Dicen que vemos estrellas que hace tiempo que se apagaron. Debido a las largas distancias que nos separan de ellas, algunas emitieron la luz que nos llega hace tiempo y, para cuando vemos su brillo, ya se han extinguido. Como en mi día a día trabajo con adolescentes, a mí me pasa todo lo contrario: veo a personas brillar antes de que se conviertan en estrellas, antes de que triunfen e iluminen a los que les rodean. Hoy tengo la suerte de tomar café con una de esas personas, Iván Amigo, un valdemoreño con un brillo especial, con un talento innato que él se ha empeñado en pulir y en mejorar. Iván nació en Valdemoro y ha vivido aquí toda su vida. Acaba de mudarse a Madrid, pero tiene la familia aquí, con lo que todavía tendremos la suerte de encontrárnoslo por nuestras calles.
Iván Amigo ha conseguido trabajar en el mundo que le apasiona: los musicales. Es actor, bailarín y cantante. A pesar de su juventud, ha trabajado en varios musicales y en octubre tiene previsto formar parte de Wicked, que se estrena en Madrid este otoño.
¿Cómo nace tu pasión?
Yo no sabía que el teatro musical era algo a lo que uno se pudiera dedicar. Desde pequeño, he cultivado las tres disciplinas: interpretación, baile y canto. Siempre he querido ser actor. Pero las distintas rutas que he tomado a lo largo de mi vida me descubrieron que uno podía hacer carrera dentro de este mundo. Empecé a actuar con seis años en el colegio Helicón, que es donde estudié. Participé con esta escuela en el certamen de teatro que se organiza en Valdemoro todos los años. Mi primera obra fue Peter Pan. Tendría siete años y el personaje que interpretaba no tenía diálogo como tal. De hecho, yo tenía pánico escénico. Repetía solamente las frases de mi compañero y hacía de niño perdido.
Tu profesora de música en el Hélicon, Amparo Quintanar, jugó un papel relevante.
Sí. De hecho, me ha acompañado en muchas fases de mi vida y sigue siendo una persona muy importante para mí. No solo me dio clase en Primaria. Después, pasó a ser la jefa del Departamento de Música en Bachillerato y la ESO, por lo cual también me dio clase cuando yo ya era más mayor. Y, sí, tenemos un vínculo muy especial, igual que lo tengo con mis profesoras de teatro de toda la vida, Horten y Estela. En todo caso, cuando tenía nueve años, cantaba en el coro del colegio y me presenté al concurso de talentos que hubo en Valdemoro en el teatro Juan Prado. Se llamó ¡Valdemoro sí que vale!
Y pronto comenzaste a bailar con la Asociación de Cazadores de Sueños.
Cantaba y actuaba desde los seis años y decidí apuntarme a baile aquí en la Asociación de Cazadores de Sueños, en la Casa de la Juventud. Fue un momento en el que me enfoqué más en la danza. Me encantaba. Tanto que después pasé a ser profesor allí, en la asociación. Era principalmente baile urbano, así que después me he tenido que formar en otras instituciones dentro de la danza.
Se acercaba el momento en el que ibas a ver el musical Mamma Mia!
Ya había ido a ver musicales en Madrid pero, hasta que no vi Mamma Mía!… Creo que por algún tipo de aniversario, volvía a Madrid el casting original con Nina. Y vi a un chico bailando en una tarima… podría ser perfectamente Árbol Cuatro, es decir, no era uno de los personajes principales. Pero le vi bailando en una tarima a la vez que cantaba y dije: «Quiero ser como él». A día de hoy, ese bailarín es uno de mis mejores amigos. Se llama Ernesto Santos. Casualmente, cuando entré en La historia interminable, entré en su posición pues él se iba a otra. Ahora somos íntimos amigos.
Me gustaría que nos hablaras un poco más de Cazadores de Sueños.
Cazadores de Sueños es una asociación que, en colaboración con el Ayuntamiento de Valdemoro, para el año 2010 tenía mucho tirón: hacían un montón de actividades con el Ayuntamiento, bailaban en todas las fiestas y formaban parte de las cabalgatas de Navidad. A pesar de que muchas de estas colaboraciones no siguen adelante, las clases de baile siguen funcionando muy bien. En la asociación hay varios grupos. Se creó un grupo de competición cuando yo tenía 15 años, con el que participábamos en certámenes de la Comunidad de Madrid. Eso te ayuda a adquirir una visión espacial del escenario mucho más amplia; aprendes mucho más que en las clases de baile normales. De hecho, esta experiencia con el grupo de competición es lo que ha hecho que, a día de hoy, pueda enfrentarme a cualquier track, a cualquier posición de baile en un musical. El tener la rapidez de decir que mi cambio de posición es esta. Por ese ansia de la competición de danza urbana. Gracias a esto, también me atreví a audicionar para otras escuelas que tenían grupos de competición, aunque me seguía quedando en la misma porque me gustaba cómo coreografiaba María, que es una de las directoras de la asociación. Y ahí ya se dieron cuenta de que yo manejaba y me ofrecieron ser uno de los instructores. Empecé dando clases a un grupo de niñas; después, adolescentes; y, ahora, cuando ya me ha sido imposible compatibilizarlo con mi vida laboral, voy dando masterclasses presenciales de especialización en un estilo específico a las chicas del actual grupo de competición. En lo posible, sigo vinculado mucho a la asociación. Lo llevan mis mejores amigas. Una vez más, pasaron de ser mis profesoras a mis amigas.
Has hablado ya de muchas amigas. ¿Trabajas en un sector en el que la mayoría de tus compañeros son chicas?
Digamos que hay aproximadamente el mismo número de papeles para chicos y para chicas. Pero hay menos chicos que se dediquen a esto. Eso hace que esta industria sea mucho más difícil para las mujeres, porque hay más competencia. Son muchas más para los mismos puestos que los chicos, que hay menos. Pero esto ya no es como en Billy Elliot. Creo que es un estereotipo que ha ido cambiando, especialmente en el círculo profesional, y, en cuanto te sumerges en este mundo, conoces a tantos hombres como mujeres.
Háblanos de tus primeros papeles.
Cuando terminé la ESO, tenía claro que me debía formar bien. Aunque se me daba bien y pillaba las cosas con rapidez, no había ido al conservatorio, no soy un bailarín clásico y eso, quieras o no, se nota. Así que me metí en Scaena, que era la escuela de Carmen Roche y de Victor Ullate. Y, de repente, viene la covid-19. Scaena solo tenía sentido de forma presencial. Así que lo aparqué temporalmente y comencé Bachillerato de Artes en Aranjuez. Mientras tanto, empecé con una compañía itinerante de gira por España. Hice un par de bolos… y cometí todos los errores que puede cometer un principiante que, además, es un crío de 18 años. Me invadió el síndrome del impostor: mientras hacía esos bolos, me notaba sin tablas. Me veía vendido…
Adquirirías todas esas tablas cuando trabajaste en Puy du Fou.
Hice un casting para Puy du Fou, que, más que un casting, fue una oposición a bombero, porque eran tres horas de rendimiento físico mortal… Entré y, a las dos semanas, ya me vi estrenando cinco tracks distintos. Fue una llamada de atención artística de «espabila, ponte las pilas.» Allí a veces hacía de Cervantes, hacía de varias figuras de bailarines, hacía de espadachín… Estuve trabajando en Puy du Fou durante temporada y media. Mientras tanto, seguía con Bachillerato de Artes en el IES Domenico Scarlatti de Aranjuez. Entre el trabajo y demás no me daba la vida. Los profes lo comprendieron bastante también. Yo iba ya con otra mentalidad. Iba a sacarme el título, no iba a vivir la fantasía de Física o Química. Estaba muy enfocado en el trabajo. Sentía que ya había cambiado el chip al modo laboral. Entonces todo lo que era estudios me resultaba fácil porque lo veía con otra visión. Fue gracioso: en los exámenes de Literatura, me entraron epígrafes y textos a analizar de los espectáculos que estaba haciendo en Puy de Fou. Casualidad todo. Yo hacía un espectáculo de Lope de Vega, me entró Lope de Vega; me entró un epígrafe de Historia de España que justo interpretaba en el Puy en uno de los espectáculos. En Bachillerato, he sentido que la cultura general que tenía me ha servido para un montón de asignaturas. Tuve, además, suerte y mis profesores fueron muy comprensivos. Sabían que no faltaba por gusto. Estoy seguro de que vieron que era responsable. No tenía ni un solo día de descanso: de lunes a miércoles iba a clase y de miércoles a domingo trabajaba en Puy de Fou.
¿Cómo llegas a La historia interminable?
Ahora que ya han pasado unos años y que puedo decir que los directores de Puy du Fou son amigos, puedo contar la historia. Podríamos decir que mi delito ya ha prescrito (sonríe). Audicioné para La historia interminable con 18 años. O sea, poquísimo antes de entrar al Puy du Fou. Lo que no esperaba era que me dijeran que sí a Puy du Fou. Pongamos que era el 1 de marzo. Pues en febrero, cada semana iba haciendo una fase distinta del casting de La historia interminable. Y me vi en la final con cinco chicos. Y claro, tenía que ocurrir así: la final me tocaba el día de diario que yo estaba en en el instituto y el día en el que yo empezaba en el Puy du Fou. Con lo cual hablé con los encargados de Puy du Fou y les dije que justo ese día me habían puesto un examen de Bachillerato. Falté a clase y falté al Puy du Fou para ir a la audición final. Envié un justificante por escrito en correo electrónico. Y en la final del casting de La historia interminable me encontré con Ernesto Santos, el chico al que vi sobre el escenario del Mamma Mía! El chico que yo aspiraba ser. Total, que no me dieron el papel. Así que continué en el Puy du Fou. Ya llevaba unos cuantos meses, creo que estaba acabando la temporada, y me volvieron a llamar de La historia interminable, diciendo que querían hacerme un casting privado. Que a lo mejor no tenía ni que ir presencialmente, que me decían por la mañana si estaba dentro o no. Y eso pasó a ser un «estamos entre tú y otra persona», que se convirtió en un «venís al final los dos al Teatro Calderón a una batalla a muerte para ver quién se lleva el papel, os lo diríamos al momento». Fui, lo hice genial, pero acababa de cumplir 19 años. En comparación con la otra persona que tenía unos treinta años y varias producciones a sus espaldas, partía en desventaja. Yo era un crío. Y es normal que no confiaran en un crío. Pero vuelve a haber otro casting de La historia interminable. Esta vez, en Barcelona. Se trataba de un papel para trabajar allí durante una temporada entera. Me voy hasta Barcelona a audicionar y allí, ya delante del tribunal, me dijeron que se acordaban de mí desde que audicioné la primera vez. Me salió muy bien y al mes recibí la llamada de que estaba dentro. Después de tres veces. Parecía una historia interminable (sonríe, de nuevo). Entiendo que, al principio, no confiaran en un chavalín. Pero tampoco yo soy alguien al que le frustren los noes en esta industria. Los llevo muy bien, los manejo muy bien. Desde el primer momento. Y, siempre, desde que empecé, he visto que en todo casting que he hecho desde los 18 años me quedaba en la final. Y siempre solía ser por la edad. Desde que me cogieron, ya he dado la confianza de haber estado en una producción profesional.
Entonces, ¿te fuiste a Barcelona?
Primero hicimos un mes en Zaragoza, en el Teatro Principal. Un sitio precioso. De hecho, es de mis teatros favoritos. Allí hice mi estreno en los musicales, porque, aunque Puy du Fou fuera un espectáculo de alto formato, esto era otro concepto, era teatro en vivo. Después me fui a Barcelona, al Teatro Apolo. Me encantó la experiencia. La cultura teatral en Cataluña es maravillosa. De alguna forma, disfrutan ofreciendo un teatro más alternativo al que tenemos aquí en la capital. Tienen propuestas con menos clichés, con menos luces y más texto. Poco a poco, en Madrid se van viendo este tipo de propuestas. Son muy importantes, porque no dejan de ser escuelas de artistas. No he tenido la suerte de trabajar en este tipo de obras, pero me encantaría.
¿Podrías hacer balance de tu trabajo en Puy du Fou?
Yo lo considero la mili de lo artístico, de las artes escénicas. Te da mucha fortaleza física. Creo que no me voy a topar con algo así en mi vida. A nivel artístico, creo que no me voy a enfrentar a algo más exigente en mi vida. Sí, verdad que en los musicales tienes la variable del canto. La voz es un instrumento y en tu sueldo están incluidos los cuidados vocales. Debes saber qué tienes que hacer para tener la voz a punto al día siguiente. Pero en el Puy du Fou, te aseguro que la fortaleza física que yo tenía no me la he encontrado en ninguna otra producción de altos formatos musicales y dudo mucho que la encuentre. Mi día a día era bailar, hacer danza española sobre el agua, con 30 centímetros de agua. Con un caballo a veinte centímetros de mí. El caballo puede olvidar perfectamente una marca y ponerse a dos patas y asustarte. Me ha pasado más de una vez. He llegado a salvar la vida a compañeras tirándoles del corsé para que el caballo no las arrolle. En Puy du Fou, he hecho caídas de altura, he hecho lucha escénica. Yo ya había hecho esgrima aquí en Valdemoro, pero esgrima escénica no había hecho nunca. He aprendido a luchar de manera medieval y renacentista… Considero que la gente que sale del Puy tiene otro chip en la mente. Y hay una cosa que… bueno, no sé si sabes lo que es un swing. Un swing es una persona que en el teatro musical se aprende todas las posiciones del elenco. Como un comodín. Por ejemplo, yo en Wicked seré elenco y cover de Boq. Me tocará salir a hacer ese personaje. Y cuando salga a hacer ese personaje, entra el swing a mi posición de elenco y se tiene que aprender todas las posiciones de baile, todos los cruces, todas las intervenciones habladas, cantadas, todo. Pues el Puy du Fou es el creador de swings. Porque todo el mundo es swing. No hay un puesto fijo para cada persona. De repente, te toca hacer, en ese mismo espectáculo de media hora, el protagonista por la mañana, pero es que por la tarde estás haciendo del ayudante o del espadachín que sujeta la puerta. Todo el mundo hace todo. Y eso está muy bien porque, claro, yo llegué con mi síndrome del impostor con la compañía itinerante y en una semana me dijeron que debía aprenderme cuatro posiciones de baile, de lucha, de acting y de marcas… He de decir que el trato que yo acordé inicialmente, para mí, estaba muy bien como primer trabajo fijo. No se cobra convenio de musicales. No es un musical. No hay música en directo, es todo playback. Va por un convenio propio en Toledo que tiene acordado con Castilla-La Mancha. Entonces está un poco alejado de la realidad de Madrid, por ejemplo, y del teatro musical a nivel nacional. A mí me daba, por ejemplo, para pagarme un piso en Toledo yo solo y la carrera privada en Scaena.
Paradójicamente, tras unos siete meses en Barcelona, terminas La historia interminable.
Me acuerdo del último día, todo el mundo llorando. Me tocó volver a hacer castings. Son momentos duros, de mucha ansiedad, de mucha exigencia y mucho estrés. Además yo somatizo un montón. Somatizo con la piel. Entonces me salen dermatitis cada vez que hay temporada de audiciones. Recuerdo que La historia interminable acabó en abril y la temporada de castings terminaba en junio. Desde febrero, todavía trabajando en La historia interminable, yo ya estaba audicionando. Me cogía trenes a primera hora de la mañana para audicionar en Madrid y luego volverme a Barcelona con apenas tiempo para calentar.
Y acabaste trabajando para Emilio Aragón.
Conseguí ser un semiprotagonista de Godspell, dirigida por Emilio Aragón y producida por el mismo Emilio y Antonio Banderas. Emilio es una persona admirable. Es muy culto, sabe de todo. Y ha hecho tantas cosas interesantes… Le escuchas hablar y da gusto. Curiosamente, no era mi primer encuentro con la familia Aragón. En 2008, en las fiestas de Valdemoro, Fofito vino aquí con su hija Mónica Aragón. Yo era un niño y me sacaron al escenario. Después Mónica Aragón pasó a ser mi directora residente en Godspell. Fue un momento cíclico. Godspell ha sido una experiencia enriquecedora, la verdad. No pensé nunca que un musical religioso estuviera tan acorde con mis ideales.
La música de Godspell está compuesta por Stephen Schwartz que es, además, el compositor de Wicked, la obra que estrenas este otoño.
Eso es. Solamente ha habido dos obras de Stephen Schwartz en España y tengo la suerte de haber formado parte de los dos proyectos. La música de Schwartz es una pasada. Lo admiro un montón desde pequeño, desde que tenía trece años. Nos han dicho que lo vamos a conocer ahora, en el proceso de ensayos. Va a estar cinco días con nosotros. Me emociona haber podido cantar esas partituras. Me parece muy fuerte. La manera que tiene Schwartz de crear partituras es muy específica. Puede ser un poco engañoso al principio, porque te hace confiarte. Tú dices, esto es precioso, esto me lo puedo cantar, tiene muchas disonancias pero muy bonitas, muchos pianos. Pero en verdad, después de hacer ocho funciones semanales, quieres morirte de lo complicado que es. Schwartz es un genio de las disonancias. A mí me parece un Beethoven del siglo XXI. Es un genio. Él y Stephen Sondheim son para mí los dos maestros del teatro musical.
¿Cuánto tiempo has estado trabajando en Godspell?
Ha sido esta última temporada. Empecé ensayos en agosto de 2024. Empezamos la gira el pasado septiembre. Ha sido una gira en condiciones. Empecé, en Zaragoza, en el Teatro Principal. Me dieron el mismo camerino que tuve con La historia interminable. Fue un momento de regresión, de verme, de repente, hipermayor en comparación con mi primera actuación allí.
¿Cuál será tu papel en Wicked?
Voy a hacer el cover del hombre de hojalata. Es un personaje secundario que tiene mucho peso, aunque no tenga mucho tiempo escénico, y que conecta con mi infancia. No porque tenga mucha importancia en Wicked, sino porque, de pequeño, me encantaba el If I Only Had a Heart de El Mago de Oz, que era una canción que cantaba este personaje. Le da mucha explicación a lo que pasa después en El Mago de Oz. Wicked es un musical que a mí me parece que tiene unas enseñanzas vitales tremendas: el poder político, la manipulación con los medios al público, la discriminación.
¿Hay algún otro trabajo que te llame la atención dentro de los musicales?
Sí. En un futuro, me gustaría ser director escénico. Creo que tengo el ojo crítico para ello. Me gusta mucho la composición escénica, me gusta mucho guiar al actor. No tanto a nivel dramatúrgico. La creación emocional del actor no la consideraría mi especialidad, pero sí el movimiento escénico, la composición: cuándo está sobrecargado un lado, cuándo otro no. Mezclado también con la coreografía y experiencia previa bailando en grupo, creo que se puede hacer una mezcla de esos dos mundos, de la dirección escénica y la coreográfica. Me encantaría hacer algo a lo Peeping Tom, que es una compañía muy famosa de teatro, de danza teatro. Por otro lado, si pudiera ser profesor de una escuela de teatro, me encantaría. Me gusta mucho dar clases.
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Estoy seguro de que Iván sería un buen profesor. Cuando era joven, Iván daba clases particulares de inglés y, más tarde, ayudaba a gente a prepararse para la Evau. Se le daba bien. En unas pocas semanas, sabía dirigir a los estudiantes hacia el éxito. Iván Amigo se despide tras nuestro café dejando un brillo de estrella que está a punto de nacer.
Texto: Fernando Martín Pescador
Fotografía: Ncuadres