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Entrevista con Israel Paz

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Valdemoro celebra sus fiestas de mayo. Me encuentro con Israel en la calle doctor Fleming, 26, en la Buha, una cafetería que triunfaría en Brooklyn, en Berlín y en París. Pero la cafetería está aquí, en Valdemoro. Suena la sirena de la policía, como si supieran que acabo de escribir sobre tres grandes ciudades donde las sirenas no dejan de sonar. En este caso la policía precede la fiesta de la bicicleta que ha organizado la Agrupación Cicloturista de Valdemoro para las fiestas patronales y que ahora atraviesa las calles.

Sentado a mi lado, tengo a un gran cantaor de flamenco. Israel Paz nació en 1977. Le ha gustado el cante flamenco desde que era chico. Ha grabado dos discos estupendos y su voz tiene un bagaje de cientos de horas de conciertos en directo. Ha cantado por toda España y ha llevado su cante a Colombia y a los Estados Unidos. Manuel Bohórquez, crítico de flamenco de El Correo de Andalucía, dijo de él que, por ser valdemoreño, es cantaor flamenco de villa y corte. Siente y se expresa en andaluz como si hubiera nacido en el Jerez más profundo.

P – Naciste en Valdemoro. Has vivido aquí toda la vida. Has visto muchos cambios y hay personas de tu generación que, a veces, echan de menos el Valdemoro de aquellos años.

R – Podemos comparar los cambios en Valdemoro con los cambios en el flamenco. Muchos dicen que echan de menos el flamenco auténtico, ese flamenco en el que genios como Manuel Torres tenían que ir en burro desde Jerez hasta la casa donde iban a cantar para una fiesta. Podían tardar todo un día en llegar y luego apenas cobraban nada. Es verdad que eran tiempos auténticos. Ahora nos gusta cobrar por nuestro trabajo, ir al lugar del concierto en coche con aire acondicionado y la nevera llena de refrescos.

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P – ¿Qué recuerdas del Valdemoro de entonces?

R – Cuando mi padre abrió en Valdemoro la sala rociera Las Marismas en la calle Alarcón, número 1, en el año 1989, la cuesta de la Villa aún no estaba iluminada. Muchas de esas calles daban hasta miedo por la noche. Los chicos malos se escondían allí para fumar. Para entonces, pusieron unas farolas redondas de esas grandes y a mí eso me parecía la iluminación de un circo. Por las luces, no por lo que pasaba allí, claro.

P – Empezaste con el flamenco desde muy jovencito.

_DSC0676R – En mi casa siempre había escuchado flamenco. A mis padres les gustaban mucho las sevillanas. Cuando abrieron Las Marismas, la sala se llenaba de gente que venía a bailar y siempre había cuatro o cinco clientes que se ponían a cantar en la barra. Cuando alguno de esos clientes estaba en el bar yo me quedaba allí toda la tarde, embobado, esperando a que se sacaran un cante de la manga. Podía quedarme horas. Y había días que podían estar allí un buen rato y, al final, no cantar. No me importaba. Había descubierto el flamenco que había detrás del flamenco. Un flamenco menos accesible para todos los públicos. Con el tiempo, esos aficionados, al ver cómo me gustaba, les decían a mis padres “me llevo al chico al concierto que hay esta tarde.”

P – El esfuerzo de tus padres también fue considerable.

R – A ellos les gustaba mucho pero sí, hicieron mucho por mí. Tres mil pelas a la hora por ir a aprender a cantar con un guitarrista. Afortunadamente, aprendí pronto. Aún así fue duro dejar de ir a las clases con el guitarrista. Se había convertido ya en un amigo. Mi padre decidió que yo era el que le tenía que decir que ya no iría más a las clases. Fue duro. Mi padre me esperaba abajo, en el coche. Cuando yo me metía en el coche, me preguntaba “¡Qué! ¿Ya le has dicho que no vas a venir más?” Yo bajaba la cabeza y le decía que aún no. Fue una buena lección para mi futuro profesional.

P – Además ibais a muchos conciertos.

R – Sí, en la carpeta de la escuela, mis compañeros llevaban escritos los nombres de sus grupos favoritos y yo escribía “Camarón forever.” La gente se queja de los precios de los conciertos hoy en día. Entonces también era muy caro. Nosotros podíamos ir a cuatro conciertos semanales. Aún guardo las entradas. Mil pelas costaban. Los lunes íbamos a la sala Revólver. Los martes al Centro Cultural de la Villa. Celebrando los 500 años del descubrimiento, había un ciclo que se llamaba Madrid Cultural. Los miércoles íbamos a la sala Chenel, en la calle Atocha. Los jueves era en el Casa Patas. Allí iba Mercé, Agujetas, Carmen Linares. Todas las figuras de ahora y de entonces. Íbamos a todos esos conciertos. Podíamos volver a Valdemoro a las tres de la mañana y al día siguiente mi padre tenía que madrugar para ir a trabajar y yo para ir al colegio.

P – A los 20 años grabas tu primer disco. Del Manzanares al Guadalquivir. Toda una declaración de intenciones.

R – José Manuel Gamboa escribió en la portada interior “Israel vive en Valdemoro, en la Nacional IV, camino de Sevilla, Jerez, Utrera. Su tierra soñada.” Fue una experiencia inolvidable. Yo quería grabar una maqueta para empezar a mover mi voz por los circuitos. José Manuel me dijo que era mejor un disco y que había que encontrar a los músicos de estudio adecuados para mi estilo. Grabamos el disco en Madrid. Vinieron los músicos a la capital y se alojaron en el hotel Mediodía: Diego del Morao, Juan Grande, Pepe de la Joaquina. El Piraña, el percusionista, ya vivía en Madrid. Habíamos pensado en que tocara Moraíto Chico en el disco. Estaba en Madrid, hablamos con él y nos dijo que su hijo, Diego del Morao, que es de mi edad, era la persona adecuada para el disco. Fue todo un acierto. Diego tenía un concierto en Jodar, Jaen. Mi padre cogió el R-9 y se fue al concierto para hablar con él. Desde allí, me llamó por teléfono y me puso a Diego, que dio por hecho que trabajaríamos juntos. “Israel, ya estamos grabando en Madrid,” me dijo. Y así fue.

P – Corazón flamenco es tu segundo disco y fue grabado en el 2006.

R – El segundo disco me lo encontré de potra. Carlos Martín, que me acompañó durante la promoción, siempre me decía que contara cómo había surgido el disco porque él, con todos los años que llevaba en este mundo, nunca había visto nada igual. En aquellos años, hubo una serie de conciertos organizados por Cultyart que incluían actividades paralelas. A mí me contrataron para ilustrar una conferencia de Juan Verdú y Miguel Mora. Ellos hablaban al público de Málaga y yo cantaba una malagueña. Hablaban de Manuel Torres y de sus siguiriyas y yo cantaba una siguiriya. Cuando José María Velazquez-Gaztelu en su programa Nuestro flamenco anunció en Radio Nacional que iba a tener lugar esta conferencia donde yo colaboraba, pusieron varios cantes de mi primer disco. Era Radio Nacional, con lo que se me podía escuchar en toda España. Esto fue un sábado. El lunes me llamó Joan Capdevila desde Barcelona y me dijo que su jefe me había escuchado por la radio, le había encantado y quería que grabara un disco con ellos. En dos días habían buscado y habían encontrado mi número de teléfono. Me quedé flipado.

P – Has llevado tu voz al otro del océano en diversas ocasiones. Cuéntanos de tu experiencia internacional.

R – Como casi todo en la vida, la primera vez es la que más ilusión te hace. En casi todo menos en el amor. En el amor, la primera no. Encima, la primera vez que salí a cantar al extranjero me llevaron a Miami. Estuve allí una semana para trabajar una sola noche. Allí te tratan como a una estrella aunque no seas nadie. Llenas las salas. Pagan cincuenta dólares aunque no te conozcan. Te respetan. Mientras cantas, no se oye una mosca y, cuando terminas, aplauden apasionadamente con gritos y silbidos de emoción. Aquí no te tienen en cuenta hasta que no pegas fuerte.

P – La crisis de la industria discográfica ha dejado a muchos músicos en la cuneta, se graban menos discos y los buenos artistas viven de sus conciertos en directo. ¿Dónde podemos escucharte hoy en día?

R – Todos los días del año, cantamos en el Buo, en la calle del Prado, en Madrid, en el barrio de las Letras, muy cerquita de la plaza Santa Ana. El espectáculo empieza a las nueve de la noche. Esto se lleva todo mi tiempo pero, de vez en cuando, sale algún concierto aquí y allí. Tenemos además más proyectos. Hay un proyecto, ya comenzado, de un nuevo disco que se ha ido demorando por una cosa o por otra pero que, al final, saldrá. No tengo prisa. Las prisas son sólo para Fernando Alonso y para los ladrones y los toreros malos. Además, hay un proyecto para un tablao más grande en el que, tal vez, podríamos comenzar a dar clases por las mañanas. La cosa es no parar.