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Entrevista con Lola Arroyo

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Lola Arroyo no solo cuenta cuentos, sino que vive del cuento. Lleva toda la vida trabajando con niños y no era de extrañar que, tras su jubilación, necesitara algo más que hacer en el día a día. Se define como una persona curiosa y con mucha imaginación: «¿Qué iba a hacer yo todo el día en casa?». Lola Arroyo no solo cuenta historias para los
niños, cuenta historias para todos. Narra, hace que cobren vida.
No solo crea cuentos, sino que los escenifica y los transmite de manera que cada niño se lleva un aprendizaje consigo a casa. Lola Arroyo hace que las palabras calen en el alma, incluso hasta en los más pequeños. Hace del cuento una realidad que se transporta
a nuestro día a día.

¿Quién es Lola Arroyo?
En la actualidad, es una señora de 68 años que lleva una larga vida dedicándose a la educación infantil, a la familia, y a ayudar a otros a llevar la vida un poco mejor. Tuve una infancia un poco desafortunada y creo que eso me ha llevado a intentar ayudar a algunas
personas cuando he visto que tenían algunas dificultades que, quizá, yo podría resolver. Y sobre todo, llevo casi toda la vida trabajando con niños e intentando ayudar a través de los cuentos.

¿Cuánto tiempo llevas viviendo en Valdemoro y por qué decidiste mudarte aquí? ¿Fue un factor personal o profesional?
Llegué a Valdemoro en 1963; tendría unos ocho o nueve años. Entonces, claro, fue algo personal totalmente. ¿Conoces Juncarejo? Juncarejo es el colegio de huérfanos de la Guardia Civil. Mi padre era guardia civil y cuando murió yo tenía seis años. En ese momento, vivíamos en Jaén, pero al fallecer él yo me tuve que venir a este colegio porque mi madre no tenía recursos. Eran otros tiempos… Mi madre y mi hermano se vinieron más tarde, y fue ahí cuando mi madre empezó a trabajar en el Colegio de Guardias Jóvenes. Todo al final está conectado con la Guardia Civil. Y mediante esa conexión, formamos varios vínculos. Mi hermano conoció a su mujer, yo conocí a mi marido y, desde entonces, nos quedamos en Valdemoro. Pero mi sangre es andaluza, yo soy onubense.

Ya me has dejado entrever la respuesta, pero ¿cuál ha sido tu trayectoria laboral?
Yo tenía claro que quería dedicarme a los niños. Me gustaba mucho lo que en aquel momento se llamaba puericultura, que era el título que te exigían para trabajar en una guardería o un jardín de infancia, lo que se conoce ahora como una escuela infantil. Así
que, desde los 19 años hasta los 61, he estado dedicándome a la educación infantil, de una manera u otra. Los años que no trabajé, los dediqué a criar a mis tres hijos. He educado a los hijos de otros, pero también a los míos. Aunque había otras muchas personas que trabajaban en el sector sin titulación, estudié puericultura porque me gustaba estar formada. Y, cuando salió el módulo de Educación Infantil, nos obligaron a cursarlo, lo cual me pareció muy bien. Trabajé en Madrid con 19 años en un colegio que, durante mucho tiempo, tuvo mucho prestigio. Luego, en 1986, mis compañeras y yo formamos la segunda cooperativa de educación de mujeres en Valdemoro y abrimos la Guardería Infantil Arcoiris para niños pequeños en el bajo del Convento de la Encarnación (el de las clarisas). Tuvimos que pedir ayudas económicas, hicimos una obra tremenda,
tú imagínate, un convento del siglo XVII… Además teníamos a nuestros hijos pequeños… Fue un proyecto hermoso que duró quince años. Tras haber conseguido hacer reformas en las instalaciones, no podíamos seguir allí. Después, estuvimos trabajando durante diez años en Los Paraísos, una escuela de la Comunidad de Madrid. A los 58 años yo ya tenía una larga trayectoria. Los años empezaban a pesar. Me quedé unos años en el paro y directamente me fui a la jubilación. Circunstancialmente, cuando terminé de trabajar
en la escuela infantil, mi madre estaba en una residencia y se me ocurrió contar cuentos a los mayores. Yo les podía plantear preguntas acerca de estos cuentos para que interactuaran, para que se mantuvieran activos. Pero desde el fallecimiento de mi madre, no he vuelto a pisar una residencia. Así que lo que hago ahora es ir a los centros escolares y cuento cuentos a los niños. Lo hago desinteresadamente. Para mí esto es una formación continua. Mi objetivo antes del cuento es conocer las necesidades y el nivel
evolutivo de cada grupo y, con ello, adaptar los cuentos a estas circunstancias, al público y a la situación que encuentro en cada grupo. Trabajo sobre todo los valores, además de las emociones, las estructuras que hay que ir fabricando con los niños a nivel comprensivo, didáctico…

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Casi dirías que tu taller de cuentos es una actividad didáctica y lúdica al mismo tiempo.
Es una actividad didáctica. Sirve para el aprendizaje de contenidos diversos, además de para que se lo pasen bien. A fin de cuentas, la magia y la imaginación aquí son los protagonistas! Antes de comenzar el cuento se debe hacer una evaluación inicial. De esa
evaluación saco mucho. ¡A veces uno se sorprende! Desde el momento en el que tú preguntas: «¿Alguien conoce este cuento?», y uno te responde: «¡Sí, yo sí! Lo he leído con mis papás», ya te está dando información. Te está diciendo que ha leído el cuento, que lo ha leído con sus padres, que sus papás han ido a una tienda y lo han comprado porque le han dado importancia.

¿Cómo surge en concreto la idea de dedicarte a los cuentacuentos? Has trabajado con personas mayores, con niños pequeños…Los cuentos son literatura. ¿De dónde viene todo esto?
A mí siempre me han interesado los cuentos. Quizá, porque en un principio yo no tenía capacidad ni paciencia para leerme un libro. Estaba tan cansada de estudiar que cuando por fin acabé mis estudios, me dije que no quería volver a saber nada de libros. Pero
como elegí educación infantil, trabajé con libros, y con cuentos. Vi el resultado que tenían, que los cuentos eran mucho más atractivos para ellos. Y quizá porque siempre he tenido una sensibilidad especial. El libro que he publicado, El tesoro de Drago, es el cuento de mi cuento. La historia forma parte de otro cuento de una niña que por las noches se acostaba, deseando, sin éxito, que sus papás fueran a contarle un cuento. Entonces esa niña se esconde bajo las sábanas y se inventa historias. El tesoro de Drago es parte de este cuento. Y todos los demás que la niña se inventaba los custodiaba en un castillo. Un castillo que aparece en El tesoro de Drago.

O sea, es un metacuento.
¡Sí! Es como una metáfora de cómo llegué a ese cuento. Y de la importancia que tiene para mí la literatura. A mí las asignaturas que siempre me habían gustado fueron Literatura, Gramática… Me gustaba escribir poesía, escribir en general, incluso cartas. De
hecho, durante muchos años mis hijos lo que esperaban por Reyes o en Navidad era «la carta de mamá». He regalado cartas y cuentos a todo el mundo. Es un día en el que me gusta demostrar a las personas que me rodean que las quiero. A veces, conforme a lo que
la gente estaba viviendo en ese momento, me inventaba un cuento y se lo regalaba.

¿A qué público va dirigido tu cuentacuentos? ¿Crees que hay un rango de edad determinado para tus cuentos? ¿Cómo han evolucionado tus talleres?
No tiene una edad concreta. Esa es otra de mis frases: «El cuento no tiene edad», es de cero a cien. Ya desde que trabajé en Los Paraísos éramos un equipo de personas innovadoras. Trabajábamos con un cuento al mes. Preparábamos el cuento para escenificarlo al final del mes. Utilizábamos diferentes técnicas que creía nos que servirían para que les llegase mejor el mensaje a los niños. Pero ya no solo trabajábamos el cuento para un objetivo didáctico en concreto, sino que así también los niños aprendían a que, en según qué espacios, debían de comportarse de una determinada manera. Cuando juntábamos varias aulas, ellos ya sabían que era día de cuentacuentos, y eso ya les hacía cambiar de actitud y comportarse de otra manera. Hemos incorporado música, marionetas, actuaciones… Ahora me he vuelto más moderna y uso mucho la goma eva, la pizarra magnética… e incluso reciclo mucho material: como mi hija trabaja en una papelería, compro muchísimas cosas que me sirven no solo para los cuentacuentos, sino también para cuando me visitan mis sobrinos nietos. Sobre todo con mis sobrinas, a las que les encantan las manualidades.

No solo cuentas cuentos, sino que interactúas con ellos. Con música, gestos, manualidades…
Con todo. Porque todo eso es arte. El arte hay que transmitirlo. Desde muy pequeños hay que enseñarles que deben saber comportarse en una sala con un espectáculo que debemos respetar por el trabajo que ejecutan otras personas. Tengo una actividad pendiente por hacer: me encantaría llevar a cabo un taller de cuentacuentos con música en directo. Creo que tanto la música en directo como alguien acompañándome con lenguaje de signos lograrían una sinergia perfecta, y sería muy interesante llevarlo a un cuentacuentos. De momento lo tengo en el tintero. Pero lo llevaré a cabo, seguro. Porque a los niños hay que enseñarles desde pequeños a amar la cultura.

¿Cómo es el día de una cuentacuentos?
El día de una cuentacuentos es como el de una persona normal a mi edad. Como te he dicho antes, yo estoy todo el día dándole vueltas a los cuentos. Hay veces que durante el día siempre se me ocurre algo relacionado con los cuentos y lo escribo. Mientras tanto, me dedico a estar en casa, viajar, pasear, leer… Ahora leo mucho. Después de comer y a la hora de acostarme es cuando más leo. Y si tengo algún ratito, a veces veo la tele, pero suelo leer más. Viajo de vez en cuando, porque tenemos un apartamento en la playa… Las cosas que tengo y que disfruto a día de hoy también me las he currado mucho. Pero mi día a día es como el de una persona normal a mi edad, vaya: familia, flores y cuentos.

Ahora que estás leyendo mucho, ¿hay algún libro que tú pienses que a día de hoy todo el mundo debería leer?

Me he leído un libro de Luis Zueco que me ha encantado. He encontrado en él muchas similitudes con lo que yo quiero transmitir en el cuento: es el valor de la palabra (además de otras muchas más, claro). El último libro que me he leído es El tablero de la reina. Y el primer libro que leí suyo ya me impactó de por sí, porque había un personaje que era un cuentacuentos, El mercader de libros. En general me gustan mucho los autores españoles. Ahora más, porque me cuesta mucho recordar los nombres en inglés. Ni siquiera estudié inglés; di francés. Yo si leo Rosa, o Carmen, puedo incluso ponerles una cara a los personajes. Con la imaginación, que a fin de cuentas se lo debo todo a ella, rápidamente me veo a la señora Carmen asomada a su ventana.

¿Traes los cuentos preparados de casa o son cuentos preexistentes?
Los traigo de casa, pero también cuento cuentos tradicionales y de todo tipo que me piden. A mí me llaman y me dicen: «Lola, lee este cuento, este y este». En el Día de la Mujer, de la Paz, a lo mejor tengo alguna cosa preparada, pero trabajo con lo que también
me piden. Hubo un taller especial que hice por el Día de los Derechos del Niño, una puesta en escena muda, solo con música, precisamente para reconocer las carencias y lo importante que significa tenerlas cubiertas, sobre todo en la infancia.

¿De dónde te viene el amor por los libros?
El amor por los libros nació no siendo demasiado joven, pero sí que nació con un libro en concreto. Creo que era Flores en el desván: trataba de unos niños que vivían en un desván circunstancialmente. Me enganché a aquel libro y luego me leí la segunda parte.
A raíz de ahí, empecé a leer y a leer más, pero tuve un pequeño parón. He tenido que dedicar mucho tiempo a mis hijos y a la escuela. Leía mucho, pero de manera relativa. Cuando los niños se hicieron más grandes, ahí sí que empecé a leer más y ya me terminé
de enganchar a la lectura cuando empecé a tener más tiempo libre. Ahora hay días en que llego incluso muy tarde a casa y, aunque sean las dos o tres de la mañana, siento la necesidad de leer. Me da la impresión de que, si no, no me duermo. Además, como me creo todo lo que leo, me da pena estar mucho tiempo sin leer porque siento que los personajes se me escurren y se van. Cuando acabo un libro me quedo reflexionando: «¿Y si luego no leo algo que me guste tanto?». Además, ahora, a mi edad, necesito libros más dinámicos, con más conversación, que me entretienen más.

Me has dicho antes que tuviste una infancia un poco desafortunada, pero, ¿hay algún cuento o libro que recuerdes de tu infancia que te marcara de alguna manera especial?
El primer cuento que leí fue Heidi, con unos diez años. Pero si tuviera que hablarte de un cuento como tal, te hablaría antes de un personaje, te hablaría de Charlot (Charlie Chaplin), de sus historias que mezclaban tristeza y alegría a partes iguales. En aquel
momento me sentía identificada con lo que su personaje reflejaba… Pero no, si me preguntas por un cuento, no recuerdo ninguno especial y que me haya llevado conmigo al presente.
¿Y hay algún cuento especial, entonces, que tú recuerdes con cierto anhelo de la infancia de tus hijos?
A mis hijos les leía casi todos los días. Hasta que yo no empecé a trabajar y conocí otro tipo de cuentos, les contaba normalmente los tradicionales. Algunos que les contaba también me los inventaba yo, claro. Una de las alegrías que me llevé de la infancia de
mis hijos en relación al cuento, fue cuando mi hijo, estando en Primaria, escribió un cuento y ganó el primer premio de su clase. Lo tengo guardado, por supuesto. Él decía que quería ser castillólogo, y el cuento se desarrollaba en un castillo. Y mira por dónde, yo ahora también incorporo uno, bueno, dos castillos en mi cuento.

¿Hay algún libro o cuento que sabes que siempre funciona en tu taller, con el que siempre captas la atención de tus oyentes?
El cuento no falla. Puedo fallar yo por algo. A veces me pongo nerviosa, me despisto… Hay que estar pendiente de todo, de modular la voz, de utilizar técnicas que les atraigan… Quizás eso sea mi culpa. Pero no es del cuento. Por muy malo que sea el cuento, aunque pienso que no hay ningún cuento malo, yo creo que todos los cuentos llegan a los niños. Hay que saber contar cuentos, no es tan fácil como parece.

¿Qué crees que hay que tener para ser una buena cuentacuentos? ¿Y qué crees que tienes tú, como buena cuentacuentos?
Creo que tengo una habilidad especial para meterme en el personaje. Podría haber sido actriz perfectamente. Y puedo llegar a conocer las necesidades que tiene un niño para conseguir atraer su atención, pero esto lo he aprendido porque también he metido
mucho la pata.

¿Me puedes contar alguna experiencia destacable que hayas vivido como cuentacuentos?
De casi todos los cuentos he tenido anécdotas simpáticas, tristes… He tenido de todo. Incluso con los profesores, de emocionarse. De los niños: de cómo llegan a ti niños que crees que no van a entender la moraleja de ese cuento y, cuando lo hacen, me dejan anonadada. En este cuento mío (El tesoro de Drago), es muy difícil identificar su valor principal, porque no salta a primera vista: el valor del respeto. Ellos te responderán normalmente que es el amor, la paz… Pero el valor que importa en este libro, y el que más importa realmente, es el del respeto. Si tú no respetas, no existe la paz. Si tú no respetas, no existe el amor. Si tú no respetas, no existe la igualdad. Si tú no respetas, no existe absolutamente nada. Y por eso me gusta contar este cuento en días señalados, porque recoge varios valores, pero al final siempre acaban en el mismo: el respeto.

Estoy completamente de acuerdo. Siento tocar de nuevo tu infancia, pero, ¿crees que ser cuentacuentos te conecta de alguna forma a ella? ¿Son de alguna forma, un medio para detener el paso del tiempo o suplir alguna carencia?
Son momentos de rememorar. Y, además, de alegrarme de lo que ahora vivo, porque no lo pude vivir. Cuando era pequeña, no pude tener una familia como todo el mundo. Solo la tuve durante seis años. Pero fueron seis años tan profundos… había tanto amor… Por eso creo que me costó dejar de ser niña. Creo que de alguna manera siempre he esperado que volvieran aquellos años. Y los cuentos me conectan ahí. A veces siento que soy más niña que los niños que tengo a mi alrededor. Una sobrina nieta mía me dice: «Lola, es que tú eres muy buena porque no sabes decir nunca que no». Y tiene razón. Yo me deshago. Me cuesta a veces ser un adulto.

Todos tenemos nuestro lado más naíf, y es muy importante no perderlo nunca. ¿Crees que también los cuentos te conectan de nuevo a la infancia de tus hijos?
Con mis hijos siempre he estado conectada y reconectada. Pero a ellos les ha pasado lo contrario que a mí. Yo tenía una carencia afectiva, pero ellos han tenido tan pocas
carencias que seguimos siendo uña y carne, seguimos compenetradísimos. Evidentemente, tienen sus vivencias y sus creencias, pero siempre les hemos educado con libertad, siempre han tenido palabra. Hay personas que creen que, si les dan libertad de palabra a sus hijos, les saldrán vándalos. Pero no: se llama respeto. El respeto que yo siento por ellos, ellos lo tienen con su madre, con su padre, y con su familia en general. Y con todos, claro. Siempre he querido que ellos fueran felices. No me ha hecho falta utilizar los cuentos para conectar con ellos de nuevo, porque siempre lo he estado. Ahora me vendría bien un nieto, para poder conectar de nuevo.

¿Cuáles son tus expectativas? ¿Qué es lo que buscas ahora mismo?
Me gustaría publicar algún cuento más, me haría mucha ilusión. Y sobre todo me gustaría que me siguieran acogiendo en los colegios con el amor con el que me reciben. Mis expectativas se resumen en ser feliz. Me han ofrecido seguir trabajando en voluntariado
en el centro de mayores, pero no me quiero comprometer mucho, porque no me gusta dejar a la gente colgada y no sé si voy a poder. Porque tampoco me gusta renunciar a mi tiempo, a irme a la playa, a hacer un viaje, a disfrutar de mí misma…

¿Ser cuentacuentos era tu primera opción tras la jubilación? ¿O barajaste otras opciones para, por decirlo así, «matar el tiempo libre»?
Empecé en la residencia donde estaba mi madre haciendo un taller de psicomotricidad con los mayores. A mi madre precisamente no, porque tenía alzhéimer, pero a otros muchos sí. Estos procedimientos también los he trabajado con niños, porque a veces la
mente de un anciano es muy parecida a la de un niño. Utilizaba el método Montessori, que ahora está tan de moda. Lo trabajaba con los niños y en casa, con lo que tenía cerca: cocinando, tendiendo la ropa… Y así lo hacía con los ancianos, pero vi que no era muy atractivo y se cansaban y se negaban a hacerlo. Sin embargo, contando cuentos, siempre captaba su atención. Colaboraban conmigo en dibujar cosas. Por ejemplo, con uno de los primeros cuentos que trabajé con los mayores, El monstruo de colores, que habla de las emociones, ellos colaboraban pintando cada emoción de un color… Al final estuve trabajando con mi Cuenta que te cuento en varias residencias de Valdemoro, y este método que empleé en todas ellas es de donde nace el taller de cuentacuentos que a día de hoy hago. Yo sabía que quería hacer voluntariado. Porque siempre he pensado que a mí la vida al principio me quitó mucho, pero luego me dio tanto… que yo necesitaba volcar todo eso en las personas desfavorecidas como fuese. Y claro, pensé: «¿Y ahora qué hago yo todo el día en mi casa?, ¿limpiar? No, no me gusta. Voy a hacer otra cosa». Y desde lo de mi madre empecé con los cuentos, además es una experiencia que ha ido in crescendo. No solo hago mis cuentacuentos por Valdemoro, también me he desplazado
a Ciempozuelos, por ejemplo. Incluso he expandido mi taller de manera nacional. He llegado a ir a Jaén, Alicante, Barcelona… Me he movido mucho.

Y ya para terminar por todo lo alto y como colofón, cuéntame: ¿Qué es lo mejor de ser una cuentacuentos?
Lo más gratificante de ser una cuentacuentos es el beneficio anímico que supone para mí. Yo salgo de los colegios maravillada y todo lo bueno que tengo dentro me crece. Todo lo malo se me baja. El contar cuentos me permite elevarme. Me ha hecho quererme. Y eso es algo que siempre me había costado: quererme y sentir orgullo por lo que hacía. Pero ahora puedo decir que estoy muy orgullosa de lo que estoy haciendo y de lo que quiero y de lo que pienso seguir haciendo. Si no te quieres a ti, ya sabes cómo funciona el querer al resto. No quieres a los demás. Porque no sabes cómo es. Y de regalo, una frase con la que acabo mis cuentacuentos: «La cultura se riega cada día con un poco de lectura».

Texto_ Ángela de la Fuente

Fotografía_Ncuadres

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