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Entrevista a José Luis Rodriguez Leal, fotógrafo de Valdemoro

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«Mi mejor fotografía está por disparar»

Al periodismo se le presupone la imparcialidad, y durante los cincuenta ejemplares que llevo escribiendo en esta revista he asumido este compromiso con los lectores. En esta ocasión hago manifiesta mi imposibilidad de atenerme a la imparcialidad por sentir un fuerte vínculo con el tema que tratamos en esta entrevista. Sin duda, es por deformación profesional, mi vínculo con la fotografía se remonta a antes de empezar mi etapa universitaria, cuando mi padre me dejó una Canon 30D que le había comprado a un compañero, quien la había ganado en un concurso de televisión. Nunca he sabido de qué concurso se trataba, pero lo cierto es que una rifa televisiva, indirectamente, ha tenido mucho que ver en mi dedicación profesional.

La fotografía tiene algo especial que se transmite de generación en generación, que atrae y que se plasma por contacto. Nuestro entrevistado de un número tan especial como el que hace el medio centenar de ediciones también ha experimentado ese traspaso generacional de la fotografía en un contexto donde la instantánea se convierte en el oficio que da de comer. Tenemos la suerte de contar en estas páginas con José Luis, fotógrafo profesional asentado en Valdemoro desde el año 1975. Por delante de su cámara han pasado generaciones de valdemoreños, del mismo modo que ha sido el encargado de inmortalizar los recuerdos y festejos más importantes de sus vecinos.

Eres de origen manchego, allí aprendiste el oficio de fotógrafo, ¿qué te trajo hasta Valdemoro?

Soy de Pedro Muñoz, un pueblo agrícola de Ciudad Real. Era un pueblo muy vivo donde el capital estaba muy bien repartido y la calidad de vida era muy buena. En los pueblos, ciertas profesiones tenían que «emigrar» para poder desarrollar su trabajo. Le llamo «emigrar» al hecho de tener que viajar fuera del pueblo para aumentar tu volumen de trabajo. Médicos, arquitectos, abogados o fotógrafos profesionales han tenido que buscarse un futuro mejor fuera de su lugar de origen. Yo llegué a Valdemoro con 27 años, en la primavera de 1975, porque tenía que buscarme un trabajo. En esa época Valdemoro y Pedro Muñoz tenían unos siete mil habitantes. Llegué como oficial de primera para sustituir a un oficial enfermo de Foto Portillo en Aranjuez y Valdemoro. El estudio se encontraba en la calle Estrella de Elola, frente al actual 100 Montaditos.

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Para entonces ya tenías el cargo de oficial, ¿cómo se produjo esa toma de contacto con la fotografía?

Se puede decir que me salieron los dientes en la fotografía, soy hijo de fotógrafo profesional. Mi padre se dedicó al oficio de la fotografía porque tenía una pequeña discapacidad que le impedía maniobrar en el campo, pero sí podía manejar una cámara. En esa época hubo mucha gente que, como mi padre, encontró en la fotografía una salida laboral con la que ganarse la vida, porque no podían trabajar como labradores. En mis primeros recuerdos tenía cuatro años y un triciclo que era un caballo de madera. Cuando a mi padre se le fundía una bombilla grande de tungsteno la cogía para llenarla de agua y jugar con ella. Detrás de la portada de mi casa jugaba a maniobrar y revelar con los envoltorios de los carretes tan anchos que había por aquel entonces. A mi padre le abrí una vez una caja de papel y cuando se quiso dar cuenta estaba jugando con el negativo expuesto. A los ocho ya revelaba copias. Uno de los primeros trabajos que tuve con mi padre fue el revelado. Para las festividades tomábamos fotografías a los santos de los pueblos y luego revelábamos cientos de copias que se vendían para que la gente las pudiera regalar en los festejos. Invertíamos dos o tres noches en revelar todas las copias. A los doce años me subí a un altar por primera vez para hacer fotografía de bodas.

Pudiste presenciar una época en la que el valor de la instantánea estaba muy presente en la sociedad.

A todo el mundo le gustaba hacerse una foto de estudio para enmarcarla y tenerla en su casa. Cuando los novios se casaban lo primero que hacían era ir al estudio de fotografía para hacerse la foto, era más importante que el propio reportaje del día de la boda. En mi pueblo debo ser, junto con mi padre, de los pocos que no han vendimiado en su vida. Eso sí, he retratado a todas las cuadrillas desde joven. Primero salíamos al campo con una bicicleta, más tarde en una moto Vespa que tenía mi padre. Nadie tenía una cámara de fotos y mucho menos sabía manejarla. Nosotros nos encargábamos de retratar las festividades populares o las romerías. Todo el mundo te demandaba una fotografía. Más tarde, con la llegada de los carretes y la popularización de las cámaras fotográficas el marcado cambió. Nosotros ya no nos encargábamos de hacer todas las fotos, sino que la gente las tomaba y nosotros nos encargábamos de revelárselas. Yo he vivido una de las épocas más complicadas para los fotógrafos de estudio cuando nos quitaron el pan de cada día: la fotografía de carnet y los revelados. Con la digitalización estos dos productos han pasado a hacerse por ordenador. El oficio tradicional de fotógrafo ha quedado prácticamente extinto y la mayoría tienen que mantener su negocio generando otros productos como gorras, tazas, camisetas y demás enseres donde se puede plasmar una fotografía. Por suerte queda algo de mercado en la fotografía de estudio porque la gente todavía no tiene al alcance los medios para realizar una buena foto de estudio. Para todo lo demás les basta con el resultado que ofrece cualquier móvil de hoy en día. La percepción de la fotografía ha cambiado drásticamente desde la última gran crisis.

¿Cómo aprendiste el oficio de manejar profesionalmente la fotografía?

Mi padre me enseñó muy poco a poco. Recuerdo que tendría unos catorce años cuando se rompió una pierna y me dio las primeras lecciones de fotografía de estudio para hacer las fotos de todos los niños de comunión. En aquella época los niños iban al estudio cuando terminaba la misa. En una mañana hacíamos fotos a treinta o cuarenta niños con una cámara grande de madera, en formato de 30 × 18 centímetros. Para entonces ya llevaba dos años haciendo reportajes de boda. He leído muchos libros al respecto y he hecho muchos cursos de fotografía que trataban el dominio del laboratorio y el color. He estudiado mucho sobre el color, los modos manuales y el manejo de los filtros. Más tarde amplié mi formación desde la ampliadora manual a la nueva maquinaria printer y mini printer. Con la digitalización también tuve que actualizar mis conocimientos para poder manejar programas de edición digital como el Photoshop.

Sueles decir que Valdemoro era un pueblo con futuro, pero con muy pocos habitantes.

Cuando llegué a Valdemoro tenía tan solo 6500 habitantes, pero un potencial que auguraba un buen futuro a la localidad. Tras la primera industrialización del campo se produjo una segunda revolución en la que los pueblos próximos a las capitales recibieron un impulso gracias a la presencia de nuevas industrias periféricas a los grandes núcleos urbanos. Valdemoro se encontraba dentro de este anillo de municipios que, en este caso, bordeaban Madrid. El asentamiento de grandes y medianas empresas en Valdemoro trajo consigo la llegada de cientos de familias procedentes de comunidades como Castilla-La Mancha, Andalucía o Extremadura. Esto hizo que el pueblo creciera y su industria se expandiera.

¿Con qué te encontraste en el Valdemoro de 1975?

En esa época yo era un tipo fino de veintisiete años desconocido para todo el pueblo. La gente se fue enterando poco a poco de que era fotógrafo y algunos se atrevieron a probar. Cambié el escaparate y puse fotografías de estudio hechas por mí. El estudio fotográfico siempre se ha compuesto por un estudio y una tienda. En la tienda disponíamos de revelado y venta de carretes y material fotográfico. El fotógrafo de estudio abría hasta los domingos y libraba los lunes. La gente solo se arreglaba los fines de semana, porque no se concebían el viernes y el sábado como días de descanso. Los domingos todo el mundo vestía sus mejores galas, y una de las actividades era hacer una fotografía de estudio. Más tarde, también empezaron a salir los sábados, y las parejas de novios acudían al estudio arregladitos para hacerse su fotografía individual y de pareja. Hasta entonces no debían de haber dado con un fotógrafo que les supiera sacar el mejor partido, porque a todo el mundo que venía al estudio le gustaba el retrato que le hacía. En aquella época se trabajaba por el boca oreja, no había ningún tipo de propaganda, por lo que esta fue la mejor publicidad para que el negocio funcionara.

¿Cómo sentiste la acogida de los valdemoreños de toda la vida a los que vinisteis de todos los puntos de España?

Nos acogieron bien, muy bien. Hay que entender que valdemoreños puros, de tres generaciones atrás, hay muy pocos. Por el pueblo siempre te encontrabas con vecinos cuyos padres también habían venido de otro lugar. Te sentías bien recibido porque ellos también fueron bien recibidos. Valdemoro es un pueblo que siempre ha acogido muy bien a quien ha venido a vivir aquí. A pesar de ello, el último gran crecimiento que ha experimentado el pueblo no se ha producido de la misma manera. Las personas que han venido a Valdemoro en los últimos años han venido a subsistir, no poseen una concepción de comunidad y eso se traduce en una actitud de despreocupación respecto a lo que debe ser una ciudad. Los barrios modernos están compuestos por comunidades pequeñas que hacen que la gente no se conozca. Por suerte, en el centro de pueblo podemos seguir disfrutando del contacto con el resto de vecinos. Ciudades como Coslada o San Fernando han perdido su casco antiguo por culpa de la política; creo que mantener nuestras raíces es muy importante.

De joven alternabas bastante en la noche del pueblo. ¿Qué peculiaridades tenía la vida nocturna?

En Valdemoro no había muchos sitios a los que salir. Estaba La Azucena Bar, anterior a la cafetería; en El Quinito nos reuníamos los jóvenes, y la cafetería El Cantarero acababa de abrir. Los sábados y domingos salíamos por la noche a la discoteca Submarino. Creo recordar que el primer pub que se abrió en Valdemoro fue La Pulga, allí conocí la mejor cerveza que he bebido en España, la Voll-Damm. Después empezaron a ponerse de moda los disco-bares, por lo que todos los locales tuvieron que cambiar. En las discotecas se hacían fiestas temáticas para atraer a la gente. El ambiente era muy bueno y los precios eran comedidos. Los fines de semana también salían los colegiales del Colegio de Guardias Jóvenes. Durante mucho tiempo las discotecas estuvieron de capa caída, hasta que desde hace unos años a esta parte han vuelto a su actividad. El resurgir de las fiestas lo ha provocado el móvil y las redes sociales. Hay que salir y que merezca la pena, para poder hacer fotos y publicarlas. Si sales y no publicas fotos no sirve de nada haber salido.

Tener el único estudio de fotografía te permitió conocer a muchos vecinos de Valdemoro.

El estudio me permitió tener un trato más cercano con los vecinos que acudían, pero eso también se puede tener hoy con los estudios modernos. En esa época yo era joven y estaba soltero, por lo que salía mucho y eso me permitió conocer a mucha gente. Estar casado tampoco fue un impedimento, siempre me ha gustado salir y tomar algo con los amigos. Salir te permite conocer mejor a tus clientes porque coincides con ellos en otros ambientes que no son el estudio. Si como profesional te limitas a tener contacto con tus clientes durante la jornada de trabajo y luego te marchas a tu casa, será más complicado ganarte su confianza y fidelidad.

¿Cómo concibes la fotografía?

La imagen es luz, pero también oscuridad. El arte de la fotografía reside en la búsqueda de la conjunción de ambas, que da como resultado el volumen. Una instantánea tomada con mucha luz queda plana y no es atractiva. Con un solo foco puedes hacer una gran foto, tan solo tienes que utilizar esa luz como fuente de luz principal, y rebotar desde la dirección contraria con una superficie blanca para reducir el contraste y controlar el volumen. Todo el mundo tiene un lado fotogénico. Es tarea del fotógrafo buscar la mejor virtud de cada rostro para que, a través de la posición del sujeto, el encuadre y la iluminación, se obtenga la versión más fotogénica de la persona. Por ejemplo, si alguien tiene la nariz un poco torcida, lo mejor es centrar la nariz en el encuadre para que así salga correctamente. El análisis de la fisonomía es crucial para hacer un buen retrato. También es muy importante manejar los fondos, esto nos permite no delatar la iluminación y que aparezcan sombras indeseadas. El encuadre y la composición también son muy importantes, los personajes que aparecen en la foto tienen que estar con nosotros, para que sean reconocibles. Si colocamos a un personaje en un plano general de una catedral será muy complicado poder identificar a esa persona. Los monumentos se deben colocar en el fondo y el sujeto en un primer término

¿Crees que te has dejado algo por hacer como fotógrafo?

Creo que he sido muy buen fotógrafo profesional, pero sí hay algo que me ha faltado. Hay muchas personas que saben venderse muy bien en sus oficios sin llegar a ser grandes eminencias en sus campos. Poseen don de gentes y de la palabra, y con eso les basta para tener un buen volumen de trabajo y ganarse la vida. Creo que yo he desarrollado muy bien mi vertiente profesional de mi oficio; sin embargo, no he tenido esa capacidad para venderme como sí la tienen otros. Quizás debí haber estudiado alguna formación en empresariales para entender el mercado y saber venderme mejor. En mi arte nunca me he preocupado por buscar la parte del negocio. Yo sigo siendo fotógrafo. Como cualquier persona que se dedica a las ramas del arte y la cultura, un fotógrafo nunca deja ser fotógrafo. Aunque estoy jubilado a efectos legales de mi profesión, de vez en cuando algún amigo me pide un retrato y yo se lo hago encantado. El vínculo que he tenido con la fotografía durante décadas nunca lo perderé, no quiero perderlo.

Un acontecimiento de relevancia en las propuestas culturales del municipio fue la inauguración de la Universidad Popular de Valdemoro (UPV).

Empecé a dar clase en la UPV el segundo año de actividad. El curso estaba compuesto por tres años. El primer año se estudiaba la historia de la fotografía y las partes de las que está compuesta una cámara. También de las nociones básicas, como tiempo de exposición, diafragma y sensibilidades de carrete, entre otros. En el segundo año se profundizaba en las labores de estudio y revelado. En la UPV contábamos con cinco ampliadoras, una máquina para plancha en directo para hacer imágenes por contacto y todo el instrumental necesario para el revelado tradicional: cubetas, líquidos, etc. También contábamos con tres focos y cinco cámaras fotográficas muy económicas de la marca Praktica, de la República Democrática Alemana. La mayoría era gente joven con la que promovimos actividades fuera del aula como salidas de fotografía nocturna o viajes a puntos de interés cercanos a Valdemoro, como Toledo, Cuenca, Ávila o Soria. También dimos unos cursos para desempleados del INEM, en esos cursos me preocupé mucho por que adquirieran los conocimientos básicos para afrontar algún trabajo.

¿Qué opinión te merece la popularización de la fotografía a través de los smartphones?

Los teléfonos móviles han permitido que todo el mundo pueda hacer fotografías, pero eso no significa que tengan una cámara. Para una buena fotografía debes tener el control de parámetros imprescindibles, como son el diafragma, la velocidad de obturación, la distancia focal o el balance de blancos. La mayoría de las personas utilizan las cámaras de sus teléfonos móviles en modos automáticos, por lo que la fotografía la toma el propio móvil y no ellos. Uno de los parámetros más sencillos de controlar en un smartphone es el uso del flash. Estoy cansado de ver como mucha gente tiene el flash en automático en sus fotos; producen reflejos y veladuras en la fotografía porque no lo ponen en modo manual. Sin embargo, los jóvenes han aprendido a hacer encuadres espectaculares en los que salen muy favorecidos, los selfies. Creo que es todo un arte saber encontrar tu mejor ángulo y hacerte la foto tú mismo.

Estamos en la época en que más instantáneas se toman de la historia. Sin embargo, la demanda de formación en cursos de fotografía desciende. Hay más fotografías, pero menos interés. ¿Qué crees que hay que hacer para volver a despertar esa curiosidad por la fotografía en la sociedad?

Los cursos de formación de fotografía tienen que reinventarse, y eso pasa por incluir los teléfonos móviles en su formación. Creo que un curso que te enseñe a aprender a manejar tu móvil en tres o cuatro sesiones es mucho más atractivo que uno convencional en el que es necesario adquirir una cámara. En la actualidad solo adquieren cámaras fotográficas aquellas personas que tienen especial interés por la fotografía o quieren darle un enfoque profesional. Con el teléfono móvil se pueden enseñar muchos conceptos básicos de la fotografía, como la limpieza del material, los encuadres o la importancia de la elección de una buena dirección de la luz.

El oficio de fotógrafo es un camino que se recorre durante toda la vida y en la que es obligado reinventarse ¿Qué consejo le darías a un fotógrafo que comienza o que atraviesa un periodo de indecisión?

La clave del éxito es ser inconformista con tu trabajo. El día que una persona esté conforme con su trabajo habrá dejado de evolucionar. No existe tu mejor trabajo, mi mejor foto está por disparar. La autocrítica es fundamental en este oficio, como profesionales tenemos que ser juez y jurado de nuestro trabajo. El espíritu crítico alimenta la creatividad.

José Luis realizará un monográfico en el Centro de Mayores de Valdemoro en el mes de enero. Durante la sesión mostrará a los asistentes diferentes técnicas para un mejor manejo de las cámaras que cada uno porta en su teléfono móvil.

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres