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‘Flor de Avispa’, de Miguel de los Santos

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Cuando conocí a Miguel de los Santos en 2017, aún no había publicado su primer libro. Me encontré, pues, con un escritor novel e ilusionado, con un hechicero de la narración oral que cautivaba a sus interlocutores y que estaba dispuesto a dar el salto al mundo editorial y llevar al papel todas las historias que tenía en la cabeza. Comenzó su andadura con Relatos de mi memoria (2018), un ensayo sobre la historia de la radio en España a través de sus propias vivencias. Dos de los episodios de Relatos de mi memoria, su encuentro con Andrés Segovia en Nueva York y su conversación con Julio Iglesias en Viña del Mar, no se me van de la cabeza y demostraban ya la maestría narrativa de Miguel de los Santos. Le siguieron dos novelas, una con grandes toques autobiográficos (El fabuloso mundo de Mateo Benavides, 2019) y otra en la que, concediéndose algunas licencias literarias, contaba la historia de su abuela Carmen, a la que dedicaba la novela (Cabalgando sobre un caballo de cartón, 2021). Viniendo del mundo del periodismo, Miguel de los Santos sabía escribir, luciendo siempre una sintaxis impecable y un magnífico dominio del vocabulario, pero no conocía el oficio de escritor. Estaba claro que apuntaba maneras: tenía músculo literario y dominaba el discurso narrativo a la vez que permitía al lector disfrutar de la frescura del escritor que empieza su andadura.

Cuatro años más tarde, Miguel de los Santos nos regala su tercera novela, Flor de avispa (Pie de página, 2025), la obra que lo consagra como un escritor al que no hay que perder de vista. Ambientada en la Nicaragua de la Revolución sandinista, Flor de avispa es fruto de un encuentro entre el autor y Ernesto Cardenal en diciembre de 1988. De hecho, viene precedida por un prólogo del escritor nicaragüense Sergio Ramírez y por un delicioso relato breve (una de las perlas del libro) titulado El encuentro. Ahí Miguel de los Santos nos cuenta cómo conoció a Ernesto Cardenal y nos explica el porqué de la novela y la razón de su título. La flor de avispa es un arbusto del género hibiscus con flores de rico néctar y, durante la entrevista con el autor, Cardenal la utilizó como metáfora de la tierra nicaragüense. La flor de avispa será el nombre también de uno de los escenarios más importantes de la novela: el lupanar en la orilla costarricense del río San Juan. Y, de alguna forma, la estructura de la novela podría semejarse a un arbusto flor de avispa: los capítulos son breves y podrían ser las flores que se vertebran a lo largo de muchas ramificaciones sin necesidad del tronco grueso de un árbol. Tenemos, es cierto, a dos claros protagonistas, el Nono Aquiles y Hermógenes Pachula (don Quijote y Sancho Panza, Max Estrella y don Latino), pero la historia está llena de personajes secundarios que convierten la narración en una novela coral.

Tres características de la historia —el hecho de que se desarrolle en Hispanoamérica, la detallada procesión de todos esos personajes y el vocabulario propio de Nicaragua, Costa Rica y Argentina— pueden evocar al lector al realismo mágico de García Márquez, Isabel Allende o Laura Esquivel. Sin embargo, la novela va más allá y goza también de características humorísticas muy europeas: a lo largo de la narración, Flor de avispa hurga en el sainete, se recrea en el esperpento e incluso coquetea con la tragicomedia cinematográfica italiana de posguerra. La novela de Miguel de los Santos quiere llamar la atención sobre la tragedia en la que ha desembocado la Revolución sandinista —después de todo, ese fue el encargo que le hizo Ernesto Cardenal— y eso la hace necesaria. Sin embargo, a la vez, la historia está llena de humor. Ese humor a veces gamberro y la estructura en forma de arbusto hacen de Flor de avispa, además, una novela moderna y desenfadada.

Texto: Fernando Martín Pescador

 

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