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Entrevista con Rafael García de las Peñas

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Valdemoro comparte con la selva y el desierto la extraña característica de no tener semáforos. Los valdemoreños y los automovilistas que nos visitan cada día abordan la mayoría de las intersecciones de nuestro callejero cediendo el paso, primero, y girando ligeramente a la derecha, después, para incorporarse a cada una de las rotondas que florecen por toda la urbe. Valdemoro coincide con el sur de Francia en la alegre circunstancia de contener un alto porcentaje de rotondas por metro cuadrado. Una vista aérea de la localidad se asemeja a un folio en manos de un niño que, emocionado, estrena su primer compás. El pasado 29 de junio, se llevaron a cabo varios actos oficiales para dar nombre a algunas de nuestras rotondas. La más cercana a la estación fue bautizada con el nombre de Diego de Pantoja. Otra, más al oeste de la ciudad, recibió el nombre de glorieta de las Avutardas. Otra, un poquito más al sur de esta última, pasó a llamarse rotonda de Manuel Vázquez Montalbán. Durante el bautismo de esta rotonda, alguien tuvo la estupenda idea de que se leyeran textos del escritor barcelonés. La escritora Paula Requejo Marchán leyó un fragmento de la novela El pianista que me ayudó a entender quién es, para mí, Rafael García de las Peñas, el protagonista de la entrevista de hoy. Montalbán, hablando de Barcelona, escribía en El pianista: «Cada barrio debería tener un poeta y un cronista, al menos, para que dentro de muchos años, en unos museos especiales, las gentes pudieran revivir por medio de la memoria».

Conocí a Rafael García de las Peñas en otoño de 2012 y, desde entonces, ha sido mi cronista oral de Valdemoro. Mi cronista personal. Mi cronista particular. Mi cronista privado. Charlando con Rafael, he podido revivir muchísimos momentos de la historia de Valdemoro. Rafael habla de Valdemoro con mucho amor. Rafael se enamoró de Valdemoro cuando comenzó a veranear en nuestra localidad desde que era pequeño. De hecho, todavía habla de los veraneantes de Valdemoro, de todas esas familias que pasaban sus vacaciones estivales en los años cincuenta, sesenta e, inclusive, ochenta, en nuestra localidad. Recuerda los guateques de esos veraneantes, donde todos se juntaban para divertirse.

¿Cuándo llegaste a Valdemoro por primera vez?

Como aquí teníamos familia, mi madre, todavía soltera, venía a veranear a Valdemoro. Ella estaba enferma del pecho y decían que las aguas de Valdemoro eran buenas para su enfermedad. Así que yo debí aparecer por esta villa el primer verano de mi vida, allá por 1940. Mis primeros recuerdos son del patio de la casa de mis tíos, donde nos juntábamos todos los niños, grandes y pequeños, para jugar y para hacer trastadas. Como yo era el más pequeño, la mayoría de las trastadas me las hacían a mí. No salíamos de ese patio enorme, pero sabíamos que, justo al otro lado, muy cerca de lo que ahora es el parque del Duque, se entrenaban los guardias civiles. En esos años, había mucha solidaridad en Valdemoro. Las casas estaban abiertas, los niños jugaban por la calle. Enseguida te invitaban a comer en cualquier casa. Ahora, en los bloques de pisos, los vecinos no se conocen. Ni siquiera se saludan. Pasa lo mismo con las fiestas patronales. Están perdiendo importancia. A una persona que no es nacida en Valdemoro y vive en El Restón le importan muy poco. Antes se vivían con mucha intensidad. Eran tres días que empezaban con la pólvora, con los fuegos artificiales. En la procesión no cabía un alma. Ahora cada vez son menos y los que van son los de siempre, que cada vez están más mayores. Y terminábamos la fiesta con los toros… hasta los años ochenta, la plaza de toros era portátil.

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Veraneabas en Valdemoro, pero naciste y vivías en Madrid.

Nací en Madrid, en pleno barrio de los Austrias. El mal llamado barrio de los Austrias, porque ese era, en realidad, el barrio medieval, el barrio de San Isidro Labrador. El verdadero barrio de los Austrias empezaría en la Puerta del Sol hacia la Gran Vía y la Plaza Mayor. Estudié en los Escolapios en Madrid. Yo aprobaba todas las asignaturas, pero mi madre siempre me apuntaba a una academia que había aquí, al lado de mi casa. Don Primitivo se llamaba el maestro. Me tenían allí toda la mañana. A mí me parecía una faena.

Estudiaste en Madrid y, más tarde, fuiste a la universidad.

Me matriculé en Ingeniería, pero, a mí, lo que me gustaba era la arqueología. Dijo mi padre: «Mi niño, ingeniero». Y tuve que estudiar Ingeniería. Estaban las Ingenierías Industriales, Caminos y Minas. ¿Por qué me decidí por Minas? Descarté la Ingeniería de Industriales porque allí el secretario era de Valdemoro, era pariente mío. Yo me temía que, si iba allí, mis padres iban a saber todo lo que hacía. Caminos estaba muy masificado y me echó para atrás. Así que elegí Minas.

¿Y cuándo te viniste a vivir a Valdemoro?

Creo que fue en 1979 cuando nos vinimos a vivir definitivamente a Valdemoro. Cuando terminé los estudios, me fui a trabajar a una mina de carbón en la provincia de León. Luego estuve viviendo en Oviedo y me dieron traslado a Madrid. Empezamos a mirar casas en Madrid, pero a mí me hacía mucha ilusión vivir en Valdemoro. Eran muchos los buenos recuerdos de todos los veranos que había pasado aquí. Vendí el piso de Oviedo y me vine a Valdemoro. Arreglé la casa. La modernicé. No hay que olvidar que era una casa de veraneo. Ten en cuenta que el agua corriente en Valdemoro entró en el año 1970. Lo recuerdo porque yo retrasé mi boda porque mi padre estaba haciendo obras en la casa, añadiendo el baño, cuando llegó el agua corriente a Valdemoro. Hasta entonces, en Valdemoro, había pozos, aguadores, había casas que tenían un depósito en el tejado… pero el agua corriente no llegó hasta 1970.

¿Y tu mujer es de Valdemoro?

Mi mujer es de San Sebastián, del norte de España. Nos conocimos en Madrid y pronto la traje a Valdemoro para que conociera el pueblo. De hecho, nos hicimos novios oficialmente sentados en un banco que aún guardo en mi casa. Esto fue en el año 1966.

Entonces decidís venir a vivir a Valdemoro y tú vas y vuelves a Madrid todos los días para trabajar.

Trabajaba en Castellana 20. Cogía el coche todos los días para ir a trabajar. El tráfico era terrible. No había M-30. Y a las ocho de la mañana era un cacao. Aparcar también era difícil, con lo que tuve que alquilar una plaza de garaje cerca del trabajo.

Siempre te gustó la historia. Y en un momento te interesaste mucho por la historia de Valdemoro.

Desde pequeño, me gustaban los libros de historia que teníamos en la escuela. Me encantaban todas las aventuras del Cid Campeador. Ahora tengo muchos libros de historia, pero soy autodidacta. Como más he aprendido de la historia de Valdemoro es escuchando a los mayores. Cuando tenía cuarenta años, me encantaba escuchar a los mayores de ochenta, noventa años, contándome cosas sobre Valdemoro. Y, de repente, nuestra localidad comenzó a crecer, empezó a venir gente de todos los lados y yo veía que Valdemoro, el Valdemoro de mi infancia, se diluía. Y comencé a fomentar la historia de Valdemoro. Ya tenía 65 años y en el Centro de Mayores se me brindó la oportunidad de crear un curso de Historia de Valdemoro. Y, así, llevo cinco o seis años con este tema. Creo que el curso ha tenido un éxito tremendo. Ha venido mucha gente. Allí compartimos nuestros recuerdos. Es una hora a la semana, los miércoles por la tarde. Nos juntamos una media de veinte personas. Empezamos con la prehistoria, hablamos de la invasión musulmana de la península y repasamos la historia de la localidad hasta nuestros días. Lo más importante que aprendemos es que en Valdemoro, a pesar del nombre de la villa, nunca hubo moros. Las clases giran en torno a proyecciones de diapositivas.

Supongo que estos cursos de historia de Valdemoro fueron una de las razones por las que este mayo fuiste elegido pregonero de las fiestas locales de Valdemoro.

Este hecho me ha dado tanta alegría y me ha llenado de tanto orgullo. No te lo puedes ni imaginar. Me emocioné tanto mientras decía el pregón. Recuerdo que tenía los ojos llenos de lágrimas. Fue un honor y una emoción enormes el que me eligieran de pregonero. Además me dieron un diploma enorme, que no sé dónde ponerlo, porque me tapa una pared casi entera. Aún me emociono al recordarlo.

Dedicaste una parte importante de tu pregón a la figura de Diego de Pantoja.

Diego de Pantoja nació en Valdemoro en 1571. Está por ahí la partida de su bautismo. Venía de una familia acomodada de Valdemoro. Adinerada. Influyente. Los padres lo mandaron a estudiar a Alcalá de Henares y allí debió entrar en contacto con los jesuitas. Se unió a ellos y se fue para China. Su labor como misionero en China fue impresionante. Tradujo libros, elaboró mapas. Junto a Mateo Ricci, hizo algo muy bonito. Se dedicaron a encontrar similitudes entre muchas sentencias de Confucio y las Sagradas Escrituras. Desafortunadamente, su aproximación a la cultura china y su aceptación del mestizaje del cristianismo con la misma no gustaba a todo el mundo. Murió en Macao en 1618, expulsado de China, como todos los jesuitas. Ahora se celebra el IV centenario de su muerte. Intervienen en este centenario el Gobierno de España y el Gobierno de China y viene canalizado a través del Instituto Cervantes. En Valdemoro, nadie conocía la figura de Diego de Pantoja.

Entonces, ¿cómo salió a la luz toda su historia?

La anécdota tiene su interés. Corría el año 1970, tal vez 1971, que era el año del 400 aniversario del nacimiento de Diego de Pantoja, y apareció por Valdemoro un profesor chino de la Universidad de Pekín que respondía al nombre de Zhang Kai. Vino buscando información sobre Pantoja y nadie sabía nada al respecto. Entonces los archivos no estaban digitalizados, como ahora, con lo que puedes imaginarte que encontrar su partida de bautismo no fue fácil. Zhang Kai había escrito un libro (Diego de Pantoja y China, se puede encontrar una edición reciente, de 2018, publicada por la Editorial Popular) y, a partir de ahí, comenzó a cobrar importancia la figura de Pantoja.

Aparte de Diego de Pantoja, ¿qué otro personaje célebre de Valdemoro te gustaría destacar?

Yo diría que fray Pedro de Aguado. A ese sí que le hemos dedicado el nombre de una escuela primaria. Pero poco más, para lo importante que es su figura. Murió con 93 años, que para esa época era tremendo. Escribió un libro sobre la conquista de Venezuela y Colombia por parte de los españoles. Estuvo presente en la fundación de Santa Fe de Bogotá. Vino de América con su libro bajo el brazo, pero lo marearon. Necesitaba el permiso de Felipe II para su publicación y, primero, se lo dieron, luego se lo quitaron… Total, que se hartó del tema, dejó el libro en España y se volvió a Colombia. Fue mucho más tarde cuando el libro cobró relevancia histórica y fue publicado.

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Rafael García de las Peñas, padre de tres hijos, habla con generosidad de las celebridades históricas valdemoreñas. Escuchándole, es fácil revivir algunas de esas vidas. Acabamos nuestra entrevista hablando de los dos nobles que más influyeron en el desarrollo de Valdemoro, el duque de Lerma, en el siglo XVII, y el conde de Lerena, en el siglo XVIII. El duque de Lerma, me cuenta Rafael, trajo a Felipe III a Valdemoro y consiguió que la localidad tuviera derecho de feria. Pero, en la opinión de Rafael, el duque de Lerma hacía todo pensando en su propio beneficio, para recaudar más impuestos, y no en el beneficio de la localidad. Pedro López de Lerena, sin embargo, sí que hizo muchas cosas por la villa. Natural de Valdemoro, llegó a ser ministro de Guerra con Carlos III y ministro de Hacienda con Carlos IV. Gracias al conde de Lerena, Valdemoro tiene un cuadro de Goya en el altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, además de las colaboraciones en la parroquia de los hermanos Bayeu. Fue el conde de Lerena, también, el que pagó, de su propio bolsillo, la torre que conocemos de la iglesia. Corría la leyenda urbana de que la torre anterior se había caído por el terremoto de Lisboa de 1755, pero se comprobó que no era cierto. Los valdemoreños habrían derribado los restos de la antigua torre, por estar en mal estado, y López de Lerena habría corrido con los gastos de su reconstrucción.

Con Rafael García de las Peñas he tomado más que un café. He recibido una bonita lección de historia.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres