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Antonio Cánovas del Castillo Vallejo – Kâulak

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Del 11 de marzo al 28 de agosto de este año, la Biblioteca Nacional de España nos ofrece la exposición Kâulak: fotógrafo, pintor y escritor[1]. La visita a la exposición es completamente gratuita y, si tomamos el tren desde Valdemoro hasta la estación de Recoletos, el cercanías nos deja en la misma puerta de la Biblioteca Nacional. Allí podremos conocer la vida y obra de Antonio Cánovas del Castillo Vallejo y podremos constatar su vinculación con la villa de Valdemoro.

Tres han sido los Antonios Cánovas del Castillo que han estado vinculados a Valdemoro: Antonio Cánovas del Castillo, el que fuera mayor artífice del sistema político de la Restauración (compró una casa de verano en Valdemoro, posiblemente porque su hermano Emilio, diputado a Cortes, consejero de Estado y senador vitalicio, fijó su residencia en Valdemoro desde 1873 hasta 1910); Antonio Cánovas del Castillo Vallejo, sobrino del primero, en el que centraremos este artículo; y Antonio Cánovas del Castillo de Rey, sobrino del segundo, del que ya hablamos en nuestro reportaje «Valdemoro en el cine. Adaptaciones literarias»[2].

¿Cómo llegaron los Cánovas del Castillo, familia originaria de Málaga, a Valdemoro? Posiblemente, como en la final del último campeonato mundial de billar, todo se deba a una carambola. El dramaturgo Manuel Bretón de los Herreros[3] dejó todos sus bienes a su esposa y terminó su testamento otorgado en 1854 con el siguiente texto: «Nombro por mis albaceas testamentarios a los señores D. Gregorio Cañete y Ponce, a Don Juan Eugenio Hartzenbusch y a don Vicente Cuadrupani, a quienes ruego que como memoria de mi afecto y estimación, acepten cada uno tres obras de mi librería a su elección». Sabemos que Vicente Cuadrupani, el tercer albacea en el testamento de Bretón de los Herreros, era secretario de la Comisión de Instrucción Pública de Madrid en 1857. Sabemos también[4] que, en 1862, el Ayuntamiento de Valdemoro le agradeció la donación de libros hecha a la Biblioteca Popular (¿alguno de esos libros habría pertenecido a la librería de Bretón de los Herreros?). Y sabemos que, en 1873, Vicente Cuadrupani dejó en herencia a Antonio Cánovas del Castillo Vallejo una casa en la calle General Dabán, 6 (antes llamada calle de la Fábrica). En esa fecha, Antonio tenía tan solo 11 años, con lo que, al ser menor, la herencia pasó inicialmente a su padre Emilio Cánovas del Castillo. Gracias a esa herencia, Emilio Cánovas del Castillo llegó a mudarse a Valdemoro y a comprar una casa más grande en la calle de la Salud, 5, además de una huerta vecina a la ermita del Cristo de la Salud, con casa y noria, que lindaba con el camino de Tenerías. De hecho, Emilio Cánovas del Castillo, en 1901, aparece como el mayor contribuyente de riqueza rústica y pecuaria de Valdemoro: pagaba de impuestos, en ese momento, 14 565 pesetas.

[1] Queremos dar las gracias al comisario de esta exposición, Juan Miguel Sánchez Vigil, por atendernos y por toda su ayuda a la hora de redactar este reportaje. La mayor parte de la información que detallamos ha sido obtenida de la lectura de su tesis doctoral «Kâulak. Vida y obra del fotógrafo artista Antonio Cánovas del Castillo Vallejo (1862-1933)».

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[2] https://www.larevistadevaldemoro.com/valdemoro-en-el-cine-adaptaciones-literarias/

[3] Invitamos a nuestros lectores a acudir al artículo «Celebridades de Valdemoro»: https://www.larevistadevaldemoro.com/celebridades-de-valdemoro/

[4] Queremos agradecer, también, a María Jesús López Portero, del Archivo Municipal del Ayuntamiento de Valdemoro, toda la información que nos ha suministrado para escribir este artículo.

Antonio Cánovas del Castillo Vallejo crece, entonces, en una familia en la que su padre es un importante político, su tío es uno de los hombres más poderosos del país y sus hermanos pronto se convertirán también en políticos y funcionarios del Estado. Los antecedentes en la rama materna de su familia eran también impresionantes: su abuelo, José Mariano Vallejo y Ortega, fue uno de los matemáticos españoles más importantes de la primera mitad del siglo XIX, además de ingeniero y pedagogo.

Antonio Cánovas del Castillo Vallejo no se quiso quedar atrás: en una primera parte de su vida, entre 1890 y 1904, se dedicó a la política y a la administración (diputado, gobernador civil y ordenador de pagos del Ministerio de Gobernación), fue pintor, crítico de arte (publicó un centenar de artículos en La Época y La Correspondencia de España), compuso obras musicales (una docena de valses, zarzuelas, polcas, etc.), escribió novelas, ensayos, libros de viaje y de historia. En una segunda parte de su vida, de 1904 a 1933, abrió un estudio de fotografía en el número 4 de la céntrica calle de Alcalá, en Madrid, donde se retrataron la familia real, la aristocracia y la burguesía, escribió dos libros sobre técnica fotográfica, perteneció y representó a los empresarios del sector fotográfico, dirigió la revista La Fotografía (1901-1913), y publicó en la mayor parte de las revistas gráficas.

Con una trayectoria artística, profesional y vital de este calibre, nos gustaría dedicarnos en este artículo a destacar todo aquello en lo que Antonio Cánovas del Castillo Vallejo confluyó con Valdemoro.

Si Emilio Cánovas del Castillo, el padre de Antonio, llegó a tener tanto peso en la economía de Valdemoro, podemos deducir que también lo tendría en la política. En lo que concierne a lo social, sabemos que José Cánovas del Castillo Vallejo, hermano mayor de Antonio, murió en Valdemoro en 1913. Y cuando su madre, Adelaida Vallejo, murió en 1917, acudieron al entierro el padre Mariano Vizcaíno, entonces párroco de Valdemoro, y el alcalde de la localidad, Cayetano Ontiveros Carneros.

Los contactos sociales con Valdemoro eran constantes. En 1903, Antonio Cánovas del Castillo Vallejo denunció en la prensa que las escuelas públicas de Valdemoro llevaban cuatro años cerradas. La enseñanza era impartida por una institución privada dirigida por el conde de Lerena, al que el Ayuntamiento cerró la empresa dejando a quinientos niños sin educación. La intervención de Antonio Cánovas ante el ministro de Instrucción Pública y el gobernador civil de Madrid permitió que la situación se resolviera y los alumnos pudieran volver a las aulas.

Encontramos otro ejemplo en un artículo del diario La Época, del 6 de septiembre de 1909. La hija de Kâulak, María Cánovas del Castillo y Cánovas del Castillo (Dalton Kâulak se había casado con una prima hermana) organizó un festival filantrópico con motivo de la festividad de la Virgen, en el que ella y sus amigas habían confeccionado veinticuatro vestidos completos para los niños y niñas pobres de la población. Los invitaron, además, a un banquete en el que se sirvió «tortilla, paella a la valenciana, una pera, un melocotón y dos pastelillos». Les entregaron, además, estampas, medallas, rosarios y una bolsita con dinero. Asistieron el párroco, el alcalde y el coronel San Cristóbal, director del Colegio de Guardias Jóvenes.

Reproducción: Juan Miguel Sánchez Vigil. Autor: Kaulak

En lo que a su producción pictórica se refiere, Antonio Cánovas del Castillo Vallejo tuvo relación con Joaquín Sorolla y, sobre todo, con el pintor Francisco Pradilla, al que consideró «el primero y más grande». La amistad entre los dos era evidente ya que Pradilla calificó a Vascáno (así firmaba Cánovas del Castillo sus cuadros) como «el nuevo Miguel Ángel de la Fotografía Española». Pradilla ya había conocido anteriormente al tío de Vascáno, el político Antonio Cánovas del Castillo, del que comentó tras su encuentro: «Cánovas es un hombre que habla de arte con conocimiento de causa, pero yo hubiera querido decir algo y no he podido». Vascáno disfrutaba de cierto reconocimiento como pintor en 1887: sus cuadros se vendían a buen precio y una de sus primeras obras, Una noche en el mar, fue adquirida por el Museo del Prado. Cuando su tío, Antonio Cánovas del Castillo se casó en segundas nupcias, Vascáno le regaló un paisaje al óleo como obsequio de boda. Una de sus obras pictóricas se encuentra en el Ayuntamiento de Valdemoro. Se trata de un óleo de gran formato, fechado en 1890, que reproduce la vista general del pueblo desde la calle Luis Planelles. Antonio Cánovas del Castillo Vallejo lo donó al Consistorio de 1923.

Comenzó a escribir con apenas 18 años y firmó la mayoría de sus obras escritas como Antonio Cánovas o Antonio Vascáno. Destacaremos dos. La primera, Memorias de un cincuentón. El distrito de Gaucín, fechada hacia el año 1915. Está basada en una experiencia personal, narrada en forma de cuento y con un tono irónico. De alguna forma, Cánovas justificaba por qué había abandonado su carrera política tras el asesinato de su tío en 1897, para concentrarse en su vida artística y cultural. El libro cuenta la historia de un cacique malagueño que ofrece a un zapatero el que se presente a las elecciones generales como diputado por el distrito de Gaucín. El zapatero, que representaría al autor del cuento, rechaza la oferta siguiendo el famoso dicho «zapatero, a tus zapatos». ¿Y cuáles eran esos zapatos a los que se refería Cánovas? Su amor al arte. Así lo resumía al inicio del libro: «Tengo una cualidad de la que me enorgullezco. Admiro todo lo que se hace con arte, con habilidad, o simplemente con destreza. Gusto del ingenio, del primor y del cuidado, aplíquese a lo que se aplique, y aunque sea con perjuicio de mí mismo. Y creo, en fin, que llegaría a compartir, a parodiar, puesto en las mismas circunstancias, la serenidad estoica de aquel pendenciero exquisito del Renacimiento, amigo entusiasta de las Artes, que viéndose con el corazón atravesado por una puñalada, supo sobreponerse al dolor y, materialmente agonizando, deleitó sus ojos moribundos en la contemplación del pomo del puñal que le mataba, porque era un cincelado primoroso y maestro, de Cellini…».

La segunda obra escrita que nos gustaría destacar (aquí debo confesar mi afición a la enseñanza y aprendizaje del inglés como lengua extranjera) fue una colaboración con Jorge T. Burt que llevaba como título De Madrid a Londres o The Interpreter in the Pocket. Novísimo diccionario práctico. Manual de la conversación inglesa para uso de los españoles. El libro fue publicado en 1899 y, según se indicaba en la advertencia preliminar, el objetivo de la publicación era «suplir aquella parte de la gramática en que por la abundancia de reglas no se tiene presente la práctica usual de la conversación». Las reseñas en la revista Blanco y Negro, primero, y en La Época, después, hablan por sí solas.

«La colaboración de ambos distinguidos escritores, español uno e inglés el otro, da a este último cualidades que por lo común faltan en obras de esta índole. No solo se han reunido en esta obra las frases y locuciones de más perentoria necesidad para el viajero, sino que junto a las frases inglesas y castellanas aparece la pronunciación exacta, viniendo a vencer el mayor obstáculo que ofrecen las lenguas extranjeras, y la inglesa sobre todo» («Mesa Revuelta». Blanco y Negro, 17 de junio de 1899).

«D. Antonio Cánovas y Vallejo y el Sr. D. Jorge T. Burt han presentado un excelente Manual de la conversación inglesa, el más completo y el de más fácil manejo entre todos los que hemos visto. Contiene este utilísimo libro un extenso vocabulario de las voces más corrientes en la conversación y un completo repertorio de las frases más usuales. Con este excelente manual en el bolsillo se puede viajar perfectamente por Inglaterra sin experimentar graves tropiezos. Una ventaja tiene además la obra de los Sres. Cánovas y Burt sobre las demás publicaciones de su clase: la de ofrecer en una de las columnas en que las páginas se dividen la pronunciación prosódica de las frases empleadas. No necesita elogios la obra para que su utilidad y mérito resalten. Lo dicho basta para que el público comprenda su valor y aprecie el gran servicio que los autores prestan al viajero y a la enseñanza. Véndese el libro De Madrid a Londres, que ha sido lujosamente editado por la casa Hernando y compañía, al precio de cuatro pesetas en las librerías más importantes» («Libros». La Época, 29 de mayo de 1899).

Antonio Cánovas era también, como su tío, un gran amante de la lectura. De hecho, se ocupó de inventariar todos los libros de la biblioteca de su tío cuando este murió en 1897. Antonio Cánovas Vallejo escribió lo siguiente sobre el arte de leer: «Para mí, el Arte de la Lectura ocupa preferente lugar entre las Artes de la Palabra. Leer bien es una base casi indispensable para hablar bien, para perorar bien, para declamar bien».

El campo en el que más destacó Antonio Cánovas del Castillo Vallejo fue en el de la fotografía. Es ahí donde comienza a firmar como Dalton Kâulak o, sencillamente, Kâulak. Comenzó su afición gracias a su hermano Máximo que, en 1903, en la revista La Fotografía dirigida por el propio Kâulak, narró una salida al campo de la Sociedad Fotográfica de Madrid. En esta ocasión eligieron la localidad de Valdemoro, donde practicaron la fotografía en los patios y corrales de una casa de labor. No sería la única vez que Kâulak utilizaba, como fondo natural, su casona castellana de Valdemoro, que bautizaron con el nombre de El Oasis, y algunas otras localizaciones de la villa: el campo, el cementerio, «gallineros y cobertizos a medio derruir, arbolillos y arbustos caídos y en revuelta confusión con las ortigas, juncos y cardos nacidos al descuido y llevados por las lluvias a colosal desarrollo; un pozo cuyo brocal informe aparecía horadado por el trabajo de los sapos y lagartijas; pedruscos, tejas y troncos, altos cipreses y castaños y copudas acacias, entre las que se dibujaban en último término el pobre caserío del pueblo, dominado por la alta torre de la iglesia. Tratándose, como se trataba, de aficionados de corazón no hay que ponderar la intensa emoción que experimentaron contemplando la cantidad de asuntos que se ofrecía ante su vista…».

Efectivamente, la mayor parte de las fotos tomadas en Valdemoro corresponden a la primera etapa de Kâulak, la etapa de aficionado. Y todas juntas conforman un documento histórico de los primeros años del siglo XX en Valdemoro. La villa de Valdemoro, en ese sentido, fue afortunada al tener a uno de los mejores fotógrafos de la época experimentando y aprendiendo el oficio en nuestros parajes rurales. Kâulak, además de dirigir la revista, estaba presente en numerosas publicaciones, participaba y ganaba concursos de fotografía y muchas de sus fotos se convirtieron en tarjetas postales.

Cuando abrió su estudio de la calle de Alcalá, Dalton Kâulak se convirtió en un profesional de la fotografía y, en sus publicaciones, además de colaborar en el progreso de las técnicas del nuevo arte (aunque él lo considerara un arte menor, contribuyó con su obra a convertirlo en un arte mayor), defendió los derechos de los fotógrafos profesionales contra el intrusismo, quejándose de que había muchos fotógrafos haciendo reportajes a precios más baratos porque no pagaban los impuestos requeridos.

En su estudio se retrataron escritores y artistas (la actriz María Guerrero, José Echegaray, los hermanos Quintero, Carlos Arniches, Miguel Fleta), científicos (Menéndez Pelayo, Santiago Ramón y Cajal), la familia real y la nobleza (Alfonso XIII, el duque de Alba, Alfonso de Borbón), políticos (Niceto Alcalá Zamora, Eduardo Dato, Antonio Maura, Miguel Primo de Rivera) e importantes miembros de la burguesía… Hasta la mismísima Mata Hari posó para él en una visita a Madrid. En su estudio, Kâulak llevó el retrato al más alto nivel. Como él mismo escribió en 1912, «los fotógrafos retratistas, los artistas verdaderos, deben preocuparse antes que del foco y otras menudencias de segundo orden, de la expresión de los que retratan… Si el soneto es lo más supremo y arduo en la poesía, puede decirse que el soneto de la fotografía es el retrato».

No cabe duda de que la figura de Dalton Káulak presenta grandes dimensiones, especialmente en el mundo de la fotografía en todas sus facetas: como artista, como profesional, como teórico de la ciencia fotográfica, como activista social en representación de los profesionales de la fotografía. Durante el primer tercio del siglo XX, fue el fotógrafo más importante de España. No es de extrañar, por tanto, que, en un momento dado de nuestra historia reciente, el Ayuntamiento de Valdemoro se planteara crear la sede de un museo dedicado a Kâulak. Hasta que un acontecimiento de tal calado tenga lugar, podemos estar orgullosos de que, antes de ponerse a retratar a la familia real, a la aristocracia madrileña y a los artistas más afamados de su época, Antonio Cánovas del Castillo Vallejo eligió fotografiar Valdemoro y a los valdemoreños.

Texto_Fernando Martín Pescador

Fotografía_Archivo Municipal. Autor Kaulak