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Entrevista al doctor Luis Dettoni

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«A la vida hay que dejarla venir, mirarla, analizarla y usarla, pero nunca modificarla»

Luis, afincado en Valdemoro desde el año 1976 y médico de cabecera de cientos de familias del municipio, define la medicina como un arte: «No existen ni enfermo ni enfermedades, la misma enfermedad tiene diferentes síntomas en cada paciente, es el arte de diagnosticar y prescribir. A mí me gusta la medicina porque es un arte».

Amante de la literatura, ha escrito un libro y se embarca en la actualidad en otro proyecto enfocado a los relatos cortos. Aparte de su formación como médico, estudió bellas artes, aunque deja su pasión por la pintura para cuando se jubile.

Nació en un pueblo interior de la provincia argentina de Córdoba, en el seno de una familia estructurada. De carácter desenfadado, nos cuenta que sus primeras relaciones con la medicina comenzaron tras las visitas periódicas a su hogar del médico que trataba el reuma de su madre, a quien hacía las veces de ayudante.

Desde aquel momento no ha dejado de estar vinculado con la medicina y ya en el colegio, con tan solo siete años, pasó a formar parte del equipo de primeros auxilios de la escuela. Estos primeros pasos despertaron su interés por los libros de salud en unas edades más avanzadas hasta que, una vez terminado el bachillerato, marchó a la capital de la provincia para comenzar su carrera universitaria en la Universidad Nacional de Córdoba.

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A comienzos de los años setenta, y como consecuencia de la inestabilidad política que acechaba Sudamérica con la emergencia de los gobiernos dictatoriales, Luis decidió acelerar sus estudios para finalizar su formación en el año 1975. Una vez licenciado, y tras ejercer durante un año como médico en Argentina, en 1976 decide viajar a España motivado por los cambios políticos que aquí se estaban produciendo con la Transición.

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Saliste de una Argentina que arrancaba un gobierno dictatorial para llegar a una España que arrancaba su proceso hacia la democracia, ¿cuál fue tu percepción entre ambos países?

Yo te puedo hablar de sentimientos. En mis cinco años de carrera sufrí la inestabilidad política que había en Argentina. Venir a España suponía dejar allí a tu familia y amigos, algo muy triste, pero llegar aquí supuso una sensación de alivio porque suponía huir de lo que ocurría en mi país.

En España había muchas contradicciones en esa época, recuerdo que compré un diario de ideología con tintes socialistas y al ir caminando por la Gran Vía de Madrid, unos guardias civiles me lo rompieron y lo tiraron a la basura. La sociedad estaba muy atrasada en las costumbres y las dinámicas, tomaban sol y sombra y churros con coñac como desayuno, era característico la mezcla de olores, café, tabaco, anís. La gente vestía toda igual, con abrigos verdes los hombres y unos a franjas de colores para las mujeres. La vida nocturna a partir de las once de la noche no existía, tan sólo algunos locales abiertos en los que se reunían personas de mala reputación y un par de cafe concert, no apto para toda las economías.

A pesar de esa contradicción, me sentía liberado de la situación política de la que venía. Además, despertaba en mí un gran interés cómo se iba a producir la transición política en España.

En ese mismo año que llegas a Madrid trabajas unos meses en la capital y te afincas en Valdemoro, ¿qué diferencias había entre la ciudad y un pueblo de la periferia?

(Carcajada). Cuando llegué a Valdemoro creí que había retrocedido en el tiempo, pero no me disgustaba. Valdemoro terminaba en la gasolinera de Paso en la actualidad y en el final de calle Negritas, el resto era campo y barro.

Recuerdo que la gente caminaba por la calle sin tener en cuenta los coches. Las viudas iban de negro hasta que se morían y la vida nocturna era similar a Madrid, todo cerrado. Era una sociedad muy rural que tenía tan solo el mercado de la Plaza de la Piña, una lavandería, una tienda, la farmacia, la panadería La Manolita y González.

Lo que sí que recuerdo es que la palabra «iba a misa». Si de una conversación se acordaba una venta o un trato, no necesitabas de ningún papel ni firma que demostrara nada. Como un pueblo que era, cuando llegué aquí los vecinos me ayudaron a instalarme, e incluso me amueblaron prácticamente la casa con mobiliario que ya no les servía.

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¿Cómo viviste el golpe de Estado de 1981?

Unos diez días antes del intento del golpe, un empresario de Valdemoro me pidió que hiciera una barbacoa porque iban a venir unos amigos suyos que eran importantes. Estuvimos comiendo y bebiendo en una finca de Valdemoro hasta las cuatro de la mañana, había gente civil del pueblo y guardias civiles.

El día 23 estaba yo trabajando en Asepeyo cuando ocurrió el golpe. Lo primero que me suscitó fue el miedo de que se volviera a instaurar una dictadura militar. Al ver las imágenes en televisión, mi sorpresa fue que casi todos los que estaban en la barbacoa que habíamos celebrado hacía diez días eran los golpistas que estaban en el Congreso. Así que fue una sensación de miedo pero también de sorpresa.

Pero no fue el único episodio de la historia de la democracia en el que me vi involucrado, unos días antes de las primeras elecciones democráticas, en las fiestas populares de Valdemoro, tuve que asistir a un apuñalado por ideología política que hizo tambalear la primera consulta popular nacional de España. La intervención de la justicia, la junta electoral y medios de comunicación nacional calmaron los ánimos reaccionarios.

A tu llegada a Valdemoro, ¿qué necesidades viste en el municipio?

En los pueblos de antes las necesidades eran muchas, pero como todo el mundo se conocía y cada uno tenía un poco de cada cosa, se iba viviendo. Sí que es cierto que en el ámbito de salud tan solo había tres médicos y para todas las especialidades había que desplazarse a Villaverde en autobús.

Por defecto profesional, lo que más noté fueron las deficiencias en el ámbito sanitario. Por aquel entonces en la Seguridad Social se trataba la enfermedad, no se realizaba ninguna medicina de prevención ni evolutiva.

Cuando llegué todos los niños tomaban un tipo de leche que contenía miel, lo que les provocaba estreñimiento. Como a los cuatro o cinco meses se agregaba la verdura, empecé a introducir en la dieta de los niños la calabaza, un regulador. El problema es que la única calabaza que se producía aquí era para dársela a los cerdos. Les comenté a los verduleros del mercado la situación, y ellos comenzaron a cultivar la calabaza, en cuatro años ya la servían los supermercados de Madrid. En esta zona no se consumía nada de calabaza y a la gente le extrañaba porque era comida para los animales. Ahora estoy consiguiendo cultivar calabazas pequeñas que sirve para una comida y así no se echa a perder el resto de la pieza.

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Después de trabajar realizando suplencias, decides montar tu clínica que tuvo un importante éxito en el municipio, ¿qué novedades trajo?

Cuando monté mi propia clínica, la primera en Valdemoro y alrededores, comenzamos a llevar un seguimiento del niño sano en el área de pediatría, incluimos las especialidades más demandadas como traumatología, ginecología, otorrinolaringología. Además teníamos urgencias veinticuatro horas al día toda la semana, algo que no tenía entonces ni la Seguridad Social.

La gente de Valdemoro, que tan solo éramos unos siete mil, comenzó a acudir a la clínica a través de una cuota mensual que les permitía no tener que soportar largas esperas en el centro de salud. Con esa cuota tenían acceso a la asistencia en medicina general y un descuento si acudían a alguna especialidad. El trato era mucho más cercano y además se ahorraban el viaje hasta Villaverde.

¿El servicio de la clínica solo estaba disponible para aquellos que tenían un nivel adquisitivo alto?

Para nada. Aunque no a todo el mundo, la clínica atendía a un grueso importante de los vecinos. Las cuotas no eran excesivamente elevadas, una persona que ganaba tres mil pesetas al mes podía estar asegurado en la clínica, el dinero rendía más que ahora. Barrios muy humildes en Valdemoro acudían a la clínica y llegamos a tener unas trescientas familias como socios, un porcentaje alto dentro el pueblo.

Has sido testigo del crecimiento del pueblo, ¿qué opinión te merece el aumento exponencial en número de habitantes y construcción?

En mi opinión, el crecimiento urbanístico ha sido muy rápido y nunca ha estado acompañado en el crecimiento de servicios, siempre han ido a posteriori. Un gran problema que hoy sufrimos fue la masificación de edificios en el centro del pueblo con la venta independiente de vivienda y plaza de garaje. Esto ha hecho que mucha gente no adquiriera las plazas de garaje y hoy tengamos que pagar por aparcar en una calle que ya hemos pagado.

La vida social también ha cambiado por completo, la picardía ha acabado con el valor de la palabra que te comentaba antes. Sociológicamente, no sé si para bien o para mal, seguimos siendo un pueblo. Tenemos un teatro al que la gente no puede ir por los horarios y los servicios que hay por la noche para el ocio, por ejemplo, tampoco son los deseados. La gente sigue yendo a Madrid a trabajar y divertirse y a aquí tan solo realizan la compra de alimentos. Es una pena, pero creo que la vida social en Valdemoro no existe. El componente sociológico de compartir, de vivir en comunidad se ha perdido, las relaciones son más frías.

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¿Cómo es el perfil de los valdemoreños de hoy en día?

Ahora tenemos un perfil joven de mediana edad, aproximadamente treinta años. Gente con algo más de formación que antes y con un interés mayor porque sus hijos estén formados. Sin embargo, detecto que en la gente joven, a pesar de tener más ingresos, estos no revierten mucho en su propia formación y cultura.

Las dinámicas de trabajo y la vida familiar hacen que no tengan tiempo para ello. Esto es también uno de los motivos principales del aumento de enfermedades como el estrés o la ansiedad. No es un porcentaje exacto, pero sobre el 40 % de las recetas de larga duración que se hacen son para patologías de origen psiquiátrico.

El trabajo, la casa, la hipoteca y los niños hacen que no se tenga tiempo. En la familia necesitan trabajar los dos para mantenerse y las dinámicas de la vida cotidiana hacen que incluso entre las parejas apenas exista tiempo para la relación, de ahí el fracaso de muchos matrimonios.

¿Qué proyección de futuro crees que tiene Valdemoro?

Es algo muy difícil de pronosticar. El crecimiento de Valdemoro, como cualquier municipio, está influenciado por la salud del país. Así como hace unas décadas absorbió mucha gente que venía de Madrid, en el futuro puede surgir una inercia que haga que el grueso de la gente se marche a otro lado. No creo que esto ocurra dentro de poco porque la gente que ha venido no se puede ir, tienen una hipoteca a quince años (risas).

Ahora mismo Valdemoro cuenta con las infraestructuras mínimas y tiene que mejorar en algunos aspectos como la educación o cultura. A nivel de comercio no está mal, pero se podría mejorar muchísimo con la introducción de grandes marcas para que la gente no tenga que marcharse del municipio.

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Por último, tras haber vivido tantos contrastes durante toda tu vida, ¿cuál es el balance que realizas sobre lo que es la propia vida?

De joven era muy efusivo, ahora estoy en una etapa ya madura que me ha hecho ver las cosas con perspectiva. He leído literatura indígena y ellos tienen una forma de vida muy distinta que hay que entender. Por mis orígenes, tengo un 7,5 % de genes indígenas a través de mi bisabuela paterna. Después de ser un «yonqui» del trabajo he aprendido que hay que darle pausa al trabajo; a la vida hay que dejarla venir, mirarla, analizarla y usarla, pero nunca modificarla.

Por todo eso hago mi trabajo con conciencia, sin prisas y la tranquilidad que me da la experiencia y el continuo reciclaje. Ahora mismo estoy asistiendo a los nietos de mis primeros pacientes, es decir, tercera generación. Por lo que estoy agradecido por la confianza depositada en mí por los padres y abuelos. Por ello me rodeo de profesionales con experiencia demostrada, en la clínica Puerta Del Moro.

Como muchos valdemoreños de toda la vida, Luis ha visto como Valdemoro y sus gentes han ido transformándose con el paso de las décadas. Este municipio se ha convertido en el hogar de un alocado joven argentino que llegó a España atraído por los cambios políticos que estaba sufriendo nuestro país. Hoy, Luis es parte de Valdemoro y puede ofrecernos una radiografía amplia de lo que somos, pues muchos de nosotros hemos pasado por su clínica en algún momento de nuestra vida.

 

Texto_Sergio García Otero

Fotografía_Ncuadres