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Entrevista con Carlos Carrión

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Carlos Carrión ha publicado fotos en el diario Ya y en el diario El Sol; en las publicaciones dominicales de El Mundo, El País, El Periódico de Cataluña y La Vanguardia; en las revistas Rolling Stone, Tribuna, Tiempo, Interviú, Viajar y Paris Match; desde el año 2005, publica reportajes de actualidad principalmente en la revista dominical XL Semanal, del grupo Vocento, que se distribuye con veintitrés diarios españoles. Debido a una auténtica humildad, él lo negará rotundamente, pero Carlos Carrión es un verdadero artista. Tiene sensibilidad de artista. Refleja todas las seguridades y todas las incertidumbres de un artista. A lo largo de la entrevista, veo en él destellos, gestos y muecas que me recuerdan a artistas como Bill Pullman, Quentin Tarantino, Bono, Liam Neeson…

Carlos Carrión nació en Glasgow. Allí pasó su infancia. Cuando tenía diez años, su familia se volvió a España y el impacto visual fue enorme. En Escocia, todos los escolares llevaban uniforme con el escudo del colegio y jugaban sobre superficies cubiertas de verde. Carlos comenzó incluso a jugar a hockey sobre hierba… Recuerda cómo se degradó su entorno natural: en España, en comparación con Escocia, apenas había hierba, todo era tierra y todo se llenaba rápidamente de hormigas…

Se confiesa tímido, aunque ha aprendido a que no se le note mucho. Le emociona siempre la belleza, se deja llevar por la luz y nos dice que siempre quiso ser el fotógrafo de la emoción. Nos cuenta que, cuando tenía treinta y cuarenta años, estaba seguro de su verdad y de la realidad que le rodeaba. Ahora no está tan seguro y cree que hay tantas verdades y tantas realidades como seres humanos en el mundo y todas son válidas.

Carlos tiene un estudio fotográfico en Valdemoro desde hace 18 años y nos cuenta que le encantaría vivir en nuestra localidad.

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¿Cómo comenzó tu pasión por la fotografía?

Desde pequeño, me gustaba mucho el dibujo, la pintura, todo lo relacionado con las artes. Era el que mejor dibujaba de la clase y quería ser arquitecto. Mi padre, sin embargo, no tenía dinero para que yo estudiara Arquitectura y me sugirió que buscara una alternativa. Entonces había FP de Delineación, que eran cinco años, y eso hice. A mí me apasionaba la imagen. Desde pequeño, soñaba con ser actor, director de cine… Recuerdo decirle a mi padre: «Papá, yo quiero ser cámara man.» Y él me respondía: «Aquí, de eso, no hay, hijo». Entonces mi padre era taxista y siempre nos hacía reír con sus ocurrencias. Cada vez que le pedíamos algo que suponía un desembolso económico grande, nos decía «¿Qué queréis? ¿Que me ponga Super Glue en las manos y me las pegue al volante?». Estamos hablando de finales de los años setenta y, es verdad, entonces, todavía no había escuelas de cine en Madrid… Como digo, yo quería hacer cine. Antes de que aparecieran los videoclips, yo ya quería hacerlos: me encantaba relacionar las imágenes con la música. Todas las mañanas, antes de levantarme, ya pensaba en la música con la que iba a desayunar. Desde entonces, cada una de mis imágenes está relacionada de alguna forma con la música.

Combinar imágenes y música es un buen comienzo para ser fotógrafo. Pero el fotógrafo necesita tener algo de mirón, poseer grandes dotes de observación.

Comencé a trabajar muy temprano. A los once años. Mi padre tenía entonces un bar y me tocaba ayudar todos los fines de semana y durante todas las vacaciones. Trabajar en el bar desarrolló en mí ese sentido de la observación. Me gustaba servir los cafés y ver la cara de satisfacción de los clientes. A veces, observar con tanto ahínco me lleva a distraerme y la maestra llamaba a mi madre para decirle que parecía que estaba ido… Me encantaba observar cómo se comportaban las personas. Sin emitir juicio alguno sobre ellas. Era como observar la belleza de un cuadro en movimiento.

Ya tenías algunos de los ingredientes para ser un buen fotógrafo.

La vida es a veces un poco más prosaica. Entonces había que hacer la mili. En mi caso, año y medio en Leganés. Fue una mili dura, nada fácil. Y, tras la mili, mi padre me metió en la tienda de recambios de la cooperativa del taxi. A mí eso no me convencía, la verdad.

Fotografía_Carlos Carrión
Título_Boston_East_Midlands_Reino_Unido

Tu padre era también aficionado a la fotografía.

Sí y eso, supongo, que me influyó. A finales de los ochenta, hice un homenaje a mi padre, un libreto con el que yo intentaba promocionarme. En la introducción, escribí que mi pasión por la fotografía comenzó de niño mirando una y otra vez las fotografías que mi padre había hecho y guardaba en un cajón.  El caso es que la tienda de recambios de la cooperativa no me convencía. Vendí una bicicleta que tenía y me compré una cámara de fotos de bolsillo. Al tiempo la vendí y, con un poco más de dinero, me compré una Zenit pequeña y empecé a aprender todo lo que podía sobre fotografía. Eran otros tiempos. Lo que ahora puedes aprender con dos vídeos de YouTube antes se tardaba mucho, mucho más. Básicamente casi no había libros sobre fotografía. Todo era un prueba y error. Mi padre me enseñó a manejar el fotómetro y la cámara. Ahora lo siento por mi madre: monté un laboratorio fotográfico en mi habitación, lo tenía todo cerrado; ibas al baño en casa y te encontrabas con fotografías colgadas en la ducha…

Ya estabas listo para dar el paso y hacerte profesional.

Tuve que arriesgarme. Llegaron unas vacaciones del trabajo y, el último día, les dije que no volvía. Mis padres no lo tenían tan claro. Veían que en la cooperativa tenía un trabajo de por vida. Para entonces ya sabía revelar y positivar bastante bien. Mi sueño entonces era publicar en El País Semanal. Recuerdo que los domingos, en mi barrio, comprar y llevar el periódico debajo del brazo daba cierto caché. Todo el mundo lo compraba. Y salían unos reportajes fotográficos estupendos. Yo entonces tenía un Simca 1200 ranchera de segunda mano. Mis amigos lo llamaban «la ambulancia». Le pedí a mi madre que le pusiera unas cortinas para poder usarlo como una autocaravana. Prácticamente vivía dentro de ese coche. Con él salía a hacer fotos y la curiosidad me llevaba a viajar. Iba a manifestaciones, a actos públicos… me daba cuenta de que, en cuanto me veían con una cámara, me dejaban pasar como si perteneciera a la prensa… Acudía a todos esos lugares que eran o podían ser noticia. Hacía las fotos, me iba a casa a revelarlas y luego iba a los periódicos a intentar vender las fotos. Claro, para cuando tenía las fotos listas ya podía ser la una de la madrugada. Prácticamente ya no quedaba nadie en el periódico. Le dejaba las fotos en un sobre al guardia de seguridad que estaba en la entrada del periódico y me iba. Llegué a hacer un folleto con algunas de mis fotos, hice copias y las dejaba en las cafeterías donde sabía que desayunaban los que trabajaban en los periódicos. Estuve así casi dos años. Hasta que se me acabó el dinero. Sabía los nombres de los fotógrafos de los periódicos por los pies de foto y los intentaba reconocer cuando llegaba al lugar de la noticia. Intentaba asociar los nombres que conocía con esos fotógrafos acreditados. Buscaba las claves en los estilos fotográficos de cada uno.

Fotografía_Carlos Carrión
Título_Ernest_Borgnine

Y seguías sin conseguir un trabajo.

Yo no lo entendía. Estuve casi dos años haciendo fotos e intentando conseguir un trabajo como fotógrafo. Había gastado todos mis ahorros. Mi padre me compró siete carretes y me dijo que serían los últimos. Para mí, eran como los últimos cartuchos. Tendría que ponerme a trabajar de otra cosa. Llegué a escribir una carta a una revista de fotografía, FOTO profesional, les envié fotos mías y les pedí consejo para que me dijeran qué no estaba haciendo bien. Les encantaron mis fotos, me publicaron un portfolio con una excelente crítica que me auguraba un futuro brillante en el fotoperiodismo. No sé cuánto tuvo que ver esa publicación con el hecho de que me contrataran al poco tiempo. Tal vez nada. El caso es que llamé al diario El Sol, como solía hacer en muchas ocasiones, y, esta vez, me pasaron con el editor. Me dijo: «¿Eres tú el que llamas y nos envías fotos tantas veces?». Respondí que sí sin saber si me esperaba algo bueno o algo malo. Me dijo que, casualmente, necesitaban un fotógrafo para cubrir los partidos de Tercera División. Fue mi primer contrato como fotoperiodista. Hasta entonces, había colaborado sin cobrar para la revista Acción Getafense, con la que, a veces, hasta perdía dinero.

Fotografiar los partidos de Tercera División tenía también sus retos.

Era un momento en el que todos los partidos empezaban a la vez a la misma hora. Y, a lo mejor, me encargaban hacer fotos en Torrejón de Ardoz, en Leganés y en Arganda. Y debía cubrir tres partidos. Para cuando llegaba al último encuentro, como mucho quedaban cinco minutos de partido. Muchas veces ya no había nadie ni para dejarte entrar. Tenías que saltar la valla para acceder al estadio, acercarte a la esquina del córner y sacar una foto antes de que se acabara el encuentro. Afortunadamente, yo seguía haciendo reportajes propios y el editor me fue dando más cancha en otras secciones del periódico: en cultura, política, sucesos, etc. Me ascendieron a Primera División y también me encargaron fotos para otros reportajes. Empecé a ir a los plenos del Congreso de los Diputados, a inauguraciones, a presentaciones…

Fotografía_Carlos Carrión
Fotografía_ Juanjo_Puigcorbe

Desafortunadamente, comenzaste a trabajar en unos años de transformación del periodismo: con internet, la gente pasó a acceder a las noticias en las pantallas de los ordenadores, de las tablets y de los móviles. El periodismo se digitalizó.

En los años noventa se cerraron muchos diarios. Abrieron muchos a comienzos de esa década y, enseguida, cerraron. La fotografía digital también ha cambiado mucho el mundo de la fotografía y del fotoperiodismo. El tener un carrete con 36 disparos te hacía pensar mucho más cada foto. Hoy en día, todo es extremadamente más rápido y el revelado se basa en Photoshop. Son verdaderos genios los diseñadores de programas de edición de fotografía, que nos han permitido explorar las posibilidades creativas de la fotografía de una manera más avanzada. En los años ochenta y noventa del siglo pasado, los fotoperiodistas todavía estábamos impresionados con los fotógrafos de los años cuarenta y cincuenta y, lógicamente, con los cracks del momento. A mí me encantaba el blanco y negro del fotógrafo de cine Gregg Toland, de la expresividad que conseguía en películas como Ciudadano Kane con el blanco y negro. Sí, el diario El Sol, para el que trabajaba, cerró. Pero yo ya me había hecho un nombre y conseguí dar un nuevo paso adelante en mi trayectoria profesional. Como mi primer objetivo había sido publicar en El País Semanal, lo que más me apetecía en ese momento era hacer reportajes de periódico dominical, que eran algo menos inmediato. Más artístico. Como ya me había establecido como fotógrafo, me di cuenta de que una parte muy importante de mi trabajo era saber negociar bien mis precios. Me enteré de que otros fotógrafos cobraban mucho más por trabajos similares a los míos. Como yo era tan tímido, no me había atrevido a pedir lo que me correspondía. Creo que nunca he sabido negociar bien mis precios.

Siempre me gustó el grupo Dover. Cuéntanos tu experiencia trabajando con ellos.

No puedo decir que fuera el fotógrafo oficial del grupo, pero sí trabajé un buen tiempo con ellos. En aquella etapa hacía algunas portadas de discos y publicaba reportajes en la revista Rolling Stone. Me llamaron para hacerles las fotos de su segundo disco. Luego, fueron a grabar un trabajo a Seattle, al estudio donde había grabado Nirvana, y me pidieron que les hiciera las fotos de la grabación. Fue una experiencia estupenda. Creo que ahora están haciendo un documental sobre este grupo madrileño donde saldrán fotos en exclusiva que les hice.

Otro de los cambios que ha experimentado la fotografía está relacionado con la privacidad y con la intimidad. Me recuerda un poco a esa oposición de los nativos americanos a ser fotografiados por temor a que les robaran el alma.

La mayoría de las fotos que he hecho estaban llenas de personas. Y, de alguna manera, sentía que les estaba robando el alma. Por eso, he sido siempre muy respetuoso con las personas que me han permitido que las fotografiara. Intentaba asegurarme de que esas personas no se sintieran engañadas, quería que siguieran confiando en los fotógrafos que podían llegar después de mí. Todos los permisos eran verbales. ¿Me deja que le fotografíe? Rara vez había problema. ¿Puedo fotografiar a sus niños jugando al balón en la calle? Adelante, decían las madres que estaban supervisando a los chavales. Ahora los permisos son mucho más complejos y algunos tienen que ser por escrito.

Fotografía_Carlos Carrión
Título_Italia

Supongo que una de las razones principales tiene que ver con la rápida difusión de las fotografías a través de las redes sociales. Tal vez el fotógrafo no haga un mal uso de esa foto, pero, una vez en internet, cualquiera puede sacarla fuera de contexto.

Es cierto. Pero, además, algunos periodistas pueden omitir toda la verdad. Recuerdo unas de las primeras fotos que publiqué con Acción Getafense. Delante de mi casa, desde hacía años, había dos chalets sin acabar. La gente joven del barrio iba allí a jugar. Un día decidí entrar y hacer unas fotos. Estaba todo roto y sucio. Me encontré con unos chavales que estaban por allí jugando como si fueran soldados en una zona destruida por las bombas. Les pregunté si podía fotografiarlos. Un día, alguien de Acción Getafense se pasó por la cooperativa del taxi donde yo trabajaba. Le pregunté si podía colaborar con ellos y le enseñé las fotos que había hecho de los chalets sin acabar.  En el número siguiente de la revista, publicaron algunas de mis fotos en un reportaje titulado Un foco de drogas. Yo no había visto drogas por ninguna parte, pero utilizaron el artículo para crear presión social. A los dos días, llegó la excavadora y derribó las dos viviendas. Aprendí la lección y ya sabía que había que tener sumo cuidado en saber a quién le das las fotos y qué van hacer con ellas.

Háblanos de algunos de los reportajes fotográficos que han marcado tu carrera.

A mi edad uno se plantea las cosas que ha hecho a lo largo de la vida y analiza sus errores y sus aciertos. No he tenido un trabajo seguro. No puedo presumir de mucho dinero en mi cuenta bancaria. Pero he tenido la suerte de convertir mi mayor afición en una forma de vida. Tengo la sensación de no haber perdido el tiempo por estar haciendo algo que no me llenaba. El fotoperiodismo es, para mí, una de las mejores profesiones del mundo. Me viene a la cabeza mi aventura en Turquía. Un amigo me contó que se iba allí como corresponsal para cubrir el conflicto en el  Kurdistán. Me financié el viaje con mi propio dinero y me fui allí sin contrato de ningún periódico. Al final, no conseguimos los contactos adecuados y no salimos ni de Estambul. Recuerdo que estábamos alojados en un albergue y dormíamos en una habitación muy grande. Me iba a la cama solo y, cuando me despertaba, podía haber cincuenta turcos durmiendo en la misma habitación. Cortaban el agua con frecuencia. A veces, a alguien se le ocurría llenar la bañera antes de que se fuera el agua, pero, cuando yo decidía lavarme, el agua estaba bastante sucia. Sin embargo, recuerdo esos días por Estambul como días felices. Me recuerdo caminando por la ciudad, con la cámara colgando al cuello y sintiéndome libre. Me maravillaba el hecho de que un chaval de barrio como yo estuviera viviendo esa experiencia y me sentía un privilegiado. Me sentía fotógrafo. En muchas ocasiones, me he sentido fotógrafo aun cuando las fotos han sido lo menos importante de la experiencia. Y los recuerdo porque han hecho que me suba la adrenalina al máximo. Son momentos en los que me he sentido afortunado por estar allí. Recuerdo fotografiar el Maratón des Sables, en Marruecos, con una luz fantástica, desplazándonos hasta el desierto del Sáhara en helicóptero; me recuerdo en una lancha, acompañando a la guardia civil en una operación contra el narcotráfico y yo, allí, tomando fotografías durante la persecución; me recuerdo siguiendo a la hija de Al Gore, haciendo campaña a favor de su padre cuando este se presentó como candidato a las elecciones presidenciales de los Estados Unidos; me recuerdo entrando en el lugar de residencia del presidente de Islandia, cuando concedió una conferencia tras la crisis bancaria de 2007; recuerdo las protestas de mineros en Asturias, la charla con Higgs sobre la partícula de Dios, recuerdo profundizar sobre el sida infantil en Ucrania… y tantos viajes y experiencias que me han convertido en un fotógrafo todo terreno.

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Los comienzos de Carlos Carrión están dentro de la tradición inspiradora de documentalistas sociales como Dorothea Lange y W. Eugene Smith. Hace más de treinta años que enfoca su objetivo en personas, especialmente anónimas. A través de su fotografía intenta definir el significado del ser humano buscando empatizar con el protagonista al instante para captar su esencia en un corto periodo de tiempo. Pasión, humanidad y compromiso, estas son las claves de la carrera de Carlos Carrión.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Ncuadres

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