El crecimiento exponencial que ha sufrido Valdemoro en la última década ha supuesto la llegada de nuevos vecinos al municipio que, inevitablemente, han modificado radicalmente el aspecto y las dinámicas que hasta entonces conformaban nuestra localidad. Esta transformación ha supuesto, sin duda alguna, numerosos aspectos positivos para Valdemoro; también ha motivado que parte de la identidad histórica de la villa se vea diluida en las nuevas mecánicas que demandan sus propios vecinos.
Llegados a este punto, es importante realizar un ejercicio retrospectivo que nos recuerde los cimientos sobre los que se construye nuestro municipio, que ha dejado, en fin, de ser una villa para convertirse en una ciudad. Durante varios siglos, uno de los rasgos identitarios de Valdemoro fue su producción vinícola. Mencionada por autores como el renacentista Francisco de Rojas Zorrilla, el barroco Quevedo, Galdós, de nuestro siglo XIX, o uno de nuestros escritores más actuales, Arturo Pérez Reverte en las hazañas de El Capitán Alatriste, el cultivo de la vid gozó, en sus inicios, de un gran prestigio y reconocimiento. No obstante, experimentó un proceso de decadencia gradual que ha llegado hasta nuestros días y que ha hecho que actualmente solo podamos hablar del mismo como historia.
Gracias a la imprescindible colaboración de Alfredo Serrano Figueras, representante de la última generación de viticultores locales, y de María Jesús López, archivera local, podemos acercar a nuestros lectores un relato sobre la historia y la repercusión socioeconómica que tuvo la explotación de la vid en nuestro municipio. En las siguientes líneas, podrán leer una adaptación de la conferencia ofrecida por María Jesús López el pasado mes de marzo con motivo de la III Ruta de los Vinos de Madrid en Valdemoro. Esta realiza un exhaustivo retrato de la historia vinícola valdemoreña, a partir de la poca documentación de que se dispone.
«La tradición vinícola valdemoreña desde el siglo XVI»
«Dice un conocido refrán: “Vino tinto, si no hay de Valdemoro, démelo de Pinto”. Los refranes tienen un cuerpo y un alma. Hay quien afirma que suponen un acercamiento al conocimiento del pueblo, de sus costumbres y de sus pensamientos, plasmados en ellos, a lo largo del tiempo, con acierto y poder de convicción.
»Valdemoro es un municipio con una rica e interesante historia. Situado en una de las principales vías de comunicación entre Madrid y Toledo, era uno de los lugares de parada de los reyes en los desplazamientos regios entre la corte y el Real Sitio de Aranjuez. Esa ubicación privilegiada hizo que en 1548 el cosmógrafo Pedro de Medina incluyera Valdemoro entre las doscientas sesenta y ocho villas “más principales” de los reinos de Castilla, Toledo y León. Desde la Edad Media, y casi hasta el último cuarto del siglo XX, la ocupación económica de los valdemoreños no ha sido muy distinta a la del resto de los municipios circunvecinos. Existía un predominio total de las actividades relacionadas con el sector primario y la mayoría de sus habitantes estaban dedicados a la agricultura; en especial, al cultivo de la vid, el cereal y el olivo, aunque este último decayó a finales del siglo XIX, según afirmaba Román Baíllo, en su crónica publicada en 1890.
»Como decía, el cultivo de las vides formaba uno de los puntales básicos en la economía valdemoreña, pero el estudio de su desarrollo, los momentos de esplendor, y su decadencia, están llenos de dificultades. Y eso es así porque los documentos que permiten comprobar cuál fue la implantación de la viticultura en el municipio no son muy abundantes y están dispersos en numerosos archivos. En la Biblioteca Nacional de Madrid, en el Archivo Histórico de Protocolos de la misma ciudad, en el Archivo Diocesano de Toledo, en el Archivo Parroquial de Valdemoro y, por supuesto, en el Archivo Municipal se encuentran testimonios documentales de una actividad económica que proporcionó considerables beneficios a sus cosecheros y bodegueros.
»En anuncios publicados en la prensa de la época que nos hablan de la subasta de grandes propiedades con magníficas bodegas, en registros fiscales como el Catastro de Ensenada o en inventarios de bienes pertenecientes a testamentarías de particulares o de cofradías se va desgranando la información que nos habla de un pasado glorioso para los caldos de Valdemoro. Desde principios del siglo XVI ya hay noticias de la importancia del vino de Valdemoro, y los gobernantes, ante la calidad de los caldos, fueron aprobando ordenanzas destinadas a su protección. Los vinos eran reconocidos en la comarca llegando incluso a oídos de Carlos I. El monarca, enterado de la excelencia de las cosechas, concedió un privilegio en 1552 destinado a impedir la entrada de “mosto ni uva” en favor a las buenas propiedades de las viñas y caldos de la villa.
»Al mismo tiempo, muchos vecinos, en busca de la protección divina, se fueron agrupando en hermandades bajo santos protectores, que dejaron testimonios escritos desde principios del siglo XVI, indicando también la importancia del viñedo. Hay noticias de la existencia de una cofradía creada bajo la advocación de San Gregorio, antes de 1530, seguramente como consecuencia del renacer de la festividad en muchos lugares de la comunidad madrileña. Este santo concedía una especial protección a los campos pero, sobre todo, al cultivo de la vid, a la que bendecía ante las plagas del escarabajuelo y el cuquillo.
»El estudio de los documentos contables demuestra como la viticultura se convirtió en una importante fuente de ingresos para algunas cofradías. Destacamos, como uno de los ejemplos más representativos, en atención a su antigüedad y envergadura, el caso de la familia Mena, fundadora del hospital de San Andrés, titular de un gran patrimonio territorial destinado al cultivo de viñedos. Esta fue donando a la cofradía de San Sebastián diversos utensilios relacionados con la elaboración del vino: tinajas, cubas y vasijas de diferentes tamaños, que integraban el legado inicial para el hospital, y se convirtieron en elementos imprescindibles en la producción vinícola.
»Los cofrades de San Sebastián no constituyen un episodio aislado. Otras cofradías también aprovecharon las donaciones territoriales para engrosar sus arcas y dedicar los beneficios a sus fines principales. Los miembros de San Miguel consiguieron buena parte de sus rentas gracias a los viñedos, generalmente arrendados a labradores de la localidad que solían pagar el alquiler en metálico y en especie. En la toma de cuentas de 1542 destaca el ingreso de 188 mrs. (maravedíes) obtenidos por la venta de la rama de las viñas y el alquiler de cubas para el vino, además del inventario de las vasijas y tinajas entre los enseres propiedad de la cofradía. El pesaje de la uva y el cavado de las viñas fueron los principales gastos afrontados por la junta de gobierno de la cofradía.
»En el siglo XVIII el negocio vitivinícola seguía ocupando un lugar privilegiado en las economías de las cofradías. La cofradía de la Caridad, una de las primeras terratenientes locales, poseía buenas extensiones de suelo con plantaciones de cepas repartidas por el término municipal, y cito textualmente:
“[…] posee esta cofradía una viña a Valdesanchuela de caber cinco aranzadas la cual se ha labrado por este Administrador y en el año de setecientos cincuenta importo el fruto bajado por este año mil y sesenta y cuatro mrs.; en el de setecientos cincuenta y uno mil novecientos veinte y ocho; y en el tercero y ultimo de cincuenta y dos tres mil y veinte y seis mrs. […]”.
»Pero, evidentemente, no solo obtenían ingresos por el vino las hermandades y las cofradías, sino que muchas familias de la localidad se dedicaban al negocio vinatero, según consta en los libros de acuerdos del concejo conservados en el Archivo Municipal. Por ejemplo, en los pertenecientes al siglo XVII hay solicitudes de licencia para la construcción de bodegas y lagares. En la mayoría de las viviendas existían cuevas donde se almacenaba el vino. Los anuncios de subastas publicados en la prensa de la época ofrecen interesantes noticias sobre las ventas de casas con bodegas. También es posible conocer la descripción de bodegas importantes como la de la casa de Gaviria, ubicada en la calle Alarcón, en los fondos del Archivo Histórico de Protocolos de Madrid.
»En el inventario realizado con motivo de la tasación de bienes de la casa de los Marqueses de Gaviria realizada en 1844, aparecen descritas varias dependencias relacionadas con la viticultura: cuevas, lagares, cocederos y almacenes de aguardiente. Este último equipado con una alquitara con culebrina y trujal. En ellos se almacenaban un total de 223 tinajas de varios tamaños, con una capacidad para 14 138 arrobas o, lo que es lo mismo, 228 093 litros. Los registros fiscales de bienes inmuebles pertenecientes a 1853 conservados en el Archivo Municipal indican que los marqueses de Gaviria tenían plantadas más de 125 000 cepas en diferentes fincas del término municipal. De ellas 83 000 eran blancas y el resto tintas.
»También ocupa un lugar importante la hacienda de la familia Cánovas del Castillo, aunque dedicada, principalmente, al cereal y al olivo, cultivó varias de sus fincas con plantación de cepas. En la escritura de venta de la finca a El Corte Inglés, suscrita en 1973, la casa de la calle Cristo de la Salud, aún conservaba la bodega con 24 tinajas grandes y la cueva con 13 tinajas pequeñas y un lagar con prensa, en desuso desde hacía varios años.
»A la segunda mitad del siglo XIX también pertenece la figura de Javier de Lara, cosechero y bodeguero valdemoreño que presentó sus productos en la Exposición General de Agricultura celebrada en Madrid en 1857. Lara concurría con vinos, aguardientes y vinagres, obteniendo medalla de plata por un aguardiente seco y menciones honoríficas por los vinos. Pero lo más destacado es la medalla de plata que recibió por la presentación de una nueva variedad de uva, excelente para verdeo y cuelga. Los encargados de redactar la memoria de aquel encuentro decían que la uva de Valdemoro era “toda o casi toda de la denominada Jaén”, que producía un vino fuerte y seco, más propio para los trabajadores que para las clases elevadas, y se exportaba, fundamentalmente, a Castilla.
»A finales del siglo XIX el cultivo del vino en Valdemoro se perdió como consecuencia de las epidemias de filoxera que atacaron a la mayoría de las viñas de España. En Valdemoro, a diferencia de otros lugares, como por ejemplo Arganda, no fueron replantadas masivamente con otras especies más resistentes y fueron sustituyéndose el cultivo de la viña por el del olivar, más productivo y afectado por menos plagas. Pero el vino y su cultivo no fue abandonado del todo y una de las familias más conocidas de Valdemoro, la familia Figueras, destinó una buena parte de su hacienda a plantarla con vides, en la década de los 20 del pasado siglo. El último vinatero de la familia, Alfredo Serrano Figueras, recogió y embotelló la última cosecha en 2001».
Un ramo de olivo, aquí se vende vino
Como bien apuntó María Jesús en su ponencia, la familia Figueras fue la última generación de viticultores valdemoreños que prolongó su modesta producción hasta comienzos de este siglo. Desde La revista de Valdemoro hemos querido acercarnos hasta la casa de Alfredo Serrano Figueras para conocer el vivo testimonio de una seña de identidad local ya extinta.
Nos cuenta Alfredo que la producción de vino en Valdemoro, ya entrada la segunda mitad del siglo XX, era claramente de carácter particular. Tras la epidemia de filoxera, los productores replantaron con una vid denominada «cepa americana», que se caracterizaba por ser resistente a esta plaga. La mayoría de las casas antiguas contaban con bodegas o cuevas en las que era frecuente encontrar tinajas de vino, diferentes a las de agua, donde se almacenaba el caldo recolectado.
Desde fuera, encontrar dónde comprar el tradicional vino de Valdemoro era una tarea relativamente sencilla, pues los hogares que vendían el caldo se caracterizaban por tener un ramo de hojas de olivo colgado en la puerta. Este gesto era muy habitual encontrarlo por las calles de la localidad. Al no existir una industria de producción vinícola como tal, los viticultores que poseían una producción importante llevaban la uva a bodegas como la que encontramos en la actual calle Nicasio Fraile, antigua calle de la Sartén, donde se disponía de mejor maquinaria y una mayor capacidad de almacenamiento.
Tanto a pequeña como mediana escala, el proceso de producción del vino era muy similar. La vendimia se realizaba a finales del mes de septiembre y una vez recolectada, se estrujaba la uva en la prensa. Tras prensarla, se depositaba en las tinajas, donde, a los pocos días, comenzaba a fermentar, o como se decía antiguamente, por las burbujas que afloran fruto de la fermentación, a cocer. Durante el proceso de fermentación, el hollejo de la uva asciende, momento en el que los productores –varias veces al día– se encargaban de mandarlo al fondo de la tinaja con un mecedor. Este proceso podía durar aproximadamente una semana. Una vez fermentado, la madre u hollejo del vino se decantaba en el fondo junto con toda la suciedad, fruto de la recolección, mientras que en la superficie se acumulaba el mosto. Para eliminar la suciedad, el mosto de la superficie se vertía en una tinaja limpia y se desechaban los restos que quedaban en el fondo. En la tinaja limpia, el vino continuaba transformándose hasta que se consumía. La producción de vino era completamente natural y la calidad del vino variaba en función de las condiciones a las que se había visto sometida la uva ese año: si había llovido poco, el vino tenía mayor graduación alcohólica; si había sido un año lluvioso, el caldo tenía menor graduación.
Las bodegas de mayor tamaño de Valdemoro fueron cerrando a lo largo del siglo XX y los viticultores se vieron obligados a trasladar su producción a pueblos como Noblejas. Este hecho supuso un aumento de los costos en su elaboración, lo que indudablemente contribuyó a la desaparición de la producción en nuestra localidad. Para las décadas de los setenta y los ochenta, el cultivo de la vid había desaparecido por completo, a excepción de una pequeña viña ubicada en la Calle Libertad, donde la familia Figueras continuó produciendo vino por los métodos que hemos conocido hasta el año 2001.
Aunque la producción vinícola local ha desaparecido, Alfredo nos confiesa que se mantiene la tradición, por lo que cada 8 de diciembre –día de la Purísima–, los antiguos viticultores se reunían para probar los nuevos caldos. Actualmente, aunque no con caldos de Valdemoro, los amigos continúan reuniéndose el día de la Purísima para degustar vinos de otros puntos de la geografía española. La viticultura valdemoreña ha pasado a formar parte de la historia de nuestro municipio. Por ello, es tarea de todos los vecinos que perdure en la memoria local, pues forma parte de unos de los rasgos que dotan de identidad a nuestra localidad.
Texto_Sergio García Otero
Fotografía_Ncuadres