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Entrevista con Felipe Díaz Pardo

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Tras dos películas disparatadas (Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, en 1975, y La vida de Brian, en 1979), la troupe cómica de los Monty Python estrenó El sentido de la vida, su tercera y última película juntos, en 1983. Para mí su mejor film (sé que formo parte de una minoría). Este largometraje está compuesto de una serie de sketches que van recorriendo las diferentes etapas de la vida, pero que obvian explicar cuál es el verdadero sentido de la vida. Llega el final de la película y aparece Michael Palin vestido de mujer y sentado en un sillón. Recibe un sobre y decide leer su contenido: el sentido de la vida. «En verdad no es nada del otro mundo», comienza Palin, «intenta ser amable con la gente, evita comer grasas, lee un buen libro de vez en cuando, sal a pasear e intenta vivir en paz y armonía con la gente de otros credos y naciones».

Hoy tengo en frente a Felipe Díaz Pardo, que se mudó a Valdemoro hace ahora un año aproximadamente. Felipe ha encontrado el sentido de su vida en su trabajo, en la educación y en la literatura. Es posible que lo haya hecho de forma natural, inconsciente, incluso espontánea. Tenía talento para ello. Comenzó como profesor de Literatura, dirigió el instituto de Ciempozuelos, se convirtió más tarde en inspector de Educación en la Dirección de Área Territorial Sur y, de ahí, pasó al Servicio de Inspección Educativa del Ministerio de Educación en su acción en el exterior. Además de desempeñar todos estos trabajos, a lo largo de estos años, ha publicado más de treinta títulos (ensayos sobre educación, sobre legislación educativa, novelas, relatos cortos…). Como hicieran los Monty Python en la última escena de su película, a unos pocos años del final de su carrera profesional, Felipe ha decidido atreverse con la poesía y, con ella, de alguna forma, transmitir breves apuntes sobre el sentido de su vida. Con sencillez, sin grandes pretensiones, pero, a la vez, con mucha valentía.

¿Cuándo empieza tu afición por la literatura?

No sé hasta qué punto puedo contestar a esta pregunta. Por un lado, estaría la afición a la lectura, que viene desde que uno leía tebeos y le hacían leer en el colegio. Luego vendrían los paseos de los domingos por la cuesta de Moyano con mis padres, donde me compraron El Quijote en aquella edición de Austral que se despegaba por los lomos, las lecturas de la adolescencia, etc. He de confesar que nunca fui un niño prodigio en esto de la lectura. No obstante, la afición a la literatura, en cuanto al interés por ella y por escribir, surgió cuando, inesperadamente, decidí estudiar Filología Hispánica. Desde entonces me interesó, no solo como una forma de vida dedicada a la docencia, sino como una forma de ver la vida también y de aprender, porque para mí leer y escribir son dos formas de aprendizaje.

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Supongo que hay momentos de la vida en los que todos tomamos decisiones inesperadas. Entiendo que, tras la carrera, aprobaste una oposición y comenzaste a enseñar Lengua y Literatura. ¿Crees que conseguiste transmitir ese amor por la literatura? ¿Llegaste a tener estudiantes en los que podías adivinar cierto talento literario?

De nuevo me cuesta contestarte. Para ello, quizá lo mejor es remitirme a una anécdota que me sucedió en los primeros años de docencia, allá por Andalucía, en donde comencé mi trayectoria como profesor. Un día, en las puertas de la mezquita de Córdoba, ciudad en donde daba clase en uno de sus institutos, y mientras esperábamos a otro grupo de alumnos, con quienes íbamos a hacer una visita a aquel templo, una de mis alumnas, con la desinhibición y el desparpajo propios de los adolescentes, me preguntó: «¿Y tú para qué das clase de literatura?». Yo, manteniendo el tipo ante la insolente pregunta le contesté, intentando simular el mismo desapego: «Pues, de momento, para ganarme la vida». Lo curioso tras esa breve conversación, de la que se traslucía que a esta chica poco le importaba la materia, es que el curso siguiente era ella la que coordinaba la sección de literatura de la revista del Instituto. Aquello me dejó más tranquilo y quise suponer que algo le había transmitido. Y en cuanto a la detección de cierto talento literario en mis alumnos, siempre hay alguno en el que se atisba cierto interés, pero es luego, cuando uno se entera de ello al coincidir con ellos tiempo después.

Muy pronto comenzaste a compaginar tus labores docentes con tus publicaciones.  Por un lado, publicaste libros que ayudaban a aprender y a enseñar Literatura; por otro, publicaste libros sobre legislación educativa. Háblanos de algunos de estos libros.

Mi interés por publicaciones de este tipo surgió tras dedicarme a otras tareas del ámbito educativo que excedían de la tarea de impartir clase. Fue gracias a mi etapa como director de instituto y, después, a mi trabajo de inspector, cuando empecé a interesarme por temas sobre didáctica, gestión y legislación educativa. Comencé con uno que se titulaba Cómo gestionar un centro de secundaria, al terminar mi periodo como director. Después, vinieron otros: Cómo aprender a enseñar, Las claves para educar en tiempos de crisis, Manual para profesores inquietos. La mayoría de las veces, estas publicaciones las he enfocado desde la óptica de la experiencia, es decir, intercalando las vivencias adquiridas en el momento que me ha tocado vivir. En otras ocasiones, son libros de legislación pura y dura: La LOE pregunta a pregunta o Aprendiendo la LOE/LOMCE en 255 preguntas. En estos últimos casos, el objetivo era eminentemente práctico. Puedo decir que esta vertiente «educativa» de mi escritura se cierra de momento con el volumen Paisajes más allá del placer, publicado a finales del año pasado, en el que, gracias a mi labor actual como inspector de educación en el Ministerio de Educación y Formación Profesional, hago un repaso de mis viajes por doce países que he recorrido en estos últimos años visitando centros y programas educativos de dicho ministerio. En realidad, es un libro de viajes donde, desde una perspectiva del viajero inocente y poco acostumbrado a recorrer kilómetros, mezclo geografía, literatura y educación. Por otra parte, durante estos últimos años me ha interesado también la divulgación literaria con libros como La literatura española en 100 preguntas, La literatura universal en 100 preguntas o Breve historia de la Generación del 27. Con ellos he pretendido exponer algunos aspectos de la literatura con un enfoque más novedoso y dedicado al público en general.

Has sido profesor de Literatura, director de instituto de secundaria, inspector de educación. Gracias a tus viajes, aunque visitas centros de titularidad española, tal vez conozcas otros sistemas educativos. En tu opinión, ¿qué funciona bien dentro del sistema educativo español y qué te gustaría cambiar?

Efectivamente, en mis visitas a los centros de titularidad española y a los distintos programas educativos que el ministerio tiene en el exterior voy conociendo algunos aspectos de los sistemas educativos de cada país. Hasta ahora he viajado por Argentina, Chile, Ecuador, República Dominicana, Uruguay, Marruecos, Eslovaquia, Francia, Polonia, Portugal y República Checa. De cada uno me he traído experiencias y conclusiones sobre la práctica docente que enriquecen la visión sobre la profesión. En cuanto a los aspectos positivos de nuestro sistema educativo, he podido comprobar nuestra profesionalidad en la organización escolar y la atención a la diversidad, aspecto este último que no he conocido, al menos en profundidad, en los países que he visitado. Por otra parte, en los centros extranjeros que he visitado —pues los centros de titularidad española son exactamente igual que los que existen aquí— he visto también aspectos positivos. Así, por ejemplo, he podido comprobar que, al evaluar a los alumnos, se intenta siempre extraer lo positivo de ellos, algo por lo que los profesores se preocupan, porque, en cierto modo, ellos también se ven evaluados y el éxito de los alumnos es también su éxito. Tal vez la metodología empleada en algunos casos es algo que puede tenerse en cuenta también al reflexionar sobre nuestra práctica docente; así como la flexibilidad con el número de suspensos, aspecto tan de moda últimamente con el asunto de la obtención del título de Bachillerato, de manera excepcional —y solo excepcional—; o el fracaso escolar. Pero estos temas serían motivo para otra conversación.

Volvemos a tus publicaciones. Además de tus libros conectados con el mundo de la educación, llega un momento en el que te lanzas a publicar tu obra literaria. Podemos disfrutar tus ensayos, tu poesía, tu narrativa. Háblanos, primero, de tu obra en prosa.

Mi narrativa la forman varias novelas y varios libros de cuentos o relatos y con ellos intento no solo crear historias, sino también buscar una vía de conocimiento. Las primeras son variadas en el enfoque empleado. La primera, Las sombras que nos persiguen, que luego publiqué en formato digital bajo el título de Tardes en El Edén, se asienta sobre el mundo real y el de los recuerdos. Fue la primera y tal vez necesite de una revisión que me gustaría hacer para volver a publicarla, si fuera posible. Tanto motivo sin fisura también se desarrolla de la misma forma. Otras como El premio del sucesor, La humanidad de los dioses o Vuelo sin retorno mezclan realidad y fantasía, sin saber bien si ambos mundos se pueden diferenciar, algo que es, en definitiva, un juego que la literatura nos permite. En cuanto a los relatos, he de decir que es uno de mis géneros preferidos, tanto en el ámbito creativo como en el de la investigación. Es el germen de la narración y la extensión en la que más cómodo me siento y que he practicado con los libros Dioses, hombres y fantasmas, Complicidades o Felicidad perversa. Hace unos días, algunos de los relatos de los dos primeros libros y algunos cuentos nuevos han visto la luz en la recopilación que he titulado Cuentos cómplices, divinos y humanos. Son treinta y seis textos agrupados temáticamente según los términos que aparecen en la portada, en los que, de nuevo la ficción y la realidad se combinan. Como lector me gusta deleitarme de la literatura a sorbos y no con atracones de cientos de páginas. Por eso, disfruto también con el microrrelato, tan de moda últimamente, y también lo he cultivado con el volumen Disturbios, tributos y cavilaciones. Con el paso del tiempo, cada vez más pienso en que lo mío son las distancias cortas. El tiempo lo dirá, si consigo seguir en esto. Por último, La factoría de los sueños supuso una breve incursión en la literatura infantil-juvenil, que me sirvió de acicate, de ilusión y para abrirme paso en el mundo editorial.

Ha sido recientemente que has comenzado a publicar poesía; de hecho, acaba de salir a la luz tu segundo libro de poemas.

Efectivamente, fue el año pasado cuando publiqué mi primer poemario, En paradero desconocido, poco antes del comienzo de la pandemia. Hace un par de meses, en julio, vio la luz el segundo, Balance de un futuro incierto, del que estoy francamente satisfecho. Siempre he considerado la poesía un género difícil y me ha dado mucho respeto ponerme a escribir versos, pero, francamente, yo mismo estoy sorprendido del resultado, fruto, creo yo, de las vivencias que uno va acumulando, de la situación personal y, sin duda alguna, del conocimiento técnico de la materia literaria que se está manejando. Mis años como profesor, de dedicación a la lectura y al análisis de textos me hacen entender el mecanismo y la técnica necesarios para escribir algo decente en este género. Con todos mis respetos, ahora todo el mundo escribe, pero hay que tener un mínimo de formación para eso.

¿Cuáles son tus próximos proyectos literarios?

Los proyectos literarios se acumulan en la cabeza y tengo que poner orden. Últimamente publico dos o tres libros al año y quiero tomármelo más sosegadamente. Si, por una parte, uno está en permanente búsqueda, también pienso que no tengo ya que demostrarme nada. Así que voy a procurar dedicarle más tiempo a lo que quiero hacer. Sin duda seguiré con la poesía, género al que me he enganchado. También estoy intentando terminar otro libro de cuentos, el otro género que siempre me ha fascinado, quizá por lo que tiene de desconocido y minoritario. Es curioso ver cómo, cuando se habla del cuento, hay que aclarar que el término no solo se refiere al ámbito infantil, sino que es un subgénero narrativo que ha gozado de mucha importancia en países como Estados Unidos o en lugares como Hispanoamérica. En fin, en eso estoy.

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Felipe Díaz Pardo sabe mantenerse ocupado, entre su trabajo y su afición literaria. En septiembre, estuvo firmando en la feria del libro y ha estado presentando su último libro de poemas, recién publicado. Con todo esto, todavía ha encontrado tiempo para atendernos y concedernos esta entrevista. Para Felipe, la literatura es búsqueda, la literatura nos permite continuar aprendiendo. Con su abordaje a la poesía, Felipe Díaz Pardo ha descubierto que la literatura puede ofrecerle nuevas aristas y nuevos vértices, tal vez más intimistas y más filosóficos. Si la poesía es literatura en estado puro, tal vez, Felipe haya iniciado un camino hacia su interior. Su particular viaje al centro de la Tierra. Quizás descubra que los Monty Python tenían razón, que es cuestión de intentar ser amables con la gente, evitar comer grasas, leer un buen libro de vez en cuando, salir a pasear e intentar vivir en paz y armonía con la gente de otros credos y naciones.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres

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