

Cuando estabas trabajando en el Cristo de la Salud, ayudaste a crear la asociación Las Fuentes de la Villa.

Fui uno de los socios fundadores y tuve el cargo de secretario de la asociación durante unos cuantos años. Nuestro objetivo era dar a conocer la historia y el patrimonio cultural de Valdemoro. María Jesús López Portero, la archivera municipal, nos ayudó con muchas ideas. Con nuestros alumnos de primaria, y luego de secundaria, hacíamos recorridos históricos por la villa. Yo preparaba unos cuadernillos para los alumnos. Además, hacíamos fotografías de los lugares y hacíamos exposiciones en los tablones de la escuela. Organizábamos también charlas sobre la historia de Valdemoro. Hacíamos también exposiciones en el Juan Prado. Recuerdo que hicimos una con hábitos religiosos que tuvo bastante éxito y otra con fotos viejas de Valdemoro que nos dejaron los vecinos.

En 1997, te ofrecieron la posibilidad de pasar del colegio de primaria al instituto.

En ese año, la escuela primaria dejó de dar séptimo y octavo y esos estudiantes pasaron directamente a secundaria, a primero y segundo de la ESO. A los maestros nos ofrecieron la posibilidad de trabajar en el instituto para dar clase a esos alumnos. Creo que fue un poco precipitado en algunos institutos que aún no estaban preparados, pero, a la vez, creo que los maestros que pasamos a trabajar en el instituto contribuimos a que esa transición fuera más suave. Al principio, había un poco de recelo, pero, en mi opinión, todo resultó bien. Yo pasé a trabajar al instituto Valdemoro 2, que luego se llamó Avalón, y allí me trataron muy bien, tanto mis compañeros como los estudiantes. Un trato exquisito. Cuando nos jubilamos, nos hicieron un homenaje magnífico. En el Avalón, yo me ocupaba de enseñar Ciencias Sociales. En este departamento elaboramos una guía didáctica de Valdemoro, cuyo fin era que el alumno desarrollase capacidades cognitivas, procedimientos y actitudes propias de la etapa de secundaria obligatoria.

Y colaboraste con el profesor que hacía el Camino de Santiago con los estudiantes.

Consistía en culminar las últimas etapas, alrededor de una semana, desde O Cebreiro y Monte do Gozo hasta Santiago de Compostela. El primer año no fui muy convencido. Pero, una vez allí, me encantó la experiencia y ya repetí todos los años. Llegué a acompañarles hasta después de jubilarme. Llevábamos a unos cuarenta estudiantes. Nos levantábamos a las seis de la mañana, o a las cinco. Preparábamos los desayunos entre todos. Solíamos ir antes de navidades o durante el mes de marzo. Eso nos permitía conocer un camino muy distinto al que conocen los peregrinos que lo hacen en verano. En una ocasión, nos llegó a nevar en el Camino.

¿Cuál es la cualidad que más valoras en un maestro?

Como todos los trabajos, el de maestro es vocacional. Tiene que gustarte mucho y debes dedicarle muchas horas. Para mí el respeto mutuo ha sido uno de los pilares fundamentales. Y creo que los estudiantes me han respetado siempre mucho y yo los he respetado a ellos. Las cosas están cambiando mucho. Con eso de que ahora trabajan los dos padres, cuesta mucho más sujetar a los chavales. Los padres llegan a casa cansados del trabajo y no encuentran un rato para pasar con los hijos. Hay que estar muy encima de los hijos. Los padres y el maestro deben hacer equipo para educar a los niños. En casa no se debe hablar nunca mal del maestro. Aunque el maestro se haya equivocado, no hay que criticarlo. Los padres deben ir a hablar con el maestro, pero no criticarlo delante de los hijos. Hoy hay padres que temen corregir o exigir más de los hijos, por miedo al rechazo que eso puede provocar.

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Emilio se jubiló en 2007. Emilio me enseña el álbum de fotografías de su vida que elaboraron en el departamento de Ciencias Sociales del Avalón y que le regalaron cuando se jubiló. Ahora, junto a su mujer, se dedica a cuidar de sus dos nietas. Cuando crezcan, piensa que volverán a hacer excursiones por los pueblos de España. Hasta entonces, aprovechan el tiempo de ocio para visitar y pasear por los lugares más emblemáticos de Madrid.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres

 

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