Inicio Entrevistas Entrevista a Carmen Trinidad García

Entrevista a Carmen Trinidad García

2988
0
patrocinado

100 años viviendo Valdemoro

El pasado 22 de mayo la valdemoreña doña Carmen Trinidad García García cumplía 100 años. Nacida en Valdemoro en las Eras del Sol, hoy calle Bretón de los Herreros, ha sido vecina de Valdemoro durante todo este tiempo. Siempre atenta con los suyos, ha cuidado varias generaciones de su familia y de familias de renombre como la de la marquesa Villantonia.

Con una guerra civil, una posguerra, numerosas crisis económicas y una pandemia a sus espaldas, Carmen irradia felicidad y agradecimiento por la vida. Toda una vida de servicio a los demás que ahora disfruta del descanso en la Residencia Municipal entre libros, paseos y alguna que otra salida los fines de semana. 

Eres de Valdemoro de toda la vida.

Mis raíces son valdemoreñas, pues tanto mis abuelos paternos como maternos eran de Valdemoro. Mis padres, nacidos en Valdemoro, eran Hilario (el Bartolillo) pues en su familia hacían dulces llamados bartolillos y mi madre, Carmen (la Tortera), pues en su familia se dedicaban a hacer tortas y los famosos sobaos que todavía se hacen en la Panificadora González. Yo nací en las Heras de Sol, que ahora es la calle Bretón de los Herreros. 

Contenido Patrocinado
Publicidad LRDV

¿Cómo recuerdas tu infancia?

Mi infancia la recuerdo trabajando. Mi familia tenía labor en una finca por la que mis padres pagaban para trabajarla. Cuando se marchaban al campo yo me quedaba cuidando a mis hermanos. Mi madre tuvo ocho hijos, pero se murieron cuatro. Teníamos una vida muy complicada porque mis padres tenían que marcharse a trabajar muy pronto. Mi madre me dejaba al cargo de mis hermanos cuando ni siquiera había hecho la comunión. Todas las mañanas me dejaba la comida al fuego y me advertía de que no se quemara. Con el cuidado de mis hermanos y la labor apenas podía ir al colegio. Los días que podía ir estudiaba en las monjas de clausura. Durante la Guerra Civil pude ir al colegio, que estaba en la calle que ahora se llama calle del Colegio. La maestra se llamaba doña Gregoria; y su ayudanta, Rosario.

¿Cómo vivió la llegada de la guerra?

Con doce años me marché a Madrid para trabajar sirviendo en una casa y allí me pilló el estallido de la guerra. Mi primo Gabino vino a buscarme y volvimos a Valdemoro andando. Los coches y camiones se paraban por el camino y nos ofrecían llevarnos a uno o a otro, pero no a los dos. Es por eso que hicimos todo el camino andando. La guerra fue terrible, pasamos mucho miedo, pero tuvimos la suerte de poder pasarla bien. Cuando la situación se puso peor en Valdemoro nos fuimos a vivir a casa de mi tío José, que tenía cueva y era una casa de labor muy grande. Se llamaba la Finca de los Parientes. Cuando los aviones sobrevolaban el pueblo saltaban las alarmas y nos metíamos en la cueva para refugiarnos de las bombas. Cabíamos tres o cuatros familias. Una de mis primas, mi madre y yo lavábamos todos los días la ropa a los soldados de manera altruista porque cerca de la casa de mi tío había un regimiento de caballería donde se quedaban los soldados.

Era habitual que las casas tuvieran cuevas, ¿cuál era su finalidad?

Muchas casas tenían cueva y pozo, porque el agua era muy buena. La gente utilizaba las cuevas como la nevera de la casa, allí se guardaba el queso, la carne y el agua para que se mantuvieran frescos. También se vivía dentro, la cueva que teníamos en mi casa traspasaba la carretera y llegaba hasta las eras. Muchas se taparon porque se podía acceder directamente a las casas y podían robar. 

Tu madre desempeñó durante cuatro décadas uno de los trabajos más peculiares del pueblo, ser la santera del Cristo de la Salud.

Estando todavía en guerra mi madre comenzó como santera de la iglesia. Ella se dedicaba a limpiar y mantener la ermita en buen estado. Toda la familia vivíamos en la ermita y teníamos al párroco don Lorenzo, su padre y su hermana como vecinos en la planta de arriba. Mi familia vivía en el piso de abajo, donde está ahora la administración. La ermita en la que vivimos nosotros la derribaron para hacerla de nuevo, que es como la conocemos ahora. Ayudé mucho a mi madre a limpiar, me acuerdo de que sacábamos agua del pozo que había en el patio. Cuando mi madre murió, estuve dos años continuando el trabajo, aunque yo ya no vivía dentro de la ermita.

Trabajaste para una figura de la nobleza muy vinculada con Valdemoro, la marquesa de Villantonia. ¿Cómo fue tu experiencia con ella?

Conocí a la marquesa porque venía a veranear a Valdemoro. Tenía tres hijos: Alfonso, Luis y Trinidad, con los que yo no paraba de jugar. Ella decidió llevarme a Calatayud, donde también tenía una casa de verano, para que cuidara de sus hijos. Con catorce años me quedé a servir en su casa y viajábamos a Madrid, donde pasábamos el invierno, Calatayud y Valdemoro. La marquesa también pasó la guerra aquí en Valdemoro, en la casa de los Lerena. Su casa todavía sigue en pie, está en la avenida de Andalucía. Su vida aquí era muy tranquila, apenas salía de la casa. Solía ir en coche de caballos a misa. Sus amigas iban mucho a la casa y pasaban las tardes de tertulia. En la ermita del Cristo había unos bancos de yeso donde se sentaban las mujeres a hablar por las noches y ella subía alguna vez. Su vida en Madrid también era muy tranquila, uno o dos días a la semana salía a pasear.

Conociste un Valdemoro muy diferente al de ahora, un Valdemoro donde la gente venía a veranear.

Valdemoro era un pueblo de veraneo para gente que tenía mucho dinero. Tenían sus propias casas, que las llamábamos hoteles, y salían muy poco por el pueblo. La mayoría de ellas se han perdido porque los dueños se han muerto y las familias no las han mantenido. Estaban principalmente en la avenida de Andalucía, el paseo de la Estación y la calle Grande. Valdemoro era un pueblo elegante, donde venía la gente pudiente.

¿Qué aficiones te ha gustado desarrollar?

En mis ratos libres de trabajo me gustaba coser, hacer ganchillo y leer. Me gusta mucho leer novelas pequeñas. Mis padres no se podían permitir libros y no había mucho tiempo porque había que trabajar, por eso me gustaba mucho leer novelas rápidas. Cuando llegaban las fiestas patronales, los jóvenes bajábamos en grupo al baile y alguna vez íbamos al teatro. El pueblo se llenaba de vida con las fiestas porque todo se concentraba en la calle Grande y la plaza del Ayuntamiento.

Has cosido la ropa de varias generaciones de tu familia.

Siempre me gustó mucho hacer ganchillo y punto, he hecho prendas para toda la familia, lo que nos ha ahorrado faldas, arullos, patucos, manteles y demás a muchas generaciones. Ahora ya no puedo coser porque se me cansa la vista. Tenía una hermana modista y nos hacía la ropa. Siempre me ha gustado vestir muy bien, ir bien puesta. Es ahora cuando voy hecha una zarrapastrosa (se ríe). Nunca me ha gustado maquillarme la cara, pero no salía a la calle sin pintarme los labios. Ni con alpargatas. Siempre vestía con zapatos, hasta para tirar el carro de la basura.

¿Cómo era la vida de Valdemoro de mitad del siglo XX?

Mucho mejor que la vida de Valdemoro de ahora. El pueblo era mucho más pequeño y la comunidad era mayor. Hacíamos tertulias entre los vecinos y los más próximos eran miembros más de la familia. Gregorio, el cartero de Valdemoro, y su mujer, Kika, eran más que vecinos, eran considerados familia hasta por mis sobrinos, que los llamaban tíos. En la ermita había bancos y un pretil donde nos sentábamos las mujeres a charlar y a hacer punto.

Has vivido muchos años fuera de Valdemoro, pero siempre has vuelto.

Después de trabajar en la casa de la marquesa de Villantonia volví a Valdemoro para cuidar de mi padre porque enfermó. Más tarde volví a Madrid y estuve trabajando en otra casa de don José Suárez. Con cuarenta años volví porque mi madre enfermó. Fue entonces cuando empecé a trabajar con mi hermana Loli y mi cuñado Julián en su tienda de ultramarinos en el barrio de la Estación. Hoy lo conocemos como un barrio, pero entonces era prácticamente un pueblo apartado. Como no había panadería tenían que llevar el pan y nuestra tienda hacía las veces de supermercado para los vecinos.

¿Cómo vivió la primera industrialización de Valdemoro en el barrio de la Estación?

La llegada de la industria trajo mucha riqueza al pueblo. Hasta entonces había un par de fábricas de yeso donde trabaja gente del pueblo, pero la mayoría se dedicaban al campo. Cuando entraron empresas como Anguita, La Mana o la Veintiocho llegó mucha gente de otros puntos de España a vivir a Valdemoro. Recuerdo que algunos vecinos de toda la vida se quejaron porque pedían trabajo primero para la gente de aquí porque les quitaban los terrenos para construir fábricas. En esa época creció mucho el pueblo y sobre todo la zona de la pradera.

¿En qué inviertes tu tiempo ahora?

Llevo en la residencia dieciocho años. Me gusta pasear, leo revistas y tengo una novela que la leo a golpes porque me duele la vista. Se titula Yo, Julia, de Santiago Posteguillo y tiene tres dedos de gorda. A veces veo la tele, pero no mucho. Los domingos salgo a comer a casa de mi hermana y veo a la familia.

Carmen mantiene una memoria que muchos deseáramos con muchas décadas menos vividas. Sentarse en la terraza de la residencia a charlar con Carmen es uno de esos regalos que te ofrece la vida, pues eres afortunado de poder hablar con una persona que ha sido testigo de la historia reciente del lugar en el que has crecido.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres