El inicio de Los Simpson es posiblemente una de las siete maravillas del arte contemporáneo. Unas nubes esponjosas se abren para dar paso a un cielo tan azul como el de las películas de Stanley Kubrik. A partir de ahí, una cámara dron imaginaria comienza a mostrarnos la central nuclear del señor Burns. Al lado, el cementerio de ruedas ardiendo; al fondo el ayuntamiento y, a mitad de camino, dos de los gamberros de la ciudad serrando la cabeza de la estatua del fundador de Springfield. La cabeza de la estatua caerá sobre Ralph, el hijo del jefe de policía, y echará a perder su helado; traviesa, la cámara dron atraviesa entonces una calle principal que nos lleva hasta la escuela primaria; allí, se mete por la ventana de un aula, donde Bart Simpson escribe un castigo en la pizarra; suena la campana y Bart sale disparado de la escuela con su monopatín; ahí se produce un corte para llevarnos al interior de la central nuclear, donde Homer Simpson maneja con descuido un ladrillo de plutonio; otro corte nos lleva al supermercado; allí nos encontramos con Marge y Maggie Simpson; volvemos a la escuela y en la clase de música, la cámara comienza a mostrar a toda la banda de la escuela, de derecha a izquierda, hasta llegar a Lisa Simpson, que toca un saxofón tan grande como ella y que es expulsada de la banda por mostrar, tal vez, mayores aptitudes musicales de las que espera un profesor de primaria en sus alumnos; a partir de ese momento, todos los miembros de la familia Simpson se precipitan a lo largo de la ciudad de Springfield, cruzándose con una miríada de personajes secundarios, hasta llegar al sofá del salón de su casa. Estamos hablando de un frenético minuto y medio de dibujos animados acompañados por la magnífica melodía del programa (por sí sola, otra de las maravillas del arte contemporáneo) compuesta por Danny Elfman.
Todas las mañanas, mi móvil me despierta con la música de Los Simpson. Me levanto, me dirijo a mi ventana y observo el cielo azul. Valdemoro es mi Springfield privado. Una vez al mes, gracias a las entrevistas que hago para La revista de Valdemoro, tengo la suerte de conocer a uno de esos personajes con los que se cruzan los Simpson en su camino hacia el sofá en el inicio de cada episodio. Hoy he dado con un filón. Se llama Ángel Laguna. A pesar de su juventud, este valdemoreño es inteligente, maduro, sensible, concienciado con el mundo que le rodea y consciente de que ha venido a Valdemoro/Sprinfield/Planeta Tierra para aportar. Para aportar belleza. Para aportar equilibrio. Para aportar humanismo. Para aportar humanidad.
Ángel toca el piano y es pianista clásico.
¿Cuándo comenzaste a tocar el piano?
Mi padre es clarinetista. Es músico profesional. Ahora está jubilado, pero ha tocado en la banda de música del Colegio de Guardias Jóvenes toda su vida. Y yo comencé tocando el clarinete a los nueve años. Pero había un piano en mi casa y yo empecé a pasar más tiempo en el piano que en el clarinete, un poco por pura intuición. Mi padre, al verlo, decidió llevarme a clases de piano aquí en Valdemoro. Mi primera profesora fue Loli (María Dolores Martínez), de la Escuela de Música. Ella me inició al piano y me animó, después, para hacer las pruebas en un conservatorio profesional. Fue así como entré en el conservatorio de Getafe. Fue en Getafe, yo tenía apenas doce años, donde un profesor, Carlos Javier Domínguez, me hizo descubrir que merecía la pena dedicarse a esto, me hizo descubrir que me gustaba y me hizo descubrir que era mi camino. Gracias a él, pude ver que podía y que me gustaba. Él me ayudó, también, a descubrir quiénes eran mis compositores, cuál debía ser mi repertorio. Porque eso es también muy importante. Hay músicos en todos los ámbitos, pero yo creo que cada uno tiene que descubrir su camino a través de sí mismo o a través de alguien que se lo facilite, pero que no se lo imponga. Alguien que te haga saber quién eres pero que no decida quién eres. Yo lo descubrí poco a poco. Sigo descubriéndome hoy en día porque creo que nunca nos descubrimos completamente.
Estudiaste bachillerato en el Instituto Villa de Valdemoro.
Estudié toda mi primaria y la ESO en el Colegio San José. En el Instituto Villa de Valdemoro tuve la suerte de poder cursar el bachillerato musical, que por aquel entonces no existía en los institutos. Era un caso completamente aislado y, gracias a ello, estuve más liberado de carga lectiva para poder dedicarme al estudio del piano y para preparar las pruebas que se me venían encima. La verdad es que fue una buena ayuda.
Y de Valdemoro, te vas a estudiar la carrera de Música a Salamanca.
Sí. Pude haberme quedado en Madrid, pero elegí Salamanca porque quería estudiar con una profesora en concreto. Al principio, era un poco reacio a abandonar Madrid, a irme de Valdemoro, pero, a los pocos meses de estar en Salamanca, es una decisión de la que no me arrepiento. Primero, por estar imbuido en el ambiente universitario de Salamanca, una ciudad muy rica en estudiantes de todas las carreras, de todas las edades, procedentes de todos los ámbitos. El conservatorio estaba lleno de profesores muy interesantes, de gente del centro de Europa que venía a Salamanca. Fue muy enriquecedor, tanto el ambiente de la ciudad como el del conservatorio. A día de hoy, muchas de las oportunidades laborales que me siguen surgiendo proceden de las relaciones personales, con profesores y compañeros, que pude forjar allí.
Y tras Salamanca, te marchaste al extranjero.
Tras acabar en Salamanca, estuve unos meses meditando cuáles iban a ser mis siguientes pasos. Hoy en día, da la sensación de que, cuando terminas tus estudios, en cualquier ámbito, si no vas a hacer un máster en Budahelsinki no eres nadie. Pero yo creo que lo que seas o no seas depende de ti. Depende de factores internos más de lo que venga de fuera. En esos meses, a mí, realmente, no me apetecía irme a ninguna parte porque yo tenía muy claro lo que quería hacer. Tenía claro cuáles eran mis compositores, tenía claro que tenía que buscarme conciertos para tocar las obras que yo quería interpretar, que yo amaba. No me hacía falta ir al extranjero. Pero también vi que empezar a viajar y estudiar en el extranjero era una puerta a muchas más oportunidades.
Empecé a viajar a Alemania, a la zona de Colonia y Düsseldorf, y estuve estudiando allí durante un poquito más de un curso académico. Yo tenía claro que no quería vivir allí. Hoy en día, importa poco donde vivas porque los medios nos acercan a todas partes en tiempos irreales. Pero conocí a bastantes personas que me han abierto puertas allí y, gracias a ello, en los últimos tres veranos he vuelto al mismo sitio, dentro de la serie de conciertos que pertenecen al festival de conciertos para jóvenes pianistas International Campus Kleve. Allí he conocido a pianistas de toda Europa e incluso de América. Sigo en contacto con ellos y este verano vuelvo a participar en el festival durante dos semanas. Todos los pianistas que participan residimos en el mismo edificio durante dos semanas. Allí dormimos, comemos, estudiamos y practicamos las obras. Y, casi todas las tardes-noches tenemos concierto. Cada uno en un lugar diferente. Son seis o siete recitales por semana.
También viajaste a Londres.
En Londres nunca he estado mucho tiempo. Pero quería ir para conocer todo sobre lo que me habían hablado mis profesores. Fui allí una semana para conocer a un profesor. Es argentino, pero vive en Londres. Gracias a él, he conseguido tocar en Londres tres veces. Una de ellas, con una pequeña orquesta. Primero toqué en Steinway Hall, que es una pequeña sala con el nombre de la marca de pianos Steinway; luego toqué en St. Martin in the Fields, un lugar también emblemático por la orquesta que tiene; después en St. James Piccadilly, también en la concurrida zona centro. Esta experiencia también ha sido una importante aportación y en octubre-noviembre de este año voy a volver para tocar con una orquesta.
¿Hacia dónde crees que va la música clásica del siglo XXI?
Creo que los fines de los seres humanos no cambian, que las personas de hoy somos muy parecidas a como eran hace cien años y doscientos. Estoy hablando de nuestra naturaleza y de nuestras necesidades. Lo que sí que cambia son los medios. Los medios han cambiado, pero no los fines. Las reuniones como las que tenemos en Alemania todos los veranos antes se daban muchísimo, pero, hoy en día, los nuevos medios de comunicación favorecen muchísimo el contacto constante con todo lo que se está haciendo en el mundo en estos momentos. Esto lo permite internet y las redes sociales. Estamos mucho más cerca los unos de los otros y eso nos enriquece a todos y enriquece muchísimo el panorama de la música clásica. Pero también creo que las reuniones físicas, personales, como las que tengo en esas dos semanas en Alemania son mucho más sustanciales. Hoy en día, aunque nos conozcamos más en todos los ámbitos, en cierto sentido y al mismo tiempo, estamos más lejos los unos de los otros.
Me preguntas sobre la música clásica, clásica entendida como producto atemporal, imperecedero; clásica porque fue compuesta hace cien o doscientos años, pero que seguimos interpretándola porque su naturaleza es atemporal y esa enseñanza que contiene es igual de útil hoy en día que en su momento, como cuando leemos obras como el Quijote o la Celestina. Y me preguntas sobre el futuro de esa música clásica. Y creo que su futuro se pone, en ocasiones, demasiado en duda. Estoy harto de escuchar que la música clásica está en crisis, no solo en España, sino a nivel mundial. No sé si será cierto o si son campañas de desprestigio. Prefiero no hablar de ello porque, cuando lo haces, se alimenta esa corriente. En España hay mucho por hacer, por supuesto, pero, ¿y lo que hay hecho? Hay mucho hecho. Hay cada vez más niños estudiando en las escuelas de música, independientemente de que vayan a continuar o no. Pero ya tienen una sensibilización. Los conservatorios están llenos. Los conciertos tienen un público. Un público que se renueva. Cada vez veo más gente joven. Creo que hay que fijarse en lo que está hecho en vez de centrarnos en lo que hay por hacer. Y yo quiero contribuir con mi trabajo y esa es la razón por la que permanezco en España.
Si tenemos que hablar de la dirección que lleva la música clásica, a mí me gustaría que siguiéramos aprendiendo de la naturaleza. Si observamos la naturaleza, podemos observar su sencillez y su perfección. Es siempre igual y cada día es distinta. Un río siempre va en la misma dirección y no se empeña en ir en dirección contraria. Hay artistas que se empeñan en ir en dirección contraria o en destruir la sencillez y la perfección por el mero hecho de ser diferentes. Podemos hacer lo mismo que se ha hecho siempre desde nuestra individualidad y eso convertirá esa pieza de arte en algo único y completamente nuevo.
Y te has decidido a vivir de la música.
No se debe pensar que esta profesión es una forma de hacerse rico. La música te enriquece en otros sentidos. Si quieres ganar dinero, hay muchas otras profesiones que son más acertadas para eso. Si quieres ser músico es porque te gusta. Es un modo de vida, no es una profesión para ganarse el pan. Hay muchos compañeros míos que son grandes músicos y no reciben su principal fuente de ingresos con la música. Ser músico no es lo más remunerado, pero satisface a otros niveles donde el dinero no llega.
En todo caso, si te lo propones, se puede vivir de la música. Porque no solo hay una vía: están las clases, está el tema de escribir sobre música, está el colaborar con orquestas, con coros. Hay muchísimas vías.
¿Y tú escribes sobre música?
Desde antes de mi traslado a Salamanca tenía mucho interés por leer sobre los compositores a los que interpretaba o por leer textos escritos por músicos que yo admiraba. Así empecé a elaborar mis juicios y mis criterios. Y ya estando en Salamanca escribí artículos para un blog que existía allí, en el conservatorio de Salamanca.
Después tuve que realizar mi tesis sobre la relación de Debussy y los compositores españoles de su época, reivindicando un poco a los autores españoles que, aunque aquí no recibían la atención que merecían, en Francia eran muy valorados. Más tarde, cuando hice el Máster en Interpretación Musical en la Universidad Alfonso X El Sabio, también tuve que escribir un trabajo final, que realicé con mucho gusto.
A partir de ahí, comencé a escribir las notas al programa de los conciertos que interpreto. Antes de tocar las piezas, las presento con unos textos que he preparado de antemano. Se trata de una breve información sobre las obras que voy a tocar, pero no de datos que se pueden buscar en internet, sino de lo que yo puedo hablar de esa música a partir de mi experiencia con ella. Al principio de los conciertos, me gusta hablar, tocando, incluso, pequeños ejemplos musicales.
Y, recientemente, una editorial me ha propuesto publicar un libro sobre aquel trabajo que hice para mi tesis. Sobre los compositores españoles de la época de Debussy y de Ravel: Falla, Albéniz, Turina, Granados… Todos estaban en París. Estoy ahora terminando el libro.
Una de las razones por las que me gusta escribir es porque, cuando leo lo que he escrito hace un tiempo, percibo mi evolución. Me doy cuenta de que, en cierto modo, la persona que fui mientras escribía ese texto ya no existe.
¿Cuáles son tus compositores favoritos?
Creo que eso gira mucho en torno a cómo eres. Hay personas más extremas, de emociones más fuertes. Hay personas más equilibradas. Yo soy una persona bastante templada, bastante equilibrada. Por tanto, me van a atraer los compositores con esas características. No son ni los más empalagosos ni los más áridos. Me atraen, por lo tanto, los compositores de la segunda mitad del siglo XVIII y de la primera mitad del siglo XIX, de lo que entonces era el Imperio austro-húngaro. Me gustan mucho Beethoven, Schubert, Haydn y Mozart. Sus composiciones son el eje de mi repertorio. Por supuesto, toco a otros compositores del siglo XIX, como Mendelson, Liszt e incluso a compositores anteriores, como Bach. Toco también compositores más contemporáneos, como Ligeti y Messiaen e incluyo, también, música española, sobre todo, de Albéniz y Falla.
Hay gente que me pregunta por qué no toco jazz. Pero yo toco lo que yo soy. Admiro el jazz, está muy cercano a la música clásica, pero no me identifico con el jazz. Hay roqueros que no tocan pop. Cada uno toca dentro del ámbito musical que se encuentra cómodo. Hay un camino para cada persona.
Vamos a hablar de tus conciertos. ¿Qué concierto te ha marcado más personalmente?
Siempre recuerdo el primer recital que di. Fue en el Ateneo de Madrid. Yo tenía diecinueve años. Yo ya había tocado muchas veces, claro está, pero siempre dentro de ambientes académicos. Cuando uno toca de cara al público, uno descubre que las piezas que toca tienen otras necesidades. Cuando uno sale de la escuela es cuando empieza a aprender. Aquel recital fue el primero y yo tuve que responder a muchas cosas. Aprendí sobre las piezas que tocaba y aprendí sobre mí. En cierto modo, en cada concierto sigue estando la vieja premisa de responder al momento, de no dejarte llevar por las cosas inculcadas y aprendidas que, en ocasiones son complots contra lo que en la realidad ocurre. Aquel concierto fue importante porque fue el primero. A veces, recuerdo el programa que elegí y me parece una barbarie todo lo que hice, porque ahora soy más comedido.
Otra ocasión importante fue cuando toqué en Londres por primera vez. Fue como una experiencia totalmente diferente a todo lo que había hecho anteriormente. En aquel concierto descubrí que la música estaba viva. El lugar estaba absolutamente abarrotado. El público estuvo en silencio de una forma asombrosa. Había tanta gente y tan en silencio, tan concentrada en lo que yo estaba haciendo… Eso me permitió descubrir muchas más cosas sobre esas piezas. Todo eso me permitió sentir que yo era el dueño. Que yo era el dueño de todas esas personas. Cualquier cosa que yo hiciera era un mundo para ellos. Un mundo de absoluta incertidumbre. Esto me ha ocurrido en más ocasiones, pero esa vez fue muy gratificante.
Y no me quiero olvidar de la vez que toqué en la Fundación Botín en Santander. Organizan conciertos para jóvenes. Todo con bastante seriedad. Me hicieron sentir en el lugar adecuado tocando para la gente adecuada.
¿Crees que el artista debe estar al tanto de todas las disciplinas artísticas?
Creo que cualquier persona puede entender y sentir una obra de arte en sí misma, sin necesidad de estar al corriente de todo lo demás. Puede escuchar una pieza o contemplar un cuadro y no necesita saber quién la compuso, ni dónde ni cuándo la compuso, ni qué otros autores contemporáneos hacían algo similar… No es necesario tener conocimiento del resto de los campos artísticos. Me atrevería a decir que ni siquiera de tu propio campo artístico. Esos conocimientos ayudan, pero, en ocasiones, pueden entorpecer. La intuición, el sentido común no deben ponerse en tela de juicio. Son ellos los primeros que nos ayudan a captar.
Con esto no quiero decir que no sea importante conocer a los autores y sus circunstancias. Que no sea importante estar al día de cuantas más disciplinas mejor. Todo eso te ayudará a entender mejor las obras que interpretas. Saber de otras artes te puede ayudar a entender tu propia disciplina. Pero no es esencial. Puedes no saber nada y sentirlo o entenderlo todo.
Vamos a terminar con tu actividad profesional en Valdemoro.
Tengo algunos alumnos en Valdemoro y siempre es gratificante enseñar en tu localidad. Sin embargo, me gustaría hablar de mi colaboración con la Escolanía Villa de Valdemoro, dirigida por Gema Hidalgo. Disfruto muchísimo de esa colaboración y, además, aprendo un montón y es una actividad un poco diferente a lo que suelo hacer. Les acompaño tocando el piano en las piezas que cantan y son bastante serios en su trabajo.
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La sencillez y, a la vez, profundidad de Ángel me han dejado boquiabierto. Aunque me ha dejado claro que su camino son las composiciones clásicas, lo imagino interpretando para mí el tema de Los Simpson mientras que yo, haciendo de Bart, escribo en la pizarra doscientas veces el último mensaje que manda a nuestros lectores:
Descúbrete. Sé tú mismo. No te empeñes en ser alguien que no eres.
Descúbrete. Sé tú mismo. No te empeñes en ser alguien que no eres.
Descúbrete. Sé tú mismo. No te empeñes en ser alguien que no eres.
Texto_Fernando Martín Pescador
Fotografía_Ncuadres