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Entrevista con Riki Rivera

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Ten deseos y provocarás casualidades. No te preocupes que, si veo que me pierdo, me guiaré por la curva de tu espalda. Hay personas que se arreglan demasiado para salir y usan maquillaje hasta en las promesas. No se unieron bien y acabaron echándole la culpa a la distancia. Se cortó las venas y lo manchó todo de cafés a escondidas, hoteles sin nombre y sexo sentido (microsuceso). ¡Necesito las gafas de verte venir! El jardinero le dijo al poeta: «No pongas dos flores distintas en una misma maceta». Cocino mis pensamientos a fuego lento para que la casa huela a locura con fundamento.

Estas son algunos de los mensajes publicados por Riki Rivera en su página de Facebook. Leyéndolas, uno se da cuenta de que las canciones de este guitarrista, compositor y productor musical no se van a quedar solo en la forma. Uno se da cuenta de que sus melodías, de las más sencillas a las más complejas, van a tener cierta carga de profundidad vital. Uno se da cuenta de que cada uno de sus temas ha sido, como él bien explica, cocinado a fuego lento. La Academia del Cine ya se dio cuenta de su talento cuando, en 2015, le concedió una estatuilla de los Goya gracias a Niño sin miedo, la canción original de la película El niño, premio que recibió en compañía de sus compañeros de creación India Martínez y David Santisteban.

Riki Rivera nació en Cádiz y vive en Valdemoro desde 2012. Le gusta vivir aquí. Valdemoro tiene, para él, mucha luz, es una ciudad abierta, con el carácter, la sencillez y la tranquilidad de los pueblos antiguos y, a la vez, la cercanía a Madrid.

¿Cómo empieza tu afición por la música? ¿Es clave el lugar donde naces para que tú te dediques a la música?

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En mi caso es fundamental. El lugar donde nací y la familia en la que crecí se convirtieron en un círculo musical que es como la banda sonora de mi infancia. Hay música en las calles, hay música en los vecindarios, hay música en la familia. Me acuerdo de algo muy curioso que me gusta contar. Mis abuelos eran muy aficionados a la música. No sabían ni tocar las palmas y, sin embargo, les encantaba la música. Podíamos estar comiendo y estaba la tele puesta. Era una familia muy televisiva. Cuando llegaban los anuncios, recuerdo que había un anuncio de electrodomésticos, por ejemplo, que tenía el Bolero de Ravel. Y entonces mi abuela decía «¡Chissst, callad!» y nos obligaba a escuchar esos treinta segundos de música. Y movía la mano, como llevando el compás, como ilustrándonos. Y mi abuelo hacía lo mismo. Era un aficionado a las canciones de la época. Las cantaba. Y era un gran aficionado de las letras. Se aprendía las letras de memoria. Les daba mucha importancia. Nos cantaba canciones de Nino Bravo, de Raphael… y eso se te queda. Eso se imprime en tu memoria.

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La segunda etapa de mi formación musical como niño empieza con 6 o 7 años. Mi hermana cantaba copla. Mi hermana tiene 4 años más que yo y empezó cantando copla. Cantaba muy bien y mi madre la llevaba a los concursos. Y así empieza en mi casa la época copla. Tú estás jugando, pero, sin darte cuenta, está Madrina, está Cinco farolas, está Capote de grana y oro… En bucle. Una y otra vez. Cantábamos esas canciones en casa como si fuera una cosa normal (Riki sonríe). Y yo me di cuenta de que también se me quedaban los arreglos de esas canciones. A mí me gustaba oír los arreglos. Me apasionaba. En casa dábamos tanta importancia a los textos como a la música. Y la copla para eso es muy grande. Inmensa. La copla es un universo poético, profundo, de amor, de traición, de puñalada, de campo, de la España de esa época. Triste. También jovial, también de fiesta. Yo recuerdo una copla, Madrina, todavía la pongo de vez en cuando, cuya letra dice (recita de memoria): «Andaba por mi dehesa y un día me hablaste llegando a tu altura. Su buen corazón, condesa, hará que en el toro yo sea figura. Y ordené a mis mayorales, conmovida por tu voz, apartarle dos erales, que a este lo apadrino yo. Subiste a los carteles en un momento (Juanita Reina decía subite, apunta Riki), los brillos de tus caireles son mi tormento. Madrina, por fuera jardín de rosas, por dentro zarza de espina. Madrina, mi pena es de dolorosa que nadie me lo adivina. No sabes de mi amargura pues tu locura solo es el toro, y a solas me bebo mi llanto de tanto y tanto como te adoro. Madrina, sin un lucero, madrina, sin un te quiero. La gente no se imagina que el hombre de mi corazón me llame solo madrina». La historia de una mujer que tiene dinero, que apadrina a un torero joven, que se enamora de él, pero él solo la ve como su madrina. Qué historión. Qué dramón traído a una gran melodía con unos arreglos fantásticos. Y, como esa, mil. Las coplas de Antonio Molina. La hija de Juan Simón. Es una historia espectacular. Es la historia de un enterrador que tiene que ser quien entierre a su propia hija. Esto ya es un extremo ultramegadramático. Yo valoro mucho a la persona que se ha sentado a escribir esa historia.

Me habría gustado nacer un poco antes para disfrutar más de la época de la copla, pero, gracias a mi familia, pude vivirla al completo. Me empapé de la copla.

Pero, en un momento dado, llega el flamenco a tu vida.

Yo entro en el flamenco con 11 o 12 años. Y encuentro en el flamenco una música más dura. Más tosca. Yo estaba acostumbrado a la copla, donde todo me parecía un jardín. Un jardín conocido. Pero claro, pronto me doy cuenta de que el flamenco tiene unos caminos y unos matices con más carácter. Todo más tallado. Más labrado. Eso a mí me atrapa automáticamente. Y luego la guitarra flamenca moderna. La que se hace en los discos de los ochenta y los noventa. Paco de Lucía. Gerardo Núñez. Manolo Sanlúcar. Tauromagia, de repente, es un zapatazo en la cabeza (ríe). Yo descubro a Paco de Lucía en Siroco, que es del 88, creo, aunque yo lo escuché por primera vez en el 91. En ese momento, yo ya estoy perdío. Mi vida ya no tiene marcha atrás. Si mi madre hubiera querido que yo fuera arquitecto, en ese momento, después de descubrir a Paco de Lucía, ya era imposible.

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Yo, con 12 años, ya sabía que quería ser guitarrista y todo lo demás pasó a un segundo plano. La escuela se me daba bien, pero ya ni me enteraba de lo que hacíamos en la escuela. Aprobaba por contentar a mi madre. Pero, conforme van llegando los compromisos, voy dejándolo todo y me dedico solo a la música. Comienzo a trabajar a los 14-15 años y ya no puedo sacar todo para adelante. Comienzo el instituto pero pronto lo dejo. Ya mi madre no quiere luchar. Porque es una lucha. Es una lucha tierna, no es una lucha encarnizada, pero mi madre ya no podía más. Así que, un día, se sentó conmigo y me dijo: «Mira, si no quieres ir al instituto, no vayas más. Pero tienes que tener claro que debes ser alguien en la música. Porque, si no, sin estudios, vas a acabar trabajando en un tipo de trabajo que no te va a reconfortar. Que no te va a hacer feliz». A mí eso me marcó. Hizo un trabajo psicológico, llevó a cabo una estrategia psicológica que a mí me caló… que ni un correccional, vamos. Consiguió que me comprometiera con ella, y hasta el día de hoy. Creo que todo lo que he hecho ha sido para contentar a mi madre. Ese primer año no fui ni a la playa. Vivíamos en Cádiz y me pasé todo el tiempo tocando la guitarra. Tomaba clases de guitarra todo el verano. El profesor me decía que como yo quisiera, pero que íbamos a estar solos. Que en verano nadie más quería tomar clases de guitarra. Ese tipo era un crack. Andrés Martínez, que ahora es guitarrista de la compañía de Sara Baras, pero que entonces tendría él poco más de 20 años. Ahí aprendí mucho porque fueron unos años de tenerlo claro y formarme.

¿Empezaste pronto a componer canciones?

Formamos un grupo que se llamaba Levantito. Hacíamos pop. Nos gustaba Ketama. En casa tenía discos de Camarón y Paco, de Manolo Sanlúcar, de Ketama, de Mecano… Yo era un fan de Mecano porque tenía también un punto español, con aire de flamenco. Nacho Cano siempre metía guitarras españolas en las canciones. También descubro a Pedro Guerra, que es mi cantautor. Fue el autor que, en aquella época, dispara mi mente. Yo tengo una mezcla ahí y vivo enamorado de esa mezcla. A toda esa mezcla, se le añaden algunos discos de jazz, a través de Chano Domínguez, a través de Jorge Pardo. Hay veces que, hablando de flamenco, cuando hablas de fusión, a la gente no le gusta. A mí sí.

A lo que iba, formamos este grupo, Levantito, comenzamos a hacer canciones, hacemos arreglos y empezamos a tocar. Y empiezan a pasar cosas. Tocamos en garitos. Empiezan a pasar cosas hasta tal punto que un señor un día nos ve tocar y nos firma un contrato discográfico. A la semana vienen de Madrid dos productores, un manager de una discográfica. Miguel Bosé era el director de esa discográfica. Fue una locura porque teníamos 17 años. Nos aconsejan grabar unas buenas maquetas. Nos vamos a un estudio. Arreglamos bien las canciones. Las maquetas funcionan de maravilla y nos graban un disco. Esto era el año 1998. Se venden 10 000 copias. Nos ayudó mucho el que Miguel Bosé, que entonces tenía el programa de televisión El séptimo de caballería, nos sacara en su programa, nos sentara en unos sillones allí y nos entrevistara como si fuéramos Coldplay. Porque él creía muchísimo en nuestro proyecto. Tocamos en el programa en directo. Salió bien. Era en la Primera, en una época en la que había pocos canales y eso fue un boom. Nos fichan en Canal Sur… En ese momento, pasamos de ver la música como una ilusión, como un juego, para verla como una profesión. Pasa a ser algo real. Ahí cambia todo. Duró solo un par de años, pero ahí ves dónde puede llegar todo. Dónde pueden llegar tus ideas, tu música, tu visión. Eso te pega otro zapatazo.

Desafortunadamente, la discográfica desaparece y nosotros nos separamos. Se queda David Palomar, que es un cantaor de Cádiz, mi hermana, que también cantaba, y nos vamos los tres a Sevilla. Y ahí empezamos a trabajar, pero ya dentro del mundo del flamenco. Queríamos formarnos en el mundo del flamenco.

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Enseguida encuentras trabajo en Sevilla.

Tuve suerte. Nada más llegar, consigo un trabajo en la Compañía Andaluza de Danza. Allí estaba José Antonio Ruiz como director. Toda una eminencia. Y había coreógrafos invitados que venían a montar coreografías de los distintos espectáculos. Vino, por ejemplo, Eva Hierbabuena, Antonio Canales, Isabel Bayón, Alejandro Granados, Javier Latorre… Imagínate. Yo me veo rodeado de un nivel musical y de danza altísimo. A pesar del nivel, encajé bien. Sabía que tenía mucho que aprender pero iba respondiendo a las funciones que me iban asignando. Estuve de gira con la Compañía Andaluza de Danza un año. Entonces Javier Latorre me llama para que trabaje con él. Javier Latorre es un coreógrafo de Córdoba, premio nacional de danza, reconocido en España y en el extranjero. Me recluta para un espectáculo de flamenco que va a montar en 2001. La música era de Juan Carlos Romero. La dirección escénica era de Pepe Quero. A mí me contrató de guitarrista. Fui tomando más responsabilidades y, así, en el próximo espectáculo que monta Javier Latorre, ya me da la dirección musical y la composición de la música. Eso fue una maravilla. Una oportunidad a mis 23 años y con una confianza plena. Fue también duro porque yo no había ido a una escuela a formarme. No sabía muchas cosas. Sin embargo, yo tenía desparpajo y acepté el reto. Hoy en día, sé más cosas y soy un poco menos atrevido. Ahora pienso «¡qué poca vergüenza tenía!». Pero esa poca vergüenza te lleva a lugares a los que, con miedo, no llegarías.

¿Cuál es el siguiente paso en tu carrera artística?

Con el tema de la danza, la cosa funcionó de maravilla hasta el 2004-05. Muchas giras. En una de ellas di la vuelta al mundo un par de veces. Me marcó mucho. Japón. San Francisco… Pero yo conozco a Montoya, que es manager y tiene una oficina de flamenco, Montoya Musical. Un día viene a mi casa. Me dice que tiene un cantaor, Julián Estrada, que es una figura del cante. Le gustaría que le haga un disco. Eso a mí me encantó. Después de un tiempo, vuelvo a componer. Y vuelvo a componer flamenco. Hago unos fandangos, unas alegrías. El disco queda muy bien y me encarga otro. Y luego otro, con más presupuesto, y yo entro más en la composición y queda muy bien, también. Premio al disco revelación. Poquito antes aparece India Martínez. Su manager me habla que tiene una niña que canta muy bien. India tenía 17 años. Yo le di una cinta con dos canciones. A las dos o tres semanas, me llamó por teléfono y me cantó las dos canciones por teléfono. Perfecto. Se había aprendido todo como yo lo había diseñado. Con todos los giros. Perfecto. Esta niña es un talento, pensé. Maquetamos unos 16 temas y, para la producción posterior, contamos con José María Cortina, que es un teclista y un arreglista maravilloso. Había trabajado con Ketama, el grupo de mi infancia y, de repente, yo estaba colaborando con él. Fue el productor del disco y yo estuve un poco como coproductor asistente.

Así fue cómo empecé a trabajar con India y también con Arcángel, que, a día de hoy, es uno de los cantaores más importantes del flamenco. Voy de gira con Arcángel, comienzo a trabajar con otros artistas y la explosión de canciones empieza ahí. Ahí comienzo a componer de verdad. Sacamos varios discos con India Martínez e India ficha con Sony.

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¿Es entonces cuando conoces a David Santisteban?

Esta anécdota es divertida. Cuando David era cantante, giraba con Cadena Dial y coincidí con él en un concierto cuando estaba con Levantito en 1998. En una de las promos en Granada, recuerdo que, al final, estuve charlando con él. Él era muy famoso entonces y tengo muy buen recuerdo de ese encuentro. Pasaron los años y yo le seguía la pista porque yo soy de esos que leen los créditos de los discos. Lo seguía con admiración.

India entonces estaba con Warner pero no sabía cómo iba a continuar el contrato. Yo le compuse cuatro canciones, las grabé en una maqueta, hice los arreglos. Lo tenía todo listo. Al mismo tiempo, David DeMaría, pieza fundamental en esta historia, invita a India a colaborar en una de sus canciones, Guía de mi luz, que fue toda una sorpresa. A raíz de ahí, ambos quedan con David Santisteban para grabar una canción. Y nace Luna nueva. Y, cuando esa canción llega a mí, cambia por completo el concepto de canciones que yo tenía para India, porque es más maduro, más directo y más real.

Lo mejor de todo es que, a los dos días, yo ya estaba en casa de David Santisteban y nos pusimos a componer juntos. Ese mismo día hicimos una canción. Al día siguiente otra. Así hicimos tres canciones. Y conectamos genial. Eso fue en el 2010. Y, a día de hoy, seguimos trabajando juntos con las mismas ganas y la misma ilusión. Sigo aprendiendo mucho de él y le tengo gran admiración.

Y, con India Martínez y con David Santisteban, llegó el Goya.

Estábamos en las oficinas de Sony y nos dijeron que Daniel Monzón tenía intención de rodar una película, que necesitaban una canción y que India daba el perfil. David y yo nos fuimos al estudio a componerla. Luego se sumó India. Pero pasaron seis meses y no nos dijeron nada. A los seis meses, retoman el proyecto de El niño. Nos piden un retoque aquí. Un arreglo allá. Lo mejor de todo es que era una producción de Tele 5 y utilizaron la canción para promocionar la película. Recuerdo que estaba viendo la final del Mundial de fútbol en Brasil. Alemania-Argentina. Termina la primera parte y el primer anuncio del descanso fue la promoción de la película con nuestra canción. Se me ponen los pelos de punta recordándolo. Ahí me di cuenta de que podía funcionar para los Goya. En enero de 2015 fue nominada y el 7 de febrero de ese año nos dieron la estatuilla.

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Ahora ya sois un equipo de prestigio. Me consta que no paráis de trabajar. ¿Qué tal si terminamos la entrevista con los proyectos que tienes entre manos?

Este septiembre sale el séptimo disco de India Martínez, el quinto que producimos David y yo. Hemos querido darle una nueva vuelta de tuerca al sonido de India. Además, quiero hacer mi disco en solitario. Instrumental. Aunque puede que tenga un poco de todo. Tal vez, con textos recitados. Lo estoy pensando. El disco es un viaje y tiene paradas. Me gustaría, así, abrir otro canal, otra parcela, otra vertiente. Quiero hacer de todo. Dominic Miller, guitarrista de Sting y responsable en gran parte del sonido del artista, es uno de mis puntos de referencia. Trabaja para otros artistas, pero luego él tiene sus proyectos en solitario. Me encantaría, también, hacer radio. No paro de tener ideas. Proyectos. Ilusiones.

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Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres